Eloy de la Iglesia y el cine quinqui. Crónica de una España que existe pero no se ve
Sergio H. Valgañón//
– ¡España no hay más que una!
– Porque si hubiera dos, nos iríamos a la otra.
La Estanquera de Vallecas (Eloy de la Iglesia, 1986)
“Relato” se ha convertido, en España, en un término político. La pelea que partidos y medios de comunicación mantienen por mostrar la realidad a su manera ha encerrado ese concepto a los mítines y las redacciones. Los relatos se construyen con investigación, fidelidad y con tiempo. Con mucho tiempo. Las películas de Eloy de la Iglesia fueron en su momento espejo de la sociedad y ahora, cuatro décadas después de los primeros estrenos, el relato con el que entender esa España que el vasco atrapó con la cámara.
QUIÉN FUE ELOY DE LA IGLESIA
Una figura como la suya debería aparecer siempre en los libros de la historia nacional del cine. Solo el paso del tiempo y el interés por su obra mantienen viva la llama de un autor único, precursor de un género y protagonista de una de las épocas más convulsas de la historia española.
Nacido en Zarautz en 1944, Eloy de la Iglesia destacó como director de cine entre los años 70 y 80. Aunque su trayectoria comenzó en la década de los 60 -en plena dictadura franquista- y su última obra, Los novios búlgaros, se estrenó en 2003, lo mejor de su cine se grabó durante la Transición y los primeros años de la democracia española.
De la Iglesia tuvo un éxito considerable en su momento con algunas de sus películas: El Pico, por ejemplo, triunfó ante el público y entre los críticos. De firmes ideas comunistas y homosexual, fue un hombre muy activo en lo político, lo que le granjeó algunas enemistades y evitó que todas sus películas gozasen de mayores reconocimientos. Su adicción a la heroína y su relación con José Luis Manzano, dos de los protagonistas de su cine, marcaron su vida privada hasta el día de su muerte. Lejos de aquí (Eduardo Fuembuena, 2021) es la biografía de los años compartidos por De la Iglesia y Manzano: un extenso volumen que cuenta todo lo que sucedió entre ellos, el cariño que se sentían y la explosión artística que compartían. Dos talentos unidos que son, para siempre, los iconos de un cine que ya no volverá.
EL CINE QUINQUI DE ELOY DE LA IGLESIA
Entre 1978 y 1987 se suceden las películas del cine quinqui que catapultaron a Eloy de la Iglesia a la categoría de mito. En esos nueve años se estrenan El diputado, Navajeros, Colegas, El pico, El pico 2 y La estanquera de Vallecas. Todas ambientadas en una estética similar y muchas compartiendo actores protagonistas -De la Iglesia siempre mantenía a aquellos con los que trabajaba bien-, estas películas marcaron el cine de la época, forjaron carreras irrepetibles y reflejaron lo que pasaba en los barrios españoles y muchos medios no querían contar.
El diputado (1978), protagonizada por José Sacristán, muestra la llegada a la primera línea pública de un político homosexual. El nuevo secretario general de un partido de izquierdas se ve obligado a ocultar su orientación sexual y su relación con un joven de la calle. Grupos de ultraderecha y rivales políticos se aprovechan de la situación, en busca de un rédito en las urnas que no se llega a adivinar. El drama vivido por los representantes de la izquierda en los primeros años de la democracia y la mala imagen de la homosexualidad en la época se muestran en un ambiente de corrupción, traición y mala vida.
La primera colaboración con José Luis Manzano fue en Navajeros (1980). Un joven desconocido daba vida al delincuente juvenil más conocido de la historia española: ‘El Jaro’ volvía a las andadas. Una suerte de biografía en la que se recuperan las mayores hazañas de este referente -los adolescentes le respetaban- y se imagina cómo actuaba su banda y por qué hacían lo que hacían. Joaquín Sabina le dedicó Qué demasiao, donde se relata la muerte de ‘El Jaro’ de la misma manera que en la película de Eloy de la Iglesia.
Dos años después, Colegas (1982) juntó a Manzano con dos adolescentes ya conocidos por el público general que se harían un hueco en la escena musical: Antonio y Rosario Flores. El paro juvenil, la amistad ante las mayores adversidades y un embarazo no deseado se presentan como los mayores problemas de los veinteañeros de los ochenta. Con menor presencia de las drogas, esta película huele a tierra y a obra. El descampado, destrozado por la maquinaria pesada y las excavaciones, es tan protagonista como los tres jóvenes actores.
El techo del cine de Eloy de la Iglesia llega en 1983 y 1984. Respectivamente, El pico y El pico 2 elevaron a la categoría de obra maestra las piezas del realizador vasco. Dos obras fundamentales para conocer lo que sucedió en España, más concretamente en Bilbao y en Madrid, cuando la heroína corría por las calles tan rápido como por las venas de los chavales. El proceso de enganche, los límites que se cruzan, los primeros contactos con el hampa y la eterna lucha del drogodependiente contra el ‘mono’. Ver a un grupo de casi adolescentes enganchados a la misma droga a la que estaban enganchados en la vida real (De la Iglesia consumió heroína desde joven y Manzano murió a causa de una sobredosis) impacta aún más, pues por momentos se confunde la actuación con la realidad.
En busca de un enfrentamiento político, el conflicto entre Guardia Civil e independentismo vasco o la idea de España de los personajes adultos reflejan otro de los debates nacidos con la llegada de la democracia. Como en muchas de las películas de De la Iglesia, la homosexualidad también aparece: prostitución juvenil, el papel de los chaperos y quién manda en las relaciones. Enrique San Francisco, en su papel de artista bohemio, recuerda al propio Eloy: un hombre lleno de talento que no ve reconocida su obra y tiene, en sí mismo, el mayor de los conflictos.
La última de las películas del cine quinqui de Eloy de la Iglesia es La estanquera de Vallecas (1987). Un homenaje a la vida en el barrio, a cómo todo es diferente dependiendo del lugar del que se nace. Una idea básica: solo entiendes lo que sucede en las calles del barrio si eres del barrio. Con una fuerte crítica al uso de la clase trabajadora por parte de los partidos políticos, así como a la policía, por sus intervenciones violentas; el director de Zarautz presenta personajes únicos que solo se entienden en su contexto. El enfrentamiento dentro de la tienda, lugar del secuestro, acaba enseñando la importancia de que la gente de las clases más bajas debe unirse frente al opresor.
En menos de una década, Eloy de la Iglesia desarrolló un género, lo perfeccionó hasta un límite solo alcanzado por él y lo legó a la historia de la cultura española. Cuarenta años después, aunque con décadas sumido en el olvido, se vuelve a mirar al cine quinqui como una forma fiel de contar la realidad.
EL NARRADOR DE LA OTRA TRANSICIÓN
La llegada de la democracia a España trajo numerosos cambios en la sociedad. La entrada de la libertad aceleró al país, que se dio a conocer a un mundo del que llevaba aislado casi cuarenta años. Como en casi todos los lugares con una transformación política tan repentina y abrupta, no toda la sociedad supo asimilar su nuevo contexto.
Los documentos de Eloy de la Iglesia, aunque ficciones, se necesitan para ver lo que sucedía en aquella España alejada de los despachos y la buena vida. Poner el foco en el extrarradio, en el suburbio, nos da una mirada mucho más plena de lo que ocurrió en el país. No se puede analizar un proceso de tal magnitud visitando solo lo oficial: que De la Iglesia pusiese su cámara en los bajos fondos de Bilbao o en barrios como Vallecas es una oportunidad de estudio sociológico que no se puede despreciar.
Aunque el quinqui se presente como antihéroe al que querer en Navajeros o como el pobre desgraciado del lumpen en El pico, el romanticismo debe dejarse antes de reproducir la película. La obra del más famoso referente de este cine en España no puede cegar al espectador pues, por momentos, en varios de los filmes, el adolescente de navaja y jeringuilla se presenta como la figura salvadora del posfranquismo. Para muestra, la antología Crónicas quinquis (Libros del K.O, 2013), en las que el periodista Javier Valenzuela recupera algunos de sus escritos en El País donde el tirón, la huida, la recortada y el atracado chapucero ocupan la acción.
Muchos de los personajes de Eloy de la Iglesia existieron, por decenas y con otros nombres, en España durante mucho tiempo. Conocer sus comportamientos y sus historias -no solo las del cine, también las reales- ayudará a saber mejor todo lo que pasó en España cuando las urnas volvieron a la legalidad.
¿QUÉ QUEDA DEL QUINQUI EN 2021?
Resulta evidente, pero hay cierto sector de la sociedad que cree que ya no existen: los quinquis no murieron cuando Eloy de la Iglesia dejó de llevarlos al cine. Siguen en la sociedad y su vida se parece, por desgracia, a la que el guipuzcoano retrató en todas sus películas. Esta desaparición del barrio marginal y de sus habitantes solo se está recuperando, en los últimos tiempos, en la forma de referente a imitar, como un estilo que se puede copiar a base de chándal y cadenas. Nada más lejos de la realidad.
En La clase obrera no va al paraíso (Akal, 2016), Ricardo Romero (Nega) y Arantxa Tirado dedican un capítulo a hablar del trabajador en el cine. De la Iglesia tiene su espacio, como no podía ser de otra forma. Los autores advierten de la admiración al quinqui: “Comprobamos la certificación de lo retro y lo añejo como algo inequívocamente cool, aunque se trate de auténticos dramas humanos”. El sistema y su superioridad moral convierten, una vez más, al lumpen en tema de burla. El lumpen al que no se deja crecer, por el que sentir lástima, pero en la distancia: que no se acerquen a nuestros hijos.
Hijos que tiene como ídolos a traperos: el chándal vuelve a la moda. Pero solo esas sudaderas tienen un precio mayor que el salario soñado por los protagonistas de Colegas o La estanquera de Vallecas. El trap vuelve a un barrio del que no salió, en busca de ser el nuevo “buen salvaje” del siglo XXI. Hoy creemos conocer lo que sucede en el extrarradio de la mano de canciones grabadas por multinacionales y cantadas por millonarios desde sus mansiones.
En 2021, el quinqui sigue en el mismo sitio que en los 80. La marginalidad y las esquinas son sus hogares. Lo que le falta hoy al quinqui es un cineasta o un periodista que muestre su realidad. Quince años después de su muerte, las películas de un hombre nacido en Zarautz siguen siendo la puerta de entrada a un lugar que sabemos que existe, pero al que no sabemos ni queremos llegar. Larga vida al cine quinqui. Larga vida a Eloy de la Iglesia.