Épila: Crónica de un sábado de piñata centenario

Daniela Maella //

El 29 de febrero, fue el último sábado festivo de los Carnavales de Épila, uno de los más duraderos de Aragón y España. El sábado de piñata fue un día intenso para residentes y visitantes, casi 24 horas de disfrute para despedir su particular fiesta hasta el año que viene.

Épila, bonita Villa

Enclavada en Aragón,

Con una abundante vega

regada por el Jalón

En sus montes un viñedo

que ocupa gran extensión,

y dentro de sus muros, tipos,

que no los entiende ni Dios […]

Este romance de 1886 de Terencio Cartagena ya da fe de que Épila, además de ser un municipio agradable, alberga a “personas únicas” y “de ideas arraigadas” que “se escapan al entendimiento divino”. Dicho poema procede de la tradición oral más pura de este pueblo de Valdejalón, que ha estado marcado desde siempre por la historia, la buena fiesta y las tradiciones más curiosas. Una de las más peculiares y antiguas es el encierro del alcalde, que consiste en recluir al primer edil desde el Jueves Santo hasta el Viernes Santo en su casa para custodiar las llaves del sepulcro, una costumbre que se viene dando desde 1663. Otra de las tradiciones más longevas y que ha sobrevivido al paso del tiempo son los Carnavales, que llevan celebrándose sin interrupción dos siglos, sin dejarse amedrentar por contextos políticos o circunstancias adversas, como fue la dictadura franquista.

Sábado de piñata antes de la quema de Don Zaputero

En la Sala Multiusos, los más fieles aguardan las migas mañaneras desde las 8, agotando la espera hasta el pistoletazo de salida con unos tragos de vino. Las primeras mascarutas y disfrazados empiezan a bajar al punto de encuentro para almorzar, casi a la vez que los forasteros llegan en el autobús procedente de Zaragoza.

Yo soy una de esas “foranas” procedentes de Zaragoza, a pesar de ser epilense de cuna, este año juego de visitante. Con mi taleguillo a punto, hecho con una camiseta vieja, perforada con dos ojos y un intento de boca pintada de rojo, me enfundo en un disfraz de monja, reciclado del carnaval de Bielsa del sábado anterior; soy una monja rockera ataviada con un rosario de mi madre y un colgante dorado de guitarra eléctrica.

1 Daniela Maella

Quedo con mis amigos, también disfrazados con su máscara o taleguillo, vestimos de “andar por casa”, pero allá vamos para empezar el recorrido del sábado de piñata, como Dios manda, y nunca mejor dicho. Para aquél que no sea residente, y aún no ha vivido la experiencia carnavalera epilense, el término “taleguillo” viene de la palabra “talego”, se trata de un saco de tela que se usaba para llevar la comida al campo. El taleguillo es el componente por excelencia de los Carnavales, una tela cualquiera que con tres perforaciones cubre toda la cara y proporciona anonimato, esencial para estos días de jolgorio y muy oportuno en un contexto sostenible, ya que es económico, reutilizable y eficiente.

Esta opción, acompañada de cualquier atuendo (mono de trabajo, ropa de la mujer, del marido…), era el disfraz ideal en tiempos de escasez; lo importante siempre ha sido la broma, el chascarrillo, el anonimato. También tiene cabida el disfraz comprado, el confeccionado, y el heredado. Los carnavales son sinónimo de libertad, la cuestión es desinhibirse.

Tras las migas matutinas, los más madrugadores y los más perezosos se dan cita, después de una semana de descanso, para emprender la última muestra de mascarutas del 2020; un cohete marca el principio del recorrido y la música empieza a sonar. La jornada está acompañada por el sol que, en ocasiones, llega a picar para ser febrero. Además de la compañía del astro rey, el despliegue multicolor es amenizado por el dj Steve Lagarto (por supuesto, disfrazado de lagarto) arrastrado en un remolque de tractor pinchando temazos de ayer, hoy y siempre. Desde Tusa hasta el Carnaval, Carnaval.

2 Daniela Maella

El desfile avanza por las calles más transitadas de Épila para disfrute de paseantes y curiosos. La combinación de colores, telas y pelucas es un espectáculo. Durante la travesía vamos haciendo paradas para recargar fuerzas en casa de vecinos con alta tradición carnavalesca y que ofrecen un piscolabis para todos los asistentes, mejor si van disfrazados. Además de las familias que abren las puertas de sus hogares, otros mecenas del Carnaval son los integrantes de la peña “El Almuerzo”, un grupo de amigos vestidos con una boina, un bastón y un atuendo verde o negro, que otorgan reconocimientos en forma de premio a las familias más participativas y que más colaboran.

3 Daniela Maella

En pleno 2020, Épila sigue recurriendo al taleguillo, ya que aún es un “must”, pero también tiene cabida la cara destapada. Aunque se lleva la cara con lo justo al descubierto para no caerte, es esencial tener las manos tapadas con guantes ya que, en un pueblo pequeño, las venas, las uñas o los anillos son señas de identidad fácilmente reconocibles. Una vez ocultado el cuerpo, la cara y las manos, queda la voz. Está todo pensado. En Épila se disfraza todo. Todas las partes del cuerpo tienen una función. Incluso existe un lenguaje específico para estas dos semanas. Esta forma de hablar especial se consigue modulando la voz y otorgando un tono de pito muy exagerado y característico.

El Carnaval en esta localidad de la ribera del Jalón no es una festividad, es un sentimiento. La creatividad y la sorna se visten de gala para destapar todo aquello que inquieta, sorprende o atrae a los habitantes. Muestra de ello es la temática de los atuendos o el concurso de murgas. Dos cuadrillas festejan motivos distintos. Un multitudinario grupo viste disfraces de fantasía acompañados de una careta de una cumpleañera para celebrar 38 años de carnavales y existencia. Otra aprovecha la ocasión para realizar una despedida de soltero con un toque playero. Quieren destacar la faceta de socorrista del novio: chanclas, bañador y nevera llena de cerveza.

Daniela Maella 13

Este año, contra todo pronóstico, no hay ningún Satisfyer, pero sí se muestran guiños a los felices años 20 y al glamour del charleston. Durante el recorrido un grupo de Gretas Thunbergs lo dan todo a cara descubierta para defender la causa, portando carteles en sueco. Destacan los disfraces sobre el coronavirus, el trending topic del año. En este caso, las mascarutas van de exterminadores, portan taleguillo para protegerse del contagio y, además, llevan a su espalda una mochila fumigadora con glifosato, un herbicida muy conocido por los agricultores de Épila y que sirve para «matar cualquier mala hierba».

6 Daniela Maella

5 Daniela Maella

Dos mascarutas van de cazadores y gozan de la jornada con barbas impostadas, hasta que el calor y las ganas de beber lo permiten. El disfraz se justifica por la voraz plaga de conejos que ha destruido las cosechas epilenses estas últimas semanas. El traje consiste en uniforme militar, gorra y gafas de sol, además de un cartel a la espalda que reza: “Empleo remunerado: 0’70 euros por cola”, simulando una oferta de empleo del Inaem. Este guiño surge a partir de la medida que ha tomado el Ayuntamiento para erradicar la plaga de este mamífero, que consiste en pagar por cada cola de conejo entregada en la cooperativa. El Consistorio y el responsable del coto de caza epilense han recibido cientos de llamadas de cazadores de toda España.

8 Daniela Maella

A lo largo de la mañana se van uniendo más mascarutas, “los tardanos” que no se han podido incorporar al punto de la mañana, pero que tampoco van a rezagarse para alcanzar el nivel de los “tempraneros”. El color, la fiesta y la broma se pasea durante toda la mañana por los arcenes y por algún cabezo; Épila, casi como la Roma de Nerón, está edificada sobre 5 cumbres a las que se les llama cabezos.

7 Daniela Maella

La pintoresca cabalgata recorre casas y bares, plazas y aceras para finalizar en un punto céntrico del pueblo, conocido tácitamente por los epilenses como “Plaza Julio”, pero que ni es una plaza, ni se llama así. El broche lo pone un grupo que simula una batucada formada por adultos y pequeños, con atuendos propios de un bloco brasileño y que hacen menear hasta al más rígido. Tras el jolgorio, el dilema de toda mascaruta: continuar hasta el anochecer (o siguiente amanecer) o echar una siesta para recuperar.

9 Daniela Maella

La piñata matutina del sábado llega a su fin, las sorpresas y la fantasía dan paso al cansancio. Tras una maratoniana jornada de andar, reír, beber y bailar, es necesario dar tregua al cuerpo y prepararlo para la última noche, antes de dar por concluido el carnaval con la quema de Don Zaputero, personaje clave en estos Carnavales únicos. Se trata de un pecador que marca el inicio y el fin de la festividad. El muñeco de trapo se cuelga en el balcón del Ayuntamiento durante las dos semanas y el Domingo de Piñata se quema para dar por finalizado el Carnaval, y dar paso a la Semana Santa.

11 Daniela Maella

10 Daniela Maella

Estos Carnavales son mucho más que pasar un buen rato con tu gente. Los Carnavales epilenses son el patrimonio de un pueblo pequeño, el orgullo de una población alegre que mantiene la tradición y la adapta a las nuevas generaciones y a nuestros días; unos días que sirven para dejar lo malo en el armario, transformarte y relacionarte con todos. Unas festividades que valen para ensalzar como se merece a un pueblo que tiene mucho de lo que presumir.

Las mascarutas y la comisión de fiestas ya están pensando en los carnavales del año que viene. No habrá coronavirus que se resista al glifosato, ni a un viejo taleguillo, ni a un buen rato.

Comisión de Fiestas de Épila
Comisión de Fiestas de Épila

 

En Cádiz, chirigotas picantosas, en Épila murgas que te hacen sudar la gota gorda.

En Venecia, máscaras son bienvenuto, en Épila taleguillos y lenguaje mascaruto.

En Canarias, baile y algarabía,  en Épila se almuerza dos fines de semana, disfrazado y con alegría.

 Goya enterraba la sardina para sepultar el carnaval, los epilenses queman al pecador de Don Zaputero hasta la siguiente festividad.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *