La princesa ya no necesita ser rescatada
Texto: Ángela Vicente. Ilustración: Bea Trébol//
Agatha Christie puso de moda, sin saberlo, un subgénero que más tarde experimentaría un boom con la trilogía Millenium. Tras estas, el «femicrimen” ha arrasado gracias a autoras como Gillian Flynn o Patricia Cornwell. Las mujeres han eclipsado a sus compañeros como escritoras y como protagonistas. Una cosa está clara: han venido para quedarse.
“A lo largo del desarrollo de la narrativa policiaca, la mujer empezó siendo la víctima ineludible, pasó luego a cómplice, después a culpable y, por fin, culminó su papel en el de detective femenino”, recuerda el profesor de literatura Ricardo Landeira en un artículo sobre el género de novela negra. No importa el perfil de la protagonista. Puede tratarse de una hacker informática con memoria fotográfica y síndrome de asperger capaz de resolver un delito ocurrido hace 60 años. O situarse en el otro extremo: una periodista rica, famosa y enamorada, eclipsada por su “yo” ficticio, que dedica un año a urdir el crimen perfecto. En cualquier caso, la evidencia es que el protagonismo de las mujeres en el género negro ha venido para quedarse.
La trama es sencilla. Imagina al personaje: un detective persistente, inteligente y con problemas personales y emocionales. Sitúalo en un escenario: atrapado en el sótano del asesino al que tenía que desenmascarar. Y añade grandes dosis de drama: el investigador permanece colgado con unos arneses, rodeado de jaulas, con la cara amoratada y escupiendo sangre. Está a punto de ser torturado y asesinado, sin posibilidad de ser visto u oído. La muerte se antoja inmediata. Sin embargo, entra en la ecuación un nuevo personaje que, a diferencia de lo que contaba Disney, no es una damisela en apuros. La detective femenina, más dura e inteligente -aunque más inestable emocionalmente-, es la que salva a Mikael Blomkvist. Muchos señalan a Lisbeth Salander como precursora de un género que tiene sus orígenes en el siglo XIX: el escritor inglés Andrew Forrester publicó su novela The Female Detective y dio vida a Miss Gladden. Marcó el inicio de la inteligente mujer detective, adelantada eso sí, a su época.
En estos 150 años que nos separan, las mujeres han reclamado la igualdad de género no solo en el estilo de vida y en el trabajo, sino también como escritoras, detectives o criminales en el ámbito negro. Desde Miss Gladden hasta Amy Dunne –increíble protagonista de la novela Perdida-, las mujeres han creado su propio subgénero: el “femicrime”, de origen anglosajón. El género hace referencia a las novelas escritas o protagonizadas por mujeres: da igual que sean detectives o asesinas. Y es que nunca habían existido escritoras tan brillantes ni tan numerosas como en la actualidad: Patricia Cornwell, Camilla Lackberg, Ana Larsson… Ni personajes tan complejos.
Agatha Christie dio el pistoletazo de salida
Si hacemos un ranking de la culminación de la mujer como detective, en una novela escrita a su vez por una mujer, no vamos a negarle el puesto que le corresponde a Mrs. Marple, la astuta anciana –y cotilla- residente en St. Mary Mead a la que Agatha Christie introdujo en trece de sus novelas. Detective en sus ratos libres, se basa en las deducciones y en su conocimiento sobre la naturaleza humana para llegar al clímax de la novela y en un último golpe de efecto, mientras todo el mundo la observa, resolver el crimen casi perfecto. Aunque ni de lejos tan teatral como su “hermano”, Monsieur Poirot.
La dama de la novela negra nos presenta un personaje atípico. La protagonista deja de ser ese ser dulce, manso y tremendamente sencillo que todos conocemos –una camarera cotilla, una madre realmente pesada o una esposa sumisa que sabe bien poco de la historia– e inventa una nueva personalidad que tanto escritoras como escritores copiarán en los años siguientes: mujer solitaria, sin marido ni hijos, con escasa empatía y tremendamente inteligente e independiente. Los amantes de este género sabemos que Agatha Christie no estuvo sola en su época, y con mucho gusto la acompañaron Dorothy Sayers o Margarita Landi en lo que se ha llamado “la época de oro del enigma”.
Sin embargo, las mujeres detectives no habían sido tan populares hasta la aparición de Lisbeth. La novela negra nórdica no solo ha revitalizado el género –véase el repentino interés de gran parte de la población desde la publicación de la trilogía Millenium- sino también el arquetipo de la nueva fémina del crimen. Las diferencias que existen entre las pesquisas de un hombre y una mujer en las novelas son claras: a las detectives les interesa más investigar cómo ha llegado esa persona a matar o a convertirse en víctima. Saber por qué se ha producido esa violencia y no tanto el cómo; basarse en pruebas físicas y en los sentimientos de las personas. Mientras que en muchas novelas, como las anteriormente mencionadas, los hombres se obcecan con el simple descubrimiento de la verdad sin importarles las razones o los sentimientos que han podido llevar a ello.
Podemos ver como Poirot hace oídos sordos a las pruebas tangibles y se guía más por su intuición para resolver el crimen; mientras que la anciana Jane Marple (Un Asesino Dormido, Agatha Christie) se basa en las evidencias físicas de la escena utilizando su razón e inteligencia. En Los hombres que no amaban a las mujeres (Trilogía Millenium, Stieg Larsson) Lisbeth es capaz de pasarse horas en un registro analizando todos los documentos habidos y por haber mientras Blomkvist prefiere recorrer el país en busca de una pareja de enamorados debido a una corazonada relacionada con una fotografía que, por alma y gracia de Dios, lo llevará a aclarar el misterio.
La tendencia está cambiando. Los nuevos escritores que incluyen personajes femeninos protagonistas suelen darle la intuición al hombre y les entregan a ellas la razón. Cierto es que los detectives masculinos nunca han sido personajes que en la sociedad actual se calificarían de normales: adictos a la bebida, misóginos, solitarios, con un pasado oculto y oscuro. Sin embargo, el “femicrimen”, y más concretamente el que deriva de los nórdicos –léase suecos en su mayoría- ha evolucionado hacia una psicología, si cabe, aún más compleja. Lejos de la mujer presentada en los años 30 por Christie, la novela nórdica nos deja en herencia a mujeres con ciertos desórdenes mentales, misándricas –casi siempre debido a malas experiencias con los hombres-, frías y calculadoras y, haciendo honor a Jane Marple, con la cabeza sobre los hombros. Pero no por ello artificiales. Por eso parecen superiores: todas ellas son especiales, pero con defectos y virtudes muy humanas. Los típicos pensamientos de “¿le gustaré?”, ¿sigue enamorado de mí?” o ¿qué le regalo para nuestro aniversario?” siguen estando ahí, mezclados con la inteligencia e independencia que caracteriza a las protagonistas del “femicrime”.
Ellas, mucho más negras que sus compañeros masculinos
A la reina de la frialdad y el cálculo dentro del género negro la conocemos desde hace un par de años. ¿Quién es capaz de fingir su propia muerte hasta el más mínimo detalle –colocar unas bragas de la talla de la amante del marido en el despacho del mismo-, asesinar a una persona, provocar serios problemas psicológicos al menos a otras tres, quedarse con el chico –aunque sea mediante chantaje- y, además, no solo salir indemne de la situación, sino convertirse en la víctima a ojos de todo el país? Quien todavía siga pensando que las mujeres no son las nuevas reinas del género negro, le aconsejo que conozca a Amy Dunne (Perdida). Gillian Flynn utiliza a una mujer que consigue lo que no ha conseguido ningún hombre con tanto éxito en la novela policíaca: el crimen perfecto. En Perdida el papel de ignorante lo hace el marido, del que todo el mundo piensa que es el asesino mientras su mujer se bebe unos margaritas tomando el sol a cientos de kilómetros de distancia. No contenta con ello, Flynn completa el cuarteto de este género añadiendo a una detective que no tiene un pelo de tonta y a una secundaria hermana del protagonista que parece haberse llevado la inteligencia de la que él carece porque, ¿qué clase de persona se ríe cuando está pidiendo a todo el país que le ayude a encontrar a su mujer desaparecida? Un idiota.
El “femicrimen” ya es un hecho, y no solo en literatura. Basta con adentrarse en el mundo de la televisión y las series negras o policíacas para ver que son las mujeres las protagonistas: Bones, El Mentalista, Castle, Homeland… Y las que llevan el control. Los creadores han dejado de apostar por el sexo masculino para protagonizar sus producciones. Las princesas hace tiempo que no están subordinadas a su malvada madrastra o que son presas de un poderoso hechizo que las hace vulnerables. Ya no buscan a su caballero andante o al príncipe azul que las salve: las princesas de hoy no necesitan ser rescatadas, sino que son ellas las que rescatan. Las protagonistas de las nuevas historias hace tiempo que aprendieron a matar, ya sea con un bolígrafo o en la ficción. Han demostrado que siendo detectives, no hay crimen perfecto; pero si son criminales, nadie va a poder alcanzar su grado de locura y, a la vez, humanidad.
Dicho esto, y puestos a alterar la afirmación del profesor Ricardo Landeira, la culminación de la mujer en la literatura negra no ha llegado con el personaje del detective femenino, sino que todavía tienen mucho más que ofrecer. Gillian Flynn, por ejemplo, nos proponía un personaje que reunía a víctima y asesina a la vez. La verdadera culminación llegará cuando los lectores sepan reconocer la complejidad de estos personajes y su perfecta transición de secundarias a protagonistas.