El Actur: el florecer de un solar vacío

Madalina Turcescu, Blanca Ramos, Laura Arnedo, Eduardo Ramírez y Andrea García//

De un plan de urbanismo a un barrio nuevo y joven. El Actur se ha convertido en uno de los más transitados, lleno de cultura, ocio y gastronomía. Para muchos, uno de los mejores barrios de Zaragoza. 

Una ráfaga de aire frío atraviesa con fuerza las calles colindantes a María Zambrano. Son las cuatro de la mañana y están vacías. Tanto que se puede escuchar hasta el eco del viento. No hay edificios, ni tranvías, ni decenas de autobuses. No hay vida. La soledad y el frío son protagonistas de lo que en 1995 era un solar vacío… Perfecto Tortosa espera la llegada de sus hijas tras una noche de fiesta. A través de su balcón solo se ven árboles, descampados y una solitaria parada de autobús en la que las chicas deben bajarse.

Veinte años después, Perfecto, que llegó al barrio en 1992, suspira desde el mismo balcón, y no puede evitar recordar la inseguridad que sentía mientras esperaba: “Todo esto estaba tan vacío… Cuando salían de casa, yo me quedaba siempre en el balcón asegurándome de que volvieran bien”. En aquellos tiempos, vivir en el extrarradio de Zaragoza era una locura y Alejandra, que pasó toda su infancia en el Actur, lo sabe mejor que nadie. No había comercios, solo huertos explotados por agricultores. La soledad era la única que habitaba un solar al que le quedaba un largo camino para constituirse como barrio. Para los conocidos de Juan, un vecino valenciano de 81 años, mudarse allí era una barbaridad: “¡Madre mía, al otro lado del río! ¿Dónde te has metido?”

El Actur -que significa Actuaciones Urbanísticas Urgentes nació como una iniciativa que pretendía dar cobijo a los nuevos habitantes de la ciudad, sobre todo las familias que llegaban a la ciudad para trabajar en los polígonos. Sin embargo, las expectativas no eran muy altas, ya que había numerosas dificultades económicas y alguna que otra crítica. En 1976, el entonces Ministerio de Vivienda apenas comenzaba el proceso de construcción del barrio. Tras numerosos problemas con el establecimiento de mobiliario urbano apropiado y transporte público decente, así como la construcción de centros escolares, los vecinos -parejas y familias jóvenes en general- luchaban sin cesar para solucionarlos. Casi 50 años más tarde, Perfecto echa la vista atrás y asegura que “el barrio se ha quedado muy bien ahora”.

En aquel entonces no era un barrio bien comunicado, y el río Ebro y el cierzo eran indomables. Cuando vecinos como Juan se mudaron allí, no pudieron evitar arrepentirse e, incluso, plantearse volver a hacer las maletas y desaparecer por el mismo lado por el que llegaron. Pero marcharse dejó de ser una opción. Otra mudanza y todo lo que conlleva era impensable. Y es que, a pesar de todo, otros como Ignacio, de 68 años, lograban encontrar destellos de luz entre toda esa oscuridad que envolvía al barrio: “Recuerdo que desde mi balcón podía ver el Pilar. Era de lo mejorcito que tenía”. 

“Ha cambiado absolutamente todo. Antes eran todo huertos y no había tiendas ni supermercados”, explica Juan. En la actualidad, es difícil imaginarse tener que salir del barrio para comprar una barra de pan. Algo así requería desplazarse en alguno de los escasos autobuses que había, con su baja frecuencia de horarios. Era un barrio repleto de limitaciones. 

Antes, las civilizaciones se asentaban en torno a los ríos porque les proveían de agua para sus cultivos, ya que la economía se basaba en la agricultura, pero las circunstancias cambian. Con la intención de hacer de este un barrio novedoso -basado en intereses más actuales- llegó Gran Casa en 1997 y el Actur dejó de ser aquel lugar agrícola… Todo giraba alrededor del centro comercial, que se convirtió en el corazón del barrio y el motivo por el que todo el mundo lo conoce. 

Hoy en día, es curioso ver cómo barrios como este se crean y afianzan en torno a centros comerciales: bolsas de compras, bullicio provocado por el incesante ajetreo de personas, edificios altos y nuevos, parques… Gran Casa fue ese punto de inflexión que el barrio necesitaba. “Le da un toque de distinción o calidez. Te vas por ejemplo a la zona de Avenida de Navarra, y todo es muy frío y triste. ¿No os dais cuenta? Entráis ahí y hay tantas tiendas cerradas… Aquí hay un ambiente más cálido”. ¿Quién le habría dicho a Perfecto en el 92 que, en unos años, de ese solar vacío que conocía solo quedaría el recuerdo?

El Actur comenzó a florecer y a constituirse para muchos como uno de los mejores barrios de Zaragoza. Alejandra, de 42 años, lo describe como “un barrio dormitorio”. Un lugar cómodo, con todas las necesidades cubiertas: comercio de proximidad, locales de ocio… pero también gran cantidad de zonas verdes. Así lo asegura Andrea, una vecina de 27 años: “Que haya tanto parque y tanto verde está muy bien. De hecho, por el parque de la Expo hay para llevar a los perros, para que jueguen, ya sea de forma gratuita o de pago. Además, también hay mucha gente que hace deporte por ahí”. 

La llegada de la Exposición Internacional (Expo) en 2008 no solo transformó y renovó la imagen del Actur, sino la de Zaragoza. Aunque, durante su construcción, vecinos como Ignacio no sabían muy bien donde meterse para escapar de las obras. Gracias a ella, muchos proyectos se concluyeron en la ciudad de Zaragoza: los cinturones de ronda, la autovía Mudéjar, más puentes y pasarelas sobre los cauces o la recuperación de las riberas del Ebro, Huerva y Gállego. Todo ello contribuyó a que la capital aragonesa se postulase como una ciudad de atracción turística.

Paseando entre escritores

Abuelos con sus nietos a la salida del colegio corren, se ríen y juegan. Los coches circulan inmersos en la rutina en convivencia con el tranvía, que permite la conexión del Actur con la margen derecha de la ciudad. La vida cotidiana se forja en unas calles carentes de historia, pero con nombres destacados. Un barrio nuevo, con vecinos que se trasladan al mismo para empezar una nueva etapa, comienza a escribir su propia historia.

En un afán por disfrazar la ausencia de historia del Actur, poetas, pensadoras y escritoras dan nombre a las calles por las que sus vecinos caminan. Pablo Neruda, María Zambrano, Rosalía de Castro o Gertrudis Gómez de Avellaneda son algunos de estos nombres que dotan de existencia a las calles del barrio y forman parte del imaginario y cotidianidad de sus vecinos. 

La Guerra Civil es un factor determinante en la obra de muchos de estos artistas. Supone un punto de inflexión en la temática de sus poemas, que reflejaban el desánimo de la sociedad, en los que hablaban de pena, desconsuelo, muerte. María Zambrano (1904-1991) -que da nombre a una de las principales avenidas del Actur- fue una filósofa muy implicada con la defensa del pensamiento poético y la necesidad de proponer reformas sociales que se vio obligada a exiliarse a Chile junto a su esposo, el historiador Alfonso Rodríguez Aldave. Pablo Neruda (1904-1973) es otra calle destacada del barrio y una parada de tranvía. Al poeta chileno también le sorprendió la contienda en España y le obligó a marcharse. Su poesía reflejó el dramatismo y la crudeza del conflicto.

Calle de Pablo Neruda, en el Actur. Autor: Eduardo Ramírez.

La escritora romántica Gertrudis Gómez de Avellaneda (Cuba; 1814-1873) es considerada una de las precursoras del feminismo en España por su reivindicación de la libertad de las mujeres y de derechos como el divorcio. Sus obras reflejan su personalidad rebelde, valiente y auténtica. Es, además, una de las principales calles del barrio, y en ella se encuentra la parada de tranvía Clara Campoamor que, muy en sintonía con el pensamiento de la poeta, fue una ardua defensora del sufragio universal en la Segunda República española.

Cerca de ella se ubica la calle Rosalía de Castro (1837-1885), cuya obra puso en valor la lengua gallega -hasta entonces asociada a las clases más bajas de la sociedad-.  Fue una de las pioneras de la poesía española y contribuyó al pensamiento feminista. Con melancolía, aflicción y devoción describe en su obra a su amada Galicia.

Perderse en las calles de este barrio zaragozano es navegar en la historia de la literatura.

Un viaje entre bares del pasado y el presente

Desde 1995 hasta hoy, son numerosos los cambios que ha experimentado el Actur, un barrio moderno en el que puedes encontrar de todo: zonas verdes, como el Parque del Agua Luis Buñuel; espacios didácticos como el Centro Cultural Ibercaja; colegios como el Sagrado Corazón; el Centro de Salud Actur Norte… así como bares y entretenimiento. Aunque la oferta de ocio nocturno todavía es algo limitada en el barrio, el Actur cuenta con alternativas tan llamativas como Mistral o Birabola. Dos bares que, pese a sus estéticas diferentes, te dejan con la boca abierta.

En la calle María Zambrano número 21, se observa la blanca fachada del Mistral Lounge Bar, en la que se apoyan unas cuantas mesas de plástico -a conjunto con la misma- amontonadas y una ventana rota. De primeras, es inevitable pensar que se trata de un bar como el de cualquier otro barrio. Sin embargo, en cuanto pones un pie dentro, te envuelve un fuerte olor a discoteca y música de distintos géneros, y tienes que parpadear dos veces para tomar conciencia de lo que ven tus ojos.

Cúpula en Mistral Lounge. Autora: Madalina Turcescu.

“Es una representación del Palacio de Versalles”, explica el dueño del bar. Y tanto que lo es. Dentro, se mire donde se mire, encuentras cuadros y esculturas que evocan esos salones en los que Luis XIV celebraba bailes para la nobleza. Es un espejismo que te teletransporta a la Francia de la época. Y no solo tienen en común la decoración, sino también su objetivo: el ocio y disfrute.

Sobre las mesas, diferentes unas de otras, reposan apetecibles daiquiris, sex on the beach, mojitos… Sillas y sofás de tinte neoclásico las acompañan y aguardan la llegada de clientes deseosos de probar alguno de los cócteles que se ofrecen. Al fondo del bar, justo encima de las puertas de los baños, una frase en latín llama la atención: “Vera amicilia semiternae sunt” (Las amistades tardías son semitrascendentes).

Salón en Mistral. Autora: Madalina Turcescu.

La barra del bar está custodiada por shishas -más conocidas como cachimbas- que, con pipas de agua, se utilizan para fumar, en su mayoría, tabaco. De todos los sabores y colores, son la joya de la corona del local. De ahí su nombre completo: Mistral Lounge Shisha’s Bar. Un lugar cuyo interior te transforma. Es la viva representación de que no deberíamos juzgar un libro solo por su portada. 

En Birabola encontramos una gran dosis de decoración digna de generación Z, en toda su esencia y esplendor. Desde el exterior, el restaurante luce un cartel repleto de dibujos con luces de neón capaz de hacer que cualquiera desvíe la mirada hacia él en menos de un segundo. En el interior, justo al lado de la puerta, encontramos una bañera llena de bolas con una sugerente invitación: “Quédate en bolas”.          

“Calienta que sales”. Autora: Laura Arnedo

Mientras esperas la confirmación de tu reserva en el mostrador, un contador rosa marca el número de seguidores de su cuenta de Instagram (@birabola_restaurante): 8.924, 8.925, 8.926… y subiendo. A primera vista no pasan desapercibidas las mesas enjauladas que, en conjunto con la escenografía tropical y colorida tan característica del local, te hacen creer por un momento que estás en la selva. Junto a ellas, más mesas y sillas con mullidos asientos y respaldos, rodeadas de decoración de neón con iluminación típica de pub, invitan al disfrute de su carta de platos y copas. Una atmósfera que te envuelve y transporta a películas americanas.

Entrada a Birabola. Autora: Laura Arnedo

Con una propuesta novedosa y diferente, Aldo Sorrosal y Diego Marcos -a la cabeza en el Grupo Laminero, que regenta otros innovadores restaurantes como The Monkeys o La Quebradora– traen al barrio mucho color y luz con Birabola. Este restaurante invita a todo tipo de públicos y ofrece una completa experiencia visual y gastronómica basada en el ‘compartir es vivir’. 

El Actur, a pesar de haberse visto azotado por el Cierzo zaragozano, cuenta con el río Ebro como aliado inigualable, ya que es su nexo de unión con el resto de la ciudad. Su proximidad a la Basílica de Nuestra Señora del Pilar aporta solidez, sentido e iluminación al barrio. Y una vista panorámica envidiable del conjunto monumental desde cualquiera de sus puentes.

Las buenas comunicaciones con el centro de la ciudad, la amplitud de sus calles y la calidad de vida del mismo -junto con la amplia variedad comercial- han convertido al barrio en uno de los mejores de Zaragoza. De un solar vacío a ser el lugar preferido de muchos vecinos para vivir: una metamorfosis que ha marcado para siempre la historia de la ciudad.


Si quieres saber más sobre los barrios de Zaragoza, te dejamos por aquí otro reportaje del barrio La Jota.

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