El sindiós ibérico

Elena Jiménez Martín//

Dios mío, ¿qué es España?” La frase de Ortega y Gasset en Meditaciones del Quijote (1914) apela a Dios –el recurso de fe de un agnóstico a la desesperada– para resolver el rompecabezas qué es España desde su constitución como nación en el siglo XIX.

A efectos prácticos y políticos, España se organiza como un Estado social y democrático de derecho cuya forma de Gobierno es la monarquía parlamentaria. No obstante, la teorización sobre las patrias de cualquier índole provoca, de manera forzosa, un desplazamiento hacia la sangre y la ideología. Y el caso de España no iba a ser menos.

El ser que habita en España se suele reconocer y es reconocido con el adjetivo “español”. “Español”, decía Cánovas, “es el que no puede ser otra cosa”. Si bien la nación crea esa identidad inevitable con la que es preciso presentarnos, esa identificación (o más bien, el significado de la misma) fluctuará y se adaptará según el marco histórico que nos acompañe.

Ahora bien, si para hablar de país habíamos de recurrir a las creencias y para explicar a los españoles urgía la identidad, para ilustrar las partes identitarias que conforman España, necesitaremos aunar los conceptos de “ideología” e “identidad”.

Señas de identidad

Cuando son dos los protagonistas implicados en la cuestión –véase, en este caso, la izquierda y la derecha española– se recurre a la definición por oposición. El “izquierdismo”, como (bien) apunta Santiago Alba Rico, “es la mitad débil de un país siamés en el que cada una de las dos partes depende de la otra para mantener con vida un engendro inevitablemente de derechas”. Ese engendro, España, se rechaza tímidamente o abiertamente (como ocurre con los nacionalismos vasco y catalán) a causa de unos símbolos tales como la rojigualda, el himno (sin letra) o los toros. El imaginario español, indican Javier Moreno y Xosé M. Núñez “sirve para moldear identidades nacionales, ayuda en la nacionalización de las poblaciones y legitima regímenes y movimientos políticos nacionalistas”. Y es por la historia política y por la apropiación que ha emprendido la derecha por lo que los izquierdosos lo desprecian.

Toro de Osborne situado en la finca de Son Munar (Baleares)

España, como concepto, es la que constituye el problema. La crisis de identidad en la que se ve sumergida la parte zurda del país pasa por apreciar el territorio desde otras lupas. Se crean otros nacionalismos que se agrupan bajo la óptica de la cultura y se discuten en el foco de la opinión pública.

Apoyándome en el trabajo de Gilberto Giménez: “Nuestra identidad solo puede consistir en la apropiación distintiva de ciertos repertorios culturales que se encuentran en nuestro entorno social, en nuestro grupo o en nuestra sociedad”. No obstante, las identidades colectivas no son homogéneas ni están acotadas. Y continúa: “Un grupo o una comunidad no constituye una entidad discreta y claramente delimitada como nuestro cuerpo, que es la entidad material y orgánica en la que se concreta nuestra identidad individual. Yo sé dónde comienza y termina mi cuerpo, pero ¿dónde comienza y termina realmente un vecindario, un barrio, un movimiento social o un partido político? […]. Hay que estar construyendo permanentemente al partido político o al grupo en cuestión”.

Los sectores de la izquierda –en constante remodelación– conforman su identidad a través de tipos. Modelos intelectuales como han podido resultar en otras épocas para la mayoría española las figuras de “El Quijote”, “Carmen” o “Don Juan”. Sus símbolos identitarios se alejan de lo iconográfico y tradicional y se centran en la teorización continúa sobre el pueblo español.

El multiculturalismo, los transgénero (dentro del feminismo) o los precios del alquiler –entre otras preocupaciones como el ecologismo, las condiciones de los trabajadores o el veganismo– se erigen como objetos de debate académico. El relato de “los unos” en contraposición de “los otros” continúa, esta vez distinguiendo entre una posición radical y una moderada. Algunos de los tipos que reforzarán estas vertientes serán: Daniel Bernabé o Víctor Lenore dentro de la izquierda más moderada, realista o neomaterialista y Elizabeth Duval o Samantha Hudson desde una perspectiva más radical y posmodernista.

La izquierda más izquierda

Todos los razonamientos que los autores de la izquierda más moderada -pero situada a la izquierda- plantean, propugnan cómo la diversidad y la subcultura de lo moderno legitiman los valores de la clase dominante y de la economía neocapitalista. Todo, claro, reforzado por el caldo de cultivo proveniente de Estados Unidos.

“En nuestras series de televisión vemos un emigrante, un gay, un vegetariano… y, con ellos, toda la conflictividad cotidiana presentada de forma banal, pero nunca aparece uno de los protagonistas volviendo del trabajo indignado porque su jefe no le paga las horas extras o porque ese mes lleva encadenados cinco contratos de dos días de duración. No existe la clase trabajadora, y menos todavía el conflicto social de clase. Pero la serie será percibida como progresista porque nos ha presentado y ensalzado la diversidad como baluarte de pluralidad, tolerancia y vanguardia ideológica”. Daniel Bernabé en La trampa de la diversidad.

 

Fotograma de la serie “Sense 8” como ejemplo de producto televisivo que muestra la diversidad

Son urgentes etiquetas sociales que definan qué somos, voces qué dicten cuál es nuestra identidad porque el mundo posmoderno bajo el que vivimos ha provocado la fragmentación de la misma. “Bienvenidos al indie, pero no como apócope de independencia sino de individualismo”. Víctor Lenore en Indies, Hipsters y Gafapastas.

La contracultura actual es individualista, apolítica e inofensiva para el poder. Los movimientos sociales son una distracción de las “grandes luchas”. La coherencia personal prima sobre los debates colectivos. Casi todo es culpa de entes abstractos: “el globalismo”, “la diversidad”, “el mercado”, “el tecnofetichisimo”, “el neoliberalismo”, “el capital”.

En un resumen un tanto apretado, el diagnóstico final pasa por una propuesta que retome la política al estilo de acción colectiva. Como dicta Bernabé de una manera más didáctica, para ellos, hay que recuperar la revolución socialista porque “la izquierda no puede ganar al neoliberalismo en su propio terreno de juego […]. Ahí es donde llevamos desde mediados de los noventa y es algo que solo ha servido para vaciar los partidos, los sindicatos y los programas ideológicos. Para dejar nuestra identidad tiritando”.

Twitter como ratificación de la existencia posmoderna

La identidad representa un acto creativo en el que preguntarse por la propia existencia a partir de las características que definen al grupo al cual uno siente pertenecer. Twitter constituye, en este caso, un espacio en el que poder reafirmarse a través de los otros.

El tema de lo nacional, lo folclórico y cañí se aviva con una existencia posmoderna marcada por la globalización, que, a su vez, propicia una difusión de identidades patrias. ¿Quién me dice qué debo ser cuando soy un batiburrillo de cosas inconexas en apariencia?

Es más, ¿qué supone en mí vivir una realidad posmoderna? Y, ¿soy incoherente como militante de izquierdas si no aborrezco la posmodernidad?

Por aportar una definición detallada del fenómeno de “posmodernidad” (que permitirá, de manera implícita, resolver alguna de las cuestiones arriba planteadas), Terry Eagleton desglosa: “El posmodernismo es escéptico ante la verdad, la unidad y el progreso, se opone a lo que se entiende que es elitismo en la cultura, tiende hacia el relativismo cultural y celebra el pluralismo, la discontinuidad y la heterogeneidad”.

Como apogeo de dichas cualidades se encuentran las personas trans. Entre ellas, algunas resaltan por haberse convertido en arquetipos de la posmodernidad. Puede que Samantha Hudson desde su posición polifacética, pero, sobre todo, como celebridad de Internet construya la voz de una generación, describiendo de manera fácil y excéntrica, la realidad actual del consumismo, la izquierda y la sociedad.

Samantha Hudson con top ACAB en la gala Premios Feroz 2021

Fuente: Gen Playz

Fotogramas del programa de Gen Playz

“Compras compulsivas: ¿Somos adictos a gastar en chorradas?”

“Estoy superprecaria, trabajando 40 horas y no tengo ni un minuto libre, me carcome el dolor por dentro… Y como no sé gestionar todas esas cosas, me busco un problema exterior con una fácil solución para volver a sentir que tengo el control y las riendas de mi vida. Y dices: ‘No sé gestionar mi vida, ni mis emociones ni que esté explotada en el trabajo. Bueno, pero como me hace falta un pimentero eléctrico, me lo compro y ya tengo un problema más solucionado en mi vida’. Pero es mentira, en realidad ese problema nunca ha estado ahí”.

9/03/2021

Fuente: IzquierdaDiario.es

“Los maricones somos la efigie del capitalismo, la representación de la posmodernidad y un instrumento del diablo… Ahora, ser un hombre hiper-masculino y transmisógino, eso es la pera limonera. ¡Pues no, cariño! Todas las personas estamos atravesadas por nuestro sistema socio-económico y, nuestra forma de socializar, es siempre consecuencia del contexto y las circunstancias. […]. ‘La clase’ no es solo ser pobre o ser rica, también es la raza o el género”.

Desde una postura académica, Elizabeth Duval (que no ha sido menos comentada en la red social) desarrolla en su libro Después de lo trans los motivos por los que habría que discordar con las hipótesis de los citados realistas (Bernabé y Lenore, entre otros) –razones que aquí no cabe explicar–. Asimismo, intenta argumentar por qué la izquierda queda dividida, cuando podría conformar un grupo más amplio y útil: “Entiendo que […] nos salga a todos la carcajada cuando vemos que alguien se burla de la jerga de esos ‘neomaterialistas’ que tan mal nos caen y nos tienen bloqueados en Twitter. Lo nocivo es que esta risa, como afines a nuestros allegados, cierra aún más las fronteras de nuestro grupo y nos condena a mirarnos entre iguales cada vez más parecidos entre sí, pero más excluyentes. En política, en diversas ocasiones, es mucho más útil afianzar la identidad de un grupo e intentar que se construya sobre bases más sólidas que intentar elaborar un grupo más amplio y permeable a otras visiones e inquietudes”.

Llegados a este punto, sabemos –por Álvarez Junco– que España se construye como mater dolorosa se mire por donde se mire. La identidad nacional se convierte en indeseable por la posibilidad de alabar otras -y nuevas- posibilidades identitarias. Somos españoles, pero, a menudo, extranjeros de nosotros mismos. Es más fácil desentenderse de España. Nos convertimos en antiespañoles, pero solo hasta la final de un Mundial, hasta la viralización de un producto, el éxito de un hit o hasta que emigramos y la nostalgia nos arrastra. Mientras habitamos la tierra, somos españoles de una forma superficial. Causa de un “nacionalismo banal” que crea lazos seguros, incluso entre zurdos y diestros. Banalidades tales como “El Madrileño” y el disco (supuestamente) más español del año. Un artífice víctima de reflexiones identitarias, que ha dado que hablar incluso a aquellos que venían solo a discutir las condiciones materiales del obrero.

En definitiva, y como narraba Machado: “Escribir para el pueblo es, por de pronto, escribir para el hombre de nuestra raza, de nuestra tierra, de nuestra habla. […]. En España casi todo lo grande es obra del pueblo o para el pueblo”.  Escribir para el pueblo, lo hace Tangana, sin primacía, con identidad colectiva y afortunada banalidad. “En España lo esencialmente aristocrático es en cierto modo lo popular”.

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