Siria, el país de las almas rotas

Gloria Serrano//

Crónicas callejeras de una mexicana en Madrid
Escribe Ramón J. Soria: “A mí me gusta el ‘mundanal’ ruido urbano, la ciudad es mi hogar y la siento amiga, habitable, simpática, loca, sorprendente, intensa. (…) Madrid es mi casa”. También es la mía y, aunque Juan Carlos Monedero diga –con toda razón– que hay una España que emigra y otra que bosteza, en su capital siguen sucediendo infinidad de cosas; tantas, que es prácticamente imposible pretender abarcarlas todas, ya sea con la mirada, con la escritura o con el simple deseo de estar ahí, donde se manifiesta la vida.

El martes pasado, por la noche, el teatro La Latina estaba rebosante, no quedaba una butaca vacía. Las luces amarillas iluminaban la parte superior del escenario; las azules, más abajo, los instrumentos. Las lentejuelas del telón de fondo rojo resplandecían, creaban una atmósfera de espectáculo, acentuaban la complicidad, provocaban la fantasía. Entonces aparecieron ellos, tres músicos, y se escucharon los primeros acordes: la seriedad del contrabajo, el golpeteo delicado del piano, el splash de la batería.

Silvia Pérez Cruz y Javier Colina presentaron En la imaginación, un recorrido por los clásicos de la música cubana, seleccionados y arreglados por el contrabajista navarro. Albert Sanz al piano y Marc Miralta a la batería, los acompañaron. Con su sensual timidez y la voz cohibida de siempre, Silvia saludó al público y empezó a cantar. Bastaron unos instantes para que se transformara en una musa, en Aedea, la hija de Zeus. Es que ella no canta, interpreta. No interpreta, siente. No siente, sufre palabra tras palabra y en su sufrir cada estrofa cobra una fuerza única.

Ya sabrán, el público –sonriente, atizado por el calor del verano y la irresistible belleza del momento– fue generoso y se agotó en aplausos para los artistas.

Así es un día cualquiera en una ciudad que existe y que –rápido o pausado– palpita al ritmo de las Elecciones Generales, o del jazz en un concierto o de la Muestra Internacional de Cine de Lavapiés que se realiza en estas fechas. Pero no es de eso de lo que quiero hablarles, sino de lo que ocurre cuando una ciudad deja de serlo y el corazón de sus habitantes se detiene porque todo alrededor también se encuentra suspendido: la política, la música, el cine, todo. Los periodistas Mónica G. Prieto y Javier Espinosa lo saben porque estuvieron allí y contaron con la sagacidad y fortuna suficientes para salir, regresar, escribir lo que vieron y comunicarlo.

La Fundación Telefónica fue el sitio donde Mónica y Javier se reunieron con dos grandes del   periodismo, Jon Lee Anderson y Javier Bauluz, a fin de presentar Siria, el país de las almas rotas. De la revolución al califato de ISIS (Debate, 2016), el libro que desciende a uno de esos sitios en el planeta donde nadie quiere estar, excepto un auténtico periodista. No siempre fue así, pero ahora este país de la costa oriental mediterránea está en guerra y, cuando lo que impera es el absurdo –como en la guerra– el borde más miserable del ser humano asoma y hace que la existencia se convierta en un perfecto despropósito.

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Es en estas circunstancias cuando el oficio periodístico, hoy tan denostado y en franca crisis, adquiere mayor sentido. Jon Lee Anderson lo explica:

“Es un honor estar aquí para ver a dos periodistas, vivos y comprometidos con la historia de su tiempo. Dos exploradores de la realidad a quienes los distingue su empeño en salir a la búsqueda de la verdad para intentar entender y que la gente entienda. Ir a Sierra Leona, a Chechenia, a Siria… no es fácil, se paga un precio. Javier fue secuestrado y casi muere. Este libro es un resumen de lo que ambos son como periodistas, de Siria como una hecatombe insoluble, de la matazón que seguirá por un rato. Es dejar una estampa escrita. Ojalá llegue a su fin antes que la hemorragia sea mayor”.

Por desgracia, esto no es ficción. Mientras el resto de la humanidad polemiza con el desempeño futbolístico de Messi en la selección argentina, en Oriente Próximo se escribe, paralelo, un pasaje que nos debería robar el sueño o, al menos, un respiro:

“Primero, en 2012, fueron marchas pacíficas contagiadas por la fiebre de Oriente, por la Primavera Árabe que para muchos –me incluyo– fue un fracaso. En Siria se abrió la caja de Pandora. Mónica y Javier hablan de los personajes. Es la historia de esa gente, la euforia de la revolución, la metástasis de grupos peleando, el robo de la rebelión por el Estado Islámico. No es ‘su libro de guerra’; hay episodios personales, sí, pero estos periodistas se empeñan en relatar la historia de los sirios, sus vidas, las distintas tendencias ideológicas y religiosas. Sin duda pesa más el lado humano. Es una radiografía de la guerra que saca lágrimas, pero también describe su humor. El secuestro de Javier pudo ser el libro completo; sin embargo, no se fueron por ese lado. Definitivamente ellos están vinculados a Siria. Con lo que sale en los medios no hay forma de entender. Con el libro sí”.

Enseguida es Mónica G. Prieto quien toma la palabra:

“Nuestro trabajo fue muy complicado, las autoridades vigilan todo y te presentan una fachada del país, se apoderan de la narrativa de la guerra. Cada nuevo funeral genera otra manifestación y, en su transcurrir, el periodista debe enfrentarse a todos los grupos. En el libro hay varios capítulos dedicados a Homs, el barrio rebelde de Siria que representó el detonante del conflicto”.

Ahora Javier Espinosa:

“El régimen fomenta el radicalismo porque es más fácil que lidiar con aquellos que quieren la democracia. La represión llevó al odio y al sectarismo. Quien reprime es evidente que no quiere la democracia, todo fue planeado. El nuestro no es un análisis, sino un informe ocular”.

Y Mónica agrega:

 “Siria está infectado por un germen. El Estado Islámico surge en 2005, en Irak, y es muy importante conocer su proceso. Por eso pensamos publicar un segundo libro para explicar los antecedentes de la guerra”.

Jon Lee Anderson comenta que se encontraba en Beirut cuando Javier estaba en Siria. Era el otoño de 2011, el “inicio de lo nefasto”. Mónica continúa y deja clara la dejadez, el abandono, el mirar hacia otro lado de la comunidad internacional que no protege a la gente ni a los periodistas. Y remata diciendo que “lo ocurrido en Homs fue el punto de inflexión. El Estado Islámico no sería lo que es si el gobierno hubiera actuado”. Entonces Javier explica que para entender Siria hay que leer primero sobre Líbano: “Siria es como un tablero de ajedrez. Ellos ponen los muertos y otros países el dinero. En Líbano la guerra duró quince años y en Siria puede suceder igual porque no se han cansado de matarse”.

“Todos juegan su propia guerra, incluso los jeques del Golfo que financian a las milicias. Hay cientos de agentes involucrados. Vaticino que se impondrá el régimen, pero son muchos los intereses que mantienen la guerra, así que va a durar años. Siria es una sociedad culta, pero sin libertad y Europa tiene la obligación legal y moral de ayudarla”, es el comentario de Mónica quien además sugiere que el continente entero podría beneficiarse con los aportes del pueblo sirio, hoy esparcido, huyendo para sobrevivir, pidiendo asilo donde se pueda.

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Jon, Javier y Mónica leen algunos fragmentos de esta narración que genera miedo, que no alegra el espíritu, que nos muestra como humanidad. Y dejan para el final del encuentro la participación de Mohammed Abdulazid, el joven sirio que también está aquí para dar testimonio y decir que “Europa tiene una idea errónea de los refugiados, solo se trata de gente buscando un lugar seguro para vivir”. Recordar que Siria ha sido un país de acogida desde la Segunda Guerra Mundial, reconocer el retroceso que significa rechazar a quien llega escapando de la guerra y evidenciar la doble moral de nuestras sociedades, son las reflexiones de unos y otros durante la presentación.

Javier Bauluz no titubea al señalar que son cincuenta mil las personas atrapadas en Grecia, sin que nadie haga nada; lo que en un futuro traerá su factura para una Europa que aún no define si se coloca más cerca de los derechos humanos o del fascismo. De igual forma, se hace obligado insistir en lo que inició siendo un rumor y es ya una realidad irrefutable: la gente ha dejado de creer en la prensa y son los periodistas independientes quienes están dando la batalla por recuperar la credibilidad de los lectores, a pesar de la inflexibilidad de ciertos gobiernos –como el de Bashar al-Ásad– que pretenden frenar su labor y la de un sinnúmero de activistas.

Por esta y otras tantas –obvias– razones, para Mohammed el actual régimen no es parte de la solución. Así que tampoco es optimista sobre el futuro de su país:

“Ásad lleva más de una década controlando Siria y nadie se preocupa. No veo signos de solución, todo va a peor; aunque antes de la revolución tampoco era un país. Ya no sé quiénes están peleando”.

Casi al terminar, Jon Lee Anderson –experto en relatar el exterminio– asiente y establece este comparativo: “En Irak nadie hablaba de nada, es un terror funcional. La Siria de Ásad es similar, pero más estratégica. (…) La guerra se ha globalizado, hay muchos involucrados y la figura de Donald Trump en el escenario mundial, es como tener abierto el baúl que debería permanecer cerrado”.

Callar, ocultarse, sentirse perseguido. Elegir entre la huida o la muerte, si es que eso puede considerarse una elección. Esto es Siria en 2016. Pero hubo otro tiempo en que, si bien era un fruto agridulce, todavía podía comerse. Les hablo de aquello que describe El viaje de Muna, la canción de The Pinker Tones que, por cierto, recién grabó Silvia Pérez Cruz:

Recuerdo al viejo Abbas, el contador de cuentos

Con sus delicias turcas, nos mantenía atentos,

Recuerdo a los taxistas frente a Bab al-Salam

Esperando a los turistas, solían filosofar

Recuerdo las meriendas de mi amiga Salma

Tomando té y pastas con nuestras mamás

Recuerdo alguna tarde, tras estudiar un poco

Jugar al escondite por las calles del Zoco

Recuerdo sus olores, sus luces y sus sombras

Y todos los colores de sus tiendas de alfombras

Y mi padre me decía “Disfruta de cada día”.

La ciudad habitable, simpática, loca, sorprendente, intensa. Así es el Madrid de Ramón J. Soria. Delicias turcas, turistas, meriendas, té, pastas, juegos, olores, luces, sombras, colores. Así eran –por ejemplo– Damasco o Palmira antes de la guerra.

De pronto el viejo Abbas desapareció, lo esperamos muchos días pero nunca volvió

Poco a poco los taxistas dejaron de trabajar, porque no había turistas a quien transportar

Dejamos la escuela porque estaba cerrada y nuestra maestra un poco asustada.

Llegaron las explosiones, no podía ir a jugar

Mamá susurraba canciones y me abrazaba sin parar

El Zoco ya no olía a menta y azafrán, no encontrábamos comida, solo un poco de pan.

Y mi padre me decía: “No, no pierdas la sonrisa”.

Nosotros, quienes observamos a lo lejos la tragedia, no hemos perdido la sonrisa. Ellos, los que se quedan, los que se marchan, los que vienen, sí.

Un día helado nos subimos a un tren, dejando el pasado aparcado en el andén

Nunca olvidaré las palabras que mi padre dijo entonces mirando el horizonte: “recuerda estas calles que te han visto crecer, sus gentes, sus animales y cada atardecer, recuerda este paisaje, no temas mi amor, empezamos un viaje con futuro mejor y el invierno siempre pasa y llega la primavera y todos pequeña Muna, dormimos bajo la misma luna.

Me acuerdo de mi abuela que seguía allá, cuidando de nuestra casa en Sha Allah.

Las calles, sus gentes, sus animales, cada atardecer. De eso trata Siria, el país de las almas rotas. De la revolución al califato de ISIS. Sería deseable que todos leyéramos. Que leyéramos para recordar este paisaje, para reivindicar que pase el invierno y llegue la primavera, para decirles que no teman –o mejor– que no les tememos. Para hacer posible lo que ahora es –digamos– una ingenuidad. Me refiero a eso de que todos dormimos bajo la misma luna. Sería deseable que así fuera, pero sabemos que no.

Autora:
Gloria Serrano foto Gloria Serrano

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Periodista mexicana en Madrid, siempre buscando la grieta en el muro. Máster en Gestión de Políticas y Proyectos Culturales (Universidad de Zaragoza). “Saber mirar y saber decir” son los principales retos del periodismo que aspira a no quedarse en el olvido, que intenta contar algo más que una simple historia. Para mí, cultura se escribe en plural, es la fiesta de lo colectivo.

Twitter Blanca Uson


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