De Aragón a las estrellas

Alba Argilés Cañete//

A lo largo de la historia, todas las civilizaciones han mirado al cielo en busca de respuestas sobre el universo. Una práctica que en Aragón no se ha perdido. Ya sea desde un parque del centro de Zaragoza, un pueblo perdido de Teruel o el subsuelo de Canfranc, los aragoneses siguen observando el cosmos.

En enero de 1985 un pequeño pueblo del pirineo oscense comenzó a sospechar que en sus tierras estaba pasando algo raro. Decenas debieron ser las ideas que se les pasaron por la cabeza a los vecinos de Canfranc cuando un grupo de hombres llegó a su pueblo y se introdujo en el túnel que unía España con Francia. Lo que descubrirían más tarde es que lo que intentaban desde las profundidades de la tierra era conocer un poco más el universo y descifrar uno de los enigmas más importantes del siglo XXI: la materia oscura.

Una materia que el físico Ángel Morales quería encontrar a toda costa desde esta antigua estación. Con las bajas temperaturas del pirineo aragonés, Morales decidió adentrarse en uno de los túneles para comprobar sus características. Dos cavidades de apenas 10 m² a 700 metros de la boca española serían todo lo necesario para comenzar con sus experimentos. Pero las condiciones de este lugar y la forma de trabajar no fueron nada fáciles. El grupo universitario tuvo que encargarse, por su propia cuenta, de llevar teléfono, poner luz o hasta adaptar las vías para su acceso. «Estaban todavía las vías del tren y los profesores tuvieron que preparar una furgoneta a la que quitaron las ruedas y le pusieron unas llantas para poder entrar y salir del túnel», recuerda María Luisa Sarsa, una de las investigadoras principales del observatorio.

Ángel Morales. Fuente: Laboratorio Subterráneo de Canfranc.
Ángel Morales. Fuente: Laboratorio Subterráneo de Canfranc.

Sin embargo, las grandes dificultades con las que comenzaron no impidieron que este laboratorio se haya convertido en el segundo más importante de Europa, sólo superado por el Gran Sasso de Italia. Un centro en el que conviven neutrinos, geociencia y materia oscura y donde las condiciones son perfectas para sus estudios. «Son actividades transversales que se aprovechan del entorno y de una infraestructura que es especial. Nosotros nos vamos a un túnel para alejarnos de la radiación cósmica que llega a todos los puntos de la superficie terrestre, y que nos impediría detectar las partículas que buscamos», explica Sarsa.

La búsqueda de la materia oscura
María Luisa Sarsa. Fuente: Alba Argilés
María Luisa Sarsa. Fuente: Alba Argilés

Pero el experimento principal, y que la doctora Sarsa encabeza es la detección de materia oscura. Una materia que, a día de hoy, no se puede detectar de forma directa, pero que sí se hace evidente a través de su atracción gravitatoria sobre otros cuerpos celestes. «El motivo fundamental de su difícil detección, es que, de alguna forma, no está interaccionando con la materia normal, que es la que forma el mundo que nos rodea, a nosotros mismos, a las estrellas y a las galaxias. Es algo diferente y que interacciona muy débilmente», explica la física.

La existencia de esta materia, detectada hace casi cien años por JanOort y Franz Zwicky, al principio apenas tuvo adeptos. En 1932, estos dos físicos detectaron que el movimiento de las estrellas y las galaxias era mucho más rápido y que, por lo tanto, no seguían las leyes de Newton. Lo que suponía que la masa real de nuestra galaxia era el doble de lo que se pensaba hasta el momento. Y a lo que Zwicky dio una rompedora respuesta: existía una enorme cantidad de «materia faltante».

Poco a poco, la idea de esta materia fue calando en la comunidad científica; necesitaban suponer la existencia de esta masa para explicar la composición del universo. Y, con el mismo apellido, la energía oscura se convirtió en otra de las principales fuentes de estudio. «La energía oscura es un ingrediente diferente porque no esperamos que se comporte de manera semejante a la materia que conocemos. Esta está produciendo la expansión acelerada del universo, y no tenemos modelos muy claros para poder explicar su origen o su comportamiento», diferencia Sarsa.

En el caso de Canfranc, para la detección de esta materia tan buscada se ha optado por unos detectores de centelleo especiales para el rastreo de radiación y partículas. Cuando una partícula deposita una pequeña cantidad de energía en los aparatos, el material del que están compuestos -yoduro de sodio dopado con talio- genera una luz. «La particularidad de nuestros detectores es que están hechos de un material de enorme radiopureza, muy limpios y, además, están encerrados en un túnel para frenar cualquier partícula que quisiera inferir del exterior», explica la doctora.

Telescopio JAST/T80. Fuente: Observatorio Astronómico de Javalambre
Telescopio JAST/T80. Fuente: Observatorio Astrofísico de Javalambre

Pero la detección de materia oscura y de la composición del universo no sólo se intentan esclarecer desde Canfranc. A 1.957 metros de altitud, en Arcos de la Salina, un pueblo turolense, se encuentra el Observatorio Astrofísico de Javalambre. Allí, dos telescopios tratan de recoger toda la información que esconde el universo.

El principal es el JST/T250. La característica de éste es el gran campo que puede capturar. Tiene 2,5 metros de diámetro y su campo de visión es de 3 grados cuadrados de diámetro, convirtiéndolo en uno de los telescopios con mayor visión del panorama actual. El otro, el JAST/T80, es más pequeño, de 80 centímetros de diámetro y su función primordial es complementar al primero.

56 colores para entender el universo

Con ellos, el objetivo de los astrofísicos de Javalambre es hacer un gran cartografiado de, aproximadamente, 10.000 grados cuadrados del Hemisferio Norte. Mediante 56 filtros de color en las cámaras de los telescopios, se podrá entender el espectro de cada galaxia. O, lo que es lo mismo, la distribución de energía de la luz que nos llega desde las galaxias. «Con estos filtros podemos ver que hay galaxias rojas, galaxias azules… Las galaxia son conjuntos de estrellas, y de ellas conocemos su evolución. Sabemos que cuando son jóvenes son azules porque emiten radiación ultravioleta. Y son rojas cuando están en una época avanzada de su evolución, cuando ya están muertas y no forman estrellas. Así con estos filtros, podemos saber la composición de estas galaxias», explica Álvaro Orsi, un investigador chileno de este observatorio.

Gracias a estos cartografiados, lo que pretenden estos astrofísicos es entender la evolución y las características de las galaxias. «Lo que medimos es cómo las galaxias evolucionan, cómo su distribución espacial cambia. Necesitamos entender las propiedades de las poblaciones de galaxias desde un punto de vista estadístico para entender cuál es la naturaleza de la materia oscura y  de la energía oscura, de cómo evoluciona la expansión del universo», comenta el chileno.

Pero antes de llevarlo a la práctica, en esta sierra turolense trabajan sobre un universo virtual. A partir de simulaciones numéricas han construido un universo equivalente al real desde el que controlan todo. «Podemos ‘echar’ a andar el tiempo y ver cómo la fuerza de la gravedad va generando estructuras en el universo. Y sobre esto, tenemos ‘recetas’ que nos dicen cómo estas estructuras se van poblando con galaxias», comenta Orsi. A partir de ellas, obtienen una representación estadística de las propiedades y de la distribución de las galaxias en el universo para luego comprobar con los grandes telescopios.

Uno de los mejores cielos de Europa
Galaxia del Triángulo. Fuente: Observatorio Astronómico de Javalambre
Nebulosa Dumbbell Fuente: Observatorio Astrofísico de Javalambre

Estos aparatos lo tienen muy fácil en Javalambre gracias a las condiciones de su cielo. Los principales problemas para observatorios de este tipo suelen proceder de la atmósfera. Esta perjudica la observación clara del cielo por las interferencias que crea entre la óptica y el objeto que se quiere observar. Por ejemplo, las estrellas son un punto de luz no oscilante en el espacio; sin embargo, desde la tierra, y más si estamos en lugares con una alta contaminación, vemos cómo estos puntos de luz titilan. «El cielo de Javalambre es uno de los mejores sitios de Europa para hacer observaciones astronómicas. Y es poco conocido. La combinación de la poca humedad y del poco polvo en el cielo, además, de la cantidad de noches despejadas, hace que este cielo sea buenísimo», afirma Orsi.

Pero no todo en Javalambre se centra en el trabajo de estos astrofísicos. El Centro de Estudios de Física del Cosmos de Aragón (CEFCA) se encarga de encargar la ciencia a los turolenses. Este septiembre realizó la V Escuela de Astronomía, con la que, desde 2011, intenta dar a conocer el mundo de la astronomía y la astrofísica a todas las personas que se sienten atraídas por el espacio que les rodea.

Conocimiento y diversión en Espacio 0.42

Otro lugar aragonés en el que también se da mucha importancia a la divulgación y a la observación de nuestros cielos es Huesca. Allí, en el Centro Astronómico Aragonés, más conocido como Espacio 0.42, se intenta transmitir a pequeños y mayores todo lo que entraña nuestro universo.

Desde el Espacio 0.42, coordenadas de Huesca (longitud 0, latitud 42), se intenta, más allá de la investigación o el ocio, activar la curiosidad de los aragoneses con exposiciones, jornadas y actividades. El centro cuenta con un enorme planetario de 10 metros de diámetro con el que, decenas de personas al mismo tiempo, pueden acceder a los planetas más remotos del universo. Además, bajo una bóveda que se abre, se puede observar el cielo oscense con tres telescopios de gran potencia.

Todo este interés es el que demuestran asociaciones como la Agrupación Astronómica Aragonesa o la Sociedad Astronómica de Zaragoza. Desde ellas se intenta poner en práctica la curiosidad por saber cómo es el universo que nos rodea. Estos grupos convocan numerosas reuniones y salidas en las que proponen a sus socios salir fuera de las ciudades para contemplar la belleza del cosmos. Además, en sus páginas web, aportan información a otros aficionados sobre telescopios, descubrimientos o comentarios de algunos de los astrofísicos más importantes de dentro y fuera de la comunidad.

Pero el cielo aragonés da para mucho más. Desde la Fundación Starlight, muchos son los alojamientos aragoneses que han conseguido alzarse con esta distinción. Esta entidad, respaldada por la UNESCO, la Organización Mundial del Turismo y la Unión Astronómica Internacional, premia a aquellos lugares o estancias de todo el mundo en las que los cielos tienen una importancia primordial. En Teruel, dos hoteles, una casa rural y un albergue han conseguido su placa por incluir actividades para la observación del cielo y por protegerlo.

Investigación, divulgación, ocio o turismo son algunas de las opciones que nos propone el cielo aragonés. Ya sea con nuestros propios ojos o desde uno de los telescopios más complejos del mundo, un universo repleto de incógnitas y belleza se muestra ante nosotros con cada anochecer.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *