Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa
Elena Jiménez Martín//
He leído tantas veces PUTA que he entrado en un estado de extrañamiento. Lo cierto es que el vacío lo he vivido a través de los otros. A mí nunca me lo han llamado. Escuchar MERICHANE por primera vez me hizo pensar en que yo no he tenido una primera vez. A mí nunca me han desvirgado. Mi letra escarlata es la de ser una MALFOLLADA. Así me consagraron, porque designarte siempre es tarea del otro. Que te llamen PUTA es un castigo, más aún cuando no cobras por los rabos que entran y salen de todos tus orificios. Lo cierto es que te pueden llamar PUTA, te pueden llamar SANTA o te pueden llamar MALFOLLADA, pero cuando terminas de hacer el sexo –porque pocas veces suele ser amor– te sientes como una miserable puta pringada. Y esa culpa ni se quita ni se lava.
María Zahara tiene nombre de virgen, pero a los doce años le pusieron el mote con el que se conocía a la puta del pueblo. María Zahara era Merichane para todos. RAMONA, la portera que custodiaba el edificio donde vivía antes de separarse, también la condenó al comentar con los vecinos cómo follaba y con cuántos lo hacía. “Zahara puta” fue lo que pintaron por todos los bancos de Úbeda los gemelos macarras de su escuela, un último recurso amistoso después de que le hicieran una campaña de recogida de firmas para expulsarla de cualquier pandilla. La cantante ha recogido todas las descalificaciones, los abusos, los males y los ha gritado en PUTA, su nuevo disco, que es de una, pero es de todas. Ahora bien, la distorsión del vocoder, el EXIT de la discografía naif y el dolor de estómago que producen las voces mutadas –casi narradas, plenamente rabiadas– hace que merezca la pena escucharlo y deletrearlo.
De convertir el amor en desesperanza casi ninguna persona con vulva se salva. Los resultados forzosos convergen en una doble vertiente en la que la operación AMOR/CUERPO se transforma. Los desperdicios del cuerpo permanecen casi funcionales (por un lado); las vísceras y la sangre casi ni laten (por otro).
La culpa y el sexo transforman el cuerpo, que es carne de pellejos, costras y llagas. La culpa llega porque tienes que ser así o asá, destacar, ser la mejor, crecer delicada, precavida, cursi, llorica, algo tontita. Si no, no gustarás a nadie y tu combustible es el cariño ajeno. Así que, cuando rehúyes lo obligado –creyendo en la libertad de tu costilla–, y aparecen las magulladuras y el desconsuelo, hacen que resuene al máximo –como si tuvieses dos bafles por conciencia– la frase de: “tú sabrás por qué te pasa eso”. Te has entregado con los brazos en cruz y esto es lo que te ha pasado. El pecado de los dedos húmedos, el pelo enmarañado y la boca seca se transforma en oración. Pero no hay resurrección que valga.
Ángelica Liddell, la poeta, lo escribe: “De la infancia, todos los recuerdos tienen que ver con Dios y con el sexo”. El Padre Nuestro y los pensamientos impuros te acompañan de la manita en tus etapas vitales hasta que te das cuenta de que no hay benevolencia, no tienes perdón ni final clemente como te han prometido. Olvidas a Dios y, sin remedio, continúas con el sexo. Pero, lo pides por favor, por favor, por favor que no pase, que no ocurra, por favor ayúdame: y clavas las rodillas, las hincas vergonzosas, huidizas, sufrientes y empiezas con la penitencia. Ay, ¡cómo nos va a pasar esto! ¡Así de jóvenes, así de puras, con todas las ganas de querer!
Los hombres que aman o que no aman, o que creen que aman, pero solo marcan y ni se acuerdan de tu cara, cambian el amor y la forma de entenderlo. Porque las cosas no significan siempre lo mismo. La superficialidad y fragilidad del amor líquido dominante es, también (cómo no), causa de nuestra flaqueza. El refuerzo intermitente (ahora sí, ahora no), la luz de gas (la negación, volverte loca), la ley de hielo (ignorarte, ya no existes) convierten a las mujeres en radares, en luces rojas, en alarmas que van con la corona de espinas enzarzada en la cabeza.
PUTA, el álbum, –y su consiguiente ostensión– es urgente, es válida y es significante porque esto que es de una, también lo es de todas. Para quién no lo comprenda, Marc Giró, comentarista del documental de Rocío Carrasco, lo explica: “Esto del hombre pobrecito a ver qué entiende o qué no entiende… pues no. Mira cariño, te lees tres libros y si tienes tres dedos de frente lo pillarás”.