Llámalo X: mi encuentro con Amarna Miller

Texto e ilustraciones de Ismael López//

Amarna Miller tiene 24 años y lleva trabajando en el cine X desde los 19. Esta joven actriz porno ha pasado varias veces por los cinco continentes gracias al sexo y rompe el cliché. Amarna habla de viajes, de cultura, de arte y de infancia.

Las ideas que le había propuesto le gustaron tanto que quería hacer la entrevista en persona, pero yo nunca antes había viajado a Madrid. Después de un pequeño purgatorio para mantener el contacto y concretar una cita, finalmente recibí una llamada el viernes 31 de octubre a las 11 de la noche.

Al día siguiente estaba en la capital con una grabadora y un cuaderno. Le propuse a un amigo que hiciera de guía turístico para familiarizarme con el recorrido que repetiría al día siguiente con la entrevistada. Las calles resultaban familiares: el entorno era como un set de rodaje al que se le ven todas las costuras. El escenario era…no tan grande. El aire monumental que la televisión había otorgado a muchos de los escenarios emblemáticos de Madrid en los últimos años era menos imponente en persona.

-En la tele esta plaza parecía enorme- le dije.

-Ya. Todo parece más grande detrás de una pantalla.

Amarna Miller se acercó, pequeña, sonriente y segura de sus pasos. Sin maquillaje, sin tacones, casi sin parecer la chica que vi en los vídeos. Era una persona difícilmente reconocible de su alter ego digital.

Nos reunimos en el antiguo Real Hospicio de Madrid, en la calle Fuencarral, que desde el último siglo pasó a funcionar como el Museo de Historia de la ciudad. A pesar de sus cuatro siglos en pie, el edificio conserva una portada barroca visible desde la parada de metro de Tribunal. La esperaba apoyado en la verja de metal que me separaba de la fachada cuando Amarna apareció a la hora acordada. Fue ella quien me saludó mientras estaba absorto revisando las preguntas.

Cuando ríe, su mirada se entrecierra y hace que parte del blanco impecable de sus ojos desaparezca, entonces solo te queda su dulzura azul del mar, y esperar a ver qué será lo próximo que diga. Amarna tiene unos ojos de un color celeste, casi opacos, sin detalles, sin líneas ni tonalidades destacables. Esos mismos ojos le dan un aire de inocencia y bondad que no desmerece el porte que le otorga ser una actriz porno y escritora de 24 años recién cumplidos y fama internacional.

Su ojo izquierdo no es capaz de mirarme de forma directa y se desvía ligeramente hasta que no la tengo bien cerca, problema que se acentúa cuando se muestra feliz. Presume de una sonrisa blanca con los dientes alineados con imperfección natural pero respetando el espacio de cada uno de ellos.

Se me va a caer un diente-dice sin mirarme, cuando caminamos hacia el restaurante donde haremos la entrevista. No consigo ver cuál de sus dientes no está sano, y los he visto, porque es una de esas personas capaces de enseñar toda la dentadura- Voy a tener que operarme antes de viajar a América- concluye.

Si Miller sonríe, su nariz se arruga por la parte superior. La línea que forma es perfecta, pero de perfil el tabique se curva ligeramente hacia la punta. Parece que en su estructura facial todas las líneas convergen o bien en los ojos o bien en la boca, según la expresión que deje reflejar en ese momento.

Su piel es perfectamente nívea pero llena de vida, con venitas azules que se dibujan difusas, sobre todo en la frente y en los extremos de la cara, como los rostros de las niñas que preferían jugar a salir a mancharse en el barro.

Conserva el mismo tono pelirrojo y largura de la melena de las fotografías de Internet, aunque en ocasiones ha tenido que cambiar el color por exigencias de la productora. Una vez tuvo que teñirse de rubia durante un rodaje en Australia.

La de Amarna es una belleza atípica que aflora desde el carisma y la seguridad más que de su propio físico. Hay un aura que pesa, y aunque no muerde tu propio ego, si bajas la guardia puede llegar a tragarte de la manera más cautivadora.

Viste una camiseta totalmente psicodélica a juego con su mochila de colores imposibles y cubierta de peluches con nombre propio. Tiene los pechos pequeños, naturales. Enseña su ombligo hasta que unos leggins negros cubren su cintura, ligeramente más ancha que los hombros, para bajar por unas piernas bien torneadas y rectas, pero no muy largas, que acaban en un par de  botas militares negras y sucias.

-Mis botas tienen historia- cuenta, y le comento que usaba unas iguales para encontrar un punto en común con ella.- ¡Claro, son las Underground!-. Esas botas de un negro desgastado tienen más de siete años. Le han acompañado durante sus estudios en Estados Unidos, por eso las manchas de pintura blanca -En América por cada semestre te obligan a hacer dos días de trabajo comunitario, y es un rollo. Yo pintaba las casas de una comunidad de indios navajos-. Y me mira, buscando mi sorpresa. De no ser por su aspecto tan característico hubiera pensado que estaba caminando con una persona distinta a la que abofeteó a uno de los actores porno más mediáticos en una escena: Rocco Siffredi.

Así, paseamos con infrecuente calzado por las estrechas bocacalles adoquinadas que envuelven  Fuencarral. Un laberinto de piedra y edificios antiguos con vistosos carteles anunciando menús del día, cafés y ropa vintage. Las calles en esa zona de Madrid son notablemente más bellas que las de otros cascos antiguos de ciudades visitadas. Desde mi moderada ignorancia todo me parecía comparable al Paseo de Gracia de Barcelona, pero con un toque menos marciano.

Llegamos, al fin, al restaurante vegetariano. Se trataba de un local algo oscuro, de aspecto rústico por la decoración completamente de madera. Habría como quince mesas pero la mayor parte estaban vacías. Elegí la más apartada y silenciosa para evitar interrupciones. La voz de Amarna es desconcertantemente aguda pero no estridente, y temía por la calidad de la grabación.

Una vez sentados me doy cuenta de que tengo un chicle en la boca. La entrevistada me deja un clínex: “yo creo que no está usado”. Bromeo entonces sobre tener un clínex de Amarna Miller, y ella sugiere que puedo venderlo, lo cual en principio me figuro que es una broma. Amarna vende las bragas usadas en sus escenas a fans por un precio a convenir, tal vez esto engrose su lista de mails diarios. Además, según su web también hace grabaciones exclusivas con lo que el cliente requiera. Por ejemplo, una vez le pidieron que leyera El Rey Lear en inglés original mientras se masturbaba, pero como su pronunciación del idioma no era tan buena, el comprador se tuvo que conformar con El Gran Gatsby. Podría parecer que hasta aquí llegan las excentricidades requeridas por los seguidores de Miller, pero la performer ha llegado a contactar con un seguidor que deseaba comprar su cepillo de dientes usado.

Abandonó el nido familiar con 19 años después de haber trabajado durante un año como fotógrafa en el estadio Santiago Bernabeu. Esa es su especialidad académica, la fotografía, y ante la independencia que le proporcionaba el trabajo, ese mismo año dejó la carrera de bellas artes que había empezado seis meses atrás para centrarse en sus objetivos.

-Pero también he trabajado en muchos otros sitios como modelo artística. Y aclara: «Como modelo no porno, vaya».

Nos interrumpen con el imponente plato de berenjenas rebozadas con crema que ella ha pedido, pero Amarna sigue hablando: volvió “al sistema educativo” un año después y abandonó el trabajo en el Bernabeu, pero no se alejó de sus verdaderas pasiones, el modelaje y la pornografía. Empezó a hacer pinitos como modelo artística y la línea empezó a difuminarse con lo erótico. Con 20 años montó Omnia X, su propia productora, con unos amigos. Ellos lo hacían todo: actuaban, grababan, editaban, difundían… Amarna alternó este trabajo con otros encargos de empresas del sector, y su popularidad no dejó de crecer.

Pero antes que alma viajera, Amarna fue niña. Se llamaba Marina. A pesar de su corta edad sus padres la llevaban por toda la Península en busca de yacimientos arqueológicos: “mi madre estudió magisterio y mi padre nada”, explica, pero ambos comparten un tremendo interés por la antigüedad que inculcaron a su hija. Esos son sus primeros recuerdos de la infancia. A veces hace pausas para reflexionar porque no está acostumbrada a este tipo de preguntas.

Durante su infancia, Marina vivía con sus padres en una antigua e imponente casa de Vallecas llena de reliquias familiares. A veces rescata algún recuerdo de su memoria, como las muñecas que coleccionaba y aún conserva. Posee un total de 500. Las guarda en una vitrina del piso al que se mudó con sus padres. De forma esporádica, entre rodaje y rodaje, Amarna las mantiene. Su obsesión por ellas era tal que con 14 años empezó a recibir clases de restauración para comprenderlas y cuidarlas.Amarna Miller Dibujo

Entonces parafrasea El Club de la Lucha como uno de sus mantras:

-Lo que posees te acabará poseyendo. Por eso Amarna dejó su afán coleccionista de lado con 20 años y desde entonces trata de alejarse de lo material. Sus viejas botas y su colorida mochila son sus compañeros de viaje. Ahora añade a la lista un abrigo verde que sus padres le compraron por su último cumpleaños. Eso, y la asistencia a una fiesta BDSM, fueron sus regalos.

El BDSM es un tipo de práctica sexual que responde a las siglas de Bondage, Discipline, Submission y Masochism.

Habla continuamente del yo, como si los elementos de su entorno estuvieran dispuestos a su alrededor para su desarrollo personal. Todo sirve para presumir de sus conocimientos y actitud vital. Algo capta mi atención: la mayor parte de las piezas en su trayectoria le resultan pasajeras, salvo, tal vez, sus padres. Es como si al embarcar dejara atrás un mundo para transportarse a otro muy distinto con personajes igual de olvidables.

Hasta los 15 años creció en Vallecas jugando con las historias del particular museo familiar donde vivía. No tenía demasiados amigos. A veces su padre le contaba anécdotas, historias de los diferentes objetos que ella encontraba. No tuvo televisión. La desconexión con los otros niños era total: Marina discutía sobre la Batalla de Qadesh y el resto sobre los programas de televisión. Ella prefería escribir y dibujar. Con 7 años compuso un librito de poesías que explicaban fenómenos como las mareas o la discusión entre el Sol y la Luna, que se inspiraban en las historias de Rudyard Kipling en “Precisamente así”. Después llegaron Márquez y su realismo mágico.

Pero si algo hacía feliz a la pequeña Marina eran las manzanas. Su merienda favorita consistía en un bol de medio litro de leche con Colacao y una manzana. Podía llegar a comerse cinco en un solo día. También recuerda el olor de las violetas secas que había guardadas en la cajita de madera que aún conserva y que perteneció a su abuela.

Amarna quería ser princesa cuando era una niña, hasta que conoció a las de verdad. Entonces se dio cuenta de que no era posible ser una princesa punky y dejó su sueño de lado:

-¿Qué diferencia hay entre una princesa y una actriz porno?- le pregunto.

-Diferencias reales…ninguna. Diferencias sociales, todas. El problema de ser princesa es que lo eres de cara al público, mientras que como actriz porno eres libre de hacer lo que quieras porque haces lo que nadie quiere hacer.

Su contradictoria respuesta sorprende. A Amarna Miller le obligan a cambiar su aspecto y llevar una gruesa capa de maquillaje para rodar distintas escenas, al menos las convencionales, que son de las que vive.

Una vez un muchacho se acercó a ella con el móvil en la mano porque quería hacerse una foto besándole el culo. Besándole el culo. Podría ser el culo de cualquiera, pero quería el de Amarna Miller. Ella respondió: “No, gracias” con la sonrisa amarga del que se traga su propio orgullo.

-Ser princesa no mola nada

A pesar de detalles como este, la pornografía de Amarna Miller busca un cambio en la visión general del consumidor. “Otra pornografía es posible”, insiste, pero en el fondo sabe lo que le da de comer. Ha sabido aislarse del sórdido mundo en el que la mujer es un objeto de consumo y centrarse en el momento, en el “sexo real”. Ella, no finge si tiene la ocasión. No actúa. El problema de la pornografía mainstream, según ella, es que el consumidor no se identifica con lo que está viendo, pero lo tiene que consumir igual porque no hay otras alternativas.

Recuerda su primer contacto con el sexo como algo confuso que ocurrió durante una noche a los 15 años cuando sus padres no estaban en casa. Encontró por casualidad en la televisión una película de porno softcore lésbico y empezó a sentirse excitada. “No sabía cómo gestionar esas sensaciones”.

Más tarde, con 17 años, empezó su trabajo como modelo: “primero vestida y después desnuda”, aclara. Amarna se empezó a sentir guapa y pensó que podría gustar a otras personas y superar sus complejos físicos.

Cuenta cómo se inició verdaderamente en el mundo del porno: fue de forma independiente y sin la ayuda de nadie. Con 18 años contactó con varias productoras españolas que le ofrecían trabajos denigrantes y por poco dinero. Cualquier ilusión por grabar porno se esfumó, hasta que un año después tuvo la idea de organizar la productora sus amigos y su entonces pareja. Quisieron hacer algo diferente, aprovechar la visión técnica que sus estudios y la fotografía le habían otorgado para hacer una pornografía “más real”. Lo que empezó como un trabajo tras las cámaras pronto se convirtió en ofertas de productoras de distintas partes del mundo para ir a rodar escenas como actriz.

Amarna apenas lleva dos años grabando escenas con otros hombres, pero eso no le ha impedido trabajar con las grandes productoras, como Bang Bros o Reality Kings. Es una viajera por y para el placer, pero también lo es por necesidad: en España a una chica le pagan 200 euros por hacer lo mismo que haría en Estados Unidos o cualquier parte del mundo por mucho más dinero, aunque no todo sea tan brillante como parece.

No me gustaría grabar en Europa del Este otra vez. Nos tratan como a animales.

Durante la grabación de escenas o películas, me explica, los diferentes actores viven en un piso o casa compartidos y generalmente el ambiente es bueno. Sin embargo en el Este algo cambia: montones de chicas hacinadas en lugares poco dignos preparadas para la explotación sexual. Algo especialmente duro para las extranjeras que no conozcan el idioma del resto de actrices. «Además pagan muy poco», concluye.

No todo es fácil en el porno, y, en el momento de la publicación de esta entrevista, Amarna Miller se encuentra una vez más en Budapest rodando escenas.

Ante la pregunta sobre si alguna vez ha sentido asco en un rodaje Amarna responde segura que no, que nunca: “al menos no asco como tal”. Pero odia las escenas relacionadas con el agua. No sabe nadar y no entiende el fetiche del sexo sumergido.

Le viene una imagen a la cabeza y pone cara de espanto. De repente gesticula de forma exagerada y repite “no, no, no” con insistencia. Resulta que está pensando en una escena en la que una performer, Mischa Brooks, es sometida por otro actor que le hunde la cabeza en una piscina y continúa penetrándola.

Pregunto entonces por la pornografía violenta donde la mujer es un títere del hombre armario. No eran pocas en ese momento las noticias que atribuían a estos vídeos hardcore una responsabilidad social en la oleada de pasión adolescente no consensuada en la que ellos imitan a Rocco Siffredi y ellas tragan cualquier exigencia.

-El porno no te hace violento, igual que no te hacen violento el cine y los videojuegos. Hay una escena maravillosa de BDSM en Sol donde una pareja se pone a follar en público, delante de toda la plaza.

-¿Es correcto que una pareja de profesionales simule una escena que puede herir la sensibilidad de personas que, por ejemplo, han sufrido malos tratos y no tienen nada que ver, que solo pasaban por ahí?

Amarna se lo piensa:

-Supongo que está mal por ley si incluye a niños y discapacitados.

Y como no termino de entender, ataco de nuevo.

-¿Es adecuado que alguien que ha sufrido una agresión durante su infancia vea esas escenas de forma involuntaria, como daño colateral de una provocación?

A esto responde rápido. No hay unión. Las víctimas de la violencia doméstica no pueden tener miedo toda su vida a los cinturones o a las manos de la gente. «Claro. Tienen miedo de las bofetadas o las personas que azotan con un cinturón», le digo. Pero ya no obtengo respuesta.

La entrevista se alarga bastante más de lo esperado y temo que Amarna no tenga tiempo para más y quiera marcharse, pero no es así. Saca tiempo para tomarse un café que pide con sacarina. Llevamos cuatro horas sin salir del restaurante. Aprovecho el momento para regalarle un ejemplar antiguo de Madame Bovary en agradecimiento por la entrevista y su tiempo.

«¿Me lo dedicas?». Una sonrisa sincera ha vuelto a su cara. Está ilusionada. Tal vez la entrevista le ha gustado y quiere conservar un recuerdo hasta la próxima vez que se encuentre con preguntas que van más allá del orgasmo femenino. Pero ya me había adelantado. Le escribí un sincero texto mientras ella se fue al baño entre dos preguntas. Fue mi primer error. No puedes dar la mano a alguien tan seguro de sí mismo e inseguro de los demás. Te arrastra con ella.

Salimos del local sobre las 5 y propone enseñarme lugares del centro de Madrid. Todavía queda más tiempo. Me presenta el Edificio España, que lleva años abandonado por motivos económicos. También me muestra el Teatro Real, o Teatro de la Ópera, como ella lo llama. En la mayoría de casos Amarna conoce a la perfección la estructura de las calles, pero falla en la ejecución: pasa tan pocos días en Madrid y tiene su tiempo tan dividido que le es imposible recordar el entorno. Los cambios de las obras en las calles y las plazas la descolocan. Por suerte para ella, los edificios siguen allí.

Amarna sigue monologando sobre arte e historia, y sobre su vida privada. La entrevista ha terminado pero mantiene el tono de gurú del sexo y la vida, si es que hay alguna diferencia o separación. Pronuncia las frases proyectando la voz, con el mismo tono agudo pero distinto a cuando baja la guardia, a cuando realmente no está planeando que será lo próximo que dirá. Cada una de sus frases es un ladrillo cuidadosamente colocado en una obra arquitectónica que aspira a ser monumental. La comunicación es importante, también lo es la visibilidad. La joven es cuidadosamente desordenada, como una chaqueta motera remendada con parches cuidadosamente elegidos. La ajedrecista del caos y el porno sabe cómo posar ante la cámara del mundo y salir de ello con una sonrisa airosa. Este mes ha sido portada de la revista Interviú, del Grupo Zeta, el mismo que posee Primera Línea, que es el medio en la que escribe asiduamente. “Amarna Miller: la revolución del porno”. La joven de la mochila es una astuta adolescente que ha sabido jugar sus fichas pero que tal vez no innove tanto como aseguran.

Unos adolescentes nos detienen: la han reconocido por Fake Taxi. “¿Y qué es Fake Taxi?”, pregunto ingenuo. “Es dinero fácil”, aclara ella. La revolución interpreta a una adolescente anónima que recibe unos billetes –que a la hora del pago real de la productora se multiplicarán- por subirse a un taxi con un desconocido y tener sexo con él. Es lo que atrapan las cámaras. Media hora de rodaje, algo rápido…y dinero fácil.

Le apetecen unas chucherías y de camino buscamos algún local donde encontrarlas. Aparece un chino de barrio. Entramos y pregunta dónde las tienen.

Estaba distraído mirando las patatas como forma de rebajar el cocktail histórico que ella me había preparado en la cabeza, pero no pude evitar girarme sobresaltado.

«¿Cómoooo?», grita el dependiente, un chino de unos veinticinco años que resultó entender el español perfectamente y solo nos tomaba el pelo. Aún sospecho que la reconoció, pero me fue imposible adivinarlo. El chino acerca la bolsa llena de golosinas para Amarna, pero cada vez que ella extiende la mano este atrae la bolsa de nuevo para sí mismo. Tres veces así:

-Vámonos, no soporto las situaciones absurdas, sentencia, renunciando a la bolsa desde la calle.

Seguimos el camino en busca de algo que satisfaga su antojo de dulce. Una heladería es el sitio elegido. Yo, que cambio las patatas por la visión de los coches circulando por un puente, no me percato del sabor, pero el color del helado es verde.

Nuestro proceso de intimación acaba y culmina en el parque que hay frente al Palacio Real, sentados en una escalera escuchando como un músico callejero toca el arpa con aire hipnótico. Dejamos nuestras mochilas una frente a la otra y Amarna acomoda los peluches colgantes. Tiene uno de una alpaca, le ha puesto un nombre infantil, como el que poníamos de pequeños a los juguetes con los que nos gustaba dormir. En realidad es un llavero que compró en Japón con un animal blanco y peludo que ahora es gris a causa del continuo trote por el mundo.

La música sigue sonando, suave, bajo una pequeña llovizna que temo que se intensifique. El cielo está terriblemente nublado y se nota como empieza a atardecer. Amarna se muestra indiferente. Alarga la lengua en toda su extensión para lamer el helado, pero no con el humor que todos los quinceañeros del mundo hubieran podido pensar como algo erótico. Solo es una chica con su helado.

En unos días viajará a Sudáfrica durante un mes para cumplir con un trabajo más. Ya está acostumbrada: un día antes se prepara el neceser, la maleta y las pruebas de ETS y se marcha a la aventura. Es una de las cosas que más le gustan del porno, confiesa: viajar con los gastos pagados.

“La vida es un campo de juegos”, dice mientras contemplamos al músico. Por alguna razón me tienta a pensar que efectivamente lo es. Una mujer de 24 años en un mundo hostil y en un trabajo todavía más hostil, por dentro y por fuera. Podría parecer que Amarna es un imán de la hostilidad, pero repite sus mantras con una confianza que defendería mordiendo y arañando, si fuera necesario.

Sus uñas son postizas, son de plástico. Lo demuestra mordiéndolas sin éxito, “el plástico sabe horrible”, dice. Las lleva para evitar el vicio y porque no es aceptable que una actriz porno aparezca en el set con los dedos deshechos. Hay que cuidar la imagen.

Botas Amarna MillerNada parece real en la pornografía comercial de Amarna Miller. Usa extensiones para los rodajes porque no es capaz de dejarse una melena completa, además le incomoda. Se ha teñido de diferentes colores por exigencias de la productora y a veces se niega a llevar tacones. En una escena erótica, especialmente si la chica es bajita como Amarna, es casi esencial llevar unos buenos tacones. Cuando a la actriz no le gusta, o se niega debido a su fuerte carácter, tiene que actuar de puntillas, lo cual resulta aún más incómodo para mantener un equilibrio. Sin embargo, algunas productoras dejan que las chicas empiecen las escenas con tacones y puedan quitárselos a mitad. Al fin y al cabo todos somos igual de altos cuando estamos tumbados.

Marina no nació pelirroja, es castaña oscura. Ya lo sabía porque durante un vídeo en el que eyaculaban en su boca colocaron la cámara en alto y vi las raíces del pelo. Aún se aprecia algún centímetro de su espeso cabello marrón teniéndola tan cerca.

Todo es un gran juego de máscaras en el que la bella diva pelirroja abandona el set de rodaje satisfecha y se desprende de su disfraz para reunirse con su mochila y sus botas. Juntos patean las calles de Dios sabe dónde y en qué momento, en busca de nuevas historias y cosas que aprender. La vida de Amarna Miller es una continua improvisación cuidadosamente preparada. Su cabeza no se detiene y su móvil no calla. Vive por y para viajar, sus altos ingresos se lo permiten, al menos de momento. Un día está aquí, abrazándome y besándome casi a contrarreloj, y otro día está lejos, en cualquier punto del planeta, siempre sonriendo.

2 comentarios en “Llámalo X: mi encuentro con Amarna Miller

  • el 1 diciembre, 2014 a las 21:23
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    Me alegro de que al menos se critique que el porno que hace esta chica deja bastante que desear. Por lo que se describe aquí Amarna está bastante atada a los roles clásicos femeninos en el porno. No he tenido el placer de ver ningún video suyo pero aunque haga videos porno solo por necesidad y luego tenga tiempo libre para hacer sus videos «alternativos» sigue fomentando el mismo sistema patriarcal que subordina el placer femenino a la imperiosa necesidad sexual masculina. Por ello, considero poco acertado creer que esta conversación va más allá del orgasmo femenino ya que precisamente es el eterno olvidado en las relaciones heterosexuales pornograficas. El sistema patriarcal acostumbra a atribuirse calificativos feministas para tergiversar y neutralizar aquellas alternativas que verdaderamente podrían suponer un cambio, en este caso, lo llaman transgresión o liberalización, yo lo llamo cosificación e infantilización de la mujer.

    Perdonar la parrafada… un saludo

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    • el 21 septiembre, 2017 a las 14:54
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      Suscribo tus palabras totalmente, si ella pudiera viajar y hacer todo lo que quiera sin necesidad de que un desconocido «eyacule en su boca» ¿seguiría realizando esa labor? saludos.

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