Marta Blanco, Aladrén y la lucha contra la despoblación
Giada Garau, Nerea Monte y Paula Casado//
Tras una infancia y adolescencia de idas y venidas, Marta Blanco decide asentarse en Aladrén en busca de libertad. El pequeño pueblo de su familia materna necesitaba un cambio. En 2015 debutó como alcaldesa. Desde entonces, ha emprendido un camino lleno de obstáculos contra la despoblación. Pero también de alegrías, como el festival anual Ababol.
Retrocedemos en el tiempo. París, 1973. Un comunista gallego hijo de maquis y una maestra riojana-vasca hija de un guardia civil traen al mundo a una niña, Marta. Ambos eran exiliados políticos de la dictadura franquista: al padre no le quedó más remedio que huir de su país y su madre lo hizo por convicción. La pequeña Marta se crió entre las calles de la capital francesa hasta 1978. Más tarde, ya de regreso a España tras la muerte del dictador, en las distintas localidades españolas a las que destinaban a su madre. Lage (A Coruña), Beniel (Murcia) y Orihuela (Alicante) son algunos de los municipios que vieron a Marta crecer. Con todo, Aladrén destaca y es el lugar al que se siente vinculada. Este es un pueblo de la comarca Campo de Cariñena de la provincia de Zaragoza. El pueblo de su madre y donde Marta pasaba los veranos.
Han pasado cincuenta años desde aquello. Marta, tras ocho de ellos como alcaldesa de Aladrén, ha decidido abandonar el cargo. Su vida allí comenzó en 2013, en la casa en la que nació su madre y donde ahora vive con su marido. Su agotamiento, mental y físico, se deja entrever. En 2023, tras ocho años, necesita un descanso de la política. Porque ya lo ha dado todo. Ha llegado el momento de frenar y cuidarse, también en el ámbito profesional, y dejar a un lado su negocio artesanal. Pero la fatiga no opaca su espíritu luchador y reivindicativo. Después de hablar con ella durante un par de horas, no hay otra manera de describirla que la siguiente.
Marta Blanco Allona, una mujer con iniciativas, creativa de profesión en el mundo artesano de la bisutería. “Piensa en global, actúa en local” como lema y estilo de vida. Feminista, de izquierdas (se le nota a una legua) y aventurera en busca de un mundo mejor, que lleva la cultura y el arte por bandera. No se conforma así porque sí y le gusta hacer las cosas bien. Defiende su pueblo y su gente por encima de todo.
Tras una infancia y adolescencia plagada de mudanzas, Marta Blanco se asienta. Llega a Aladrén en 2013 y no solo para veranear. Vuelve allí donde están sus raíces y la esencia de su familia materna. Al fin y al cabo, su hogar. Irónicamente, fue la crisis la que le dio el último empujón para marchar al pueblo. Lo que era un pensamiento desde hacía mucho tiempo, se convirtió en la única opción para salir adelante. Aunque no sea fácil acostumbrarse a un sitio tan pequeño, decidió quedarse. Para ella, Aladrén es la libertad. Y lo que la aleja de los ruidos, las prisas y los estereotipos sociales que arrastra la ciudad. Siente que no se valoran lo suficiente los pueblos y la importancia de mantenerlos vivos.
Su despertar y curiosidad por la política datan del 15 de marzo de 2011, el 15M. Así surgió su concienciación sobre la actualidad y la realidad que vivía el país. Fue una inspiración para, en 2015, comenzar su tarea como alcaldesa. Y de aquí viene su lema (“Piensa en global, actúa en local”). Marta tiene las cosas claras. Cree fervientemente que los cambios importantes se hacen desde abajo, “trabajo de hormiguita”. Ejercer la política es su manera de transformar el mundo, actuando para los que la rodean y dando ejemplo.

Se muestra cercana. Parece que le gusta hablar. Pero, poco a poco, la alegría que dibujaba su rostro se va apagando y deja paso a la rabia e impotencia de una alcaldesa que ha hecho todo lo que ha podido por no quedarse atrás en la carrera contra la despoblación. Un maratón en el que los pueblos españoles se encuentran con más y más obstáculos.
La indignación que siente la saca de sus casillas. Se ríe por no llorar. La situación ante la que se ha visto durante los últimos años es preocupante. Muchos de sus intentos por llevar a Aladrén hacia una vida mejor, más cómoda, más digna, se han visto truncados por altos cargos. Por delante de sus narices pasan la indiferencia, la despreocupación, la falta de empatía y el desprecio hacia lo rural, camuflado de burocracia innecesaria y promesas vacías. Todos hablan de fomentar el desarrollo rural, pero nadie avisa de lo complicado y sufrido que puede llegar a ser luchar por ello.
Durante su cargo en el Ayuntamiento, ha percibido la existencia de un problema social grande. Y es que el sentimiento de posesión se ha comido al sentimiento de pertenencia. Marta se esfuerza en que la gente comprenda que el planeta no nos pertenece, sino que nosotros le pertenecemos. No tenemos derecho a hacer lo que nos plazca en el territorio sin tenerlo en cuenta. Su trabajo se ha centrado en reavivar ese sentimiento de pertenencia en la población aladrense. Sin él, es imposible paliar la despoblación, porque es el que trae la guía para encontrar un modelo de vida pleno y sostenible. Un modelo que se aleja del capitalismo, la globalización y el neoliberalismo y se acerca al ser humano, a políticas desarrolladas para mayorías y no para minorías.

El festival Ababol y otras buenas prácticas
Su fuerte es la creatividad, cualidad de la que, a su parecer, carecen muchas alcaldías. Encuentra soluciones sencillas donde otros sólo ven complicaciones. Para sumarse a la perspectiva de Marta, es necesario desligarse del tradicionalismo, dejar de ser un mero observador y animarse a interactuar. Estamos en el siglo XXI, la sociedad ha avanzado. Las cosas se pueden hacer de muchas formas pero la gente no conoce esas otras maneras porque nadie se las ha contado. No se han parado a pensar y a observar. Marta pide a gritos más gente que se renueve y transforme sus oficios y sus quehaceres.
Al llegar a la alcaldía, se encontró en medio de una lucha contra el panorama que dejaba negocios a punto de cerrar, y con población rural exiliada y sustituida por campos de energías renovables. Pero ella no se amedrenta con facilidad. Es la primera en moverse y abrir los ojos a las personas que creen que la vida en un pueblo es demasiado sacrificada, atascada en prácticas tradicionales que poco tienen que ver ya con el mundo que se nos presenta. ¿Cómo ha intentado mostrar ese mundo visionario y transformador? Pues visibilizando el arte, la cultura y los nuevos métodos de pequeños grandes valientes que se han atrevido a pensar diferente. Así, en 2015, Marta creó Ababol, un festival que deja como parte de su legado y que funde su inagotable fuente de creatividad con su preocupación por el medio rural. Hablemos de arte público, de memoria y de despoblación.
El objetivo de Ababol es el mismo que tiene Marta como alcaldesa: crear comunidad, orgullo y sentimiento de pertenencia; que sus habitantes dejen de pensar que el pueblo es precioso “sólo porque sea tu pueblo y hayas nacido aquí, sino que lo piensen porque es precioso sin más”. Ha intentado alejar a la población de Aladrén de la afirmación contrariada de “Pero quién va a venir aquí”, tras afirmar segundos antes que su municipio es maravilloso. El festival busca el reconocimiento interno, pero también el externo, tanto del potencial natural y geográfico del territorio como del artístico. Un reconocimiento consecuencia de un turismo de cierto nivel cultural predispuesto a cuidar el entorno y alejado del turismo de borrachera.
Cada año se organizan unas jornadas que invitan a la reflexión. En Ababol hay tiempo para admirar el magnífico paisaje junto con las obras de los artistas invitados. También para aprender cómo se estructura el mundo que nos rodea y si es suficiente para pervivir. Parte de las actividades del festival están reservadas a poner las cartas que afectan a la despoblación encima de la mesa. Profesores de universidad, emprendedores en el medio rural y auténticos eruditos de la despoblación y el entorno han pasado por sus mesas redondas para hablar sobre el ciclo del agua, las aguas grises y azules o la soberanía alimentaria.
Ababol también se utiliza para exponer buenas prácticas que cambian las tradiciones establecidas y fomentan la mejora de las condiciones en los pueblos. Un intento de poner el foco en territorios escasos de población activa por la falta de ideas innovadoras en el emprendimiento. A los que se escudan en argumentos sobre lo sacrificada que es la vida en el pueblo, justificando su vaciamiento masivo, Marta ha tratado de quitarles la venda de los ojos. Mostrarles que hay otro camino que no termina en “pueblos llenándose de molinos y vaciándose de gente”.
El efecto del festival ha superado las expectativas. Colocar a un municipio de unos 60 habitantes censados en el programa Culturas 2 de La 2 no es fácil. Un impacto que se traduce en el disfrute de los visitantes, normalmente personas del entorno, pues la única casa rural de la localidad está reservada para las y los artistas invitados. Pero también en el bonito recuerdo que deja en los y las artistas año tras año. ¿Cómo lo ha conseguido? Sabiéndose mover por los espacios comunicativos y teniendo contactos de antemano, en este caso, tirando de compañeros de profesión. Aunque quizás algo tenga que ver la pérdida obligada de la vergüenza tras haber sido en repetidas ocasiones la chica nueva.

Un tópico contra el que Marta se ha enfrentado es la cultura de que el pueblo es para la gente mayor. Es importante centrarse en todos los públicos y en encontrar medidas para que la gente que ya está familiarizada con el entorno no deje de ir. Aquí entra una capacidad que ha descubierto gracias a la alcaldía: “la ingeniería social”. Prevé discordias y evita que llegue el conflicto trabajando desde la previsión. Se dio cuenta de que los diferentes grupos de amigos y peñas se habían ido separando. Unos se mantenían fieles a Aladrén y otros se alejaban cada vez más. Las cuadrillas acaban quedándose sin un local donde pasar las fiestas o quedar en sus ratos libres. A veces, a causa de que muchos ya no tuvieran nada por lo que volver al pueblo. Pero el descubrimiento de un solar vacío en el frontón de la localidad animó al Ayuntamiento a comprarlo y transformarlo en un espacio multiusos con merenderos y barbacoas, que acoge a todo aquel que lo desee. De hecho, es el sitio, aún sin estar terminado, más utilizado.
Marta no es la única que piensa y propone buenas prácticas por la supervivencia de su territorio. Ha impulsado a otros habitantes de Aladrén a que tengan iniciativas que serían igual de eficaces. Ante numerosos e incansables problemas de transporte interurbano y escolar, la familia que lleva el bar del pueblo tuvo la idea de sacarse la licencia oportuna y montar un taxi rural que subvenciona en parte el Ayuntamiento. Una medida útil de la que se podrían aprovechar todos los vecinos para poder ir a comprar, a la farmacia, al médico o a tomar un café con las amigas. Es otro gran ejemplo de velar por la justicia social y de combatir las desigualdades y la marginación hacia las pequeñas comunidades. Pero sólo reciben pegas por parte de la administración.

El descanso tras la maratón
Marta necesita un respiro. Ha trabajado muy duro durante años y seguirá enfrentándose a la lacra de la despoblación por mucho más tiempo. Porque está claro que está muy comprometida con la causa. Pero, ahora, quiere pensar en ella misma y tomar reposo. No ha sido fácil, aunque desde un principio ella era consciente de esto. Fue elegida alcaldesa por oposición, ya que su único rival no era de buen gusto para la mayoría. Y, aun así, los aladrenses no confiaban en la capacidad de Marta. Buscaban que el relevo lo cogiera su marido porque “esto se jugaba entre hombres”. Nadie se planteaba que ella pudiera cubrir el cargo, excepto su pareja.
Una vez más, Marta nos da una lección. Pasito a pasito, inventándose alternativas, creando proyectos y mejorando el pueblo desde donde no se la ve, se ganó el chapó de toda su comunidad. En las siguientes elecciones, salió reelegida porque la gente comenzaba a ver de lo que era capaz; de que sí sabía manejarse y defender el territorio y la comunidad.
Marta se retira, pero ha dejado huella. El Aladrén que la alcaldesa encontró al llegar, el de menos de 10 habitantes y con una sola persona no jubilada, es ahora un municipio con casi 20 vecinos que pasan allí las cuatro estaciones. Por si fuera poco duplicar el censo, Marta ha conseguido multiplicar también la población activa. Hoy son unas 13 o 15 las personas en edad laboral, entre ellos, dos parejas de treintañeros y otra de 40 y con dos niños.
Lo más importante de estar repoblando su territorio es que atrae a gente vinculada con Aladrén. Marta ha conseguido establecer las bases de una repoblación con carácter de continuidad. Poco antes nadie percibía ni viable ni posible la repoblación. Y aquí estamos, ante lo que muchos calificarán de milagro y otros sabrán que es la cosecha merecida. La cosecha de las semillas que en su día Marta se atrevió a sembrar. Ahora comienzan a verse sus frutos y el tiempo dirá el resto. Las buenas prácticas de la gente de Aladrén y, en especial, de su alcaldesa ya están en marcha.