Adiós España, hola Irlanda

Alberto Angulo//

Irse de intercambio no es fácil. Dejar atrás mi ordenador, mi habitación con todas las comodidades y muchas otras cosas más, por una mesa de 40 centímetros y una cama con 20 años de uso no es agradable. Duelen más que nada las despedidas. Esos “nos vemos pronto” y esas lentejas de mamá que no te gustan hasta que las pruebas. Siempre voy a recordar que el día previo a mi marcha mi hermano mayor salió de fiesta. Así que a la mañana siguiente tan solo nos dimos un abrazo rápido y creo que él no sabía ni que me iba.  Bueno, yo también tendré 18 años y me iré de juerga. Espero. Digamos que solemos demostrarnos el cariño de otras maneras. El adiós en el aeropuerto fue duro. Aunque tranquilo, evité en todo momento el melodrama y esquivé la ansiedad de la partida

A punto de llegar a otro país completamente diferente, sientes algo de vértigo. Por ahora, lo único que he logrado ver es campo y mucho verde desde la ventanilla del avión con gotas de lluvia. Aterrizamos en la ciudad de Dublín, estaba cansado, pero aún me quedaban como 2 horas y media de autobús para llegar a mi destino: Clara, en Irlanda. De pronto ves que te estás empezando a alejar de los que estuvieron todo el viaje contigo y te metes solo en un frío autobús, con gente desconocida. Me puse los cascos y traté de relajarme escuchando “No me digas nada” de Quevedo. Fue en este autobús donde caí en la cuenta de todo lo que estaba sucediendo y de que iba a estar fuera de casa una larga temporada. De noche y contemplando la lluvia. Me cayeron dos lágrimas. 

Después de largas horas de viaje, llegamos a Clara. El pequeño pueblo irlandés que me dará cobijo todos estos meses. Dos personas totalmente desconocidas se acercan a mí. Vienen a buscarme. Me dan un abrazo. No sé cómo reaccionar ante esta familia postiza y temporal. Me llevan a la que será mi casa y empieza lo bueno. Quizá os imagináis un bonito y verde pueblecito en el norte de Europa y una casita encantadora de película irlandesa, sueca o alemana ¿verdad? Pues no. Lo primero que veo son dos coches totalmente diferentes a los que tiene mi familia en España.  No los había visto en mi vida, y me gustan los coches y algo sé. Se trata de una furgoneta de color naranja fosforito con una forma muy extraña. No estoy muy seguro pero me parece que la ha tuneado y reformado muchísimo. Jack, llamémosle así a mi padre irlandés, está siempre afuera desmontando y poniendo nuevas piezas. Y un coche extremadamente pequeño sin ventanillas y lleno de chatarra. Es un Chevrolet. Mi cara debió de ser un cuadro en ese momento. Como la casa de Irlanda sea toda así, estamos apañados, pensaba. 

Foto adosado 2 Irlanda

Llegamos a una fila de pequeños adosados sin jardín. Entramos en uno y lo primero que veo es una nevera muy útil en medio de la entrada (desenchufada). Al fondo del pasillo se divisan más electrodomésticos: la lavadora, la secadora y un baño que no se usa y que alberga un neumático de coche y muchas herramientas tiradas por el suelo. Al pasar por la cocina y el salón huele fuerte. No sé cómo describirlo. Poco después descubrí que limpian lo justo, los platos, que a veces son de plástico, y poco más. El suelo es de moqueta y no brilla, claro. ¡Cuántos ácaros tendrá! También tenemos un perro, Devin, por ejemplo, al cual no han bañado al menos desde que estoy aquí. Y ya van cuatro meses. Mi habitación tiene una cama grande que ocupa la mitad del espacio. Cuando llegué estaba igual de sucia que el resto de la casa. Pero, vamos, en España tampoco es que mantenga muy limpio mi cuarto. Eso sí, cuando me tumbé en la cama fue tremendo. Es un colchón muy usado, entre blando y duro. Era evidente que no lo estrenaba. No era el primero, ni siquiera el octavo, en tumbarse en él. Pero aquí me voy ambientando.

Supongo que estoy viviendo esto ahora mismo para poder escribir. Eso creo. Viajar para contar, lo de toda la vida, solo que yo me estreno como viajero.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *