Clara Serra: “Las mujeres tienen que tomar las riendas de la política”
Texto e ilustración: Sara Millán//
Con motivo del Día Internacional de la Mujer entrevistamos a Clara Serra, diputada en Madrid, consejera estatal de Podemos y, hasta hace poco, responsable del Área de Igualdad, Feminismos y Sexualidades. Entre votación y votación en el Pleno hablamos con ella, pero lejos de recibirnos con prisas, su voz denota la enorme tranquilidad de quien está acostumbrada a vivir en un mundo acelerado. Habla con precisión y con seguridad; tiene claro lo que quiere transmitir. Es una mujer empoderada en un espacio tradicionalmente masculino. Y se nota.
— En un día tan señalado, ¿qué les comunicarías a las mujeres españolas?
— Que creo que los efectos más graves de la crisis los hemos sufrido sobre todo las españolas. Que todavía nuestros dolores, problemas y dificultades son vividos como mucho menos políticos que los de los hombres, porque muchas de las situaciones a las que se enfrentan las mujeres se siguen viendo como cuestiones familiares y privadas. Creo que los próximos años tienen que ser mucho más los años de las mujeres y los años de feminizar no sólo los cuidados, la precariedad, la pobreza sino también la política. Creo que las mujeres españolas tienen un papel central en la construcción de una alternativa a la crisis. Y creo realmente que a pesar de todas las dificultades estamos dando pasos en una dirección para que las mujeres sean mucho más protagonistas en la vida pública. Tenemos que tomar las riendas.
— Hay quienes que piensan que feminizar la política significa hacerla menos agresiva…
— El feminismo tiene siempre que tener mucho cuidado con los esencialismos. Ese modo de hacer depender los comportamientos del sexo es una cosa que siempre nos ha perjudicado. Ahora bien, sí creo que hay una construcción social, producto de una cultura que nos ha educado y nos sigue educando de manera diferente desde hace milenios. Es una educación de una sociedad donde se divide el trabajo y se nos destina a tareas, deseos y roles diferentes. Creo que eso sí que tiene un correlato en la política, que en ningún caso es resultado de una esencia femenina. Pero el hecho de que la política sea excesivamente hostil tiene que ver con que sean los hombres los que la hacen.
— Los cuidados, la empatía, la cooperación… ¿son aspectos más inherentes a la feminidad?
— Las mujeres siguen siendo las depositarias del cuidado y del afecto porque son excluidas de la política. Cuando las mujeres están en el espacio privado de los cuidados, son los hombres los que suelen estar en el espacio público de trabajo y de política. Para mí feminizar la política es politizar el cuidado. Ya no les compete a las mujeres por una cuestión esencial cultural. Como asunto político es algo universal que nos importa a todos. Se trata de feminizar la política, pero en ningún caso feminizar a las mujeres. Tenemos que huir de la creencia de que las mujeres femeninas somos las que hacemos las cosas bien porque el patriarcado siempre ha asignado roles y hay que destruirlos. Sí que creo que la llegada de mujeres al espacio político incorpora otras dinámicas y deshace una manera netamente masculina y hegemónica de hacer las cosas, negativas para las mujeres y la política.
— En Podemos destacan las mujeres o muy jóvenes o muy mayores, ya que las que desean tener hijos no pueden permitirse la doble jornada laboral -la política profesional y los cuidados familiares-. ¿Qué opinas de esa conciliación?
— Las mismas dificultades que tienen la mayoría de mujeres de nuestro país para estar en igualdad de condiciones en el mundo del empleo las tienen las mujeres de Podemos. Si las mujeres son quienes cuidan diariamente a los niños y niñas en las casas, igual que no van a poder competir en igualdad de condiciones en el mundo del empleo, tampoco pueden en la política. Si los hombres no se incorporan al cuidado, las mujeres van a seguir estando discriminadas. Hay techos de cristal en la política que tienen que ver con la cuestión del cuidado. Podemos ha sido un partido que se ha construido muy rápido y que ha implicado una militancia muy entregada y hemos visto cómo las mujeres lo han tenido mucho más difícil. Igual que ser madre está penalizado en el mundo del empleo, lo está en el mundo de la política. Hay muchas mujeres jóvenes que estamos desde las primeras líneas y normalmente no tenemos hijos. Incluso me atrevería a decir que no se nos ocurriría esa locura por ahora; que supondría una renuncia. Luego también hay muchas mujeres mayores que ya son madres pero no con una maternidad que exige un cuidado. ¿Qué pasa con las madres en política? ¿Dónde están las madres? Las madres no están. Las madres están en condiciones mucho peores que los compañeros. Yo creo que Podemos tiene que ser un partido de vanguardia en la búsqueda de mecanismos de corrección.
— ¿Altos cargos como Pablo Iglesias representan bien el feminismo?
— Yo creo que no, que hemos tenido una imagen muy masculinizada. Hemos tenido pocas mujeres y pocas mujeres mayores. Nos vota gente joven, pero las madres y las abuelas de este país son las que menos votan a Podemos y yo creo que hay que ser consciente de que quizás las hemos interpelado poco. No solamente hacen falta propuestas de programa, también hace falta tener embajadoras que le pongan cara y voz a nuestras propuestas. Así que tiene que ser un partido mucho menos masculinizado y joven.

— Al hilo de esto, ¿qué le responderías a los que están en contra de la cuota?
— La paridad es absolutamente imprescindible porque parece que se interrumpe la normalidad cuando obligamos a que exista la cuota femenina. En realidad ya existe una cuota masculina. En una sociedad en la que la mitad de la población son mujeres, la rareza y lo que habría que explicar es por qué el 90% de las empresas del IBEX están dirigidas por hombres o por qué el 80% de ministros de los últimos veinte años han sido hombres. La gente que pone en duda la discriminación positiva porque dice “quiero que se ponga a la gente por el mérito y no por el género” en realidad está ocultando una situación previa. Si las mujeres estudiamos más que los hombres, pero los catedráticos y los rectores son todos hombres, no está funcionando el mérito, está funcionando el hecho de ser hombre. Por supuesto, la discriminación positiva es una corrección temporal, ojalá no fuera necesaria.
— Hablas a veces de feminismo sexy, de hacer atractivo el feminismo. ¿Cómo?
— Yo creo que se trata de ampliar las posibilidades de interlocución y de interpelar a más gente de la que en principio se siente interpelada. No es lo mismo cómo te diriges a las chicas adolescentes o de 20-25 años y cómo les transmites lo que es el feminismo, que cómo lo haces con las mujeres mayores. Creo que necesariamente cuando tú haces el esfuerzo de salir afuera y de hablar con los que faltan, lo que tienes que hacer es un ejercicio de generosidad, no pedir a la gente que se adapte a ti sino tú adaptarte a ellos. Hay muchísimas chicas adolescentes que aún no se han parado a pensar en que el feminismo es una cosa sexy, entendiéndolo como una cosa que la gente quiere ser, porque durante muchísimo tiempo ha habido un bombardeo ideológico -sobre todo de la derecha- por el cual se ha hecho una caricatura de las feministas, una imagen de mujer enfadada y que todo el día echa broncas. Es tarea fundamental de las feministas combatir eso. También forma parte de la tarea política mostrar atractivas las cosas, convencer de lo persuasivo que puede ser el feminismo. Tiene que ser un objeto de deseo, algo que la gente quiera hacer. Aquí me parece especialmente importante decirlo también hacia los hombres. Creo que una estrategia política inteligente y eficaz es que los hombres piensen que deberían ser feministas. Hay que revertir esa imagen negativa del feminismo y hay que mostrarlo como una cosa que politiza no solo el dolor, el sufrimiento, la necesidad, sino que politiza también el deseo en positivo.
— ¿Qué estereotipos ves en mujeres tanto de izquierdas como de derechas? ¿Hay unos papeles y roles dentro de la política?
— Sigue habiendo roles y nos siguen atrapando. Está el rol, por ejemplo, de la ejecutiva agresiva en el mundo del empleo, esa mujer mala y ambiciosa que ha llegado a un mundo de hombres. En el mundo de la política también existe esa figura: la mujer de hierro de la derecha como Margaret Thatcher. No queremos reforzar esos estereotipos pero tampoco queremos decir que las mujeres, para hacer política, nos tengamos que mostrar femeninas, cuidadosas, cándidas, dulces y amables porque creo que cuando esos estereotipos se enquistan salimos perdiendo. Ese estereotipo que recae sobre todo sobre las políticas de derechas es importante combatirlo también desde la izquierda, y aquí tenemos que hacer una alianza. Creo que no avanzo en ningún sentido si caricaturizo y pongo en duda la valía política de las mujeres por ser neoliberales o de derechas o llevar a cabo políticas con las que estoy en desacuerdo. Yo creo que el tipo de cuestionamiento al que se somete a una mujer política de derechas es siempre mayor al que se somete a un político de derechas. Nuestro objetivo tiene que ser la destrucción de todos los estereotipos.
— ¿Cómo podemos conseguir eso en una sociedad en la que los medios de comunicación cuestionan con tanta frecuencia el aspecto y la vida personal y la enjuician por esta cuestión en vez de por sus méritos?
— Hoy se trata de no reproducir los mismos estereotipos. Revertir, eso es responsabilidad de cada espacio político, y que no haya ningún tipo de filtro que discrimine a unas mujeres y a otras mujeres no. Aparte de eso, es nuestra tarea que podamos hacer una política tanto de mujeres arregladas, femeninas, que se pintan las uñas… como de mujeres que visten de forma masculina. Lo digo porque se nos critica todo. Nos critican que seamos mujeres arregladas y guapas y también se critica a las mujeres masculinas que acaban pareciéndose y vistiendo como hombres. Cada una de esas maneras de encasillarnos tiene que ser combatida y hacer que emerja la pluralidad de las mujeres en política.
Hay una cosa que me parece bastante interesante: ha habido algunas muestras en los últimos meses y años de cierta alianza o solidaridad entre las mujeres de distinto espectro político. Cuando políticas como Ada Colau o Inés Arrimadas recibieron críticas machistas, la respuesta fue de rechazo unánime. En eso hemos cambiado muchísimo porque cuando muchas mujeres distintas critican una misma cosa es muy difícil decir “bueno, son las feministas de toda la vida”, porque tienes a un montón de mujeres muy diferentes diciendo lo mismo. Desde Podemos tenemos que ser ejemplo de que cuando ponen en duda la valía de alguien por ser mujer, nos tiene que dar igual que sea de Ciudadanos o del PP, tenemos que salir a defenderla. Si otros partidos políticos no lo hacen, peor para ellos.
— ¿A estos ataques suelen responder hombres?
— No, no tanto. Pero estoy segura de que si seguimos por esta línea, que haya algún tipo de frente común de mujeres en la política contestando a esto, creo que sí, que se acabarán sumando. Es una cosa que construye indudablemente una hegemonía imposible de criticar y, al final, acaba arrastrando a todo el mundo a sumarse.
— Cada mujer construye su forma de hacer feminismo desde sus creencias y posibilidades. ¿Cómo podéis construir un discurso feminista cuando incluso dentro del partido hay tantos feminismos como mujeres?
— Sabiendo que justamente la potencia del feminismo tiene que pasar por la posibilidad de aglutinar a muchas mujeres distintas y a muchos feminismos distintos. Creo que tiene que haber una alianza en lo fundamental. El feminismo tiene que ser un espacio de debate político. Lo digo porque no estoy nada de acuerdo con esa manera de zanjar los debates feministas a través del establecimiento de un “feminismo de verdad”. Si la única manera de entender a alguien como tu compañera feminista es que esté absolutamente de acuerdo contigo vamos a construir un feminismo dogmático y pobre, incapaz de juntar a mucha gente. Nos va la vida en construir un feminismo capaz de enriquecerse con distintos enfoques. Es una cuestión de tolerancia fundamental, pero a veces en los debates políticos hay una actitud poco capaz de incluir la discrepancia.

— ¿Crees que los feminismos están ahora en un plano demasiado teórico y por eso no llegan a toda la gente?
— Sí, totalmente. Yo creo que el debate teórico es imprescindible porque a la política le hace falta mucha reflexión y análisis, pero lo que tiene que hacer un político después de hacer un análisis sobre la situación es ponerse a construir hegemonía y sentido común. Se construye haciendo feminismo en esos espacios en los cuales hay gente de todo tipo. No se puede construir feminismo simplemente en libros que se venden en las librerías de mujeres a las que van siempre solo una minoría de la población…
— En espacios de ocio como el cine, las redes sociales, los videojuegos e incluso el humor, ¿crees que se deberían promover más campañas con contenidos feministas?
— Siempre me ha parecido muy interesante lo que hacen a día de hoy un montón de youtubers que a través del humor realizan intervenciones culturales muy importantes para mujeres de nuestra generación que han llegado el feminismo más por una tuitera o una youtuber que por un libro de Judith Butler. El sentido del humor, por supuesto, como herramienta fundamental, pero también explorar otros lugares. Por ejemplo, el otro día hablábamos de una experta en videojuegos que es feminista. Eso es una rareza muy valiosa políticamente y puede haber gente que nunca se le ocurra, que se construye políticamente desde el mundo del videojuego, pero es que realmente el videojuego es un objeto cultural de consumo masivo en nuestra sociedad que educa además a adolescentes. Hay mogollón de videojuegos machistas y una intervención feminista consciente de una mujer dentro del mundo del videojuego, que es eminentemente masculino, puede ser muy rompedora. Hay que pensar en esos espacios inesperados donde a lo mejor no pensamos que se hace política.
— Como profesora de instituto habrás visto gente muy joven que reproduce comportamientos de violencia machista. ¿Por qué crees que sucede esto pese a que ahora hay más concienciación?
— Un aula de bachiller o de la ESO es un espacio donde se mide muy bien el grado de machismo que hay en una sociedad porque la población adolescente suele reproducir muchísimo el tipo de prejuicios, estereotipos y roles de nuestra sociedad. Por un lado, no puede ser que desaparezcan de la educación las asignaturas que querían tematizar esto. Yo era profesora de Educación para la Ciudadanía y esa asignatura mal enfocada podía ser, como todas, una asignatura regular, y bien enfocada podía ser la oportunidad de tratar temas de feminismo, de diversidad sexual… El Partido Popular anuló esa asignatura, hizo una guerra contra ella hasta que la ha erradicado del sistema educativo. Yo creo que eso hace falta, se llame así o de otra manera.
— ¿Cómo se debería cambiar desde las clases y la educación?
— Hay que hacer una revisión transversal a fondo. No puede ser que los problemas de la clase de matemáticas siempre hablan de mujeres cuando se habla de coser y de hacer cuentas y hablen de hombres cuando se dice que se mida los litros de gasolina de un coche. Son cosas que pasan desapercibidas pero la educación está plagada de ellas. Además, la educación desborda los muros de un colegio, un instituto o una universidad. Muchos alumnos construyen mucho más su sentido común a través de los videojuegos que a través de lo que les dice una profesora. En todos esos espacios de culturización se transmite una manera de mirar y son espacios prioritarios para el feminismo. Una política cultural feminista es una política que incide en la educación.
— ¿Qué situaciones machistas en tu día a día y en tu vida política has tenido que afrontar?
— Los que la mayoría de las mujeres. Cuando voy a casa por la noche y tengo miedo porque son las doce y está oscuro y estoy andando por una calle donde no hay mucha gente. No me pasa a mí por ser Clara, me pasa por ser mujer y le pasa a mogollón de mujeres. Las políticas tenemos una responsabilidad especial a la hora de hablar de esto porque podemos y tenemos que hacerlo. Creo que hay que hablar de lo que nos pasa a todas como mujeres en situaciones cotidianas, que están normalizadas pero están ahí. Ir en transporte público a veces puede significar que alguien se te arrime y te invada el espacio o directamente te acose. Ese tipo de situaciones tienen que ser visibilizadas. Y como política, pues muchas, muchísimas. Hay una obvia mirada masculina en la política por la cual se concede autoridad a alguien por ser hombre y no a una mujer. Tú eres la portavoz o la presidenta en un grupo parlamentario y vas a negociar con otros partidos políticos y basta que vaya un técnico de tu partido que está muy por debajo de ti a nivel de responsabilidad para que el Partido Popular se dirija él y para que se te invisibilice. Ese tipo de situaciones se dan constantemente, tanto en los espacios de distintos partidos políticos como en los propios espacios de Podemos. Ocurre muchísimo que las mujeres son invisibilizadas y son mucho menos escuchadas. Cuando una mujer dice algo igual nadie lo ha oído y cuando lo dice un hombre de repente todo el mundo celebra la buena idea que ha tenido. Esto es el día a día de la política para las mujeres.
— Tú y otras compañeras afirmáis que la política se hace en los bares, y os quejasteis con ese “café para feminizar la política”.
— La informalidad siempre es muy cómplice con los hombres y con el mantenimiento de los privilegios masculinos. La formalidad y la organicidad es un espacio que te permite poner mecanismos para abrirles hueco a las mujeres, y sin embargo cuando las situaciones están decididas en la oscuridad de la informalidad se reproducen todas las dinámicas masculinas. El feminismo tiene que batallar por no abandonar ningún espacio, incluso en esos donde hay más hombres y son más proclives a las lógicas masculinas como el bar.
— ¿Qué situaciones más informales de machismo has vivido en el partido?
— ¿Situaciones informales que se dan? Muchísimas. El humor es ese terreno informal a conquistar. Los chistes que cuentan los dirigentes masculinos de un partido de izquierdas y transformador como Podemos son machistas. ¿Tenemos las mujeres que abandonar ese espacio y pelear solo en los espacios formales y pedir que en una asamblea no haya machismo? Tenemos que tomar esos espacios informales como son la hora del chiste, del piti o del café porque se reproduce muchísimo ahí. Esto es una experiencia que las personas LGTBI también tienen. Puede ser que en tu trabajo nadie admita que por motivos homófobos se te expulse o no se te contrate, pero en el café se siguen haciendo chistes homófobos. Ese también es un espacio a conquistar.