Citas con los libros
Madalina Panti//
En nuestra comunidad autónoma hay cerca de 104 clubes de lectura. El placer de leer en compañía reúne una vez al mes a decenas de personas en bibliotecas, asociaciones o instituciones. La narrativa contemporánea, la poesía, los clásicos o literatura de otros países les permiten seguir conociéndose a través de los libros.
A través de los libros he podido conocer la vida en la antigua Grecia, entendido a los vampiros, conocido la historia de niñas en África o aprendido cómo ser detective. Lo que leemos nos emociona, nos hace llorar o nos enfada. ¿Qué pasaría si existiera al menos una persona que pudiera compartir nuestras mismas sensaciones? O mejor, ¿qué pasaría si además hay un sitio en el que poder hacerlo? Buscando por casualidad eventos culturales en Zaragoza descubrí la existencia de los clubes de lectura. No había ni uno ni dos, sino muchos más y todo este tiempo nunca me había parado a pensar en ellos. Mis pocas nociones sobre el tema y mi pasión por este mundo me han llevado a querer saciar mi curiosidad adentrándome en tres clubes de lectura de la capital aragonesa.
Mi primer acercamiento fue en la Avenida Puerta de Sancho 30, donde un edificio naranja me respalda del frío. Mientras subo las escaleras de la biblioteca Rafael Andolz, quiero dejar de lado las expectativas, pero no paro de imaginarme sobre qué van a comentar o qué me voy a encontrar. Dieciséis voces ya debatían en el pasillo cuando se cuela la voz de Fabián Biel, que, aunque jubilado, sigue coordinando a los lectores de su barrio (Almozara). “Ya estoy aquí, perdonad la tardanza, me estaban entrevistando” les explica mientras ellos bromean que ya han comentado todo el libro. Se sientan y me miran extrañados, quizás es solo porque soy la cara nueva o quizás es porque bajo la media de edad que suele reunirse en esta sala. Una sonrisa amistosa, que luego descubriría que se llama Pilar, me hace sitio a su lado. No les conozco, pero es como si fuera una más del grupo.

Aunque el protagonista es el libro El último encuentro de Sándor Márai, Fabián se convierte en el centro de atención al menos por unos minutos en los que se dedica a presentar la obra y sus impresiones. En cuanto comienza a hablar, todas las miradas se dirigen hacia él. Reparte una fotografía del palacio de Hofburg en Viena, que es donde se narra la historia.
Fabián: Habéis ido a Tailandia, Vietnam o algún sitio así y no a Viena. Iros primero a Viena y luego os vais a Tailandia. Es una de las ciudades más bonitas.
A lo que una lectora responde que no, “a Vietnam seguro que no. Una exalumna mía tuvo un accidente el otro día”.
Y mientras unos se ponen a comentar el suceso que es noticia estos días y Fabián sigue contando la estructura del libro, mi mente se ha trasladado un momento a Viena, recordando el viaje que hice el año pasado, como si la magnitud de los palacios y el aire puro me invadiera de repente a la vez que el frío que hacía. Pero la voz de Fabián me hace aterrizar. “Montserrat, comienza tú” propone y de repente el silencio ha dejado de invadir la sala. “Esto no es una clase de literatura, hay que dejarlo claro” me comentaba Fabián antes de la sesión, pero los miro y sí que parecen una clase alborotada con ganas de hablar. La voz de Montserrat despierta la de los demás, aunque no la de todos. Hay gente que acude, pero tiene reservas a la hora de expresarse o deciden hacerlo solo con el de al lado. Otros, no obstante, comparten hasta anécdotas personales. De repente lo leído se convierte en solo una excusa más para debatir cuestiones de la vida como la amistad o el amor. Quizás hayan leído el mismo libro, pero no todos lo han sentido igual.
¿A cuántos de vosotros os ha traicionado un amigo?
La pregunta de Fabián abre un debate y ellos comienzan a manifestar sus vivencias. Desde luego esto no es un grupo de apoyo, pero no me esperaba ese nivel de confianza.
Se interrumpen, hablan, argumentan, recitan fragmentos y consiguen trocear todo el libro. La pasión con la que habla Fabián y las ganas de hablar y ser escuchados de los demás ofrece una buena perspectiva de un grupo en el que siempre hay debate y opiniones. Hay vida en esta sala. No se reúnen fuera de estas cuatro paredes, aunque algunos llevan muchos años yendo, pero suelen quedarse al acabar para recomendarse libros. Media hora de reloj de mi hipotética estancia se convirtió en hora y media, pero no me voy sin antes charlar un rato con ellos mientras me cuentan lo que les aporta pertenecer a ese club. Para uno es una forma de acercarse a géneros diferentes, como Pilar, que se apuntó “porque me costaba mucho leer novela y me parecía aburrido” y para otros es una manera más de compartir impresiones y escuchar otras opiniones. “Yo leo el libro, hago mi composición del lugar, he dicho cosas que la mayoría no están de acuerdo…Pero aprendo, aprendo a ver el libro de otra manera” expresa una de las asistentes. Muchos de ellos coinciden con esta opinión. José destaca que esta es una experiencia que hace cada libro inolvidable: “cuando vas perdiendo memoria, te puedes acordar de si has leído un libro o no. Me pasó que me leí uno dos veces sin darme cuenta, pero cuando lees uno en el club de lectura, no se te olvida”.
Me he quedado con ganas de saber más así que el viernes visito un club peculiar, dedicado a la literatura africana. En Aragón solo hay dos, ambos en el barrio de las Delicias pero en España son grupos que han comenzado a aumentar de manera lenta y significativa.
En el corazón del barrio, cruzando el parque Delicias podemos encontrar la biblioteca de Manuel Alvar que se esconde entre árboles y un gimnasio al aire libre para la gente mayor. Aunque los grafitis de fuera no invitan a entrar, dentro esconde otro mundo muy diferente. He llegado pronto para poder buscar bien la sala de reuniones, pero ya son las seis y veinticuatro minutos y aquí no aparece nadie. El tic tac del reloj me impacienta hasta que veo llegar a una mujer y me dispongo a hablar con ella. Se llama Mª Cruz, y me cuenta que acude a este club de lectura desde hace poco, “yo es que voy ya a otro club de lectura, pero me dijeron que había esta posibilidad y este año he llamado y me he apuntado”.
Nos interrumpe otra integrante y se ponen a hablar entre ellas sobre asuntos familiares. Nadie diría que estas dos personas solo se conocen de haber asistido a un club de lectura, aunque recalcan que no quedan fuera de sus puertas excepto para algunas charlas o eventos relacionados con la temática del club. “Realmente es distinto, es compartir una misma lectura, he aprendido mucho porque el continente africano para mí era súper desconocido y a lo largo de un montón de lecturas he ido descubriendo cantidad de cosas” comenta conmigo la otra participante.
Comienzan a hablar de la última lectura, “Malí Blues” de Lieve Joris:
Mª Cruz: “A mi me está costando leer esta lectura, es diferente totalmente”.
(Se ríen)
Otra compañera del club: “Este libro que es sobre viajes lo veo muy repetitivo, es que mezcla todo, la vida real con sus costumbres, con sus tabúes, con sus religiones, con la jerarquía…etc. ya te digo a mi me gusta más una trama”.

¿Es posible conectar con alguien cuando lo único que une es un libro? Sigo tratando de averiguarlo y cada vez me doy cuenta de que es posible. Entre comentarios aparece la reposada voz de Manuel Martín, para ellos Manolo, que es el encargado del club y da comienzo la sesión. No son muchos, apenas seis (posteriormente se suman otras dos lectoras). Parece un grupo taciturno, pero de repente comienza a sonar la música. “Este libro tiene banda sonora” comenta Fernando, uno de los integrantes, que de repente reproduce música en su móvil. Soy la única sorprendida, los demás se deleitan con la melodía como si fuera algo característico. Después Manolo y sus apuntes dan comienzo a desglosar la lectura y los demás ofrecen pinceladas de su opinión.
Los silencios a veces acaparan la sala y solo se escucha el sonido de mi cámara. No todos hablan, incluso hay gente que llega tarde o comenta que no ha tenido tiempo de leerlo entero. Los temas del libro les permiten conectar con la realidad del país en el que se centra la historia y a compartir conocimientos sobre cultura, economía o política. La mayoría de ellos coinciden en que se apuntaron por el desconocimiento de esta cultura. “La literatura africana es menos novelada, muy de la vida real, más biográfica me parece a mi” cuenta Rosario, una de las participantes. Fernando añade, “para mí es interesante ver que hay otro mundo”.

Todo acaba como empezó: con música. Vuelven a escuchar atentos lo que Fernando les enseña. No renuncian al aprendizaje sobre el conocimiento africano volviéndose a reunir el próximo mes con Huesos cruzados de Nuruddin Farah. Yo por lo pronto he decidido dejar África y explorar la literatura inglesa.
Austen y Bronte no son aragonesas, pero tienen un pequeño hueco en Zaragoza con la asociación que lleva sus nombres. Hace dos años Eva, Mª José, Mª Carmen e Irene decidieron cambiar sus íntimas reuniones en sus casas por reuniones más amplias con gente que compartía su pasión.
La puerta principal cerrada. Recorro la Plaza de Santo Domingo buscando el acceso al Centro Comunitario Luis Buñuel y me encuentro con una fiesta. Al principio dudo de que sea el sitio, pero está el cartel, tiene que ser. Me hago hueco entre un montón de gente y vasos de cerveza y consigo entrar. Después de cruzarme con desconocidos que no paraban de preguntarme dónde estaban los baños, confundirme de puerta y escuchar a gente cantando rap, encuentro el espacio libre de música y gritos: la biblioteca.
– ¿Vosotras sois del club de lectura?
– Sí, contestan a la vez. Así conozco a Mª José y Mª Ángeles, que esperan en la puerta a que lleguen los demás.
La timidez del primer asalto hace que no hablen mucho conmigo, pero de vez en cuando me sueltan alguna sonrisa amigable. Poco a poco los siete participantes restantes van llegando y se van saludando. Todos se conocen, está claro, pero la relación con el libro no es lo único que les une, porque se plantean tener una cena o ir a ver una película al cine.

Comienza la sesión con un PowerPoint. José, uno de los integrantes, realiza voluntariamente una presentación sobre el libro que han leído y el autor. Este mes, “La máquina del tiempo” de H. G. Wells. Todos permanecen atentos a la introducción que realiza José y empiezan a comentar la lectura. Me miran extrañados, pero no se atreven a preguntar quién soy, así que optan por descubrirlo por sí mismos o hacer como si no estuviera. Quizás la grabadora o la cámara les haya dado un par de pistas.
Si además de los clásicos de la literatura inglesa del siglo XIX te gusta el cine clásico, quizás este es tu club de lectura. Más allá de opinar sobre libros, la riqueza de este club es la aportación cultural donde predominan los conocimientos sobre el mundo del celuloide. Los temas se relacionan con Wells, pero fluyen desde el darwinismo social que introduce Eva, la coordinadora, para iniciar la conversación hasta cuestiones de ética o robots. Es imposible seguirles el ritmo entre tantos temas y tantas recomendaciones. Supongo que, el saber tanto inquieta la mente y tienen que sacarlo, pero también hay espacio para las risas y el humor. El momento cómico lo protagoniza José que, al parecer, se ha leído un epílogo diferente al de los demás.

Dada por terminada la sesión, toca elegir nuevo libro para comentar. Entre un barullo de voces, fechas y libros, Eva toma la decisión de comentar Emma porque se acerca el estreno de la película. La lista de recomendaciones es larga, pero se toma la decisión, el 17 de abril se comentará la novela de Jane Austen, aunque no todos están conformes:
Chus: ¿Emma? ¿De verdad?
José: Volvemos a los clásicos.
Chus: A lo mejor a la siguiente sesión no vengo
(Todos comienzan a reírse)
La fecha, como muchas otras, se pospone debido a las circunstancias, pero mi subconsciente la ha escuchado y apunta el día en el cuaderno. Los libros seguirán allí y es posible que, después de todo lo que me ha aportado conocer a estos tres clubes, me atreva a salir de la zona de confort y acudir a la cita con los libros.
Yo buscaba un club de lectura en Huesca, pero es imposible, aquí no parece interesar ese mundo.
Suelo leer ensayo y, en general, poca novela, casi siempre clásicos; sin embargo, mi libro de cabecera, el que inspira mi vida y leo cada año, es una novela. No consigo conectar con la poesía por mucho que lo he intentado, me gustan las biografías y las tesis, que tengo la manía de empezar siempre por la bibliografía. No soporto leer en una pantalla y considero que leer periódicos, revistas, etc, no es leer. Lo digo porque cuando aparecen estadísticas sobre lectura y lectores, para que los resultados no sean tan lamentables, siempre incluyen «leer periódicos» como lectura.
Un saludo.
Hola Alex.
Me gusta mucho está definición de leer:
Leer no es únicamente ser capaz de decodificar un texto. Leer supone interactuar con el texto aportando en dicho proceso los conocimientos y experiencias que posee el lector para comprender e interpretarlo, utilizarlo y reflexionar sobre él.
Soy profesora de alfabetización de adultos y sé que para algunas personas leer el periódico cada día es similar a lo que será para tí leer un ensayo. ¿Y realmente eso no es leer?
Analizan e interpretan las palabras, aprenden, reflexionan, abren su mente a nuevos conocimientos…
Me da pena cuando se le quita valor a esos gestos, lo importante de la lectura es como traspasa al ser humano, como lo llena y vacía a la vez, introduciendo ideas y sacando otras nuevas y diferentes.
Leer periódicos y revista es lectura, con todo lo que ello conlleva, a nivel personal y social.