Lavapiés y las goteras del sistema global

Gloria Serrano/

Crónicas callejeras de una mexicana en Madrid

“Somos los hombres vanos

Somos los atestados

Que yacen juntos”.

T.S. Eliot

Domingo 10 de julio, 2016.

Lo mejor que puede presenciar un periodista es el correr de la vida. En esta ocasión, fue una tenue gotera la vía por la que fluyó el relato colectivo. Una pequeña filtración de agua en el baño como exteriorización de un mal mayor. Por ejemplo, del desempleo reflejado en Carlos, el amigo de mi casero. La precariedad plasmada en los vecinos que no pagan el alquiler, en los que se roban la electricidad o en los que ocupan clandestinamente un piso vacío.

Fueron cuatro viviendas y los decires habituales de cuatro personas los que, gota a gota, me empaparon de las historias comunes que ocurren en barrios como Lavapiés, en Madrid. Me refiero a las quejas de la señora Nieves sobre los migrantes que no son majos. A los entrecortados comentarios de una anciana con parálisis facial y a los de aquel administrador cuyo pensamiento se quedó atrapado en el franquismo. También a las frases de una joven periodista española que –a semejanza de otra, pero mexicana– cada mes se las ingenia para prolongar su estancia en esa, su habitación propia: “Así se vive en Lavapiés”. “Si, la situación es complicada, pero en Lavapiés es más”.

Fue el olor a humedad como metáfora de un ambiente viciado por la crisis –¿económica? ¿Moral?– de un país en el que si un inquilino incumple con el contrato de arrendamiento, entonces el propietario no puede pagar la hipoteca sin fin de 35 metros cuadrados. Fue el agua atravesando silenciosa los muros como símbolo de un malestar que igual se esparce callado entre la comunidad: la gentrificación. Y las manchas marrones en el techo, como la rúbrica que deja el cacareado neoliberalismo con el que solo se ha logrado acrecentar la desigualdad.  

Plac, plac, plac. Goteras que primero molestan, luego desprenden el recubrimiento y, más tarde, de no repararse, pueden provocar hundimientos parciales o incluso la destrucción completa de una edificación. O de una ciudad. O de un país.

“Somos fragmentos de eternidad. Fragmentos de la evolución de la humanidad, de ese continuum. Parte de algo que está en movimiento y que no sabemos bien adónde va”, afirmó Juan Carlos Monedero durante una charla en la Universidad Complutense de Madrid. También dijo que debemos apostar por la verdad, la belleza y la bondad. “Apostar por algo que excede nuestra propia individualidad, por las cosas que son más grandes que uno mismo”. Esas fueron sus palabras, las que recuerdo al observar el orificio que quedó cerca de la ducha en este rincón madrileño que, por el momento, es mi casa y está en el interior de un antiguo edificio en la calle Tribulete, en uno de los veintiún distritos de la capital española. Un conjunto que, en días como este, parece no tener sentido. Otros, sí.

25 de octubre, 2016

Plac, plac, plac. La gotera regresó y para alejarme de su pertinaz golpeteo salgo a caminar, sin mayor propósito, por los empedrados del barrio. Es en la calle Amparo donde me topo con tres grafitis: uno que exige la salida de cierta cadena de supermercados; otro, denuncia el asesinato de dos mujeres; uno más, hace alusión al Espacio Social Autogestionado “La Dragona”, cuyos miembros se encuentran en pláticas con el Ayuntamiento de Madrid para evitar su desalojo del lugar que okupa en el número 90 de la Avenida Daroca, junto al cementerio de la Almudena.

Mientras los observo, pienso en las palabras del historiador Pablo Sánchez León, a quien le escuché decir que debemos “dar valor a la contingencia para imaginar otra historia, buscar la dignificación del ciudadano, dar sentido al mundo”.

7 de noviembre, 2016

Es un lunes, por la noche, y avanzo a paso firme hasta la calle de Lavapiés donde mi vista se frena en otra pinta, una que dice “Fuera hípster”. Es entonces cuando recuerdo el reportaje Gentrificados vs Gentrificadores, recién publicado por el diario El Confidencial, y que comienza así:

“La visita se alarga más de tres horas, durante las que el grupo (alrededor de 40 personas) sigue las explicaciones de un guía. Recorren Lavapiés deteniéndose en lugares emblemáticos para escuchar explicaciones históricas y consideraciones políticas, entorpeciendo el tránsito de coches y peatones, arremolinados como turistas japoneses recién caídos de un autobús cualquiera. La paradoja está servida porque la ruta es un recorrido en el sentido contrario por el corazón de la gentrificación, por la transformación de un manojo de calles elevadas a categoría, por las molestias del turismo de masas, la ‘hipsterización’ y ‘elitización’ de centros urbanos tomados por ‘clases creativas’ en que los vecinos de toda la vida (‘clases populares’) quedan desplazados como consecuencia de ‘políticas neoliberales que persiguen posicionar a las ciudades en el mercado global como destino de inversiones y turismo’, en palabras del guía, de Alberto Vigil-Escalera, profesor de la Universidad Europea de Madrid y coordinador del II Taller de Gentrificación organizado por La Casa Encendida”.

Dicen los que saben que la política de los Estados ha quedado completamente subordinada a las necesidades de un orden global. Para algunos son palabras huecas, frases ocurrentes de intelectuales para pavonearse entre sus lectores. Sin embargo, yo las entiendo cuando leo Comprar en el centro”, el artículo del periodista Héctor Abad Faciolince en El Espectador, de Colombia: “Aun así, decaído, el centro de mi ciudad valía y vale mucho. Pero hoy hay una mafia dispuesta a todo para comprarlo barato. Y hay una manera muy buena de abaratar el centro: volviéndolo mierda. Esto es lo que está consiguiendo un grupo mafioso de Medellín que cobra vacunas, maneja la delincuencia y compra propiedades”. Propiedades como esta en la que vivo y que no está en Medellín, sino en Madrid. Una con goteras obstinadas que día y noche murmuran la misma tonada: plac, plac, plac.

Pero un colega parece verlo distinto. Cuando le comento sobre este asunto, incrédulo me pregunta si realmente hay gentrificación en Lavapiés. Su duda tal vez se deba a que hace tiempo no ha pasado por el barrio o a que desde su oficina no se alcanzan a ver los panfletos de “Compro piso en esta zona” que a diario se mezclan con mi correspondencia. O a que, peor aún, el comentario de Clara, una buena amiga, es más que cierto: los periodistas quieren ser periodistas, pero sin hacer periodismo.

8 de noviembre, 2016

Desde el verano han tocado a mi puerta la policía, los bomberos, un pintor, un arquitecto y, hace un par de días, dos fontaneros. Todo indica que cambiarán las tuberías y que el plac, plac, plac de las goteras tendrá su relevo en el sonar de los martillos. Por lo pronto, en mi cabeza retumban las palabras del escritor y periodista Alfredo Molano al recibir el Premio Simón Bolívar a la Vida y Obra:

«Escribir para mí es templar mis más secretas cuerdas y por eso tengo que borrar hasta traspasar la hoja, hasta encontrar el tono de la pasión por la vida y por la belleza que tiene la gente con la que me topo. La gente cuenta cuando se le oye y lo hace con una sinceridad limpia, cuenta lo pasado como si lo estuviera viviendo, en presente. Y lo hace con generosidad, con soltura, con humor, con fuerza. Chisporrotea. No es difícil oírla porque habla lo que vive. La dificultad comienza cuando el que trata de escribir no oye porque está aturdido de juicios y prejuicios, que son justamente la materia que debe ser borrada para llegar al hueso».

11 de noviembre, 2016

A menudo observamos el mundo reducido –tremendamente achicado– y muy pocas veces en su completa dimensión. Creemos que lo que sucede en España poca o ninguna relación tiene con lo que ocurre en Colombia. “Llegar al hueso” implica, o debería, producir conocimiento de todo cuanto vivimos. En el oficio periodístico se parece a encontrar el origen de ese hilo de agua que escurre por las entrañas de un inmueble con cien años de historia y de historias. En todo caso, se trata de escuchar y de mirar, de evitar los juicios y los prejuicios. Y de comprender aquello que escribió otro periodista de buena cepa, Juan Cruz, acerca de que “un espejo nunca reflejará la hondura de nuestra alma oculta en nuestro rostro. Son los otros quienes nos revelan cómo somos”. Por eso, no habría que temerles –a ellos, a los otros– y mucho menos votar, pongamos, por la salida del Reino Unido de la Unión Europea o por determinado candidato a la presidencia con base en el miedo, en el temor que alimenta y mantiene vivo a un sistema que, de tiempo atrás, hace agua por todas partes.

Plac, plac, plac. Esto es algo que todos sabemos. Y todos escuchamos.

Fotografía principal:  Flickr de Javier Baztan

Autora:
Gloria Serrano foto Gloria Serrano

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Periodista mexicana en Madrid, siempre buscando la grieta en el muro. Máster en Gestión de Políticas y Proyectos Culturales (Universidad de Zaragoza). “Saber mirar y saber decir” son los principales retos del periodismo que aspira a no quedarse en el olvido, que intenta contar algo más que una simple historia. Para mí, cultura se escribe en plural, es la fiesta de lo colectivo.

Twitter Blanca Uson


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