Propaganda efectiva
Eduardo Naudín//
‘Chile’ y ‘política’ son dos palabras que por separado atraen, pero juntas son una mezcla explosiva. El documental Propaganda las une, en un viaje a la campaña presidencial chilena de 2013 de la mano de Christopher Murray.
Un coche maqueado con banderas, altavoces y un cartel en el que aparece una señora mayor -con cara de tener poco más que ofrecer que unos cuantos Werther’s Original o algo sacado del horno- atraviesa el desierto a ritmo de cutre-pop latino. “Chile es de todos”, escupe ese grotesco anuncio rodante en medio de la nada marrón. Así arranca Propaganda, el notable debut en solitario de Christopher Murray después de arrasar en festivales menores con su primer largo (Manuel de Ribera, 2010) junto a Pablo Carrera.
El documental nos cuela entre las bambalinas de la campaña presidencial chilena de 2013. La vencedora fue la socialdemócrata del delantal invisible, Michelle Bachelet. A pesar del derroche de recursos empleados por todos los partidos hubo un 60% de abstención. Y es que 40 años después del golpe hay una parte de la ciudadanía que es inmune a esas armas de propaganda, que no se las traga, que las percibe como banales u obscenas. Estudiantes y descreídos. Los chicos listos que han nacido sin partido y los viejos que apelan al espíritu de Allende.
El ridículo cinismo del que participan los distintos actores políticos queda bien patente enesta aguda crónica anti-panfletaria. Políticos, mass media y toda la jauría militante está obligada a verse a sí misma con sonrojo. Murray congela los instantes, extrae los matices de los primeros planos y juega con los silencios para subrayar el siniestro patetismo que habita en el reverso de una campaña electoral. No le hace falta una voz en off. Su lenguaje visual es sofisticado, seco y costumbrista. Su discurso diáfano, mordaz, sutil. Murray sabe cómo dejar hablar a las imágenes. Y, a diferencia de los candidatos a la presidencia chilena, él sí es capaz de convencernos de algo: la clase política está cada vez más despegada de la ciudadanía y la solución no pasa por invertir millones en merchandising electoral -que pronto reafirmará su condición de basura-, sino en escuchar a esa mayoría social que no ha ido a votar.
El documental mide las distancias entre la calle y las instituciones. Le salen kilómetros. Posee cierto aire romántico, idealista. Pero también es terrible contemplar a un mendigo pidiendo el voto para la derecha en un cartel con faltas de ortografía; o a esas amas de casa que eligen al soberano en función de su peinado; o a dos jóvenes periodistas hablando sobre cómo mirar a cámara durante varios minutos sin reparar ni un instante en la candidata que tienen al lado. Ese tipo de cosas, ese tipo de gente. Propaganda no grita ni señala con el dedo al estilo Michael Moore, sonríe ligeramente o levanta una ceja con ironía. Un documental inteligente, sobrio y necesario.