San Sebastián en trozos de papel
Gloria Serrano //
“Tu corazón en mí (va con el mío)”
E. Cummings
Explicaba Henri Cartier-Bresson que la fotografía consiste en “captar en un segundo la emoción que provoca el sujeto y la belleza de la forma”. Decía, “es ver y sentir, es el ojo sorprendido el que decide. La fotografía es percibir un ritmo en la realidad. Poner en la misma línea de mira el ojo, el alma y el corazón. Es buscar el equilibrio entre mirada, inteligencia y corazón. Es tu memoria en trozos de papel”.
Este verano pasé tres días en San Sebastián, la Capital Europea de la Cultura 2016, la de los deliciosos pintxos, la que tiene tres playas: la Concha, Ondarreta y Zurriola. Como cualquier visitante primerizo, bajé al puerto y caminé por la parte antigua; así conocí sus terrazas y sus mercados, también sus bares y sus callejuelas de balcones con banderas y muros garabateados con consignas de las que solo entendí una palabra: Amnistía.
Por el Paseo de la Concha vi a surfistas cargando sus tablas y a la gente amontonarse en las tiendas de helados que, como se suele decir, ‘hicieron su agosto’. Escuché a un par de músicos callejeros en la Plaza Easo y me senté en una banca de la Plaza Gipuzkoa a respirar, en calma, la calma alrededor. Y a la entrada de una panadería artesanal, observé extasiada a una chica que partía con la mano –y sin conmiseración– un celestial trozo de hogaza recién horneada que, de a poco, se fue comiendo montada en bicicleta.
Probé la pizza que preparan en la cafetería del Centro Internacional de Cultura Contemporánea Tabakalera y después deambulé como extraviada por sus instalaciones. Caminé en distintas horas, con y sin propósito, mezclándome entre los turistas que en su mayoría hablaban francés. Visité Pasaia, recorrí el Pasaje de San Pedro (Pasai San Pedro) hasta llegar a Albaola, la Factoría Marítima Vasca donde se construye –a paso de tortuga– una réplica de la Nao San Juan, el ballenero que se hundió en la costa de Canadá en 1565. Más tarde, en lancha, atravesé el canal que separa San Pedro del Pasaje San Juan (Pasai Donibane), el extremo opuesto de la bahía desde el que es posible otear las siluetas, delineadas sobre rocas, de los cuatro miembros de los Comandos Autónomos Anticapitalistas (CAA) que en 1984 murieron en la llamada “Emboscada de Pasaia”. Supe de su historia a través de Juan, mi amigo y anfitrión donostiarra, mientras comíamos sardinas asadas en un paradero del lugar.
De cada paso conservo un recuerdo visual, una fotografía. Algunas magníficas; otras, no tanto. Sin embargo, una de aquellas mañanas en Donosti, me topé con esta imagen. Fue lo primero que vieron mis ojos al despertar y no pude resistirme a hacer una foto para fijar la sutileza, la perfección del momento que reflejaba de manera exacta mi estado de ánimo. La calidez del hogar, el latir pausado de la existencia, la luz natural entrando por la ventana. Todo estaba ahí, dispuesto espontáneamente para causar asombro cuando se sabe mirar. Si a ello le sumo lo afortunado del encuentro –con Juan y su esposa Frauke–, nuestras conversaciones, y caminatas o la sabiduría disfrazada que descubrí en sus actos, regresar a las palabras de Antoine de Saint-Exupéry es, para mí, inevitable: “Solo existe un verdadero lujo y es el de las relaciones humanas”.
Hoy, desde Madrid y confiando en mi memoria, puedo decirles que no fue la belleza insolente del atardecer ni el color turquesa oscuro del mar lo que guardo –y elijo– como prontuario de aquellos días en el País Vasco. Del variado repertorio de paisajes, es esta estampa el mejor y más rápido camino de retorno para reunirme con ellos, mis afectos, y para comprender cómo se urden esos trozos de hilo, los delgados filamentos –las hebras de paz– que nos sostienen y reconcilian con la vida. Los mismos que nos permiten comenzar con el amanecer, día tras día. Nuevamente, a pesar de todo, a pesar de uno mismo; como si fuera el primero, como si no hubiera otro.
Autora:
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![]() Periodista mexicana en Madrid, siempre buscando la grieta en el muro. Máster en Gestión de Políticas y Proyectos Culturales (Universidad de Zaragoza). “Saber mirar y saber decir” son los principales retos del periodismo que aspira a no quedarse en el olvido, que intenta contar algo más que una simple historia. Para mí, cultura se escribe en plural, es la fiesta de lo colectivo.
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