España no es sinónimo de igualdad
Laura Mata//
Ser mujer en nuestro país implica una mayor carga de trabajo y un menor reconocimiento en las jerarquías sociales.
La incorporación de la mujer a la vida pública suele ser un hecho asociado a la paridad de género. Sin embargo, ¿son los avances sociales logrados suficientes para poder hablar de igualdad en nuestro país? Hablemos sobre las jerarquías sociales y su relación con el género.
La cultura del rosa frente al azul
De las tareas domésticas a la vida laboral, del tutelaje masculino a la libertad civil, de la “nulidad” para ejercer el voto a su reconocimiento… En plena Transición democrática, nuestro país reconocía la igualdad jurídica entre sexos, un derecho que las mujeres españolas ya habían disfrutado cuarenta años antes durante la Segunda República. Desde entonces, este colectivo se ha incorporado de forma progresiva a la vida pública y ha aumentado su presencia en espacios antes reservados a los hombres. Gracias a diversas conquistas sociales en el ámbito laboral, educativo y formativo, las mujeres han adquirido mayor independencia y libertad.
España lleva décadas familiarizada con el concepto de igualdad de género. Hoy por hoy, no es tan efectivo como parece, pero es un objetivo a futuro en el que todos deberíamos participar. Porque no. Ni la independencia económica, ni el acceso a la educación, ni el sufragio universal garantizan la igualdad. El progreso alcanzado sólo se sostendrá, si somos capaces de cambiar comportamientos machistas que persisten en la actualidad.
Resulta incoherente afirmar que ya hemos alcanzado esta paridad. Pero un 13% de la población española niega la desigualdad de género y somos el país europeo con mayor población en contra del feminismo, según un estudio internacional de IPSOS. La Unión Europea insiste en que harán falta al menos tres generaciones más de mujeres para lograr la igualdad en el viejo continente. El género femenino sigue sometido a las estructuras de poder de origen patriarcal, aunque estas sean menos evidentes que hace unas décadas. Así lo avalan las cifras en España: las mujeres continúan cobrando un 28,21% menos que sus compañeros, y sólo el 36% de los puestos directivos son ocupados por ellas, según el Gender Global Gap Report 2022.
La antropóloga feminista Teresa del Valle señala los procesos de socialización como uno de los principales responsables de la desigualdad de género. Según la autora, en función de nuestro sexo, se nos orienta hacia determinadas conductas, gustos y formas de ser, es decir, hablamos de unas “socializaciones pautadas”. ¿Quiénes son los responsables de ello? La educación, los medios de comunicación y los modelos deportivos influyen en la construcción de la identidad de los menores.
En los domicilios españoles, todavía persiste una educación basada en los roles de género. Todos, en algún momento de nuestras vidas, hemos caído en la cultura del “rosa” frente al “azul”. Hablamos en términos de responsabilidad familiar frente a la ambición y el éxito, de la sumisión frente al ejercicio del poder… Así se ha educado a los niños y a las niñas durante décadas, tanto en España como en el resto del mundo.
Es cierto que, en la actualidad, los núcleos familiares han cambiado. El concepto de familia va más allá del tradicional, formado por una pareja heterosexual. Ahora existen otros tipos, como las familias monoparentales —con un único progenitor—, y homoparentales —con progenitores del mismo sexo—, cada vez más presentes en nuestra sociedad. Por ejemplo, en 2021, más de 1’9 millones de hogares españoles eran monoparentales, de acuerdo a un informe realizado por el Gobierno de España. Estos cambios familiares plantean nuevas vías educativas más diversas y plurales, donde los estereotipos de género tienen menor cabida.

La educación diferenciada suele estar ligada a las parejas heterosexuales, por el propio reflejo de los roles que asume cada progenitor. Un ejemplo de ello es la distribución del trabajo. A las mujeres se les ha inculcado el maternaje y la responsabilidad familiar, por lo que suelen asumir las tareas domésticas. Su incorporación a la vida profesional ha supuesto la conciliación del trabajo dentro y fuera del hogar, no el fin del sistema de género. En 2021, una encuesta del Instituto Nacional de Estadística indicaba que el 45 ‘9 % de las mujeres se encargaba de la mayor parte de las tareas domésticas. Los hombres, familiarizados con el ejercicio de la autoridad y la búsqueda de un lugar reconocido, suelen encargarse del trabajo y de la economía familiar.
Las familias homoparentales están formadas por dos personas a las que la sociedad ha inculcado los mismos estereotipos de género. A pesar de ir en contra de la normatividad sexual, muchas personas intentan aplicarles los mismos roles que a una pareja hetero: “¿Quién es el hombre de los dos?”, “¿quién es la mujer?” son comentarios que, por desgracia, reciben con frecuencia estas personas. Las tareas de un hogar homoparental suelen organizarse en función de su disponibilidad. Pero, en ningún caso, impiden el desarrollo de uno de los progenitores fuera del domicilio familiar, según Diana Arias en “Deconstrucción de los estereotipos de género en familias homoparentales”. En consecuencia, sus hijos e hijas son educados en un entorno diverso y más alejado de estos estereotipos.
En las familias monoparentales, los hijos sólo cuentan con un progenitor. Este asume todas las tareas necesarias para el mantenimiento de su hogar: el cuidado de sus hijos, la economía familiar… Los niños y las niñas crecen con un referente que hace todo tipo de tareas sin estar sujeto al género.
Estos nuevos modelos permiten otras posibilidades a la hora de educar en la igualdad. Pero tampoco se puede generalizar, ya que muchas familias heterosexuales están comenzando a deconstruir actitudes. Por otro lado, todo lo “no normativo” es cuestionado por la sociedad.
Las socializaciones pautadas son una realidad. Si la igualdad existe, ¿por qué los niños entre 4 y 9 años identifican las profesiones de mayor estatus social con los hombres? Hasta que la educación no posibilite nuevas conductas alejadas de los estereotipos, los avances sociales no serán efectivos en España y no podremos hablar de igualdad.
Élites discriminadas
En el sistema universitario español, los grados tienen más alumnas matriculadas que alumnos. Según la estadística “Igualdad en cifras MEFP 2022”, sólo el 43,1% de los hombres entre 25 y 34 años cuentan con estudios superiores, frente al 54 ‘4% de las mujeres. Si las mujeres están más formadas, ¿por qué las españolas tienen un 65% menos de posibilidades de ascender?

Existen verdaderos problemas a la hora de visibilizar el potencial de las mujeres. Estas tardan entre tres y cinco años más que los hombres en convertirse en directoras ejecutivas de grandes empresas, según un informe de Oliver Wyman. ¿Por qué?
Teresa del Valle cree que los hombres suelen ser más reconocidos que las mujeres y tienen mayor presencia en las estructuras de poder. El poder exige más al género femenino que al masculino. “Elites discriminadas” es un concepto defendido por García de León en “Herederas y heridas”. Este término hace referencia a la sobre elección a la que se someten las mujeres para alcanzar puestos de responsabilidad. El problema principal es que las aportaciones de las mujeres no tienen una identidad estructural.
Las Fuerzas Armadas ejemplifican a la perfección estas afirmaciones. Desde hace más de 30 años, las mujeres forman parte del ejército español. Existen varias formas para ascender de rango militar: por elección, clasificación, concurso o antigüedad. En estas tres décadas, sólo dos mujeres han sido nombradas generales: Begoña Aramendía —oficial general desde 2021— y Patricia Ortega —general de división desde 2022—.
En el ejército, hay más de 15.000 mujeres. El mando militar sólo es ejercido por un 4,5% con respecto a los hombres. La presencia de ellas disminuye a medida que se asciende en la jerarquía: 10% de oficiales, 6% de suboficiales y un 15,8% en tropas y marinería. En otras palabras, están infrarrepresentadas en los niveles superiores y su trabajo no posibilita el ascenso en la jerarquía —al menos a corto plazo—.
El fenómeno del acantilado de cristal
En las elecciones generales de 2019, Ciudadanos perdió 47 de los 57 diputados que poseía en ese momento en el Congreso. Albert Rivera dimitió como líder del partido y, con ello, se iniciaba la selección interna de un nuevo líder. Inés Arrimadas ganó las primarias de su partido con un 76,91% de los votos.
La andaluza se convertía en la primera mujer en presidir el partido naranja, desde su fundación en 2006. Su proyecto fue recibido con ilusión y esperanza entre los afiliados. Se generaron expectativas altas en torno a su liderazgo, ya que su misión era complicada: volver a poner a su partido en el tablero político de España.

Cuando una mujer rompe el techo de cristal, puede encontrarse con una nueva trampa sexista: el acantilado de cristal, un término creado por Michelle Ryan. Las probabilidades de contratar a una mujer como líder aumentan según disminuyen las de éxito, según la autora. En circunstancias adversas, las mujeres experimentan grandes dificultades para demostrar sus capacidades. También se incrementa la presión por las elevadas expectativas que se han puesto sobre ellas.
¿Acaso Inés Arrimadas no ha sido víctima de este fenómeno? No es la única. En la política española y europea podemos encontrar muchos otros ejemplos: la crisis del euro provocó que Christine Lagarde se convirtiera en directora gerente del FMI; tras el referéndum del Brexit, David Cameron dimitió y Reino Unido fue presidido por Theresa May durante tres años; en plena crisis del coronavirus, Pablo Iglesias cedió el liderazgo de Unidas Podemos a Yolanda Díaz… Este fenómeno puede trasladarse a empresas y otras organizaciones sociales.
Los estereotipos de género son, de nuevo, responsables de estas prácticas. Durante las crisis, se requieren de líderes que posean algunos valores “propios” de las mujeres (empatía, cuidado de los otros…). En el ámbito político, se ha llegado a pedir la dimisión de muchas mujeres cuando las cosas no salían como se esperaban. Por ejemplo, tras la derrota de Ciudadanos en las elecciones andaluzas de junio de 2020, varios hombres de la cúpula del partido pidieron la dimisión de Arrimadas. El problema no es sólo la inseguridad y la frustración que generan a las víctimas, sino que esta práctica sienta un precedente. El fracaso promueve la baja representación femenina en los puestos directivos, ya que se gesta una imagen negativa de ellas en el poder.
El funcionamiento de las jerarquías sociales españolas demuestra que la igualdad jurídica no es sinónimo de efectividad. Los españoles debemos identificar y deconstruir valores que hemos interiorizado de forma inconsciente a lo largo de nuestra vida. Las últimas décadas han revolucionado la posición que las españolas ocupan en la sociedad. En 2021, nos convertimos en sexto país del Índice Europeo de Igualdad de Género. Aunque superamos la media europea, hoy por hoy, España está lejos de la igualdad. Sólo podremos acelerar el proceso, si toda la sociedad participa. Como decía la escritora Hellen Keller, “individualmente, podemos hacer muy poco, juntos podemos hacer mucho”.