Holi run: Un salto en diferentes tonalidades
Texto: Paz Pérez. Fotografía: Jacobo Yáshyn//
El domingo pasado se celebró el festival Holi Run en Logroño, una carrera de colores que desde primavera lleva recorriendo las ciudades de España
4…3…2…1… Y después todo se pierde en una tormenta de colores, morado, amarillo, azul, que tiñen los cuerpos de la gente que salta y grita frenética. Es imposible ver a nadie más allá de siluetas donde se intuyen pelucas chillonas y disfraces extravagantes que saltan y mueven los brazos sin sentido aparente. Pero aún así parece que se crea una magia tejida por los colores que unen a todos en una euforia colectiva. Yo también estoy saltando con las manos extendidas, mirando hacia el cielo tintado; y en el salto pienso ¿esta será la misma sensación que tienen en la India?
De ese mismo país viene el origen de todo esto. Pero poco tiene que ver. Ha sido, como muchas otras fiestas llamativas, importada pero arrancándola de cuajo de su cultura y orígenes. En la India, esta celebración es una batalla donde se rompen las barreras de discriminación por clase, algo muy arraigado allí. Es la celebración de la verdadera unión. HOLI significa fiesta de colores, el festival de la alegría, de la felicidad. Todo viene de una leyenda. Holika, uno de los personajes de la mitología India, al tratar de asesinar a su hermano, convencida por su padre ,quien es la representación del mal y el egoísmo, muere quemada en la hoguera y se convierte en polvos. Polvos de colores que ahora simbolizan el triunfo del bien sobre el mal.
Mis pies aterrizan de nuevo en el suelo y la explosión de colores se vuelve niebla amarilla. Es difícil respirar entre tanto polvo de colores y los empujones que te sorprenden de vez en cuando a cada lado. Pero a pesar de todo la sensación es ciertamente liberadora. Más de cinco mil manos tratan de tocar las nubes de dispersas tonalidades, bajo una lluvia de diciembre que no logra romper en su esencia monótona la vitalidad de esta fiesta, y una música apagada por los gritos pero que se intuye en las vibraciones del ambiente.
Nadie puede negar que se haya perdido el sentido del HOLI al mudarlo de continente, que nadie de los que hay aquí saltando piensa en la supresión de barreras sociales, en celebrar el bien sobre el mal, tampoco es primavera, tampoco celebramos el cambio de estación. Lo único que queda es el resquicio de una unión efímera que hace que, en este mismo instante, en el que ni siquiera podemos vernos, todos somos uno; y que en este salto todos estamos sintiendo lo mismo. Ilusión.
La nube rosa comienza a disiparse y veo a la gente toser en diferentes gamas. El color o, lo que es lo mismo, la alegría, se ha introducido profundamente en todos. Que solo sea una excusa más para la fiesta no lo convierte en algo negativo. Ni que no tenga el mismo sentido para nosotros que para los indios. O que, simplemente, no tenga un sentido más allá de una fiesta original. La gente disfruta y cada uno elige cómo hacerlo. Algunos con sus disfraces navideños, otros en familia, unos pocos con tratar de ganar la carrera y otros muchos con beber cerveza mientras corren.
En La India no se trata de correr 5 kilómetros atravesando diferentes puestos donde la gente casi se pelea y suplica al mismo tiempo para que los voluntarios les lancen el polvo del color que toque, es una batalla donde el lanzar diferentes colores simboliza un deseo. El amarillo simboliza la piedad, el anaranjado el optimismo, el azul la calma, el rojo el amor y el verde la vitalidad.
Aquí, sin embargo, se trata de acabar cuanto más manchado mejor, cuantas más tonalidades logres en tu piel más habrás disfrutado de la carrera. Si no hay selfie al final con las caras de colores, es como si nunca hubieras estado allí. Al final, se trata de pura estética. Una carrera donde lo menos importante es correr y donde la gente acorta para llegar antes al puesto de colores, la verdadera motivación de los asistentes.
Por eso, al final todo se reduce a este momento. Una cuenta atrás que todos gritan expectantes, la inundación de una ola de colores que nos pierde de la multitud al mismo tiempo que nos une en una comunión vibrante e intensa. Solo dura unos minutos, un par de saltos y gritos, una euforia, pero es lo suficiente como para dejarse llevar, mirar al cielo y olvidar por un instante que fuera de esa nube leve y colorida existe un mundo pesado y gris.