Warren Buffet y las compañías aéreas

Javier Ortiz //

Imagine por un momento un auditorio donde usted está viendo un concierto. Puede distinguir, sin lugar a duda, una amplia gama de instrumentos cuya vida depende de un músico: cuerda pulsada, viento madera, viento metal, percusión…. Puede ver también, alzado sobre el resto y con porte señorial, a un hombre que maneja no un instrumento, sino una pequeña batuta con la que dirige a todos los demás. El director de la orquesta mueve su batuta e indica a los instrumentos los pasos a seguir. Si la flauta desafina en un momento dado o el violín olvida una nota, nadie tiene por qué enterarse. Sin embargo, si el director comienza a hacer aspavientos y a convulsionar, la orquesta terminará sumida en el caos. Ahora bien, ¿qué ocurre si cambiamos músico de orquesta por cualquier trabajador, y director por magnate empresario?

La incertidumbre provocada por nuestra situación actual de aislamiento y pandemia, nos empuja a salvaguardarnos. No solo los músicos miran por sí mismos, también los directores. Y en el momento en que el auditorio empieza a hundirse, sálvese quien pueda. En este caso, nuestro director es Warren Buffet, el cuarto hombre más rico del planeta.

“El mundo ha cambiado para las aerolíneas. Les deseo lo mejor”. Con estas palabras, empapadas de autocompasión por las pérdidas y buenos deseos, Warren Buffet retiraba su dinero de cuatro de las empresas de transporte aéreo más grandes del mundo. 6.500 millones de dólares desaparecían el mes pasado de las aerolíneas, y Buffet se despedía de ellas con la actitud pesarosa de quien busca la indulgencia de los trabajadores. El hombre que en febrero aseguraba que no había nada que temer roba el mes de abril a más de medio millón de trabajadores de las cuatro empresas que dudan poder repuntar las dificultades económicas que están sufriendo actualmente.

¿Qué ocurre cuando un hombre al que han apodado “el oráculo de Omaha” se marcha de un negocio y se lleva todo su dinero? Que su influencia arrastra a todos los demás.  La Asociación Internacional del Transporte Aéreo calculó que la demanda de pasajeros se había reducido a más de la mitad el mes pasado en las principales aerolíneas, al igual que su capital. Si no hay tantos pasajeros no se necesitan tantos trabajadores, y si a eso le sumas que gran parte del dinero de las aerolíneas se esfuma debido a un solo hombre y a su influencia, el desenlace es simple: los músicos de la orquesta van recogiendo los instrumentos y se van marchando a casa.

Parece mentira que un solo hombre pueda concentrar tal cantidad de poder y nada ni nadie pueda intervenir y regular sus decisiones. En España existen entidades que regulan resoluciones como la de Buffet. También hay organismos de este tipo en Estados Unidos, aunque la diferencia principal es que el sistema de capitalismo neoliberal norteamericano impide regular decisiones como la de Buffet. Si la operación entra en los parámetros de legalidad establecidos por el propio sistema no hay nada que hacer. En cambio en el sistema español, el Estado tiene una potestad diferente y parece que sí puede paralizar el mercado si existe un peligro importante, como ha sucedido durante este estado de alarma.

 Aunque la situación (y la economía actual, en general), requiere mirar por uno mismo, si eres el cuarto hombre más rico del mundo, tu potencial ético -y no solo económico- podría emerger en auxilio de los demás. Al fin y al cabo, mientras el teatro está cerrado el director puede seguir en su rol, aguantando hasta que las puertas vuelvan a abrirse.

Lo que los medios económicos explican es que Warren Buffet ha “tirado la toalla con las aerolíneas”. Habría que plantearse otra versión: no es que haya “tirado la toalla”, sino que ha dejado tirados a los trabajadores. Según pasan los días, el futuro se vuelve cada vez más incierto para los músicos de la orquesta de las aerolíneas y para muchas otras personas alrededor del mundo. Los despidos masivos están a la orden del día en las empresas de todo el mundo y nadie es capaz de advertir cuándo volverán los músicos a interpretar sus melodías. Es cierto que muchos de los directores de la orquesta podrían capear el temporal solo con las ganancias que han tenido hasta el momento, aunque la opción más fácil y más practicada ha sido la de no preocuparse por los derechos laborales de los trabajadores. La orquesta es siempre la última. Así lo dice la canción: “Gritaba el capitán: ´Los niños y las damas van primero, los magnates detrás´. Que no pare la orquesta, caballeros”.

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