Patricia Almarcegui, la mujer de Oriente

Marta López//

«Cuando Occidente mira hacia Oriente sin prejuicios ni estereotipos, cuando las palabras se basan en los hechos vividos, y se mima cada pensamiento antes de que salga hacia oídos ajenos, el viaje -leído y vivido- revela todo su valor».
M.L

Tiene los ojos pequeños y rasgados, como dos esferas inquietas de ónice. Una chispa de alegría salta en su mirada cuando habla entre parpadeos. Es delgada y alta, y la postura natural de su cuerpo, probablemente proveniente de su infancia como bailarina de ballet, da elegancia a sus movimientos. El pelo, corto y bastante rubio, le resalta las alargadas facciones, y el flequillo ladeado la rejuvenece. Patricia Almarcegui casi no se maquilla. Sus pómulos altos  se acentúan cuando sonríe. La voz, clara y potente.

Aunque nació en Zaragoza -en 1969-, ahora reside en Menorca, donde “me importa que lo que vea sea hermoso, y lo más hermoso es la naturaleza; es lo mejor que hay”. Aun así sale de allí cada dos semanas para trabajar, pues en la isla solo escribe y, pese a aprovechar mejor el tiempo, acaba sintiéndose “encerrada”. Reconoce que, a veces, eso es necesario para escribir, sobre todo si se está trabajando en una narración fantástica, género que ahora está explorando.

Estudió Filología Hispánica en la Universidad de Zaragoza y se interesó por el orientalismo a raíz de leer a Edward Said, encaminando su tesis hacia ello, hasta obtener el Doctorado Europeo en Filosofía y Letras.

Tuvo un pasado como bailarina de ballet que comenzó en Zaragoza, y que la llevó a formar parte del Balleto di Roma; pero ni siquiera cuando lo dejó y comenzó sus estudios universitarios se imaginó que se dedicaría a la vida académica.

Tras diez años como profesora de Literatura Comparada en la Universidad Internacional de Cataluña (UIC), realizó una estancia de investigación en la Escuela de Altos Estudios de París. De allí, marchó a la Universidad Americana de El Cairo y posteriormente a la Sorbona de París. En 2010 fue invitada por el heredero intelectual de Edward Said, el profesor Hamid Dabashi, a realizar una investigación posdoctoral en el Instituto de Estudios de Medio Oriente de la Universidad de Columbia (Nueva York).

 Un motivo para muchos viajes

Para Patricia, la “fascinación  que Occidente ha sentido constantemente por Oriente se incrementó en el siglo XIX, cuando la magia y el romanticismo de éste impregnaron el arte occidental, sobre todo la pintura y la literatura”. Su pasión empezó hace ya más de tres lustros, y fue lo que la llevó a viajar. Estudió árabe durante cinco años, y en 1999 pasó en El Cario tres meses. De allí partió hacia Siria, pues su curiosidad innata le hizo querer comprobar si todo lo que había leído sobre esa tierra era verdad.

Almarcegui
Patricia Almarcegui

Otro de los motores que la impulsaban era que, en sus libros, los trotamundos de los siglos XVIII y XIX veían a los árabes como “ignorantes y supersticiosos”. Además, “los occidentales trataban a los islámicos de manera imperialista y con atributos negativos”, y esos estereotipos se repetían hasta fechas muy recientes. “La mirada del viajero sobre Oriente proyecta las carencias de su país en la percepción del islam”. Por ello decidió ver por sí misma cómo era esa cultura y  tratar de transmitírsela al resto del mundo.

No se considera una aventurera, y sin embargo ha vivido en Egipto, Yemen, Omán, Kirguistán, Uzbekistán, Túnez, Kosovo, Japón, India, Sri Lanka, Líbano y Siria, entre otros lugares. Aunque no descarta ningún destino que desconozca, se decanta por los parajes con belleza natural antes que por las grandes ciudades, a excepción de unas pocas europeas. Le gusta internarse en países de mayoría islámica, normalmente en solitario, pues desde que estuvo en Irán, viaja “para ver, para escribir, para leer y estar sola”. Esto se debe también a que viajar sin compañía es la forma de conocer a la gente nativa; y es una buena mezcla de “trabajo y placer”. Pese a lo que se suele creer en Occidente, viajar sola por Asia no es peligroso –siempre que lleves “el pasaporte y un par de tarjetas de crédito”-, aunque sí algo complicado; pero para ella, hace que la experiencia resulte “más intensa”.

Aunque no todo son cosas buenas; los continuos desplazamientos han dificultado algunas de sus relaciones personales. Sonriendo habla de hace unos años, cuando llegó a Zaragoza para ver a su familia después de haber estado en Barcelona y su padre, que estaba dando un paseo, volvió y le dijo: “Patri, que vengo solo a darte un beso y continuo con la bicicleta, porque cómo puede ser que llegues a casa, cojas algo y te vayas para dos años. Pues te doy un beso y así por lo menos ya te he visto”.

En sus viajes suele llevar en la maleta algún libro, música y el traje de baño; vaya donde vaya, porque “nunca se sabe, y me gusta muchísimo el agua; bañarme me va bien para trabajar”. Tampoco falta nunca un diario. Tiene en casa más de quince cuadernos escritos, desde el 2000 hasta la actualidad, donde apunta no solo lo que ve y hace, sino lo que siente, descubre y conoce. Por eso es capaz de volver a sentir la solemnidad que la envolvió en la ciudad de Fergana una noche de luna llena; o puede hablarnos de Maniré, una adolescente iraní con la que se encontró paseando, y con la que estuvo más de dos horas hablando sobre la situación de la mujer en occidente, en contraposición a su posición en la sociedad oriental. Lo escribe en el momento y cuando lo relee, aunque hayan pasado años, la invade la magia de los recuerdos y las palabras.

La escritora
La escritora

Para Patricia esta lectura posterior es un ritual. Por eso lee los cuadernos “al sol y en el jardín” de su casa menorquina.

Es muy consciente de cómo ha cambiado su forma de expresarse con los años, sobre todo desde 2009, cuando comienza a mezclar de manera más elaborada el diario con los viajes, formando “parte del viaje de la vida”. Además ha aprendido a ser fiel a su memoria, por lo que “bucea en ella” y redacta los recuerdos, aunque no sepa por qué aparecen esos y no otros.

Esta costumbre le ha resultado muy útil posteriormente al prepararse para escribir algunos de sus libros. Por eso recomienda la escritura de esos cuadernos como un “ejercicio teórico estupendo”. Además, los diarios de viajes consiguen que en cada libro haya un poquito de la escritora; un trocito de su alma, de sus sentimientos. Esto se debe a que, según la situación personal en la que se encuentra, varía su visión del mundo. Y ello se refleja en las palabras que después le sirven de guía. Patricia reconoce que en algunos viajes se ha llegado “a cansar de estar conmigo misma”, y eso ha afectado a sus anotaciones y a la perspectiva del viaje.

 De las notas a los libros

Actualmente la autora se encuentra de gira por España promocionando su último ensayo, mientras prepara un nuevo viaje a Irán -donde pasará dos meses-, y pone en marcha la publicación de El espacio olvidado, su novela más personal, donde imagina la vida que habría tenido de haber continuado su carrera como bailarina del Ballet Ruso. Al mismo tiempo está preparando Mis viajes a Asia Central e Irán, su primer libro basado únicamente en sus viajes. Además de colaboraciones habituales en el suplemento cultural del ABC y  las páginas de opinión de La Vanguardia, Patricia ha publicado más de 20 artículos sobre orientalismo, que han sido traducidos al inglés, francés y árabe; un monográfico sobre Edward Said en la Revista de Occidente; varios libros de ensayo: Los libros de viaje: realidad vivida y género literario (Akal, 2005), Ali Bey y los viajeros europeos a Oriente (Bellaterra, 2007), El sentido del viaje (Junta de Castilla y León, 2014); y una novela, El pintor y la viajera (Ediciones B, 2011).

Su última obra
Su última obra

“Desde la Antigüedad, el viaje ha sido una de las formas más destacadas para la representación de la humanidad […] a la hora de analizarlo hay que referirse a su prueba más prolífica hasta la actualidad, la literatura”. Así comienza su última obra, que le ha valido el segundo Premio de Ensayo Fray Luis de León. Como experta en orientalismo, literatura comparada y literatura de viajes, ha intentado crear el libro que habría necesitado al inicio de su tesis. De esta forma, condensa en 187 páginas el trabajo de cuatro años y la lectura de más de 70 libros. No es un manual al uso, pero sirve para organizar las ideas acumuladas en la mente de un cronista, mientras que su lectura aguda y liviana hace que se disfrute al margen del tipo de texto que sea.

Su amor por el periodismo, pese a que no lo ejerce pues, en sus palabras, es “muy lenta” para un oficio tan apresurado, dan como fruto obras de calidad, en las que cada frase ha sido cuidada en extremo para transmitir la idea exacta que la escritora tenía en mente.

En sus dos últimos libros rescata del pasado a una viajera del siglo XVIII, Mary Montagu. La que fuera aristócrata británica, escritora y viajera, fue también la primera persona en entrar a un baño turco, o a un harén, y contarle realmente a Occidente lo que era. Al igual que Almarcegui, Lady Mary estaba enamorada del orientalismo; pero ahí acaban las similitudes entre ambas. En numerosas entrevistas le han preguntado si hay algo de ella en el personaje histórico, y la respuesta –entre risas- siempre es “no, tengo poco que ver con Lady Montagu. Todo sucede en un contexto que conozco […], pero hasta ahí llega el parecido”. No se identifica con ninguno de sus personajes, aunque sí con algunos de sus pensamientos.

Según la autora el sentido del viaje es una “experiencia personal”, pues cada uno lo vive de manera diferente, “ninguna persona representa la realidad tal y como es, sino como ella la percibe”. Para Patricia, el haber elegido el viaje como tema de investigación y luego vivir como una viajera, hace que la experiencia sea más completa. Incluso los “malos tragos” acaban haciéndose un hueco en su memoria, no como algo negativo, sino como una nueva lección. Por ejemplo cuenta que “viajando sola por Uzbekistán no sabía que tenía que sellar mi pasaporte al salir de Samarcanda, y por ello tuve algún problema, fue una experiencia dura; pero no negativa”.

Habiendo conocido tantos lugares, hay una pregunta que acaba surgiendo: ¿Y si se viaja algún día para no volver? A veces ha pasado por su cabeza, pero ha desechado la idea porque, aunque la visiten su familia y amigos a donde quiera que vaya, no es lo mismo que volver a casa; además la “resaca del viajero” es una sensación demasiado buena como para perderla. Es esa nebulosa en la que vives cuando regresas de un viaje, cuando sientes que “te has quedado colgado de otra realidad y necesitas un tiempo para volver de verdad. Y no la cambiaría por nada”.

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