Un vivo en el cementerio: entre Zaragoza y Ecuador, un balón

Javier Gracia Ortega//

El fútbol muta, los símbolos que lo universalizaron prevalecen. Por eso, de entre todos los jugadores que disputan el partido, solo el que luce el diez es capaz de domar la pelota con la elegancia que se le presupone. La jugada nace de su bota izquierda, intenta reproducirse en la de algún compañero y, si lo consigue, muere sentenciada por el bote alto que ofrece una cancha de tierra: es casi imposible desbravar el balón. Por suerte para los futbolistas, la tierra y las piedras no solo dificultan el juego; también aquilatan el valor de cada acción.

El camino que lleva al campo del antiguo Montecarlo -así se conoce la cancha por hospedar en el pasado a la Unión Deportiva Montecarlo antes de que el club rojillo se trasladase al barrio zaragozano de La Paz- discurre en paralelo a las tapias del cementerio de Torrero. El sendero se ha habilitado para que circulen bicicletas. Desde aquí, los ciclistas pueden acceder a un parque construido no hace mucho, adentrarse en los pinares de Torrero o llegar a pedaladas hasta el gigante centro comercial Puerto Venecia. A la derecha del sendero, compartiendo el muro con el campo santo, lo que hace años era un campo de fútbol abandonado sin más goles que contemplar, se ha convertido ahora en dos terrenos de juego separados por varias casetas prefabricadas que hacen las veces de vestuarios. En 2002, la Asociación de Deportistas Ecuatorianos ocupó -con el consentimiento de la asociación de vecinos de Torrero- el campo y lo rescató del olvido: le ofreció historias que alojar de nuevo. El muro que separa el campo del cementerio, decorado con los escudos de los principales equipos de las ligas, colorea una estampa en la que el tono desértico lo abarca todo. Es sábado, y como cada fin de semana, Torrero se convierte en el epicentro del fútbol ecuatoriano en Zaragoza. Los partidos han arrancado a la una del mediodía y en las inmediaciones de los dos campos de fútbol parece no caber ni un coche más. En el terreno de juego no hay banquillos ni sistema de alumbrado. Solo lo básico: porterías, pelota y árbitro. Subyace bajo esta infraestructura humilde el proyecto más ambicioso que uno puede imaginar: el de sentirse como en casa.

En el terreno de juego, Quito vence a Famili por dos goles a cero en un partido de la segunda división. A las 3 de la tarde del primer fin de semana caluroso del año, las sombrillas cumplen una función primordial. Los espectadores buscan refugio bajo alguna de ellas. Los equipos que disputarán el siguiente encuentro realizan ejercicios de calentamiento y esperan para saltar al campo en cuanto finalice el partido. Conforme el partido agoniza, el árbitro se convierte en la diana de los dardos verbales que lanza el equipo perdedor: “Hay que estar más atento árbitro”. El colegiado, Wilson Chuquilla, no duda y muestra la amarilla. Cuando la pelota se cuelga por cuarta vez en el cementerio, las protestas hacia el árbitro se recrudecen. Un jugador del equipo con más prisa salta el muro y regresa del cementerio con el balón. “¡El tiempo árbitro, el tiempo!”, vocea otro futbolista. Wilson Chuquilla lleva 5 años en España. Es árbitro de la Federación Aragonesa y también colabora con la Asociación de Deportistas Ecuatorianos.

– En solo un tiempo, se han colgado tres balones en el cementerio ¿Suele pasar siempre?

– Sí, la pelota suele colgarse siempre en ese lado. A veces son tácticas de los jugadores del equipo que está ganando. Lo primero que hace un equipo cuando va ganando es colgarla al otro lado para que corra el tiempo. Y aquí, el reglamento de competición de la liga no permite añadir más minutos del tiempo reglamentario- 40 minutos cada parte-. No hay que añadir más. El equipo que va perdiendo siempre se queja de que hay que añadir más tiempo, pero el reglamento no dice eso.

Es muy difícil, ¿no?

– Bastante complicado. Pero me gusta. Allá en Ecuador fui árbitro durante 16 años en barriales. Acá, cuando vine me integré en la Federación Aragonesa, pero por la edad no pude ascender de categoría. Los jugadores siempre tratan de presionar, pero el fútbol es así. Nosotros siempre seremos criticados, pero hacemos nuestra labor y lo que más está al alcance de nosotros.

¿Qué función cumple esta asociación montando esta liga de partidos entre gente que ha tenido que marcharse de su país?

– La función principal es la labor de estar unidos. Especialmente los ecuatorianos, pero no solo ellos, sino integrar a toda la comunidad inmigrante para que hagan deporte. Unir lazos. Básicamente distraer, esa es la función principal. No tenemos otro afán más que unir a la gente que está fuera de su país.

Campo de juego de la Asociación de Deportistas Ecuatorianos
Campo de juego de la Asociación de Deportistas Ecuatorianos

La Asociación de Deportistas Ecuatorianos de Zaragoza nació en el año 1999 y es la que organiza el torneo futbolístico que cada fin de semana revive los aledaños del cementerio. Nació como respuesta al boom de la inmigración en España, donde la comunidad ecuatoriana tuvo un peso importante. “La asociación se creó como una necesidad de los emigrantes. Nosotros al encontrarnos fuera de nuestra tierra, siempre nos reuníamos para hacer algo. Tienes que hacer algo. O hacer deporte o recordar, porque la nostalgia es muy dura. Entonces, una manera de olvidar esa nostalgia que teníamos era hacer un poco de deporte”, aclara Alfredo Villalba, vicepresidente de la Asociación. Una década más tarde, la Asociación no está formada solo por deportistas ecuatorianos. Repartidos en las cinco categorías juegan inmigrantes de diferentes nacionalidades: venezolanos, uruguayos, peruanos, colombianos…

Gracias a que la Asociación no tiene ánimo de lucro, cada año la temporada arranca con un gran número de equipos y de jugadores. Siempre hay gente dispuesta a inscribirse en los equipos. Con el paso de los años, en la Asociación ha surgido la preocupación por las nuevas generaciones, aquellas que nacieron ya en España. “Este año hemos creado la comisión de cultura porque también vemos la necesidad de, además de hacer deporte, presentar algo de cultura. Los jóvenes que vienen detrás están perdiendo la cultura que tenemos nosotros”, explica Alfredo.

Cuando el partido finaliza, el portero del Nantes – equipo de la primera división- , Cristian Camilo Martínez, de 17 años, busca un rato de sombra junto a sus compañeros. El Nantes ha ganado por dos goles a uno al Ciudad América y ahora él y su equipo se reponen del esfuerzo realizado tomando algún refresco. Cristian nació en Colombia, pero desde hace 6 años reside en España. Juega de portero desde pequeño – jugó durante 3 temporadas en Helios – y desde hace 3 años juega en la liga que se organiza en Torrero. “Todos soñamos con jugar en un equipo de españoles, luego de ahí que nos fiche un equipo grande y poder triunfar en el fútbol… pero nunca se cumple eso”, aclara después de burlarse de lo idílico de la fantasía al tiempo que deja una ventana abierta: “hubo un chaval que estaba en la cantera del Zaragoza y lo fichó la cantera del barça el año pasado. No me sé el nombre. Creo que su tío juega por aquí”.

El presidente de la liga, Víctor Marcos, está ocupado desde primera hora de la mañana. Deambula por el campo con el móvil en la mano intentando localizar un camión lo suficientemente grande para transportar una portería. Hace una semana alguien robó una de las porterías pequeñas que sirven para disputar los partidos de la categoría senior – mayores de 40 años- y la portería nueva que habían encargado no va a poder llegar. Se suspenden los partidos que había previstos en esa parte del campo. “La Liga se inició en el año 2001, comenzamos jugando en el campo pequeño del Tío Jorge con una liga de 6 o 7 equipos. Luego nos hemos ido extendiendo y creciendo hasta los actuales momentos aquí en el barrio de Torrero, en el antiguo campo del Montecarlo. Llevamos ya 11 años de vida y cada temporada hemos ido creciendo tanto en las categorías masculina como femenina. En la actualidad tenemos 75 equipos distribuidos en cinco categorías: primera, segunda, femenina, infantil y senior”, explica Víctor. El parque del Tío Jorge pronto se quedó pequeño para una comunidad que no concibe un fin de semana sin deporte y aire libre, así que la Asociación decidió instalarse en el campo abandonado del antiguo Montecarlo. “Antes había unos vestuarios que estaban en malas condiciones, deteriorados, había construcción a mitad caída, en el suelo y nosotros nos apropiamos un poco del campo, lo hemos acondicionado y por hoy estás mirando una infraestructura que aunque es poca, es útil para desarrollar nuestra actividad”, recuerda el presidente de la liga. La ausencia de focos hace que los partidos se repartan entre la cancha de Torrero y la de Entrerríos, en La Jota, -esta sí que dispone de un sistema de iluminación-. Inconvenientes como el de la portería robada, recuerdan a la Asociación las limitaciones de su proyecto: el campo está abierto y puede acceder a él todo el que quiera. “Esta zona es zona protegida y no tenemos posibilidades de que nos la entreguen en comodato, entonces lo estamos utilizando en la medida que se pueda. Podría llegar el día en que si declaran ampliar el espacio de zona verde nos quedáramos sin campos de fútbol”.

“Como muy bien dicen, el fútbol es para hacer amistad. Es algo que te lleva a conocer a muchas personas, como ahora mismo que te he conocido a ti”. Con el dos a la espalda, Marco Guallichico aprovecha el descanso del partido para calentar. Además de jugar en el Famili, de segunda división, también juega en la categoría de mayores de 40 años. “El fútbol, en mi opinión, es lo mejor que se ha inventado la gente. Te olvidas de problemas de trabajo, familiares, de que tu familia esta allí. Entras a la cancha y te olvidas de todo prácticamente”. Marco lleva 15 años en España y 2 participando en el torneo. “Es una forma de recordar la forma de vida de nuestro país. En toda la ciudad encuentras ligas así como estas, hay muchísimas. Todo el año lo pasamos jugando. Esto en nuestro país es tradicional: pasar todo el fin de semana haciendo deporte”.

Un grupo de ciclistas recorre el sendero. Dejan a la derecha lo que en su día fue un muerto. Los contornos de los dos campos de fútbol son un ir y venir de coches, familias, jugadores y espectadores. No puede haber proyecto más ambicioso que el de sentirse como en casa. Los ciclistas desaparecen. Un poco más lejos, los pilares del flamante centro comercial de Puerto Venecia se erigen muy por encima de los pinos: reclaman para ellos solos el monopolio del ocio zaragozano.

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