No soy gorda, soy mujer

Alba Piñeiro Pérez//

Cuerpos tonificados, largas piernas, vientres planos y altura de escándalo. Flacidez, estrías, celulitis, michelines y 160 centímetros de realidad. “¡Mira esa gorda que se cree modelo!” Desde hace ya unos años, el arraigado canon de belleza que rige nuestra sociedad está en proceso de cambio. Contra todo pronóstico, el movimiento curvy se alza con cada vez más fuerza en pasarelas y calles y modelos con todo tipo de cuerpo se abren camino en la moda hasta convertirse en importantes iconos del sector.

Marilyn quedó atrás. Y con ella, sus curvas. La década de los 90 marcó el inicio de un nuevo canon estético que ha perdurado hasta nuestros días, haciendo de la delgadez la norma. Las hasta entonces supermodelos, abanderadas del famoso 90-60-90 del que la mayoría de nosotras quedamos excluidas, fueron reemplazadas. En su lugar, modelos con menos peso y menos curvas pero más polémicas. Porque, por si no era suficiente su delgadez, un poco más. La sombra de la anorexia se cernía sobre las pasarelas. Y también sobre nosotras, reflejo de la publicidad. Conscientes o no, víctimas de la oda al cuerpo, víctimas de la búsqueda de la supuesta perfección.

“Todo con tiempo se cura”. Y ahora está empezando a curarse. Nuestra sociedad enferma, adicta al qué dirán, ha dado el primer paso en el camino hacia la aceptación, aunque tímidamente. Modelos que no son modelos –según la tradicional convicción de que las modelos son extremadamente delgadas– son la principal apuesta de muchas marcas en el lanzamiento de futuras colecciones. Hablo, por supuesto, en el mercado plus size. Separadas del resto. Puede parecer ironía pero es tan solo otra etiqueta en la lucha contra las etiquetas. Y esto es algo en lo que no sé si estoy a favor o en contra. Porque, aunque supone el inicio de la aceptación del cuerpo, estas modelos curvy todavía son la representación de la “no norma”. Si tienes más de una talla 42 eres curvy. O lo que es lo mismo: si tienes más de una talla 42, eres gorda. Puede que parezca radical pero es una realidad que se puede apreciar día a día. ¿Este tipo de mujeres tiene cabida en los desfiles de moda a los que estamos acostumbradas? No. ¿Y en los catálogos de ropa junto a una modelo que cumple el canon tradicional? Tampoco. “Lo siento, no tenemos ropa de su talla. Tendrá que acudir a una tienda de tallas especiales”. Siempre separadas, con secciones propias porque, al parecer, sus cuerpos no siguen el patrón establecido. Y lo digo yo, aquí, con mi 1,60 y mis 52 kilos: abramos nuestra mente y hagámonos libres.

Algunas revistas y blogs prefieren utilizar el término “gordibuena”: dícese de aquella mujer gorda –aunque no demasiado–, con curvas, joven, heterosexual, cisgénero y blanca. Otras campañas de publicidad, quizá más acertadas, hablan de “mujeres reales”. Podríamos ser cualquiera de nosotras. Son mujeres de todo tipo de edades, altura y complexión. Representan la ruptura con lo establecido, la aceptación y la valentía. Sobre todo la valentía. Porque no todas seríamos capaces de enseñar nuestros cuerpos al mundo, con sus estrías y su piel de naranja. Porque sus cuerpos de reloj de arena, pera, rectángulo o triángulo invertido son el fiel reflejo de la diversidad; el fiel reflejo de la realidad. El empoderamiento de las “mujeres reales” ha llegado y es para quedarse. Fuera prejuicios, fuera miedos.

Ante este despliegue de sentimientos encontrados, que seguro que no queda exento de crítica, me queda decir que no solo somos cuerpos: somos piel, somos sentimientos, somos vida. Altas, bajas, gordas o flacas. Todas valientes, todas mujeres reales.

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