«Fracasados del mundo, os respeto»
Marta Ara Gracia//
La envidia duele. Tú y tus amigos prometisteis que, si fracasabais, lo harías juntos, pero ves cómo cada uno coge su camino y disfruta de sus éxitos. Te dejan vivir con tus fracasos en soledad. Empiezas a valorar si de verdad mereces esos éxitos, si no eres lo suficientemente buena para llegar a ello. ¿Por qué está tan estigmatizada, en nuestra sociedad, la palabra “fracasar”?
A medida que crecemos vemos que se nos imponen unas expectativas muy altas. Unas que tienes que cumplir a una determinada edad. Terminar el instituto, ir a la universidad y encontrar un trabajo, en ese orden. El hecho de alterarlo significaría cambiar el status quo y eso es imperdonable. Empiezas a escuchar las conversaciones entre tus amigos y tus padres: “No entiendo cómo tú no has conseguido un trabajo serio ya”.
En pleno siglo XXI, en esta sociedad tan competitiva, se habla demasiado del éxito, un término muy subjetivo, hasta un punto que su uso exagerado ha provocado su total pérdida de significado. Aunque se diga lo contrario, nunca nos alegramos del éxito de los demás sin tener un ápice de envidia. El hecho de pensar que alguien es mejor que tú en algo no hace más que incrementar tu inseguridad. Desgraciadamente, nuestra sociedad nos ha enseñado a pensar así, no es problema nuestro. Este sentimiento se acrecienta cuando eres todavía joven, ingenuo y estás perdido. La batalla por el éxito había comenzado, una lucha enfrascada por no quedar el último, por no ser un “fracasado”.
Entre el tumulto de lo socialmente aceptado, he crecido pensando que era una “fracasada”. No estaba disgustada, pero los demás no parecían contentos con mi pasividad. A ellos les importaban más mis fracasos que a mí, supongo que para darse “un golpe en el pecho” y decir que eran mejores que el resto. Seguían sin entender por qué no me preocupaba el futuro. Por qué no tenía miedo. Esos mismos acudían semana tras semana a escuchar a coaches de “crecimiento personal” para que se les repitiera, día tras día, que “tú podías con todo, si creías que ibas a tener éxito”. Luego, descubrí que había gente como yo ahí fuera, un pequeño grupo de “fracasados”, que también buscaban una familia con la que compadecerse. Según la antropología se llamarían “tribus”: Un concepto social y antropológico no enteramente definido y lleno de polémica. Separado a una escala social mucho más baja de otra tribu, “los exitosos”.
Aquellos que pertenecen a nuestra “tribu” son sentenciados como “parias” en nuestra sociedad. Son los mismos que no tienen las ideas claras, que no tienen un futuro predispuesto. Que se sienten perdidos. Caracterizados por la incapacidad de cumplir con las expectativas impuestas, por la frustración por mirar hacia arriba y tener la creencia de no poder ascender al grupo social más alto. Somos aquellos a los que miran con tristeza y piensan que “no van a llegar a nada en la vida, si siguen así”. Estamos socialmente sentenciados.
El grupo de los “fracasados” se empieza a ahogar en su propia exasperación. Supongo que nunca nos verán de otro modo. Le sigue el autobloqueo y de ahí a “si triunfo ahora será por suerte no porque me lo merezca». Ahora eso que tanto ansiamos, le tenemos miedo.
Puede que desde un principio ni siquiera hubiéramos fracasado, sino que realmente lo pensábamos porque los demás lo creían así. Podríamos definir así el término éxito de forma muy ambigua, como un concepto etéreo. Hemos acogido la opinión de los demás y nos hemos adaptado a ella. ¿Quién realmente marca lo que para mí es un éxito? Supongo que terminamos abogando por un fracaso en el que nos sentimos cómodos, solo para coger fuerzas e intentar alcanzar la cima. Nosotros tenemos nuestra cultura del fracaso y nuestro propio coach motivacional que nos diría: “Inténtalo otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”.