Piedras

Adrián Monserrate//

Más allá del Tour, la Vuelta y el Giro, ‘las clásicas de piedras’ están marcadas en rojo en el calendario de los verdaderos aficionados del ciclismo. Estas competiciones duras sobre tramos adoquinados sin asfaltar tienen multitud de desenlaces posibles y hacen las delicias de unos espectadores que no saben quién será el ganador hasta los últimos metros.

Piedras II

Probablemente tú, espectador no habitual de ciclismo, limitas tu universo de conocimiento a tres pruebas: el Tour, la Vuelta y el Giro, por este orden. ¿Me equivoco? Es triste, pero cierto. En tu mente de aficionado estándar solo existen estas carreras en todo el año. Eres capaz de recitar de memoria los nombres de los capos del pelotón en vueltas de tres semanas (Contador, Froome, Quintana, Nibali…), e incluso de los esprínteres más destacados y algún outsider; sin embargo, tu concepción de ciclismo acaba ahí. Para ti no existe más. En tu pensamiento asocias todo lo relacionado con las dos ruedas a autovías, carreteras secundarias, más o menos cuidadas, vías que suben hasta la cima de los puertos, calzadas mejor o peor conservadas… A todo tipo de caminos asfaltados, al fin y al cabo.

Piedras monumento
«Le pave, embleme de la course cycliste Paris Roubaix installe a l’occasion de la 100 edition de l’epreuve 14 avril 2002. Ofert par les amis de Paris Roubaix et la ville de Roubaix»

Pero resulta que no, que hay mucho más. Un gran sector del pelotón internacional —infravalorado en nuestro país a causa de la paupérrima cobertura mediática— disputa carreras sobre tramos adoquinados sin asfaltar— tramos de piedras, para entendernos—. Olvídate de puertos de primera o contrarrelojes, aquí el protagonismo y la dureza recaen en el pavimento. La cuna de estas pruebas se encuentra en Bélgica, donde las ‘clásicas de piedras’ forman parte de la cultura autóctona y están marcadas en rojo en el calendario de cualquier aficionado. Cabe destacar que para los ciclistas belgas estas carreras son una especie de cuestión de fe impresa en su ADN, y una victoria en las clásicas empedradas más importantes bien justifica toda una vida encima de la bici.

Al contrario que Giro, Tour y Vuelta, las clásicas de adoquines no tienen lugar en mayo, julio o septiembre, sino que ocupan aproximadamente un mes y medio del año ciclista; abren el telón Omloop Het Nieuwsblad y Kuurne-Bruselas-Kuurne —que suelen correrse el último fin de semana de febrero o el primero de marzo—, y la temporada de piedras finaliza a mediados de abril con De Brabantse Pijl y Tro-Bro Léon.  Un mes y medio de pura exaltación ciclista y carreras trepidantes que alcanza su clímax los dos primeros domingos de abril con Ronde van Vlaanderen y París-Roubaix.

Otro aspecto destacable es que, aunque en tu cabeza de espectador inusual de ciclismo «etapa llana» esté ligada inevitablemente a «esprint masivo», debes saber que en las piedras «llano» no significa «esprint de 150 ciclistas». La propia dureza de los tramos adoquinados es tal que son capaces de romper la carrera en mil pedazos por sí mismos. De hecho, la clásica más prestigiosa de toda la temporada —la París- Roubaix— no tiene un solo metro de desnivel en sus más de 250 kilómetros de recorrido, pero rara vez termina con un esprint de más de 7 corredores.

Amor por las piedras

Por si todavía te lo estabas preguntando: no, no voy a comisión con estas pruebas. Te hablo de ellas porque son una oda al ciclismo de ataque, al ciclismo de verdad. Debes saber, aficionado que sestea con la mayoría de etapas del Tour en plena canícula, que rara vez las piedras resultan aburridas para el espectador: son carreras de un día muy abiertas y con multitud de desenlaces posibles, en las que nadie juega sus cartas de manera conservadora. Ningún equipo opta por una estrategia amarrategui, básicamente porque solo gana uno, y rara vez se llega primero corriendo a la defensiva. Aquí nadie piensa en que queda un día menos para llegar a París ni en el típico aún hay etapas para atacar. Aquí se va a cuchillo. A por la victoria desde el kilómetro 0.

Piedras IIIAl contrario que las vueltas de tres semanas, cuyos organizadores se empeñan en acercar cada día más al «ciclismo de Youtube»  —ese en el que lo emocionante de las etapas se puede resumir con un momento aislado cerca de meta o un vídeo de dos minutos—, las clásicas de pavé se empiezan a decidir a falta de 70 u 80 kilómetros, brindando así más de hora y media de espectáculo ininterrumpido al televidente. ¿Por qué sucede esto? Existen muchos motivos, pero recuerda: aquí todos quieren ganar y ningún equipo plantea las clásicas adoquinadas como pruebas para salvar el día. Da igual el tiempo perdido respecto al vencedor, lo que importa es intentar llegar primero a meta por todos los medios.

Todas estas clásicas tienen un denominador común, sean totalmente planas o con cotas montañosas: los primeros kilómetros discurren sobre terreno liso, pero las zonas de piedras —llanas o en muros— se van sucediendo conforme se acerca la línea de meta. Los tramos adoquinados son muy estrechos y difíciles de gestionar por un pelotón de 200 corredores —¿recuerdas la etapa 5 del Tour 2014?— y esto conlleva una serie de consecuencias: en ellos se deciden las carreras, y todos quieren entrar en buena posición para evitar pinchazos, salidas de cadena, caídas o cualquier tipo de problema. Por este motivo, la magia de estas pruebas no reside únicamente en las zonas empedradas, sino que la batalla sin cuartel que se libra en los kilómetros de aproximación a los tramos también merece la pena.

El paso por cada tramo adoquinado supone un martirio para los no especialistas y una oportunidad de ataque para los favoritos. Debido a esto, es de gran importancia el apartado táctico y la estrategia de cada equipo, aunque existan corredores superclase como Peter Sagan —¡anda, si éste también participa en el Tour!— capaces de ganar corriendo prácticamente en solitario. Existen infinidad de opciones: saber leer la carrera, lanzar galgos por delante para ver la reacción de otros equipos, intentar controlar e imponer el ritmo, filtrar segundos espadas en ataques lejanos, saber gestionar la superioridad numérica dentro de un grupo, establecer alianzas con otros equipos con intereses similares, mantener la cabeza fría en los momentos decisivos… La táctica en el antes, durante y después de las zonas empedradas deja a cada uno en su lugar: los más fuertes en cabeza, los más débiles, detrás.

El principio del fin de las clásicas de pavé comienza muy lejos de meta, y la emoción en ellas no cesa durante casi dos horas; jefes de equipo sin compañeros, vendidos a su suerte a más de 40 kilómetros de la llegada; la incertidumbre por conocer al ganador hasta los últimos metros; el traqueteo de las bicicletas sobre cada sector adoquinado y la plasticidad de los favoritos ‘bailando’ sobre las piedras; el goteo de corredores en la línea de meta, divididos en grupos de pocas unidades y exhaustos por el esfuerzo. Las mejores carreras ciclistas de toda la temporada, sin parangón.

Por estos motivos, te pido: sigue las clásicas de piedras. No hablo de que dejes de ver las pruebas de tres semanas, ni mucho menos. Solo quiero que expandas tu universo y conozcas estas carreras. Que al menos te suenen Roubaix, Flandes, Gante-Wevelgem o Harelbeke. En ellas radica la esencia del ciclismo de antaño, el de ataque sin miedo a perder. Acuérdate de este artículo en marzo y abril del año que viene, y dale una oportunidad a las piedras. Te garantizo diversión.

Piedras IV

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