La revolución de las (her)manadas
Texto: Ana Baquerizo//
Fotografías: Sandra Lario//
Las mujeres han vuelto a salir masivamente a las calles. La sentencia que condena a La Manada por abuso sexual y no por violación remueve los adentros de quienes se movilizan, reflexionan y se cuestionan las mentalidades que dictan sentencia. La revolución social parece imparable en toda la geografía española. Esto es lo que ha ocurrido en Zaragoza.
Los gritos impregnan de energía el ambiente, desde lejos. Los percibo aún dentro del autobús y a una distancia de 250 metros del Palacio de los Condes de Morata, sede de la Audiencia Provincial de Zaragoza. El paisaje urbano ha cambiado. Por ese sitio suele pasar el tranvía, aunque ahora ni siquiera se adivina: las vías han desaparecido gracias a los miles de cuerpos que van llegando para unirse a los cánticos liderados por una joven vestida de negro que, megáfono en mano, repite: «¡Hermana, yo sí te creo!»
Se escuchan esta y otras consignas feministas, se leen pancartas, se siente dolor, se murmulla estupor, se comparte disgusto. Una mujer de mediana edad comenta que la lectura del fallo —qué apropiada la polisemia— la ha dejado helada. Que cómo puede ser, que no se lo puede creer y que en qué país vivimos, le contesta quien se encuentra a su lado, mientras ambas acompañan con palmas la protesta. Es la conversación más frecuente en la tarde del 26 de abril de 2018, horas después de que el Tribunal Superior de Justicia de Navarra condenara por abuso sexual a los miembros de La Manada, que quedan así absueltos del delito de violación.
«Si no es violación esto, ¿qué es violación? Que cinco tíos maromos te acorralen en un portal, que encima está grabado, no es intimidación. Y que te quiten el móvil pa’ que no puedas pedir ayuda después de dejarte como un trapo es un simple hurto…» denuncia una de las presentes dentro de un grupito de amigos que le dan la razón. No hay debate. Aquí todo el mundo está de acuerdo.

Mucha más gente ocupa el principio de la Calle del Coso cuando, tras unos 10 minutos, se lee un manifiesto que habla de esos «cinco machos que usaron su superioridad física», de la violación como herramienta histórica de sometimiento a las mujeres, de los «jueces machistas», del apoyo a la superviviente, del «tratamiento morboso y vergonzoso de los medios de comunicación» en el seguimiento de este caso.
Es momento de fotografías y vídeos. Cámaras y micrófonos de la prensa se adentran como pueden para documentar la que es, posiblemente, la movilización social más numerosa que se ha generado contra una sentencia judicial. No me llega la vista, ni a izquierda ni a derecha, para ver el final de la concentración. Pancartas en alto. El silencio consigue que la voz de quien ahora lee unos papeles, rodeada por una muchedumbre que escucha respetuosa, se oiga clara y contundente a través de un megáfono que apunta al cielo. Justo detrás, unas lágrimas brotan para confirmar la relevancia de lo que se está viviendo —pero, sobre todo, sintiendo— aquí y ahora. La lectura acaba con aplausos, algún abrazo y una marcha improvisada hacia la Plaza del Pilar.
Entre el tumulto, que empieza a movilizarse poco a poco, localizo a mujeres mayores, hombres, incluso a algún bebé en brazos. Pero este gentío tiene cara de mujer joven, de entre 20 y 30 años. La mujer que es esta marcha no esconde su hartazgo, forma parte de una generación que ha reflexionado sobre los roles sociales y ha decidido que esta forma de pensar ya no le es válida. Camina y grita fuerte: «¡Jueces y fiscales también son culpables!» porque cree que los informes de un detective privado sobre la vida personal de la víctima o las preguntas sobre si realmente sintió dolor no tienen cabida en los juicios del país que quieren construir.

Una joven, que levanta un cartel con las dos manos —«No es abuso, es violación. ¿Esto es justicia?»—, expresa su desconcierto: «Me gustaría saber qué más podemos hacer. El 8M fue hace nada, salimos a la calle millones de mujeres, dejamos claro qué queríamos… fue un éxito, pero no es suficiente porque, en el fondo, seguimos igual».
Reconozco mucho del 8M en esta nueva reivindicación, además de alguna pañoleta morada en las cabezas y en las muñecas pulseras con el eslogan «Sin nosotras se para el mundo». Hay algo que flota en el ambiente, que emergió aquel día, y todavía sirve para aglutinar a las mujeres, hacerles gritar más alto. Y no solo se hacen visibles en el espacio público y lo paralizan, ahora también disputan los significados de una calificación jurídica, la de «violación», que nuestro código penal no basa en el consentimiento. Rechazan que, durante estos meses, se diera más importancia a las fotos que ella colgaba en Instagram que, por ejemplo, a los antecedentes penales violentos de ellos. Y conocen mil formas de montarse un buen jolgorio, pero en ninguna cabe la idea de convertirse en el objeto sexual de varios individuos, que utilizan su superioridad física —y numérica— para aislarte, dejarte inerte y hacer de todo contigo sin consentimiento.

El escenario por el que ahora transitamos es el mismo que pisaron tres cientas mil personas hace 49 días. Pero entonces movía la esperanza y la ambición; y ahora mueve la decepción y el deber de continuar lo que, hace siglos, empezaron otras con muchas más dificultades que ahora. Una multitud diversa combina frases reivindicativas, estampados florales, gorras, puños en alto, chupetes, mochilas, silbatos… Se detiene frente al edificio del Ayuntamiento.
Palmas. El sonido de un silbato. Ruido. Otra vez el silencio para escuchar unas últimas palabras por un megáfono que se vuelve insuficiente en un espacio tan abierto. Observo a una decena de fotógrafos en el balcón. Delante de mí, una joven con media melena sostiene un cartel que dice: «No son locos, son hijos sanos del patriarcado». A su derecha, un pequeño recorte de cartón manuscrito en mayúsculas: «NI A HOSTIAS NOS QUITÁIS LA FUERZA PA’ LUCHAR», un buen resumen de esta tarde.
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Autora:
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![]() ![]() Ciudadana del mundo, rebelde con -y por- muchas causas, fan de las historias de la gente corriente. Hace quince años, de mayor quería ser periodista. Ahora, además, soy activista por los derechos humanos y apasionada por los países del sur.
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Fotografías:
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![]() ![]() Llevo 24 años en el mundo. Desde hace unos cuantos lo capturo a través de fotos y palabras para mostrar el alma y el rostro de nosotros mismos. He estudiado periodismo y fotografía y defiendo la poesía como primer y último recurso.
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