No es un problema de física cuántica
Miguel Nadal //
Expectativa: esperanza de realizar o conseguir algo. 25 años, pelo largo, moreno, con las puntas verdes y gafas redondas. Hec García espera resultados frente al ordenador en el último laboratorio del pasillo del Departamento de Bioquímica y Biología molecular y Celular en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Zaragoza. Está haciendo simulaciones para comprobar si pequeños cambios van a afectar a la estructura de la proteína de una célula. Si ocurre, se pierde la función de la proteína y deja de funcionar.
Es viernes, son las seis de la tarde y está programando todo para poder comprobar el progreso desde el ordenador de su casa. Así no tendrá que volver a la facultad a medianoche como otras veces: “Este es el trabajo del día a día en el que la mayoría de veces no ves nada. Es tener confianza en que estás haciendo las cosas bien. Ser metódico. No es mezclar dos líquidos y que salga espuma de colores”. Es biotecnólogo y está en su segundo año de doctorado.
En 2015, Hec fundó ASBAR, la primera asociación de biotecnólogos de Aragón. En Zaragoza, el Grado existe desde hace apenas diez años: “Era necesario ir juntando a todos los biotecnólogos porque… era acabar la carrera, salir al paro y ni siquiera saber en qué lista apuntarte. ¿Biólogo, químico…? En ese momento no había biotecnólogos”. Hoy en día son más de 150 socios. Patricia Nadal, compañera de carrera de Hec y miembro de la asociación, dice que pronto tendrá que desapuntarse porque se va de Aragón. Aunque en su caso es por una buena noticia. En febrero se presentó a las oposiciones de Biólogo Interno Residente y ha conseguido una de las 49 plazas que se ofertaban. Este año se presentaron 789 aspirantes.
– Cuando estás en la carrera te dan la visión de que la única salida que tienes es hacer el doctorado, seguir investigado y ya está. Como que si no tienes un doctorado no vas a poder trabajar fuera de la universidad en una profesión en la que se valore tu currículum.
– Arriesgaste y te ha salido bien.
– Sí. Me decían que tenía cualidades muy buenas para seguir investigando, pero yo no quería estar cuatro años investigando algo sin tener una verdadera pasión por ello. Si realizo una tesis doctoral será porque yo quiero, no para tener un determinado valor profesional.
Hec asegura que las expectativas suben o bajan según cómo se desarrolla la investigación. “Cuando las cosas van bien tienes un momento de estado de ánimo alto y cuando van mal quieres dejarlo todo. A veces estás a tope y otras quieres abandonar y dedicarte a ser artista”, bromea. Para continuar con la carrera académica cree que a lo mejor es el momento de ir buscando universidades en el extranjero con proyectos interesantes: “No es que te lo plantees, es que ya lo sabes. Esto es lo que pasa en España. Piensas en irte a otro sitio porque aquí es una chapuza y no hay renovación”.
Junto al laboratorio en el que trabaja Hec se encuentra el de Fisiología Vegetal, de dimensiones algo más reducidas. Allí, María Luisa Peleato, docente e investigadora a punto de jubilarse, enfoca sus investigaciones en el estudio de la fotosíntesis de las plantas. Ella misma bromea con que le “queda poco” en la universidad y quizás algunos proyectos se han quedado en el tintero. Su grupo de investigación cree tener las claves para trabajar en la degradación del lindano, un pesticida contaminante que la planta industrial abandonada de Inquinosa, en Sabiñánigo, vierte al río Gállego. Sin embargo, nunca han recibido el apoyo financiero para impulsar el proyecto.
Sin dinero no hay investigación. Según datos del Instituto Nacional de Estadística, la inversión en Ciencia en España se sitúa en torno al 1,2% del PIB. Ha evolucionado moderadamente en los últimos años, pero siguen siendo unos datos bajos si se comparan con países como Estados Unidos (2,83%) o China (2,12%). De hecho, la fundación para la Innovación, Cotec, señala que la inversión en i+D en España representa el 58% del presupuesto medio dedicado a Ciencia en la Unión Europea (cuyo promedio es del 2,07% del PIB). Además, el dinero invertido no se ejecuta. Según los datos publicados por la Intervención General del Estado, de los 7 003 millones de euros asignados en 2018 a i+D en España, solo se ejecutaron 3 278. Es decir, menos de la mitad. El dinero no ejecutado se utiliza para cubrir otros presupuestos.
Sin financiación los centros de investigación no pueden contratar a personal. María Luisa ha vivido esta lacra en su grupo. “Tenemos un montón de gente muy bien formada que se la estamos regalando al extranjero. Nuestros alumnos salen muy bien formados y terceros países se acaban beneficiando”, dice la investigadora, quien se confiesa sorprendida por el buen nivel de los resultados que obtiene España a pesar de los discretos recursos.
María Luisa notó la transición al Plan Bolonia: “Ha habido un cambio de modelo de universidades y estamos en un momento en el que a los profesores nos tienen atosigados con clases. Es francamente difícil compaginar la docencia con la investigación cuando ya estás a unos niveles de responsabilidad alta”. Sus últimos meses como profesora los va a dedicar a promover la ciencia básica.
– Podemos realizar investigación básica o investigación aplicada. Desde los estamentos nos han conducido siempre hacia la ciencia inmediata, pero nos confundimos en una cosa: sin la ciencia básica no hay ciencia aplicada. Puedo pensar en desarrollar un vehículo para que se pasee por Marte, pero no tengo la ciencia básica para ello.
– O sea, es fundamental. Sin una no hay otra.
– Sí, hay que conservarla, pero esa no nos la financian porque no se ve.
Paciencia: facultad de saber esperar cuando algo se desea mucho. Eduardo Ruiz tiene 24 años, un tono de voz dulce y el pelo corto con una coletilla. “Los trámites para las becas de investigación son lentos… Tanto los autonómicos como los nacionales… es un cachondeo”, lamenta.
– De repente sacan tres convocatorias en un año y te quedas los siguientes cinco sin ella. Pierdes generaciones de científicos porque no hay una regularidad a la hora de dar becas.
Tras estudiar un Máster en Genética, en Madrid, Eduardo regresó a Zaragoza para realizar su doctorado, dirigido por el investigador Alberto Jiménez Schumacher, especialista en cáncer. “Con lo poco que nos da el gobierno tenemos que sacar muchos resultados, y realmente lo hacemos así. Somos un país muy prolífico en el sentido de que amortizamos mucho lo que nos dan para lo poco que es”. En su caso, trabajar en la tesis es una realidad gracias a una beca concedida por la Asociación Española Contra el Cáncer; la primera otorgada en Aragón.
Inicialmente, Eduardo intentó realizar sus prácticas de laboratorio junto al reconocido bioquímico Carlos López Otín, cuya investigación principal también se centra en el cáncer.
– Con todo lo que ha tenido que pasar en los últimos meses…
Lo que el investigador López Otín ha tenido que pasar: en enero de 2018, vio cómo la revista científica americana Journal of Biological Chemistry retiraba ocho de sus artículos relacionados con la identificación de nuevos genes implicados en enfermedades como el cáncer o el envejecimiento. La revista alegó que existían dudas en algunas de las imágenes que se habían utilizado para ilustrar los artículos. Estos errores, sin embargo, no afectaban a las conclusiones de unas investigaciones que habían sido respaldadas por decenas de científicos españoles. De todos modos, la revista no admitió rectificaciones y la integridad profesional del biólogo más citado en nuestro país se vio afectada. Recientemente, tras una estancia sabática en París de un año, López Otín reapareció ante los medios. En una entrevista concedida al Heraldo de Aragón habló de “boicot”. Las publicaciones científicas son el sustento de los investigadores, sin ellas su trabajo no puede progresar. Para Eduardo, se trata de un mundo muy competitivo: “Tienes que tener en cuenta que no solo tú estás estudiando ese tema. En el momento en el que otro grupo publique eso que estás haciendo, ese trabajo se va al traste porque ya no es la novedad. Yo he visto muchas carreras en el laboratorio de matarse a trabajar, literalmente, para poder ganar al competidor”.
Antiguos estudiantes de Ciencias como Eduardo, Hec o Patricia se han enfrentado a una decisión una vez finalizados los estudios universitarios: seguir en la universidad, prepararse para examinarse en unas oposiciones o salir al mundo laboral. Eduardo dice que cuando acabó el máster y no tenía claro qué hacer pensó directamente en el laboratorio de la Universidad: “Vía empresa es un trabajo monótono que no me gusta y me aburre. El doctorado es más una carrera de fondo”.
Miriam Martínez estudió Química. Hace dos años, después de cursar un máster, decidió salir al mundo laboral: “Me quemé. Necesitaba abrirme a nuevas cosas”. Ahora trabaja en una empresa farmacéutica de Zaragoza, donde su experiencia está teniendo sus altibajos. A pesar de tener un grado universitario y un máster con destacadas calificaciones, su sueldo es el equivalente a la categoría profesional de técnico. Además, un error de gestión en la empresa ha truncado su posibilidad de realizar la tesis doctoral. De todos modos, advierte que su experiencia está siendo buena y logra unas competencias que no habría conseguido si no hubiera abandonado la investigación. “Hasta que no llevaba dos años de carrera no me di cuenta de lo duro que iba a ser después colocarse”, cuenta.
Resiliencia: Capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos. El Grupo de Investigación de Genética de Microbacterias de la Universidad de Zaragoza, fundado en 1992, ha sido pionero en su materia en España. Su interés principal es la elaboración de una vacuna contra la tuberculosis, un proyecto que exige un nivel de seguridad biológica en el laboratorio de tres sobre cuatro. El último nivel está reservado a patógenos como el ébola, la viruela o el hantavirus. “Somos un grupo potente, de unas 25 personas, aunque necesitamos un laboratorio un poco más grande. Gente que tenga puestos estables somos unos pocos”, indica José Antonio Aínsa, responsable de la línea de investigación del grupo en Bases Moleculares de la Resistencia en Microbacterias. Tiene 49 años, es serio y metódico. “No queremos que la gente venga aquí a hacer tesis doctorales sin cobrar”, defiende. Esa es la máxima del grupo: a pesar de la vocación, toda aportación debe ser remunerada.
José Antonio lidera Micromundo, una actividad cuyo objetivo es captar el interés de los jóvenes por las carreras de Ciencias. Empezaron en diciembre de 2018 y ya han visitado el IES Valdespartera, el IES Goya, Salesianos, el Colegio Rosa Molas y el Colegio Alemán. En los últimos años, el número de preinscripciones en grados de la rama de Ciencias en la Universidad de Zaragoza apunta una tendencia a la baja. Este fenómeno es lógico –señala José Antonio– dada la imagen de inestabilidad que, desde fuera, se proyecta sobre el mundo científico español. De hecho, la estabilidad nunca ha sido su fuerte. Los manuales de historia señalan los 36 años de dictadura franquista como la causa del anquilosamiento de la ciencia española en el siglo XX. El breve despertar que se había producido durante la Segunda República se vio truncado con el exilio de centenares de científicos y universitarios. Tras el franquismo, muchos volvieron, pero la incertidumbre se mantuvo. La crisis de los años 90, la política de los Programas de Convergencia tras la firma del Tratado de Maastricht y la entrada en la eurozona perpetuaron los escasos recursos dedicados a la investigación y al desarrollo. “España nunca ha tenido un sistema de Ciencia consolidado”, apostilla José Antonio.
Ainhoa Quintana es una de las incorporaciones más recientes al grupo de investigación. En su caso, a través de un contrato postdoctoral. Tiene dos hijos pequeños, y si algo agradece a la investigación es la flexibilidad laboral: “Concilias más que en otros trabajos. Un día puedes ir un rato menos, pero otro puedes compensar quedándote un poco más. Tampoco trabajas por horas, trabajas por objetivos. Tienes que sacar tus cosas adelante y te apañas tu tiempo como consideras”.
Por otro lado, la burocracia atenaza. El grupo de investigación pasa un día a la semana haciendo papeleo. “Para pedir cualquier material para el laboratorio antes llamabas al proveedor, firmabas la factura y te lo mandaba –cuenta Ainhoa–. Ahora hay que pedir un permiso, hacer un presupuesto, un concurso público… Es cierto que la transparencia es necesaria, pero puede haber transparencia sin necesitar tanta burocracia”. El clima político también repercute en la mayor o menor lentitud de los tramites. Laura Botello, otra investigadora del grupo, tuvo retenido su contrato postdoctoral durante un año a causa de la incertidumbre política vivida en España entre 2015 y 2016. Con dos elecciones generales en menos de un año, y sin un Gobierno sólido, trámites como estos se paralizaron.
Detrás de cada éxito científico hay un grupo humano que se ha esforzado por esquivar los problemas y sacar adelante las investigaciones. La misión final de todo científico consiste en aportar un valor a la sociedad. Y para poder continuar haciéndolo en el futuro, todos (Hec García, Patricia Nadal, María Luisa Ubieto, Eduardo Ruiz, Miriam Martínez, José Antonio Aínsa y Ainhoa Quintana) piden algo primordial: que aumente la inversión, que sea más flexible y que los trámites burocráticos sean más rápidos. “Alemania, Reino Unido, o Suecia ya lo han hecho. No es un problema de física cuántica”, sentencia José Antonio Aínsa.