“En la vida no hay que ser buena, hay que ser lista”: Goya López

Teresa Pérez de Azpillaga Merino//

Gregoria, Goya, López nació un 22 de abril de 1911 en Belorado —Burgos—, en una familia muy pobre. Era la mayor de nueve hermanos, aunque sólo cinco sobrevivieron. Su padre, Aniceto, era caminero y Felisa, su madre, ama de casa. Siendo muy pequeña se vio obligada a dejar la escuela para poder trabajar y cuidar de sus hermanos. Era analfabeta.
Goya con sus cuatro hermanos, sus padres y su abuela.

A los ocho años empezó en su primer trabajo: la sacaron de casa y la llevaron a otro pueblo para que cuidara a los hijos de una familia rica. Allí vivió muchas penurias; la mataban de hambre porque le guardaban la comida. Por culpa de la mala alimentación, a los 17 años aún no le bajaba la regla menstrual. Tuvo su primer “contacto” con la política y su hermana pequeña, Jose, que también fue a trabajar con esta familia, se rebeló. No paraba de repetir que el trato era injusto y se manifestaba robándoles manzanas. Pero Goya no era tan reivindicativa. 

Hipólito, el anarquista.

Dejó el trabajo de niñera y se mudó a Santo Domingo —La Rioja— a finales de la década de 1920. Allí conoció a Hipólito, Poli, Merino en un baile. Poli era huérfano. Se crio con sus primos y trabajaba de jornalero. 

Durante la Segunda República, Poli, junto a dos de sus primos, formaron una célula anarquista de la CNT.  Según Goya, sus primos eran quienes ponían las bombas mientras que Poli se dedicaba más a la oratoria. 

Goya con Poli
Goya con Poli

El 15 de mayo de 1934 Poli y Goya se casaron y el 31 de diciembre de ese mismo año nació su primer y único hijo: Jesús. Hagan cuentas… Goya estaba embarazada cuando se casó. El parto de Jesús fue muy complicado, Goya no quiso tener más hijos. Su cuñado —el esposo de su hermana Jose, que era un manitas— le fabricó una suerte de DIU casero. Ese dispositivo con forma de “T” que se coloca en el útero. Que aunque aquel instrumento de plata que fabricó su cuñado distaba de los DIU actuales por su precariedad, cumplía con su fin: Que Goya no se volviera a quedar embarazada. 

Dada su extraordinaria capacidad para la oratoria, Poli pronto se convirtió en uno de los principales líderes anarquistas de Santo Domingo. Goya, por su parte, se mostraba reacia a la política. A ella lo que le importaba era sacar adelante a su familia. Odiaba a los fascistas, los rojos le daban miedo, pero respetaba a los curas. 

La guerra y Goya: bombardeos en Bilbao, fusilamientos en La Pedraja y, finalmente, Francia

Tras la primavera de 1936, Juanita, otra hermana de Poli —que estaba casada con Gerardo, quien militaba en el PNV y trabajaba en una fábrica de neumáticos— le buscó trabajo fuera de La Rioja, ya que, en Santo Domingo, al ser un pueblo pequeño, Poli estaba señalado por anarquista.  Será el 16 de julio de 1936 cuando Goya, Poli y Jesús se muden a Lasarte, un municipio cercano a San Sebastián, en Guipúzcoa. 

El 18 de julio de 1936 estalla la Guerra Civil. Poli se va a combatir en el bando republicano a Bilbao, junto con Gerardo. Goya y el resto de su familia permanecieron en Lasarte. Y ese mismo día, en Santo Domingo, los golpistas van a buscarle para fusilarlo por sus ideales anarquistas. 

Los primos de Poli, que se negaron a abandonar Santo Domingo antes de la contienda, trataron de huir a Burgos, pero era demasiado tarde. Fueron capturados y fusilados en el puerto de la Pedraja —Burgos—. Sus cuerpos aún no han sido encontrados.  Sus nombres figuran, junto el de casi 2.000 personas más, en el memorial republicano de La Barranca —Lardero, La Rioja—. Pero su historia no es única. En España aún hay más de 100.000 personas desaparecidas en fosas y en cunetas

Ya en 1937, Goya y Juanita, al no saber nada de sus maridos, fueron a buscarlos al frente. De la guerra en Bilbao, Goya contaba siempre dos historias: que asistió a un mitin de Dolores Ibárruri, la Pasionaria, una de las figuras más relevantes del Partido Comunista de España; y que tenía que cruzar las vías de tren mientras bombardeaban para conseguir leche para poder alimentar a su hijo. 

Tras la caída de Bilbao, el 19 de junio de 1937, Juanita, Goya y sus hijos emigraron a Perpiñán —Francia—. Durante su estancia francesa, su hijo Jesús enfermó de pulmonía. Fue un médico anarquista español, también exiliado, obligado a abandonar su país por sus convicciones políticas, quien trató al pequeño. 

Sin embargo, sus condiciones de vida en Francia empeoraron, apenas tenían para comida y la sociedad francesa no les recibió con los brazos abiertos. Estaban prácticamente sin dinero. El anarquista que había organizado el viaje a Francia les había estafado. Como siempre ocurre en los conflictos bélicos, hay gente que se aprovecha de quienes solo buscan huir de la guerra cruzando la frontera más próxima. Antes y ahora. 

 “Quien nada ha hecho, nada teme.”

El 1 de abril de 1939 terminó la guerra y Goya aún no sabía dónde estaba su marido. “¿Estará vivo? ¿Estará muerto?”, se preguntaba. Los vencedores prometieron a los vencidos en el exilio que, si volvían a España, no iban a sufrir daño alguno.   “Quien nada ha hecho, nada teme”, repetía Goya. Nada más pisar territorio español, Goya fue separada de su hijo y enviada a la Prisión Provincial de Burgos. El delito: ser esposa de un anarquista. 

Jesús, de cinco años, se quedó con sus abuelos, Aniceto y Felisa, los padres de Goya. El tiempo que estuvo presa, Goya apenas pudo recibir visitas de su familia, no pudo ver ni abrazar a su hijo. No podían costear el desplazamiento hasta Burgos. Para que Goya pudiera salir de la cárcel, Aniceto regaló el único cerdo que tenían al jefe de la prisión. Un ejemplo más de la corrupción endémica del sistema penitenciario franquista. Tras unos meses en la cárcel, Goya se reencontró con su hijo Jesús, que ya tenía seis años. 

Sobre el tiempo que Goya estuvo presa en la Prisión Provincial de Burgos, su familia apenas supo nada. No porque no preguntaran, sino porque Goya no hablaba. No hablaba de política en general, porque la odiaba con todas sus fuerzas: lo consideraba aquello que había dañado a su familia y que no le había permitido llevar una vida tranquila. Y no hablaba de su experiencia personal porque tenía miedo. Temía que volvieran a perseguir a su familia, de que la repudiaran por los ideales de su marido y de que eso perjudicara a su hijo. Las garras de la dictadura se extendían más allá de lo que se podía apreciar a primera vista. Fueron muchos años de represión, de censura, de control y sometimiento. 

Al salir de la cárcel, ya en 1940, Goya descubrió que su marido estaba en un campo de concentración de la provincia de Barcelona. La propia Goya se encargó de que le liberaran. Ella y su hijo fueron a visitar a unos familiares falangistas en Tolosa —Guipúzcoa—, quienes le escribieron una carta al jefe del campo de concentración. Finalmente, Poli fue liberado: sin papeles y enfermo. 

Sus familiares dudan sobre en qué campo de concentración y cuánto tiempo estuvo, pero todos concuerdan en una cosa: tardaron demasiado en sacarlo. Cuando fue liberado, su salud estaba muy debilitada. Las condiciones en el campo de concentración eran inhumanas. A los trabajos forzados se unían el hacinamiento, una alimentación pésima y unas condiciones de higiene prácticamente nulas. 

Cuando se reencontraron, Poli preguntaba dónde estaba su hijo: la última vez que lo había visto era prácticamente un bebé y ahora tenía siete años. 

Goya, cabeza de familia.

En 1941, cuando se reunieron, la familia se instala en Logroño, en la calle San Juan. Como Poli no tenía papeles, no podía trabajar. Y como estaba fichado por anarquista, no le contrataban. La dictadura señalaba a quienes daban trabajo o trataban de ayudar a los republicanos. Las pocas veces que conseguía trabajo era de manera clandestina y el poco dinero que ganaba lo solía donar a la caja de resistencia de la CNT, alegando que había gente que estaba peor que ellos y que no tenían para comer.  

Mientras Poli seguía obcecado con la política, Goya fue responsable de sacar a su familia adelante, de que prosperaran. Desde joven comprendió que su hijo, para poder mejorar su calidad de vida, tenía que estudiar. Así que no cejó en su empeño y consiguió que Jesús estudiara para perito mercantil en Logroño. No era tanto como una carrera universitaria, pero sí el equivalente a un Grado Superior actual.  

Goya fue la encargada de mantener a su familia. Durante muchos años, trabajó vendiendo “pimentón y tripas” en una tienda de Logroño. Los dueños eran una familia con bastante dinero. Cuando pidió que la aseguraran, el jefe la despidió justificándose en que no sabía leer. Incluso llegó a decir, para no tener que asegurarla, que le iba a meter una pulsera en el bolsillo, iba a llamar a la policía y la iba a acusar de ladrona. Poco después, Goya trató de conseguir otro puesto de trabajo en el mercado de Logroño. Pero sus anteriores jefes intercedieron para que no lo consiguiera, porque sabían que todos sus clientes se iban a ir al puesto en el que estuviera Goya, por su carisma y lo buena vendedora que era.  

Otro de sus trabajos consistió en limpiar los uniformes de los militares de la base aérea de Recajo, cercana a Logroño. También trabajó para don Juan, un señor que era corredor de comercio, con el que tenía muy buena relación. Tan buena, que Juan le dio el temario para que Jesús pudiera preparar el examen de las oposiciones para trabajar en la Caja de Ahorros Provincial de Logroño y conseguir plaza en el primer intento. El primer día de trabajo de Jesús en el banco, Goya e Hipólito estaban en la otra punta de la plaza del Espolón, observándole orgullosos. “Ay Goya, que nuestro hijo no va a pasar frío, ni calor… que lleva corbata” decía Poli.

El 22 de febrero de 1962 Poli murió como consecuencia de las enfermedades que había arrastrado desde que estuvo preso en el campo de concentración. Goya vivió el resto de su vida tranquila y admirando al hombre en el que se había convertido su hijo, hasta que falleció en Logroño el 9 de febrero de 2001 de una hemorragia intestinal rodeada de su familia. 

De izquierda a derecha, Goya, Jesús y Poli. Foto que Goya tenía en su mesilla.

Goya era admirable, pura fortaleza y perseverancia. Su historia es una de las miles que inundan la historia reciente de España. Mujeres que vivieron la Guerra, pero sobre todo su propia guerra, que se extendió más allá de 1939. Tal vez no lucharon en el frente militar, pero tuvieron que lidiar con una retaguardia igual de cruel o más y con una posguerra incierta y llena de hambruna y miseria. Mujeres a quienes el franquismo arrebató lo que más apreciaban: su libertad y la de sus familias. Su capacidad para soñar con mayúsculas. Este artículo es un pequeño homenaje a todas ellas. Que su lucha no caiga en el olvido. 


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