Las jóvenes princesas del indie
Marta Asensio Vázquez//
Sexo, belleza y rock and roll: este es el cóctel más frecuente en la música independiente compuesta por mujeres. Ellas también escriben, componen y tocan instrumentos, pero los medios no suelen detenerse en esa faceta y el físico eclipsa al sonido. Sin embargo, muchas músicas jóvenes con talento y formación promueven un cambio y se niegan a explotar su imagen.
“Viste como un mendigo, suena como un príncipe” –o, en este caso, princesa-. Con esta máxima, Carmen Boza termina la prueba de sonido en la sala oscense El Veintiuno. La música de esta joven cantautora exhorta a la vida, a la muerte, al sexo y a la ferocidad. Sin necesidad de adornos ni artificios demuestra que el rock independiente -‘indie’ para los amigos- también se escribe en clave femenina.
Boza tiene veintisiete años pero cuando sube a un escenario, el desparpajo con que libera a sus demonios camuflados en canciones evoca a artistas mucho más curtidos. Su sinceridad quita el aliento y ese desgarro empapa al público del local. Por eso, agota entradas en lugares tan emblemáticos como El Sol de Madrid. Con este perfil ¿por qué es probable que usted nunca haya oído hablar de ella? Seguramente porque se trata de Carmen, en femenino.
Al analizar el actual panorama del rock indie nacional, los cabezas de cartel se repiten: Depedro, Iván Ferreiro, Izal, León Benavente, Miss Caffeina, Second, Sidonie o Vetusta Morla. Treinta músicos en total y ni una sola mujer. Esto denota la falta de promoción de las propuestas encabezadas por ellas. Además, muestra que apenas despuntan grupos en los que alguno de sus miembros sea una chica. La banda Rufus T. Firefly supone una excepción: cuenta con una bajista y una batería -hoy todavía sorprende ver a una baterista femenina-.
Esta desigualdad es visible en todos los campos. Haga la prueba: introduzca en su navegador favorito -o en el que tenga predeterminado, no vamos a despreciar a nadie- las palabras ‘chica’, ‘indie’ y ‘rock’. Compruebe los resultados. El 80% de los enlaces son listas de “Las chicas más guapas -o lindas o sexys, en función del país- del indie”. Tanto webs de aficionados como publicaciones conocidas y especializadas –Rolling Stone, 20 Minutos– ocupan todas las páginas con clasificaciones en las que nada importa el talento. Pero no se alarmen, porque el otro 20% de los resultados son manuales de Cómo ser una chica indie. Y todo lo anterior parece digno de un catedrático comparado con las Guías para impresionar a una chica indie. El experimento resulta abrumador.
Este debate se hizo viral en la red en 2013 con la publicación de un reportaje de autoría colectiva. En él se exponía el machismo que impera en el indie –igual que en otros géneros como el blues o el hip hop- y los estereotipos que lo rodean. Recibió decenas de respuestas a favor y en contra. Una de ellas de la pluma de la escritora y periodista cultural Lucía Lijtmaer: afirmó que lo importante es que el artículo sirvió de revulsivo y creó polémica. Lijtmaer atestigua que esta desigualdad no es una hipótesis sino una realidad. Para ella resulta vital que los medios visibilicen nuevas propuestas, más allá del twerking de Miley Cyrus.
En el concierto de Huesca en el Veintiuno, Boza presentó su último disco La mansión de los espejos acompañada de una banda. Pero en muchas ocasiones lo hace sola en acústico, ya que además de cantar, escribir y componer, sabe tocar la guitarra. Lo mismo ocurre con Vega, María Rozalén, Alondra Bentley, Ana Muñoz, o Zahara. El pop-rock nacional posee una cantera amplísima de artistas jóvenes que tocan uno o varios instrumentos y además poseen voces desgarradoras. Gracias a esa profesionalidad y a sus conocimientos musicales no precisan enseñar piel, ni envolverse en lentejuelas subidas a dramáticos tacones. Ni lo necesitan ni les interesa: ese no es su estilo. Pero como esto las aleja de ser “chicas hot”, su visibilidad en la red disminuye.
Un problema de raíz
Numerosos agentes han denunciado que esta desigualdad viene desde la base. Virginie Berger dirige una agencia de marketing musical y la avalan más de quince años como consultora en esta industria. La empresaria advierte de que el problema es el estatus de la mujer: la forma en que aparece como un objeto más en letras de canciones o en videoclips. La discriminación se extiende a casi todas las áreas de creación artística, con excepciones como la danza clásica. Berger argumenta que la fuerte presencia y la excelencia de mujeres estudiando carreras artísticas no impide que se produzca un ‘efecto techo de vidrio’. Su teoría se apoya en datos: según ‘Women’s Audio Mission’ –una organización musical sin ánimo de lucro- menos del 5% de ingenieros de sonido son mujeres y según Billboard, en cargos directivos, solo hay un 6%.
Si esta brecha surge en los cimientos de la producción musical, ¿cómo no va a afectar a las artistas? En Coachella -al igual que en la mayoría de festivales internacionales- las voces femeninas oscilan entre un 16% y un 25%, según Billboard. En España, el Festival Pirineos Sur dedicó su última edición a las mujeres. Se tituló Femenino Plural, una gran iniciativ. Pero en la programación del resto de años, ¿cuántas mujeres intervienen?
A mitad de la actuación, Carmen Boza se dirige por primera vez al público. Cuenta que antes explicaba de qué tratan sus canciones pero ahora prefiere no hacerlo. Que cada uno imagine lo que quiera. Sus vivencias se filtran en sus letras, porque si no -reflexiona ella- el proceso no sería sincero. Los asistentes las hacen suyas y les dan un significado propio, aunque algunas no admiten mucha interpretación:
A veces me canso de tanta poesía,
quiero decirte a viva voz todo lo que te haría.
La cama está perdida de éxtasis,
de orgasmos míticos y frenesí
y de delirios de grandeza.
El sexo vende
Boza puede permitirse cantarle al sexo sin perder la elegancia y la delicadeza. Su imagen discreta y su manera de expresarse entre la ironía y el misterio lo hacen posible. Sin embargo, las cantantes con más proyección han olvidado esas formas. La música ha perdido valor frente a la apariencia física y la imagen de la mujer se ha hipersexualizado. Las revistas dan consejos para conseguir las piernas de Beyonce, los morritos de Lana del Rey o la delantera de Katy Perry. Músicas veteranas como Carmen París advierten sobre este problema: “Si las chicas solo tienen referentes femeninos como Lady Gaga, Rihanna o Miley Cyrus interpretan que dedicarse a la música es eso. Hacen falta más mujeres tocando instrumentos, componiendo y escribiendo para que sirvan de referente.” La industria ha cambiado los modelos para que la música entre por los ojos en lugar de por los oídos. Así que cuando Lady Gaga canta sobre el sexo, lo que muestra es sexo.
Resulta paradójico que artistas amparadas por grandes compañías y con mucha promoción carezcan del talento que irradia la escena indie. Las cantantes superventas cuentan con profesionales que les escriben las letras y les componen la música. Y por supuesto ellas no tocan ningún instrumento. Así surgen intérpretes que no pueden defender sus propuestas en solitario: siempre dependerán de que la discográfica les proporcione los aditivos necesarios. Si las mujeres no asumen esa responsabilidad y no se forman en alguna disciplina musical, es muy difícil promover un cambio. Han de hacerse valer por sus méritos y destrezas, no por realizar fotos de promoción en lencería.
Sin embargo, hay una luz al final del túnel -o un acorde, para que resulte todo más musical-: el público, o por lo menos una parte, es consciente de ello. Boza necesitaba dinero para producir su último disco. Decidió intentarlo mediante crowdfunding. A cambio de diferentes recompensas, pedía a sus mecenas 10.000€. Consiguió 25.825€. El público premia el talento, la singularidad y el esfuerzo. Aporta su dinero para que los artistas no tengan que doblegarse ante los intereses de la industria musical. Estos casos son cada vez más frecuentes y ganan popularidad. Es posible que en el futuro los consumidores reduzcan el poder y la influencia de las grandes compañías a favor de propuestas auténticas, muchas de ellas lideradas por mujeres.
Los chicos opinan
¿Y cuál es la opinión de ellos? Muchos artistas masculinos no solo reconocen la situación sino que además la denuncian. Un ejemplo es Nacho Vegas, un reputado cantautor español que ha trabajado con artistas como Bunbury o Christina Rosenvinge. Preguntado por esta cuestión, reconocía: “En el indie hay machismo; no me cabe ninguna duda. Cuando trabajé con Christina Rosenvinge asistí a grandes momentos de ese tipo. Vi a gente del mundo indie preguntarle si las canciones de sus discos las hacía ella -que lleva treinta años escribiendo sus propias canciones- cuando a mí jamás me han preguntado eso; se me presupone.”
Resulta una opinión compartida por muchos. Amaral es el único grupo nacional que lleva por nombre el apellido de una mujer. El guitarrista del dúo, Juan Aguirre, declaró sobre su compañera: «Eva es una genio. Ha tenido que pagar el precio de ser tía y de vivir en un país donde se estigmatizan algunas cosas: si fuera de Canadá estaríamos hablando de un intocable nombre mundial.»
Hombres y mujeres coinciden: la desigualdad es real y viene de lejos. Ofertar más puestos directivos para mujeres en la industria musical debería ser la primera medida. Empezar desde la base para que la pluralidad se refleje en los carteles de festivales, las salas de conciertos y las revistas musicales. A Carmen Boza y al resto de rockeras indies les sobran talento y ganas; de oportunidades andan algo más escasas.
Lucen sombreros, melenas despeinadas, botines desgastados, camisas de hombre y jerséis que parecen de otra época. Se lo pueden permitir. En un panorama cultural en el que la imagen ha devorado al sonido, para ellas prima la música. Así suenan las jóvenes princesas del indie.
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