Las secuelas del acoso escolar: ni olvido ni perdón
Sofía Villa //
Después de la tormenta llega la calma. Lo que a veces no se cuenta, sin embargo, es que esa tormenta puede dejar graves secuelas que marquen a una persona para siempre. El acoso escolar no es una tormenta, es un huracán. Noelia Núñez estuvo dentro de él y, aunque logró salir, en ella quedan muchos resquicios de aquella época. Entre ellos, un profundo odio y rencor.
Era una mañana de septiembre. Los jóvenes dejaban atrás el verano y un nuevo curso escolar daba comienzo. A la hora del recreo, Noelia se encontraba sola, de pie en el patio, absorta en sus pensamientos. De repente, alguien se le acercó por detrás y, en menos de dos segundos, los pantalones cayeron a sus tobillos. La chica que se los bajó huyó corriendo, seguida de otros compañeros que reían con ella. A partir de entonces, Noelia comenzó a apretarse muy fuerte los pantalones de tal forma que se le cortaba la circulación y a veces se le dormían las piernas.
Esta es tan solo una de las muchas situaciones de acoso que Noelia ha sufrido durante años. Ahora, con 24, las recuerda lejanas, pero las recuerda. Las humillaciones comenzaron en el periodo de Educación Primaria. Un grupo de tres chicas, que supuestamente eran sus amigas, se reían de forma constante de lo que Noelia decía y hacía.
- Si no sabía algo de sexo, me ridiculizaban. Si decía ‘peine’, se reían diciendo que había dicho ‘pene’. Me sigo preguntando por qué me trataban así.
Estas continuas burlas provocaron en Noelia un terrible miedo que todavía hoy arrastra: miedo a hablar, a intervenir en una conversación, a decir lo que piensa. Con su familia, con sus (verdaderos) amigos, con su pareja… A Noelia le sigue suponiendo un enorme esfuerzo interactuar con los demás. Siente que, aunque lo que quiera decir tenga sentido, se van a reír de ella.
Los daños psicológicos que ha sufrido Noelia forman parte de los denominados externalizantes, según se explica en el artículo Frecuencia e intensidad en el acoso escolar: ¿Qué es qué en la victimización? Estos hacen referencia a todos aquellos que afectan al comportamiento, como la incapacidad para la resolución de problemas interpersonales o el fracaso escolar. Los internalizantes, por su parte, constituyen un segundo tipo y se refieren a trastornos de ansiedad o depresión, entre otros.
Estas mismas chicas marginaban y hacían el vacío a Noelia. Cuando caminaban por la calle, se adelantaban y andaban deprisa para que ella no pudiera alcanzarlas. Una tarde la echaron del grupo porque era “penosa”. Noelia no se inmutó. Las chicas comenzaron a jugar y ella permaneció detrás, mirándolas, esperando a que la volvieran a integrar.
Los complejos de su aspecto físico es otra de las secuelas que Noelia sigue sufriendo a raíz de los insultos que recibió en aquel entonces. Dos chicas se reían de sus caderas y la llamaban “foca” cada vez que comía un bocadillo en el recreo. Noelia comenzó a comer menos y llegó a pasar varios días sin ingerir ningún alimento. En la actualidad, aunque ha mejorado su relación con la comida, continúa acomplejándose de sus caderas y, cada cierto tiempo, se obsesiona con perder peso.

“Satánica”
En esa época, Noelia comenzó a seguir la estética gótica: vestidos de calaveras, camisetas negras y largas, pinchos… En el colegio la llamaban “satánica”. Le espetaban: “Ojalá te mueras y te encuentres con tu Dios Satán”. Aun así, Noelia no dejó de vestirse como quería. Los insultos no cesaban, pero ella continuó fiel a su estilo.
En la ESO se cambió al punk o, como ella lo define, “vestirse con pintas a lo bestia”. Desde entonces se viste con este estilo, que se caracteriza por utilizar parches, cadenas, cuero, vestimenta rota y ropa hecha por uno mismo.
¿Cómo podían llamarla “satánica”? Su voz dulce y suave, que parece sacada de la princesa de una película de Disney, se contrapone totalmente a este término. Es, de hecho, angelical. Al igual que su rostro. Sus penetrantes ojos te miran fijamente cuando habla. Tampoco finge ninguna de sus sonrisas, que no son pocas. Su ceja también llama la atención al tener una parte rasurada. Su pelo asombra, eso es innegable: los lados de la cabeza rapados, dos mechones de color naranja en forma de patillas, una cresta azul verdosa por delante y otra del mismo color, pero anaranjada en un lateral.
Si hablamos de destacar, sus piercings no se quedan atrás. Cuatro aros en una oreja (uno de ellos con un imperdible colgando), en la otra una dilatación con tuercas, el septum (aro en la nariz), el nostril (en el lateral de la misma) y el bridge (dos pinchos en el entrecejo). Asimismo, múltiples tatuajes adornan su piel. Se podría subrayar el de la cruz invertida con dos “X” a los lados en el pubis o las dos frases, cada una en una pierna, que claman: “Open your mind. Before your mouth”.
El mote de “satánica” no llegó a afectarle. A pesar de las ofensas, las increpaciones y las humillaciones, siguió y sigue vistiéndose como quiere. Noelia tiene claro lo que quiere ser: ella misma. Aunque admite que alguna vez se ha llegado a culpabilizar, afirma orgullosa que al final se ha dado cuenta de que no tiene sentido: “Soy así y prefiero estar sola a cambiar”.
De las palabras a los golpes
Noelia es capaz de señalar las partes exactas del cuerpo donde le solían aparecer moratones: muslos, parte inferior de la espalda, muñecas y, sobre todo, brazos. Los puñetazos en estos eran constantes. Cada vez que pasaban por su lado, le asestaban golpes secos y empujones. También le escupían y le lanzaban objetos a la cabeza.

La experiencia “más cruel y dolorosa” la tiene clara: una mañana dos chicos la tiraron al suelo y le propinaron incesantes patadas en el recreo. Se trataba de un rincón del patio alejado donde los profesores no solían vigilar. Noelia acostumbraba pasar allí esos pequeños descansos entre clases escuchando música o leyendo. Allí descansaba del calvario diario al que estaba sometida, allí se sentía “a salvo”. A causa de esta agresión, sufrió fuertes dolores en la ingle que le impidieron caminar con normalidad durante una semana. Esos chicos, cuando la veían andar con dificultad, se reían al grito de “escocida”.
Según el último informe de la UNESCO publicado en 2019, el acoso escolar afecta a casi uno de cada tres estudiantes (32%) a nivel mundial. En la investigación, titulada Behind the numbers: Ending school violence and bullying (Detrás de los números: Poner fin a la violencia y el acoso escolares), se especifica que el acoso físico es el más frecuente en la mayoría de las regiones. En concreto, el 16,1% de los niños que han sido acosados afirman haber sido golpeados, pateados, empujados o encerrados en algún lugar.
En cuanto a España, el Estudio Health Behaviour in School-aged Children (HBSC) de 2018 revela que el porcentaje de adolescentes que ha sido víctima de acoso escolar es algo mayor en los chicos (13,3%) que en las chicas (11,0%). Estas diferencias de sexo se mantienen a lo largo de toda la adolescencia, desde los 11 a los 18 años. Según avanzan los años adolescentes, se observa un descenso en el número de personas maltratadas.
Ir a clase, un infierno
Noelia no quería asistir a clase. Cuando acudía, solía fingir que estaba enferma y le permitían marcharse a casa. Este permiso tan solo tendría que haberle sido concedido si un progenitor o tutor legal se hubiera presentado en el colegio para recogerla, pero no era así. Al principio, Noelia pensaba que esto se debía a que los profesores se fiaban de ella pues, según considera, nunca hacía “nada malo” y conocían a sus padres. Con el tiempo, su madre le confesó la verdad: los profesores eran conscientes de lo que ocurría y querían evitar más problemas.
Noelia nunca se lo contó a nadie. No pidió ayuda porque creyó que le iban a culpabilizar. Sus padres tampoco hablaron con ella. Su madre, años después, le explicó que nunca se atrevió a preguntarle. Era consciente de que algo iba mal, pero no era capaz de comunicarse con su hija. Con los que sí que habló fue con los profesores. Acudía continuamente al colegio y, de hecho, preparó unos papeles legales por si tenía que denunciarlo.
En 2014, la Revista Iberoamericana de Psicología y Salud publicó el estudio Elaboración y validación de una escala para la evaluación del acoso escolar, donde se detalla que, en el acoso escolar, las conductas agresivas pueden ser físicas (patadas, empujones), verbales (insultos, motes) o relacionales (aislamiento, difusión de embustes o mentiras). En el caso de Noelia, han tenido lugar las tres.

“Sigo pensando en vengarme”
Noelia tiene claro, de entre todas las personas que le hicieron daño, a quienes nunca podrá perdonar. Se trata de dos chicos que, según ella, fueron los que más “se ensañaron”. A uno de ellos le desea incluso la muerte.
- Pensé y sigo pensando en vengarme de él. Me gustaría reventarle a hostias y decirle: ‘Esto es lo que te debo desde hace años, te lo voy a devolver todo en unos minutos. Vas a sufrir’. Quiero que muera lenta y dolorosamente. Disfrutaría viendo cómo lo torturan y agoniza. Sería ver como una película de comedia.
La Revista de Psicodidáctica publicó en 2019 el artículo Victimización y violencia escolar: el rol de la motivación de venganza, evitación y benevolencia en adolescentes, donde se explica que, tras sufrir episodios de acoso, pueden emerger tres tipos de motivaciones: venganza, evitación y benevolencia. En relación a la primera, se apunta que la ira puede incrementar la probabilidad de implicarse en conductas violentas en el futuro.
El otro de esos dos chicos, sin embargo, llegó a gustarle. De hecho, Noelia reunió valor y le dijo personalmente que lo quería. Recuerda que fue una tarde de domingo en el parque central del pueblo. Noelia se acercó temblando, temiendo su reacción. Cuando se lo dijo, él la miró con desprecio y se echó a reír. “Me pillé de él. Era en plan: ‘Un chico que me está haciendo caso aunque sea a malas’. Es como cuando te secuestran y coges cariño al secuestrador”, bromea.
Esto acabó por hundirla. “¿Y si nunca llego a gustarle a nadie?” “¿Y si nunca tengo amigos de verdad?”, se preguntaba constantemente. Admite que ha llegado a plantearse el suicidio, pero nunca lo ha intentado. En los peores momentos, cuando sentía que ya no podía aguantar más, se arañaba y se pegaba cabezazos contra la pared. Llegó incluso a levantarse la piel, a sangrar y a provocarse graves heridas en las muñecas.

Hay vida después del bullying
Noelia no podía soportar más en aquel colegio, por lo que en 4º de la ESO se trasladó a un instituto. Un respiro entre tanto sufrimiento, una pausa, una tregua. Por fin podía poner distancia con ese ambiente. En él también fue víctima de comentarios despectivos e insultos, pero los profesores pronto pusieron remedio. En cuanto se dieron cuenta del mínimo atisbo de acoso, acabaron con él. Noelia se sintió muy apoyada, sobre todo por la orientadora, con la cual todavía tiene contacto.
Otra ayuda que agradece fue la que le han brindado personas que ha conocido por Internet. Noelia se sentía sola e incomprendida y en la red encontró gente que la apoyaba. Así, comenzó a entablar amistad con personas a las que les gustaba “el mismo rollo”. Admite que se ha sentido más querida por personas que no ha visto nunca que por gente cercana.
En la actualidad, Noelia tiene amigos en su pueblo. Fue a los 16 años cuando conoció “la amistad verdadera”. Al principio no se atrevía a hablar delante de todos, sino que susurraba lo que quería decir al oído de la chica con la que más confianza tenía. Tan solo contestaba ‘sí’ y ‘no’ con la cabeza. Empezó a superar ese miedo a los tres meses.
Aparte de ella misma, Noelia quiere ser algo relacionado con estética y belleza, cuyo grado medio ha terminado este año. Al siguiente comenzará el superior de Asesoría e Imagen y, más adelante, le gustaría realizar el de Caracterización. También sueña con llevar a cabo algún curso de diseño de moda, peluquería o vestuario.
Noelia mira hacia delante y le gusta lo que ve: una vida siendo ella misma. Se siente fuerte y orgullosa de quién es. Cada día se quiere un poco más y no se avergüenza de su cuerpo, de sus “pintas” ni de su “jodido satanismo”. Aunque quiere dejar atrás todo lo sufrido durante esos años, admite que lo recuerda con frecuencia y que jamás podrá olvidarlo. Ni perdonarlo.
*Los datos de la protagonista (nombre, apellido, edad) son ficticios