Rowena Shepard, la coleccionista de culturas

Marta Villarte //

Con 46 años, una hija trilingüe y un marido que hace las maletas y la sigue donde quiera que vaya, Rowena ha tachado de su lista de viajes 55 países y ha elegido España como su undécimo destino para vivir. La conciliación entre la vida personal y la ampliación de nuevos horizontes jamás ha sido un problema para ella. Su hija de cinco años tiene una lista más pequeña acorde a su edad, Andorra es el séptimo país que tacha, y si sigue así, no es de extrañar que gane en algún momento a Rowena.

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Los primeros pasos en el extranjero

Con diecisiete años y un nivel básico de alemán, Rowena Heinekein no entendía lo que su familia de acogida alemana le estaba ofreciendo. “Me dijeron en la primera semana ‘Wollen Sie nach Griechenland?’, y como no entendía casi alemán pues yo acepté. ‘ Ja, danke’”. En ningún momento de aquella conversación se podía imaginar que en su primera semana en Alemania como estudiante de intercambio la familia anfitriona le invitaría a ir de vacaciones a Grecia: “Tuve que ir, pero realmente no tenía ni idea de por qué me estaban llevando al aeropuerto”.

Así fue como en vez de tachar un país de su lista hizo un dos por uno. Rowena reconoce en este momento que su alemán era terrible, no entendía nada de lo que le estaban diciendo pero sin duda se enamoró de aquella experiencia. Lo que más le gustó de aquel viaje inesperado fue la libertad, conocer otras culturas pero sobre todo sentirse valiente y poder confiar en sí misma. ”Es increíble lo que puedes trasmitir sin conocer el lenguaje, simplemente si te muestras amable e interesada, con gestos y sonrisas te puedes comunicar perfectamente”.

Todos los miedos que Rowena tenía se extinguieron por completo, sentada ahí en una mesa rodeada de alemanes y griegos, tratando de explicarse a duras penas con su alemán y algo de inglés que tan solo unos pocos entendían. “En muchas ocasiones la gente me ha sonreído, me ha invitado a su casa y me ha puesto un plato sobre la mesa”, ese sentimiento de acogida y hospitalidad es lo que Rowena valora más de sus recuerdos en el extranjero.

Irlandeses por el mundo

A partir de ahí, el número de países visitados aumentó, la siguiente parada fue Escocia para estudiar una carrera y siguió viviendo y trabajando por todo el mundo, algo bastante común para los irlandeses. “En Irlanda no se considera inusual viajar y vivir en el extranjero, los pubs irlandeses son conocidos en el mundo entero, a cualquier sitio a donde vayas hay un pub irlandés porque hay una comunidad ahí, de hecho fui a uno en Camboya y no me lo podía creer”. De acuerdo con la ONU, en 2019 el 16,65% de la población irlandesa emigró a otros países, un 1,83% más que el año anterior, los principales destinos fueron Reino Unido, Estados Unidos y Australia. Rowena apenas puede recordar una tradición de su país de origen que no se conozca mundialmente por la cantidad de comunidades irlandesas por todo el mundo. “De hecho, cuando fui a vivir a Nueva Zelanda había tres o cuatro compañeros de mi colegio por la zona y otros dos en Australia, pude encontrar sin problemas música irlandesa, comida o bebida”. Ella sabe dónde se encuentran estas comunidades pero trata de evitarlas porque quiere conocer mejor a la gente local, aunque Rowena afirma que siempre está bien tener a alguien conocido a tu alrededor: “Cuando estaba en Indonesia sí que trabajé en un pub en el que el dueño casualmente era amigo de mi padre, porque esas cosas pasan con las personas irlandesas, que puedes encontrar a alguien que conozca a tu familia por todo el mundo”.

Una familia en cada punta del planeta

Rowena no sabría elegir cuál de sus hermanos es el más casero, los dos más pequeños se encuentran viviendo en Indonesia, su hermana trabaja en Vietnam y sus padres nunca dejaron de recorrer el mundo. Mientras Rowena y yo charlamos por Skype, su madre está disfrutando del clima de las Islas Canarias en su segunda residencia, pues ni siquiera a los setenta años ha dejado de cambiar su vivienda estacionalmente.

De niña, Rowena creció con las anécdotas que su madre le contaba sobre sus viajes. Su preferida, sin duda, era un recuerdo embarazoso en un  taxi de Nueva York:“ Ella llevaba una falda larga, salía de un taxi amarillo típico americano, cuando se dio cuenta de la mancha de sudor que había dejado en el taxi, mi madre siempre lo describía como si hubiera creado un lago dentro del taxi”, para Rowena esto era inaudito, el tiempo en Irlanda era muy diferente, mucho más frío y lluvioso, ella jamás había experimentado ese calor y cómo podría ser la atmósfera en una ciudad como Nueva York. “Son ese tipo de cosas que te hacen pensar, y más si eres pequeña, sobre lo que sucede fuera y lo diferente que puede ser todo.”

El retrato que guarda Irlanda

Mientras se imaginaba todas aquellas historias, Rowena se dedicaba a explorar y darse largos paseos por el campo, le fascinaban los animales; ovejas, perros, caballos… “El tiempo restante tenía que ayudar a mi madre a cuidar a mis hermanos pequeños, algo bastante común por aquel entonces. Recuerdo que teníamos siempre la puerta abierta con un reloj sobre ella que nos indicaba la hora a la que nos podíamos ir”, Rowena se sentía libre esas horas, podía correr por un bosque que se encontraba detrás de la granja donde vivía y apreciar las vistas al mar. Lo que amaba de Irlanda era poder disfrutar de la naturaleza pero lo que se grabó en su cabeza fueron las historias que le contaron en su niñez.

En todas las familias se encontraba un tío, que no necesariamente compartía su sangre, pero al que todo el mundo llamaba tío, estos eran misioneros en África y siempre que volvían traían consigo lo que más le gustaba a Rowena: una buena historia.

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El arte del storytelling es muy popular en Irlanda, sobre todo, en zonas rurales donde las familias numerosas, como la de Rowena, solían juntarse a comer. “Te contaban historias de sus vivencias, como cuando una jirafa se adentró en su campamento o cuando vio un rinoceronte de cerca. Recuerdo tener la imagen que me estaba contando en mi cabeza y todos esos animales que nos describía parecían reales”. El escritor Clodagh Brennan explica la figura de los seanchaís, que significa custodio de la tradición, en su libro Contemporany Irish Traditional Narratives, estas personas suelen contar historias a los más pequeños perpetrando así una tradición de más de mil años de antigüedad.

Una vida fuera de lo común

Rowena comprobó lo que era una vida monótona y estable a finales de sus veinte: “Comprendí que eso no me gustaba en absoluto, alquilé un pequeño apartamento en Glasgow, estuve como tres o cuatro años en un trabajo fijo, no me gustaba la idea de quedarme allí por un trabajo o por si pasa algo, prefería irme a vivir un tiempo a París o a Madrid …”. Muchas personas de su entorno creen que le asusta tener algo o compartir la vida con otras personas, “eso es absurdo, realmente tengo una hija y un marido desde hace siete años, simplemente no entienden mi vida”.

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La irlandesa se hartó por completo de la vida estable, y decidió vivir y viajar por todo el mundo. Así se recorrió Canadá, América, Australia, Nueva Zelanda, Fiji, Indonesia, Camboya, Vietnam… Ella lo describe cantando en inglés una de sus canciones favoritas que dice: “En cualquier lugar que dejo mi sombrero, esa es mi casa”. Rowena cree que cualquier lugar puede llegar a ser su hogar, no siente que deba tener un lugar fijo y eso le ha dado total flexibilidad y libertad como la que sentía cuando recorría los bosques de Irlanda. Pero este estilo de vida ha sido criticado hasta por los que han compartido con ella alguna de estas vivencias, “creían que como toda aventura, esta debe acabar. Yo creo que la aventura es mi vida”. Cuando se quedó embarazada de su pareja decidieron seguir adelante, se fueron a Nueva York, Londres, Francia… “Le dije a mi pareja que quería seguir viajando y él no tuvo ningún problema con ello, así que aquí estamos”.

Vivir experiencias es primordial para Rowena, el trabajo lo relega a una segunda posición, simplemente lo ve como un medio para ganar dinero y seguir viajando. “No tengo casi pertenencias como una casa o  un coche propio, eso hace que la gente se ponga realmente nerviosa, a veces pienso en qué pasará cuando me jubile pero ni siquiera sé donde estaré o que habrá pasado así que no me preocupa”. Rowena cree que la gente se ata a las cosas que tiene para sentirse segura, “en Irlanda como en España es muy popular comprar y comprar para tener cosas que nos hagan felices o seguros, es consumismo puro y duro”.

Gilles Lipovetsky relata en su libro La felicidad paradójica cómo hemos entrado en una sociedad de hiperconsumo donde las personas compran constantemente experiencias emocionales a través de nuevos bienes creyendo que eso mejorará su vida. Sin embargo, el autor advierte que este espíritu de consumo ha conseguido infiltrarse hasta las relaciones con la familia, con la cultura y el tiempo libre, y lejos de proporcionar la felicidad, consigue la insatisfacción constante del individuo.

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Aunque en inglés e intentando soltar alguna palabra en español, Rowena reflexiona sobre que lo único que le diferencia de otras personas con las que se topa en su día a día, quizás sea que su mentalidad es diferente gracias a sus viajes y no le de tanta importancia a los bienes materiales.

Tanto ella como su marido han decidido establecerse en Zaragoza hasta que su hija Deren, que significa “el sueño de los dioses”, acabe la educación primaria. Esto no hace que Rowena deje de ser ella misma o se quede anclada en España. “Se me brinda la oportunidad de conocer realmente muchos sitios de España, mi mentalidad no es solo quedarme en Zaragoza, comprarme una casa y ya está, quiero visitar todos los lugares que tenga oportunidad” En este momento el libro que se encuentra en la mesilla de su dormitorio se titula Qué ver en España, esta noche le toca Toledo.

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