Enrique Porta o la velocidad de la luz

Lucía Hernández//

Enrique Porta (Villanueva, 1944) da gracias a la suerte todos los días por dejarle vivir de lo que más le gustaba, el fútbol. Sin embargo, la fortuna no siempre fue justa con él: los sucesivos entrenadores que lo dirigieron durante su etapa en el Granada no se lo pusieron nada fácil. Pero a él con el cariño de su pueblo y de la afición nazarí le bastaba. Hoy, el único pichichi del fútbol aragonés disfruta de su familia con la tranquilidad de que su negocio, la Chocolatería Porta, está en buenas manos, las de sus hijos.

De acuerdo con la Teoría de la Relatividad, formulada por Einstein en 1905, que asumía que la velocidad de la luz era la única constante universal, tiempo y espacio integran un exclusivo continuo en el que acontecen todos los eventos físicos del Universo. En algunos casos, encontrarse en un lugar y en un momento determinados puede suponer una desgracia o un fracaso. En el de Enrique Porta, cuando corría a ras de césped, siempre suponía una virtud. Sobre los terrenos de juego, su capacidad para beneficiarse de los caprichos cronotópicos dependía de su talento. No era un jugador espectacular, ni poseía un potente disparo, ni siquiera iba excesivamente bien de cabeza, pero su colocación y su inteligencia, junto con un toque sutil, le concedían el dominio de las cuatro dimensiones universales y de la única máxima futbolística: el gol.

Un paso hacia atrás en el segundo adecuado o un pequeño salto antes del pitido final podían determinar su éxito. Y el de todo el equipo. No obstante, durante la carrera del jugador aragonés, espacio y tiempo fueron demasiado relativos. En los despachos, la suerte pesó más que su talento y los intereses privados influyeron más que ese idilio con el gol que comenzó hace mucho tiempo, en su cuarto cumpleaños, cuando de regalo sus padres le compraron su primer balón. “Siempre me gustó el fútbol, aunque no sé desde cuándo exactamente”, reconoce.

De quien sí se acuerda es de su “padrino futbolístico”, Daniel Cativiela Bescós, que le ayudó a crecer y a darse a conocer en un mundo que se presuponía intrincado: “Era muy muy difícil llegar, y más siendo de pueblo, porque en esa época no había ojeadores, por lo que nadie iba a verte”. Tras militar en las filas del Regional de Villanueva, el Real Zaragoza le ofreció un contrato cuando apenas había conocido los encantos de la adolescencia. “Si te llama con 14 años un equipo de esa talla para jugar en sus categorías inferiores no te lo piensas”.

En el Juvenil del equipo blanquiazul pasó tres “buenos” años, hasta que fichó por el Amistad, que competía en Tercera división. Sus buenas actuaciones llamaron la atención de otro conjunto aragonés, la Sociedad Deportiva Huesca, donde jugó cuatro temporadas, “aunque una en blanco porque estuve haciendo el servicio militar en Ceuta”. En la última, marcó 34 goles y se alzó con el que sería el primer premio pichichi de su trayectoria, el que le acreditaba como máximo goleador de la Tercera división. Ante su alto rendimiento, el Real Zaragoza intentó repescarlo, “pero rechacé la propuesta”.

-¿Por qué?

-“En esa época estaban los Magníficos” –el mítico equipo formado por Canario, Santos, Marcelino, Villa y Lapetra, que ganó dos Copas del Rey y una Copa de Ferias– “y sabía que no iba a jugar. Económicamente, además, me ofrecían lo mismo que el Huesca, donde sabía que iba a ser titular y  una de las figuras del equipo”.

Salto a Primera División

Una semana más tarde de tomar la decisión, recibió una llamada: el Granada. Un equipo de la máxima categoría, estaba interesado en contar con sus servicios. Con 24 años, y después de que el club granadino depositara 350.000 pesetas en las arcas del Huesca, Porta llegó a la ciudad andaluza con una ambición desmesurada: ser feliz. “Fue una ilusión tremenda, porque me prometieron la titularidad en un equipo de Primera. Significaba que profesionalmente ya, sí que sí, me iba a dedicar a lo que más me gustaba”. Sin embargo, la adaptación no sería fácil; su timidez y el hecho de que nunca había estado más de un fin de semana lejos de su casa le hicieron pensar en volverse, hasta que entabló amistad con sus compañeros de pensión.

La situación deportiva tampoco lo ayudó: pese a que le colgaba la etiqueta de gran promesa, su entrenador, Marcel Domingo, solo lo alineó en cinco encuentros. El primero, frente al Atlético de Madrid, en el Vicente Calderón cuando el estadio todavía se llamaba el Manzanares. No fue el debut soñado, ni mucho menos. Domingo, para frenar las acometidas rivales, impuso un sistema ultradefensivo en el que todos los delanteros ocupaban posiciones defensivas, incluido Porta, que salió al césped con la sola misión de marcar al jugador que terminaría anotando el único tanto del encuentro, Adelardo. “Es que yo no servía para eso; el tío se me escapaba todo el rato”, justifica.

La decepcionante campaña del Granada precipitó el despido del entrenador, cuya plaza fue ocupada por Nestor Rossi. Este cambio de cromos no hizo sino empeorar “aún más” su estado dentro del conjunto. “Rossi habló conmigo y me dijo que si quería ser titular, tenía que jugar de defensa”. La respuesta de Porta fue tajante: “ni de broma”. El aragonés quería ayudar al equipo y no creía que reducir su caudal goleador fuera la mejor forma de hacerlo. Entonces, el club tomó la medida rotunda de descenderlo al Recreativo, el filial del Granada en Tercera división.

Me jodió, me jodió, porque sentí que su intención en parte era la de humillarme”, revela aunque hoy confiesa que aprendió mucho en ese “máster de la vida”, del que se graduó cum laude, como reflejan sus notas: se convirtió en el máximo goleador con 18 dianas y en el jugador más determinante del vestuario.

En la siguiente temporada (1970-1971), de nuevo en el primer equipo, la suerte no cambió para Porta, cuya presencia fue testimonial, a pesar de que marcara su primer tanto –el de la victoria– contra el Real Club Deportivo Español en uno de los pocos partidos que le dejaron jugar. Sin embargo, de esa campaña Porta siempre recordará un gol que nunca subió al marcador. Aquel día, el 31 de enero de 1971, el jugador aragonés, bajo la lluvia de Granada, se vistió de Hugo Sánchez y, de chilena, mandó el balón, que dibujó una parábola perfecta, al fondo de las mallas.

“El centro de Vicente era un caramelo; con él me entendía solo con la mirada”. Lo que diferencia “a un buen nueve es su capacidad para encontrar el hueco, para hacer el desmarque perfecto en el momento perfecto”. Y él lo encontró. Cuando el esférico salió de su bota supo que el portero del Sevilla, Rodri, “no tenía nada que hacer” ante ese disparo antológico, de película. Pero la alegría de Porta duró muy poco; el árbitro, Guruceta, anuló el gol “injustamente”, alegando que su compañero Barrios se hallaba en fuera de juego. En el momento y en el lugar equivocados. “El gol era legal porque Barrios no intervino en la jugada”, afirma.

A lo largo de ese año, Porta aprovechó todas las oportunidades que su entrenador le brindaba en la Copa Andaluza, un campeonato disputado por las plantillas suplentes. La noticia del letal ariete que se estaba fraguando no tardó en llegar a la prensa, que se hizo eco de su póker en el encuentro del Granada (4) frente al Recreativo de Huelva (2). “El Granada se alzó con esta victoria debido, principalmente, a la noche inspirada de su jugador Porta […] que completó una actuación genial”, escribió el ABC de Andalucía sobre un jugador que a ritmo de chicharros pedía a gritos la titularidad. Como también lo hacía su afición. El famoso “Porta, Porta” que entonaba  la hinchada nazarí colocó contra las cuerdas a la dirección técnica, que no tuvo otro remedio que ofrecerle la renovación. “Eso sí, fue el hermano del presidente Cani, que fue quien me trajo, el que se empeñó”, subraya.

-¿Por qué aceptó el nuevo contrato?

-Porque quería devolverle la confianza a la gente del Granada. Por aquel entonces, también se interesó el Jerez, pero jugaba en Segunda División y me ofrecieron muy poco.

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Fuente: marca. com

Primer Pichichi aragonés de la historia

Con Joseíto el cabezón al mando, sustituyendo a Rossi, Porta pensó que había llegado su momento, pero al zamorano lo llamaban el cabezón por algo. “No me convocó para los tres primeros partidos; yo estaba desesperado”. Sin embargo, aunque Porta no lo supiera, el engranaje de su éxito comenzaba, en la sombra, a engrasarse. El 21 de septiembre de 1971, un miércoles cualquiera de aquel verano que expiraba, la vida le entregó el primer trofeo que guardaría en su vitrina de triunfos personales y, con él, la suerte que hasta ese momento le había faltado: “como habitualmente se dice, el primer hijo te trae un pan debajo del brazo”. El sábado de esa semana, el ariete disputó los últimos 10 minutos del partido que enfrentaba al Granada y a Las Palmas. Ese día Porta no marcó. Ni dio una asistencia, ni completó más de tres regates. Pero todo había cambiado.

A partir de entonces, jugaría de titular todos los partidos de Liga y Copa de una temporada gloriosa para el Granada, que se ganó el apodo del Matagigantes: “Entonces, aparte del Barcelona, Madrid y Atleti, había otros grandes equipos, como el Bilbao, Las Palmas o el Sporting de Quini, y les ganamos a todos”.

-¿Cuál fue el secreto de ese equipo?

-Teníamos dos virtudes. La primera: cada uno sabía qué tenía que hacer dentro del campo y la segunda era que formábamos una gran piña. Todos nos llevábamos genial. Los casados invitábamos a los solteros a nuestras comidas y estábamos siempre bebiendo unas cañas.

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Fuente: http://modestino.blogspot.com.es/2011/06/

Fuera de los terrenos de juego nombra como grandes aliados a Juanito y a Izcoa, y dentro a Vicente, el extremo izquierdo. “Gracias a sus asistencias”, puntualiza en un tono humilde, “me llevé el Pichichi” en una época en la que los registros de Messi o Ronaldo eran impensables. De los 34 goles que anotó ese año con la camiseta rojiblanca, dos los recuerda con especial emoción. No por su bella factura o por su dificultad, sino por la persona que los celebró desde la grada: su padre. El que fuera uno de los fundadores del Villanueva Club de Fútbol acudió a ver jugar a su hijo contra el Fútbol Club Barcelona con la única certeza de que se iba a sentir orgulloso de él. De hecho, ya se enorgullecía del ariete antes del pitido inicial. “A mi padre le hacía mucha ilusión porque él siempre había sido un amante del fútbol”, comenta, emocionado , sobre su “ídolo”. “Y para ellos sé que fue difícil dejarme ir”. De origen humilde, los Porta se habían dedicado siempre al cultivo del campo, en el que Quique trabajaba en muchas ocasiones para ayudar a su padre, pero este, cuando el goleador tenía entrenamiento, le eximía de sus deberes con un simple “anda, vete y disfruta”, que se le grabó a fuego.

El ídolo de Porta no pudo ver cómo su hijo fichaba por un grande, el Fútbol Club Barcelona, porque el presidente del Granada, Candi, le dificultó el traspaso. “Pedían 20 millones de pesetas”, una cantidad muy elevada para aquellos tiempos en los que los jeques o los grandes contratos televisivos no habían llegado. “El Barcelona me quería, pero no tan caro”, se lamenta. Según Porta, Candi “pidió tanto dinero porque le daba miedo que ese jugador al que tanto había ninguneado triunfara lejos de su club o que este descendiera”. Además, la gente continuaba apoyando al nueve al grito de “Porta Porta”, por lo que “quizá temió que se le echaran encima”.

-¿Y cómo era su relación con él?

-Hasta entonces muy buena, pero luego, en las reuniones privadas, no se portó bien. Estuvo 40 años sin hablarme. Cuando yo iba a Granada no lo saludaba ni nada. Y como yo muchos jugadores nacionales. Con los extranjeros se llevaba mejor. Si no hubiera estado él, el Granada, económicamente, no habría tenido tantos problemas y yo habría ido al Barcelona.

Lo dicho: tiempo y espacio son relativos. El delantero se sobrepuso a esa decepción porque, de nuevo, contó con el apoyo de la gente: “aunque yo tiraba más por el Real Madrid, jugar en el Barça era una gran oportunidad. Pero bueno, pronto me animé porque me sentía muy querido por los seguidores que, al final, son los que importan”. Consciente de que merecía más, el aragonés solicitó un aumento de sueldo que la directiva se negó a firmar: le ofrecían una cantidad irrisoria, medio millón inferior a lo que cobraban otros jugadores de la plantilla. Entonces, se inició una movilización ciudadana sin precedentes. Los aficionados implantaron una suscripción en el periódico para que, entre todos, pudieran reunir las 200.000 pesetas que separaban a ambas partes. Cuando Porta se enteró de la noticia, aceptó sin remilgos la oferta del club: el cariño de sus admiradores valía más que el dinero.

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Comprometido más que nunca con la causa nazarí, inició la temporada con el pie derecho. Once fueron las dianas que marcó en la primera vuelta. Al regreso de las vacaciones su racha se truncó. El fútbol es un estado de ánimo, y el de Porta no era el mejor entonces. La relación con Candi cada día era peor y el traspaso de hombres básicos como Barrios –“a quien sí dejaron marchar al Barcelona”— debilitó al equipo. El Granada notó el bajón de forma de su nueve y conservó la máxima categoría con apuros. La tensión que se mascaba entre el entrenador, la directiva y el jugador estalló durante las siguientes dos campañas. “La última fue un calvario, mucho peor que la temporada en que me descendieron al filial, porque ese año por lo menos jugaba, pero en la de 1974-1975 no olí la hierba”, se sincera. Miguel Muñoz, que dirigía el equipo entonces, le dio la baja por órdenes de arriba: “sabía mucho de fútbol, pero tampoco tenía otra opción”.

Última etapa como futbolista

En vista de una suplencia asegurada, Porta aceptó la primera propuesta que llegó, la del Real Zaragoza. “Si me hubiera ofrecido la renovación el Granada, el que era ya el equipo de mis amores, prometiéndome que algo jugaría, habría dicho que sí y me habría quedado a vivir ahí para siempre”, añade. Defendiendo al león, Porta empezó a notar el peso de los años, pero su olfato de gol nunca se apagó. “Jugamos las semifinales de Copa contra el Betis. En la ida, Lobo Diarte, que era mucho mejor jugador que yo, se lesionó, y lo sustituí. Ganamos 2-1 con dos goles míos”. Se clasificaron para la final, en la que el Real Zaragoza, sin Porta en el campo, perdió 1-0 contra el Atlético de Madrid.

¿Tienes la espina clavada de no haber ganado un gran trofeo o de haber sido internacional?

-No…no creo. Creo que el Pichichi fue el honor más grande que pude recibir. Ha habido muchos aragoneses que han llegado a jugar con la Selección Española, pero nadie ha sido el máximo goleador de Primera.

En el ocaso de su carrera, con 34 años, a Porta le llegó la mejor oferta económica de su vida. Y le pilló de parranda: “cuando terminé mi contrato con el Real Zaragoza, pensé en retirarme, pero me llamaron del Terrasa. Estábamos en las fiestas de mi pueblo”. Tuvo que someterse a un intensivo de abdominales para ponerse en forma; había echado “barriguita”. Cuando terminó el año, en el que Porta se había hinchado a marcar goles, el club le ofreció la renovación, pero por la mitad de dinero. “Tuve suerte y les dije que me lo pensaría”. Dos días más tarde ficharon a Néstor Rossi y lo tuvo claro: declinó la proposición.

Sin embargo, al jugador aragonés todavía le quedaban varios tantos que anotar: “unos meses después de retirarme, me llamó el presidente del Huesca para que fichara por el club. Yo les dije que no estaba para jugar, pero ellos lo único que querían era mi nombre para atraer socios. Aun jugué bastantes partidos…”. En el último, frente al Logroñés, hizo un doblete. Sus piernas ya no daban para más y ese junio se despidió para siempre del fútbol, pero no de la vida.

La creación de Chocolatería Porta

Movido por su espíritu trabajador, ese que le habían inculcado sus padres, creó su propio negocio, la Chocolatería Porta, junto a su mujer: “el local” –donde se realiza la entrevista– “era grande… quisimos montar en la parte de arriba una peluquería, porque mi mujer se había sacado un cursillo en Granada, y un bar donde los clientes pudieran esperar en la planta de abajo”. Al final, el matrimonio desechó la idea original y cedió el protagonismo a los deliciosos churros que, con tanto cariño, aquí se preparan. “Mis amigos me decían de cachondeo ‘joder, antes metías goles de churros y ahora los haces…”, sonríe. Fue todo una casualidad: “nosotros no sabíamos nada, pero tuve la suerte de que un chaval muy aficionado al fútbol que trabajaba en Galerías Primero nos enseñó a hacerlos”, así que con 38 años cambió su equipación de futbolista por el delantal. Hoy, con 72, está jubilado, sufre de diabetes y vive por y para sus cinco nietos, “lo mejor del mundo”, porque, afirma con convicción, los logros personales no pueden compararse con los deportivos. “Ojalá hubiera tenido un oficio menos esclavo para poderles dedicar más tiempo a mis hijos…Es que aquí te metías a las seis de la mañana y no salías hasta las diez de la noche”, cuenta mientras admira una foto de Marca en la que aparece al lado de grandes delanteros como Zarra, Di Stéfano, Puskas, Amancio o Gárate. Sin embargo, de todos los atacantes a los que conoció, Porta se queda con dos, ambos del Real Zaragoza: el Lobo Diarte y Canario, que todas las mañanas desayuna en su local.

“¿Papá, vas a venir a comer?”, interrumpe una de sus cuatro hijos. “Sí, luego te veo”, le responde él, un jugador único que nunca se rindió, que podría haber ganado muchos trofeos a lo largo de su carrera si la suerte hubiera estado de su parte, pero que se alzó con el que más ilusión le hizo recibir: el Pichichi. Y esa siempre será una constante universal en su vida. Como la velocidad de la luz lo es en el Universo.

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