La historia que Didion contó para poder vivir
Joan Didion leía libros médicos de forma compulsiva cuando su hija Quintana se debatía entre la vida y la muerte en la UCLA de California. Treinta y nueve años después de haber recogido a ese bebé rubio al que tanto le asustaba fallar aprendía términos, consecuencias y procedimientos para poder pelear con los médicos. Su marido John había muerto hace poco, de un ataque al corazón mientras cenaban, y la escritora no era capaz de encontrarse a sí misma. Didion llamó El año del pensamiento mágico a su libro porque se negaba a tirar los zapatos de su marido ya que podría necesitarlos si volvía. Pero él estaba muerto.
La primera vez que El año del pensamiento mágico fue llevada al teatro, Vanessa Redgrave era la encargada de dar vida a Joan Didion en el único papel protagonista. El teatro Booth de la calle Cuarenta y cinco Oeste en Broadway fue el escenario que acogió la adaptación de la que es, probablemente, la obra más conocida de la periodista estadounidense. Fue la propia escritora la encargada de adaptar su libro, su mayor ejercicio de supervivencia, y presenció las primeras lecturas de la obra en un pequeño teatro antes de que Redgrave empezará a meterse en su piel bajo las luces de Broadway.
A Didion le gustaba la tranquilidad de las tardes entre bastidores, ver cómo los acomodadores se reunían para recibir instrucciones justo antes del aviso de media hora y la presencia de los vigilantes. Le gustaba el peso de la puerta de la entrada de artistas cuando la abría con el viento en contra y los pasadizos secretos que iban y venían del escenario. También contemplar la obra desde un balcón que había por encima de las luces y, sobre todo, que aunque la historia estaba centrada en Quintana, durante los noventa minutos que duraba la obra su hija no tenía por qué estar muerta y el desenlace estaba aún por llegar.
La noche de finales de agosto en la que se representó esa adaptación por última vez, la actriz protagonista cogió las rosas amarillas que le habían dado para saludar y las dejó en el escenario, bajo la fotografía de John y Quintana en la terraza de Malibú que constituía la imagen final del decorado. Alguien le señaló las flores a Didion y le sugirió que se las llevara. Pero, como cuenta en Noches Azules, ella quería que se quedaran justo ahí, a los pies de la foto.
En el Teatro Español de Madrid, Didion no asiste a la obra desde un balcón por encima de las luces, pero el eco de su dolor por la perdida de John y Quintana está presente en el escenario. Jeannine Mestre habla sobre el proceso de duelo con el peinado de pelo gris de la estadounidense y un pantalón y una camisa de lino blanco. Una hamaca de madera, una pequeña mesita con una botella de agua y un vaso, la plataforma —también de madera— sobre la que están apoyados estos elementos y una pantalla azul de fondo constituyen la escenografía que acompaña a la actriz, única responsable de defender un texto cuya adaptación al teatro es complicada.
Alternando momentos de recuerdo y risa con otros de tristeza y locura, Mestre traslada a escena ese año “mágico” en el que Didion intentaba mantener el empuje mientras tenía pensamientos que ella misma identificaba como poco racionales. Durante ese tiempo, mientras se movía aparentando aceptar la muerte de su marido, no conseguía tirar sus zapatos y seguía esperando su vuelta. Bajo la dirección de Juan Pastor, Mestre recupera las obsesiones de la periodista, los traumas enquistados, sus procesos de curación y las primeras palabras que escribió tras el derrumbe de su marido mientras cenaban.
La vida cambia rápido.
La vida cambia en un instante.
Te sientas a cenar, y la vida que conoces se acaba.
Mestre hace una actuación aceptable, pero crea un personaje que, en ocasiones, llega a parecer antipático y forzado, con un abuso chirriante de la pronunciación de los términos en inglés. Aquellos que acudan enamorados por el libro encontrarán un reflejo imperfecto de la periodista en el escenario. Las palabras son de Didion, pero ella no está hablando sobre la plataforma de madera. Puede que la obra les deje con una sensación extraña. Tal vez porque hay piezas y personalidades tan únicas que su salto a escena es complicado. Tal vez porque la voz rota de Didion fluye con una cadencia diferente por las páginas o porque cada línea de la obra original parece imprescindible y solo pueden llevarse ochenta minutos a escena.
La Sala Margarita Xirgú en la que se representa la obra contribuye a la esencia intimista del libro. El público limitado y sus pequeñas dimensiones permiten que la actriz se dirija directamente a los espectadores, ante los que se explica. A ellos les cuenta que se negó a ver las señales, a reconocer que la muerte de su marido estaba próxima y que su problema cardiaco era un asunto que ella no podía resolver. A ellos avisa de que su historia es la de todos y de que sus recuerdos y su pasado son en realidad universales.
Las historias sobre Quintana rebotan sobre el escenario mientras Mestre, en el papel de madre orgullosa, recuerda la belleza de su hija el día de su boda o lo asustada que estaba la pequeña por que se la llevara Camuñas. Didion le había prometido que no dejaría que nada la cogiese pero, con tres o cuatro años, su hija ya sabía que si algo venía ella solo podría contar con sus propios recursos: “Si Camuñas viene, me subiré a la valla y no dejaré que me lleve”.
Llena de ironía y de sentido del humor, la obra recupera otros temas que la periodista cultivó en sus crónicas y artículos de los años sesenta, setenta y ochenta: la maternidad, la búsqueda del sentido de la vida, la transformación de las personas e incluso la pérdida de la juventud y el miedo encerrado en la existencia y la vejez. Durante la representación Mestre recuerda como, de vacaciones, Didion se adentraba con su marido nadando en la gruta de Portuguese Bend. Era necesario que la marea estuviese en el punto justo y ella siempre temía perder la subida, quedar relegada y no calcular el momento. John, dice Didion, no temía nada de aquello. “Tienes que sentir el oleaje. Tienes que adaptarte al cambio. Eso me decía. Nadie nos cuida, pero eso es lo que me decía”.
En El año del pensamiento mágico Didion vela a sus muertos y se despide de ellos. Y mientras lo hace reconstruye su mundo y se cura a sí misma. Esta vez en escena, la obra siempre es una oportunidad de contemplarlo y de acercarse a una de esas historias que la escritora contaba para poder vivir.
Ficha técnica:
El año del pensamiento mágico, de Joan Didion
Dirección: Juan Pastor con Jeannine Mestre
Teatro Español (Sala Margarita Xirgú)
Del 6 de mayo al 14 de junio de 2015
Autora:
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![]() Estudié periodismo porque creía, y aún creo, que la información puede cambiar el mundo. Devoro libros y series, vivo con los cascos y la sonrisa puestos y consumo los podcast más extravagantes. También discuto sobre política y tengo un cuaderno lleno de notas sobre todas las cosas de las que quiero escribir.
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