El miedo de un refugiado homosexual
Sofía Villa//
Ibrahima (Senegal, 44) tenía en su país mujer e hijo, pero amaba a un hombre y, por ello, tuvo que huir. Según ACNUR (2020), el derecho internacional estipula que cualquier persona atacada o perseguida por su identidad de género u orientación sexual tiene derecho a la protección internacional en condición de refugiado.
“Me lancé al mar para morir y que no me localizaran. Si encontraban el cuerpo de un hombre homosexual, sería una vergüenza para mi familia en la comunidad”. Ibrahima (44) ni siquiera parpadea al pronunciar estas palabras. Da un sorbo a su coca cola, deposita el vaso cuidadosamente en la mesa y apoya con delicadeza los brazos en sus escuálidas rodillas.
Decide comenzar la historia por el final y, paulatinamente, detallar las causas que abocaron a que este se produjera. Ocurrió en marzo de 2020 en Senegal; ahora lo cuenta desde un bar de Nervión, en Sevilla. “Perdí a mi familia y a mis amigos. Me dijeron que era una deshonra y que para ellos estaba muerto. Perdí mi dignidad y mi integridad, por eso me fui de mi pueblo”. Viajó por los pueblos de alrededor, donde trabajó de albañil y taxista. Sin embargo, no ganaba suficiente dinero, teniendo que pasar varios días sin comer. “Desesperanzado” y “abatido”, tomó una decisión: “Oía por la radio que las personas que intentaban viajar a Europa morían en el mar, así que allí fui”.
“No le odio por lo que me hizo. Lo entiendo. Es lo que tenía que hacer”. Ibrahima se refiere a su hermano, quien, junto a otro hombre, le pegó una paliza. Fue una noche, cuando volvía a casa después del trabajo, detrás del campo de fútbol por el que siempre pasaba. Una costilla rota, moratones en los costados, contusiones en la espalda y heridas en la cara fueron las consecuencias. El rencor o la rabia, no.
Realmente, no existe certeza de que fuera su hermano, pero Ibrahima está seguro de ello porque “olía a él y su voz era la de él”. Acudió a la policía y puso una denuncia, pero esta “no le dio importancia”.
El hermano vio a Ibrahima besándose con un chico en una discoteca. Él se dio cuenta: “Supe que me había visto. También supe lo que me esperaba después”. El chico en cuestión era, a ojos de los demás, su mejor amigo; en realidad, era su novio o, mejor dicho, su amante, ya que Ibrahima estaba (está) casado y tenía (tiene) un hijo. “Lo peor de todo fue la vergüenza para mi hijo”, se emociona Ibrahima. Sin embargo, su hijo lo aceptó desde un principio. “Me dijo que no pasaba nada, que él me quería igual. Yo le enseñé desde pequeño el respeto”, a la emoción se suma el orgullo.
Ibrahima realiza una pausa. Del bolsillo izquierdo extrae una fotografía: es su hijo, que sonríe a la cámara mostrando un tomate en las manos; del bolsillo contrario deja sobresalir, lenta y cuidadosamente, una pulsera con la bandera homosexual. “Soy muy cuidadoso porque tengo miedo de que me agredan. En el centro donde resido, en la calle, en la escuela… Pero a la vez me siento culpable por defraudarme a mí mismo y a todas las personas como yo. No deberíamos escondernos por amar a un hombre”.
Sus ojos transmiten tristeza, pero también esperanza. Ahora es acogido por CEAR, asiste a clases de español en la academia Integra Educatio y forma parte de una asociación de defensa de los derechos del colectivo LGTBIQ en Sevilla. “Una vez fui a una manifestación homosexual aquí en Sevilla, pero permanecí sentado en un banco a lo lejos. Tenía miedo de que me vieran y me hicieran daño. Ahora, gracias a esta asociación, me siento aceptado y participo en actividades y eventos que celebran, aunque a veces no entienda mucho”, Ibrahima suelta una leve sonrisa con este último comentario.
Su futuro es incierto, pero algo tiene claro: “Quiero traer a mi hijo aquí, conmigo. Lo llamo todos los días y él me dice que quiere venir. Voy a esforzarme mucho para conseguir un buen trabajo y darle una buena vida”.