Malalai Joya, la mujer que escondía libros bajo el burka

Ana Baquerizo//

Malalai Joya es una activista parida por su padre. Superadas las etapas de niña refugiada y adolescente ingeniosa contra los talibanes y convertida en una de las personas más influyentes —y amenazadas— del mundo, se reafirma: «estoy feliz de que los misóginos y fundamentalistas me consideren su enemiga pública número 1».

Faltaban tres días para que la Unión Soviética irrumpiera en sus vidas cuando nació, entre montañas, en un pequeño pueblo afgano cercano a la frontera con Irán. Su nombre, el homenaje de los padres a Malalai de Maiwand, heroína nacional contra la ocupación británica. Pero la nueva Malalai tampoco pasaría desapercibida para la historia. Aquella criatura, entonces delicada e insignificante, tardaría algo más de dos décadas en ser nombrada la mujer más valiente de Afganistán por la BBC y recibir el reconocimiento de medio mundo.

Malalai Joya (Anardara, 1978)  es la rebeldía caminando por las calles de Afganistán bajo un burka azul. En mítines callejeros improvisados, anima a sus compatriotas a no usar esta tela que, lejos de representar algo religioso, es un símbolo político talibán. Pero es también una baza para despistar a los sicarios que la persiguen. La oscura imposición del burka fue, de 1996 a 2001, la parte más visible de la opresión contra ellas. Sin embargo, ya la Malalai adolescente lo usó a su favor: servía para esconder los libros con los que, clandestinamente, enseñaba a leer a otras mujeres. Estaba prohibido. Las desobedientes eran castigadas con la muerte, pero las clases a las que, muchas veces, acudía sin la compañía de un familiar varón, como ordenaba la ley contaban cada vez con más alumnas.

Es la resistencia discreta de unas mujeres que, de un día para otro, pasaron de una cierta modernidad al jardín del fanatismo. Ellas, las flores que debían mantenerse en casa y no fuera, para que otros no las huelan, como declaró el ministro Ghaissudin. Las ventanas de la casa debían estar tintadas, ya no podían trabajar, ni  maquillarse. El castigo para unas uñas pintadas era la amputación de los dedos. Y así, una larga retahíla de atrocidades con el sello talibán.

Malalai Joya ante los medios
Malalai Joya denuncia en Kabul el sufrimiento causado por los fundamentalistas. Fuente: malalaijoya.com

Tras la caída de los distintos regímenes y con la llegada de la actual supuesta democracia, ha habido cambio, pero no tanto. Afganistán continúa siendo verdugo de sus mujeres. Sus élites fundamentalistas y aliadas de Occidente difunden orgullosamente el lema: «la mujer, o en casa o en la tumba». Una consigna cruda, sin valor metafórico: a pesar de ser considerado un acto deshonroso, es el único lugar del mapamundi donde el suicidio femenino supera al masculino. Es frecuente que chicas entre 14 y 21 años según datos del Ministerio de Salud Pública lo hagan antes o durante un matrimonio forzado. Se suelen quemar a lo bonzo o envenenarse. Esta práctica se ha popularizado en las últimas décadas. Los matrimonios durante esas guerras, que tan ricos hicieron a unos y tan desgraciados a la mayoría,  se consideran una forma de proteger a la mujer aunque, de facto, se conviertan en su cadena perpetua.

Malalai se enfrentó a los culpables y cómplices de esa situación por primera vez el 17 de diciembre de 2003. Se celebraba, en Kabul, la Loya Jirga; la Gran Asamblea Constituyente tras la caída de los talibanes. Entre más de medio millar de representantes y periodistas, una voz fina se alza para pedir la palabra. Mujer, joven y desconocida para la mayoría, Malalai Joya sujeta el micrófono con una mano y un papelito con la otra. Pero no lo mira. Se presenta. Se recoloca el hiyab negro que bordea su cara con semblante serio. Una catarata de frases brota de su garganta. A contrarreloj, se refiere a quienes la rodean«¿por qué se permite que haya criminales en esta Loya Jirga? Son señores de la guerra, los responsables de la situación de nuestro país, Afganistán es el centro de conflictos nacionales e internacionales. Oprimen a las mujeres y han arruinado nuestro país, ¡deberían ser procesados!». Sus palabras caen al vacío durante 44 segundos en un auditorio impertérrito, que comienza a reaccionar poco a poco hasta que es interrumpida y expulsada.

Sin embargo, demasiados ojos ya habían visto a esa mujer que eligió el momento exacto para conseguir repercusión: un episodio político de máximo interés, cubierto por diferentes medios de la prensa internacional. Punto de mira tras el 11 de septiembre, esa tierra hacía mucho que era de unos y de otros, pero no era de ella misma y ahora se encontraba decidiendo el país que sería.

Tras su intervención, tuvo que recorrer de vuelta los 900 kilómetros que separan Kabul de su ciudad prematuramente. Se le prohibió la entrada. «Comunista«. «Enemiga del Islam». «Prostituta»: Malalai se ganó a los más poderosos del país como enemigos. Pero dos años y cuatro intentos de asesinato después, ganó el escaño como diputada independiente en el Parlamento con el segundo número mayor de votos. Malalai observó cómo sus adversarios trataron de impedirlo comprando votos o distribuyendo fotos suyas sin velo: «Si se quitó el velo en la Loya Jirga, se quitará las bragas en el Parlamento», decía el panfleto. Era el intento de engañar a los afganos sin acceso a la televisión.

Mientras todos se felicitaban durante el primer turno de palabra por el nuevo Parlamento, Malalai dio el pésame al pueblo afgano por tener un Parlamento con un 60% de señores de la guerra, fundamentalistas reciclados en demócratas corruptos con la misma mentalidad. Denunció que estaban apoyados por Estados Unidos. Ella misma se llama «una mujer contra los señores de la guerra», aclarando que la situación en la cámara baja era «una tortura». No solo el mensaje, también sus formas pacíficas, pero exaltadas y desafiantes llaman la atención dentro y fuera. Sus sentencias categóricas y aceleradas martillean a quienes ella llama «los enemigos de la felicidad». Ella domina el terreno televisivo: entrevistas, cara a cara… también en inglés. Y, cuando un periodista italiano le preguntó si no sería mejor usar un tono más conciliador, contestó enérgica: «¿Usted lo usaría con Mussolini?» Poco tardaron en vetarla en el Parlamento para cinco años, el resto de la legislatura, y en surgir las voces de solidaridad de la Comunidad Internacional. No fue readmitida, pero seguía y aún sigue encabezando el fenómeno social a favor de la democracia, la libertad e la igualdad de género.  

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Malalai posa con su libro Una mujer entre los señores de la guerra


Malalai gana y dona dinero para modernizar hospitales, proveer orfanatos, arreglar las tumbas de los mártires… Desde que se hizo conocida, sus compatriotas le piden ayuda para asuntos personales como impedir un matrimonio forzado o mediar en divorcios. Puede que una de las tareas más duras y antisistema sea defender a las víctimas de violaciones, culpadas y repudiadas. También los poderosos, en su intento por restarle popularidad, intentaron usar ese estigma falso contra ella. Es considerada subversiva, contraria a la tradición cuando, con semblante impávido, reprueba que los hombres paguen por sus esposas como si fueran objetos. Así lo puso en la práctica en la suya propia: sin dote, sin compensación económica de sus suegros, sin las grandes fiestas que suelen endeudar a sus paisanos para toda la vida.

Malalai, con su sencillez incuestionable, conquista todavía hoy más almas que cuerpos. El miedo amedranta sus apoyos explícitos: el cuerpo de Ibrahim, uno de sus más entusiastas y públicos seguidores, era un cadáver sin ojos cuando fue encontrado. No es fácil para los que la apoyan, ni hombres ni mujeres. Para ellas, opinar distinto al marido puede suponer un grave problema en el país cuyo Parlamento tiene una cuota femenina obligatoria del 25%, pero donde multitud de mujeres no votan porque no tienen con quién dejar a los niños mientras tanto. Un Estado lleno de cuotas y falto de realidades. Un Saturno devorando a sus hijos. La tierra de una Malalai que la amenaza de muerte y la obliga a usar un apellido ficticio para decir lo que piensa sin riesgo para su familia y a la que ella contesta: «el poder de mucha gente actuando junta es como el poder de Dios, todo lo puede».

Autora:
Ana Baquerizo foto Ana Baquerizo nombre

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Ciudadana del mundo, rebelde con -y por- muchas causas, fan de las historias de la gente corriente. Hace quince años, de mayor quería ser periodista. Ahora, además, soy activista por los derechos humanos y apasionada por los países del sur, aunque vivo en Londres.

 

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