Once upon a time in West Virginia

Texto: Tim Stark. Traducción: Maite Gobantes//

La voz de un norteamericano en España

Esto es lo que quiero decir: hay un lugar en mi país llamado West Virginia del que nunca has oído hablar. Fue mi hogar y me gustaría contar cómo es ese sitio y cómo me hace sentir. El lugar en el que nací no se parece en nada a los EEUU que yo estudiaba en el colegio. La mayoría de mis compatriotas no saben siquiera encontrar West Virginia en el mapa; muchos creen que Richmond, la capital del vecino estado de Virginia, es su capital; otros muchos no saben siquiera que es un estado independiente. Pero lo es: West Virginia es uno de los 50 estados de los Estados Unidos de América. Y quiero hablar de él porque yo nací allí y odio haber nacido allí.

Odio el lugar del que procedo y eso muchas veces me hace sentir como una especie de fraude. Me siento un fraude porque soy, desde muchos puntos de vista, extremadamente afortunado. En West Virginia era amado por mi familia y en casa no faltaba el dinero. Cuando cumplí 18, fui a la Universidad de Princeton, donde me gradué; y, ahora, acabo de dejar un empleo excelentemente pagado en el Sur de California para mudarme a vivir a España. No puedo quejarme, sin embargo, estoy enfadado y ese enfado tiene que ver con mi creencia  de que West Virginia no es un buen sitio para nacer. Pero tal vez esté equivocado, por eso quiero contar algunas historias…

Esto llevará un poco de tiempo y algún regreso al pasado. Pero empecemos:

En 1965 el Congreso de Estados Unidos creó la Comisión Regional de Los Apalaches para tratar a West Virginia, y a parte de algunos estados de los alrededores, como un país subdesarrollado extranjero. La idea era, y todavía es, ayudar a este pequeño estado para que pueda alcanzar un  desarrollo semejante al del resto del país. Hay algo irónico en el modo en el que el actual artículo de Wikipedia advierte de que este área “ha sido fuente de persistentes mitos y distorsiones que con frecuencia retratan a los habitantes de la región como analfabetos y propensos a actos de violencia”. Muchos “estudios sociológicos” nos animan a dejar atrás esta imagen.

Charleston WV
Charleston, en West Virginia

Pero en mi país decimos que si anda como un pato, nada como un pato y grazna como un pato… es un pato. West Virginia encabeza constantemente los ranking por la cola -aunque frecuentemente compite por el puesto 50 con el estado de Mississippi- en términos de salud, educación y oportunidades. WV se encuentra también con frecuencia a la cabeza en porcentaje de obesidad de la población y en otras deprimentes afecciones. La población está menguando y sus habitantes tienen una expectativa de vida igual a la de El Salvador (74 años, lo que significa 5 menos que la media nacional). Los pocos nuevos westvirginianos que nazcan tienen muchas probabilidades de ser blancos en un estado en el que el 94% de la población lo es. Solo un 1% de los habitantes ha nacido fuera de él y solo un 3% habla una segunda lengua. La mitad de la población del estado no trabaja.

Hace no mucho, algunos ciudadanos modificaron a propósito los tubos de escape de sus furgonetas para que produjeran un exceso de humo negro para desafiar los esfuerzos del antiguo presidente Obama para que el país y el estado dejaran atrás el consumo de combustible fósil. Ahora, muchos esperan que el nuevo presidente Trump les devuelva la explotación del carbón. Lo prometió. La capital del Estado (Charleston) no dispone de agua potable. Mi mejor amigo, Bill, llena bidones vacíos de leche de un manantial fuera de la zona cuyos suministros de agua fueron destruidos por los vertidos químicos de las minas en 2014. Todo, desde el río hasta el agua de la ducha, quedó arruinado en un día. Bill es de Mississippi. A él le gusta West Virginia.

Uno de cada cinco bebés nacidos en West Virginia llega al mundo con síndrome de abstinencia. Este dato supera, con mucho, la media nacional. Además, cuatro de los cinco condados con las tasas más altas de mortalidad por drogas de todo el país se encuentran en West Virginia. En uno de ellos, Cabell, que pertenece a la pequeña ciudad de Huntington -48.000 habitantes-, donde yo nací, veintiséis personas murieron por sobredosis de heroína en solo cuatro horas el pasado año.

Versión original

Here is what I want to tell you:  There is this place called West Virginia in my country,  a place  you’ve never heard of.  It was my home and I want you to know how I feel about that.   It is not like the “USA” I was schooled about growing up in the USA, in the very place I am talking about.  Most of my countrymen confuse the name with another place that could not be more its opposite.  They name Richmond, a city in a different state (Virginia) as its capital and they can’t find it on a map; most don’t even know it is a separate state.  And yet West Virginia is one of the 50 United States of America.  I want you to know about it because I was born there and I hate it.

I hate where I am from and that makes me feel like a fake.  I feel like a fake because by most standards I am extremely fortunate.  In West Virginia I was loved and fed.  When I was 18 I went to Princeton University and, before recently moving to Bilbao, I had a well-paying, high-tech job in Southern California.   Yet I’m angry and I connect that to my belief that maybe West Virginia is not such a good place to be from.  As I said, my grievance seems illegitimate to me.  So I want to describe my experiences to you – perhaps I’m ignoring something you might see – yourself not being so close to the source.

This will take some time and some going back.  Let’s start with where things are now:

In 1965 congress created the Appalachian Regional Commission to treat all of West Virginia, and parts of surrounding states, like an underdeveloped foreign land. The idea was and still is to help it catch up to the rest of the country.  Somewhat ironically the current Wikipedia description of West Virginia admonishes us for looking down on Appalachia:  the area “…has been a source of enduring myths and distortions…[which]…often portrayed the region’s inhabitants as uneducated and prone to impulsive acts of violence…”.  We are encouraged by “sociological studies” to move beyond that impression.

We have this saying in American English about things that walk like a duck…West Virginia consistently ranks at the bottom (often competing for #50 with Mississippi) in terms of health, opportunity, and education.  The state regularly ranks number one for obesity and other dismal superlatives.  West Virginia is a “net mortality society”, meaning more die than are born there, and has a life expectancy equal to El Salvador (74, which is 5 years below the national average, over 7 below Spain). The few new West Virginians there are  more likely to be white in a state that is already 94% white.  Only 1% of the citizens are foreign-born and only 3% speak a second language. Half of the people living in West Virginia do not work.  

Some of those that do purposefully adjust the ignition of their diesel pickup trucks to produce excess dark smoke in defiance of former President Obama’s efforts to move the state and the country past fossil fuels. They are waiting for the new president to bring coal back.  He promised.  The state capital (Charleston) does not have potable drinking water.  My best friend, Bill, drives plastic milk jugs to a spring outside the 9-county capital zone whose water supply was destroyed by mining chemicals in 2014. All of it, from the river source to his shower, ruined in one day.  Bill is from Mississippi; he likes West Virginia.

About one in every five babies born in West Virginia is addicted to a drug.  This is several times the national average.  Four of the five counties in the US with the highest rates of drug-induced death are here, too.  One of those, Cabell, includes the small city of Huntington, where I was born in 1964, and where last year, out of a population of only 48,000 people, 24 overdosed on heroin in just four hours.

Please, have a seat, I have some violent stories for you.  I want you to tell me if they sound, well, normal.  I want to know if they are what you expected when I asked you to let me tell you about my home.

5 comentarios en “Once upon a time in West Virginia

  • el 29 septiembre, 2017 a las 10:23
    Permalink

    Lo confieso: no sabía que existía un estado en Estados Unidos llamado West Virginia. Produce mucha tristeza la pandemia de drogodependencia que el artículo señala. Uno imagina que los escenarios para el consumo masivo son los barrios de Chicago o Nueva York, pero parece que no solo, que la América profunda, rural y ‘trumpista’ también sabe mucho de esto. Lo dicho: mucha tristeza.

    Respuesta
  • el 29 septiembre, 2017 a las 15:24
    Permalink

    Muy interesante lo que narras!!!
    Enhorabuena
    Espero que continúes

    Respuesta
  • el 3 octubre, 2017 a las 08:46
    Permalink

    Gracias por comentar. Yo imaginaba lo mismo aunque soy de WV. Los estados que votan ‘conservador’ son, como una regla (as a rule), los que tienen los peores de problemas de salud, etc., incluso de drogas.

    Respuesta
  • el 3 octubre, 2017 a las 20:35
    Permalink

    Por tu apellido pensaba que eras de Winterfell… jajaja.
    Bromas aparte, muy buen artículo, no conocía West Virginia ni sus problemas. Espero que en España te vaya muy bien, como dice el refrán español «uno no es de donde nace sino de donde pace» (de donde vive, de donde come) jeje.

    Respuesta

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *