Entalto, el cutrebar más cool

Texto y fotografías: Sara Jáñez, Raquel Laporta//

Hace ya cinco años que el juepincho arrancó en Zaragoza. Desde entonces, cerca de 40 bares de La Magdalena y el Heroísmo se han unido a esta iniciativa que atrae a cientos de zaragozanos. El Entalto es una de esas paradas obligatorias en esta ruta del tapeo: su comida, su historia y su buenrollismo han dejado huella en la ciudad.

 Un grupo de treintañeros brinda con cerveza. Nos uniríamos a su fiesta, pero ocupan todos los sitios de la terraza. Transmiten buen rollo, pero no los conocemos de nada. Dudamos sobre qué hacer. De todas formas, no sería la primera vez que compartimos una de esas mesas con desconocidos. Undergrounds que al final se convirtieron en colegas de una noche. Volvemos a dudar. Llevamos dos días con resaca e igual lo que necesitamos es tranquilidad. Entramos dentro. Otro grupo de alternativos que celebra la vida. ¿Tranquilidad? Qué esperábamos, así es el Entalto.

Un olor a fritanga nos da la bienvenida. Normal, la barra está llena de croquetas recién hechas. Imposible resistirse.

Tía, que no las veo, dime que todavía quedan de roquefort

– Están enfrente de ti pero, ¿no quieres probar de otra cosa?

Ternasco, boletus, jamón, bacalao, longaniza… Muchos sabores, muchas opciones, pero el roquefort es siempre una buena elección. Pedimos cuatro y menos mal, porque se acabaron pronto. Son como una piedra, del tamaño de nuestro puño y con un doble rebozado que les da ese toque crunch que tanto se lleva ahora. El plato estrella de la casa, lo que hace que cientos de zaragozanos vengan en cada juepincho o en un día cualquiera, como hoy. Da igual, porque el bar siempre está lleno. Croquetas y Entalto se han convertido en un binomio inseparable y uno no se podría entender sin el otro.

Cerveza y croquetas del Entalto
Las croquetas son una de las señas de identidad de este bar

Cogemos la comida y nos sentamos en una de sus ocho mesas. Pequeñas, de madera… en resumen, bastante cutres. Le echamos un ojo a la carta, porque ya se sabe que haber salido de fiesta la noche anterior da gula: “Carta estelar. Mapa de navegación entre los sabrosos bocadillos del Entalto. Abróchense los cinturones, por favor”. Cuando la vimos por primera vez nos sorprendió que todos los platos tuviesen el nombre de unas galaxias y vías lácteas que ni siquiera sabíamos que existían. ¿Será por el nombre del local? Hicimos de periodistas de investigación y descubrimos que Entalto significa “hacia arriba” en fabla aragonesa.

Va pasando la tarde y un vaivén de personas circula alrededor de nosotras para ir al baño. Todos tienen que sortear unos barriles de cerveza colocados en mitad del pasillo, pero nadie les da importancia porque se mimetizan entre el resto de la particular decoración: paredes con gotelé, carteles de conciertos y cuadros con motivos marineros. Ecléctica, cuanto menos. Sin embargo, la mezcla de estilos no se queda ahí. Aquí puedes venir arreglado o sin arreglar, con riñonera o sin ella, con el estilo de un hippie ochentero o de una persona que trabaja en el Paseo de la Independencia. El Entalto reúne a una clientela muy heterogénea en un espacio donde parece que se olviden todas las diferencias o, por lo menos, las estéticas.

Nos levantamos de la mesa y, antes de salir, nos unimos a la prueba de obstáculos cerveceros que hay que superar para llegar al servicio, uno de esos que están decorados con pegatinas y mensajes escritos con rotulador permanente: “solo sí es sí”, “lo que llamas natural se llama patriarcado” o “coño’s project” son algunas de las frases feministas que decoran sus apenas tres metros cuadrados.

– ¡Hostia!, ¿hemos pagado?

– Buah, casi hacemos un sinpa

 Mientras nos cobran -todo muy barato, por cierto- le hacemos una foto a una de las ilustraciones que tienen colgada con cinta aislante de Frida Kahlo. También miramos todas las chapas y pendientes que venden con las banderas de la II República y del movimiento anarcofeminista. Cuelgan de una pequeña tabla, como otro elemento decorativo más al que poca gente parece prestarle atención, pero estos abalorios hechos a mano son un reflejo de la identidad de este bar.

El Entalto inició su andadura en los 90 y, en la calle Mayor del barrio de La Magdalena, se convirtió en un lugar de reunión y convivencia al que acudían aquellos cuya forma de pensar o actuar se salía del canon establecido: colectivos de izquierdas, homosexuales o ecologistas que iban allí para, entre otras cosas, hacerle culto al alcohol:

– ¿Te acuerdas Hate aquella mañana en el Entalto? Yo estaba escribiendo mierda en un ritmo de Rasko. Dile a la gente cuando bajaste qué fue lo que viste

– Rap, hardcore, vasos vacíos y al Javi triste

 Viejos ciegos” en este bar que así recuerdan Kase.O y Sho-Hai en el álbum “El Círculo”. Los componentes de Violadores del Verso, el grupo de rap más reconocido a nivel nacional, pasaron allí muchas tardes. El almacén de este local les sirvió como lugar de reunión y ensayo entre 1997 y 2004, unos años en los que este bar fue testigo de la creación de algunos de los grandes hits de “Doble V”.

Es el bullicio cultural del Entalto, así como del barrio en el que está situado, lo que ha hecho que este cutrebar sea un imprescindible para muchos zaragozanos. De hecho, aparece en varias de esas listas turísticas que te dicen qué visitar de la Zaragoza más cool. Nadie -al menos que nosotras sepamos- le pone pegas a sus duras croquetas, a la madera rancia de sus mesas o a las cervezas en mitad del pasillo. Es su buen ambiente lo que hace que no te pongas tiquismiquis con el punto de cocción de la bechamel, con la limpieza o con la decoración. El lugar no genera grandes expectativas, pero tampoco las necesita. Sus imperfecciones ya son parte de una esencia cautivadora que hace que siempre vuelvas, y te lo decimos nosotras que, desde hace cuatro años, no faltamos a nuestra cita semanal con el Entalto.

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