La banca siempre gana
Diego Pinilla //
El pasado jueves 13 de mayo salí de la biblioteca María Moliner de la Universidad de Zaragoza en dirección a la parada del tranvía situada en la Plaza de San Francisco. Por fin podía despejarme después de una intensa tarde de estudio –típica del final de curso-. Pasé por la acera de enfrente de la popular ‘City‘ de Zaragoza. Varios grupos de jóvenes disfrutaban del buen tiempo en torno a mesas de bar en las que solo se veían jarras de cerveza, y llegué al Paseo Fernando El Católico. Pero en los últimos metros del camino, algo llamó mi atención. Un grupo de unas treinta personas se había concentrado para exigir al Ayuntamiento la no concesión de las licencias de apertura de varios salones de juego que pretenden instalarse en el distrito Universidad.
Qué difícil es encontrar soluciones a problemas sociales tan extendidos entre la población como lo es el juego patológico. Qué difícil debe ser que cada vez haya más jóvenes involucrados. Y qué difícil es que los medios no cuenten, no denuncien. Los únicos momentos en los que las apuestas existen parecen ser durante los espacios publicitarios y a altas horas de la madrugada, pero siempre para incitar al juego. Porque cuando se trata de llenarse los bolsillos, no importan las consecuencias ni las víctimas. Sin duda, la dificultad de este asunto llega a su máximo nivel cuando aparecen las instituciones. Esas que ni siquiera se plantean introducir medidas regulatorias reales con las que proteger a los ciudadanos de caer en esta adicción. La salud pública queda relegada a un segundo plano cuando hay un interés económico detrás.
Más de ochenta locales de apuestas inundan los barrios populares de Zaragoza. Treinta de ellos a menos de 500 metros de un centro educativo. Y las solicitudes de nuevas licencias, aperturas y ampliaciones no dejan de sucederse. Hoy en día el Ayuntamiento de Zaragoza ‘está trabajando’ en la modificación del Plan General de Ordenación Urbana, normativa por la que se quiere establecer una distancia mínima de 300 metros radiales entre los espacios de afluencia juvenil y la instalación de establecimientos relacionados con el sector del juego. Sin embargo, en el pleno municipal del mes de diciembre de 2020 se aprobó una iniciativa, propulsada por varias organizaciones juveniles, en la que se establecía una distancia mínima de 1000 metros. ¿Dónde queda la participación ciudadana en la vida política?
Algo similar sucede en el deporte, una de las opciones de ocio con más adeptos en todo el mundo y que, sin duda, atrae a un gran porcentaje de personas jóvenes. La Ley de la actividad física y el deporte de Aragón prohíbe “la inserción de publicidad de apuestas deportivas en las equipaciones, instalaciones, patrocinadores o similares de cualquier tipo de competición o evento deportivo”. Pese a ello, los dos clubes más importantes de la capital aragonesa, Basket Zaragoza y Real Zaragoza, tienen contratos vigentes con MarathonBet y William Hill, incumpliendo esta normativa con total impunidad. También el conjunto blanquillo ha infringido esta temporada la ley de la infancia y la adolescencia de Aragón desde el momento en el que dos jugadores menores de edad se enfundaron la camiseta del primer equipo en partido oficial. Mientras tanto, las autoridades alegan que las competiciones profesionales con carácter general están al margen de la intervención autonómica, echando balones fuera.
Esta lacra de los salones de juego sigue penetrando cada vez con más fuerza en nuestra sociedad. La industria del juego no se frena y su objetivo está cada vez más claro: llegar al público joven a través del deporte y su posición estratégica en los entornos educativos. Organizaciones juveniles, plataformas, madres y padres son conscientes del peligro que corren sus familiares, y reclaman cambios. Entretanto, empresarios e instituciones miran hacia otro lado como si este enorme problema de salud pública no tuviera nada que ver con ellos.