Pablo Hasél: Crónica de una detención anunciada

Marcos García y Guillermo Rodríguez//

Han pasado tantas cosas que en algún punto perdimos la noción del tiempo. Se acababan de conocer los resultados de las elecciones catalanas. La fotoperiodista Lorena Sopeña cambiaba la campaña electoral y los focos de la política parlamentaria por otro escenario, más crudo. En la madrugada del domingo al lunes puso rumbo a Lleida desde Barcelona. El rapero Pablo Hasél había anunciado que pasaría sus últimas horas en libertad en el rectorado de la Universidad ilerdense. Rodeado de seguidores, esperando pacíficamente la llegada de los Mossos. 

De forma intencionada o no, Hasél había reactivado una imagen cargada de simbolismo. La de los cuerpos de seguridad entrando en un campus universitario. La historia que te contaba Cuéntame sobre los grises llevada a nuestro presente pandémico, sin la amabilidad de la ficción ni la distancia del paso del tiempo. “Se le veía tocado pero manteniendo la firmeza y sobre todo su discurso, algo que le caracteriza. Considero que ha sido una persona muy coherente con lo que piensa”, asegura Lorena sobre un Hasél que, incluso en la tensa espera, se mostró accesible con los medios. 

El 15 de febrero amaneció con los furgones policiales apostados en las puertas del lugar. El primer obstáculo fueron las barricadas improvisadas con bancos y demás mobiliario. Algunos de los presentes no dudaron en rociar el camino con extintores para dificultar la tarea policial. Superadas las barricadas y el humo, ellos fueron el último obstáculo. En una esquina, sin mascarilla ni capucha, se encontraba Pablo Hasél. Se llevaron “al más buscado”, no sin antes retirar uno a uno a todos los que lo rodeaban.

No ha querido revelar su identidad, pero una de las aproximadamente 70 personas allí presentes, que pasaron la noche encerradas en el rectorado, expresa sus sentimientos de tristeza y rabia: “Al final no estás allí por gusto, obviamente; estás allí porque estás dispuesto a resistir ante una injusticia que está cometiendo un Estado sobre una persona”. 

Sin embargo, al margen de la frustración, dice haber encontrado esperanza: “Hacía bastante tiempo, sobre todo desde antes del COVID, que no se veía a tanta gente apoyando una lucha o participación, así que en cierto punto algo de esperanza cabía”. Una esperanza que, para muchas personas pertenecientes a una generación en busca de un motivo por el que luchar y un enemigo al que hacer frente, vale para el futuro: “Creo que ha servido de mucho y seguirá sirviendo la resistencia que ha mostrado Pablo para que no se normalicen este tipo de situaciones que no entran dentro de ningún tipo de normalidad democrática”.

Lo que piensa una persona en sus últimas horas antes de ingresar en prisión, por corta que sea la condena, solo lo sabe quien lo sufre. Según el joven manifestante, hubo gente que se acercó a hablar con el rapero, pero, en general, respetaron su intimidad, conscientes de que se trataba de sus últimas horas de libertad: “Estuvo rodeado de la gente a la que quiere y de sus abogados y, en algún momento, también concedió alguna entrevista a los periodistas que estaban allí encerrados”.

Los ocupantes del rectorado tenían claro el desenlace de la historia. De hecho, su objetivo no era tanto cambiar el final –algo que veían prácticamente imposible–, sino pronunciarse y mostrar su apoyo a Hasél. 

Los objetivos los marca la realidad de cada situación –afirma el estudiante de la Universidad de Lleida–. Desde el primer momento tuvimos muy claro que a Pablo lo iban a encerrar, que la policía aparecería con mucha más fuerza que nosotros. El objetivo era mostrarle al resto de la sociedad, a través de la prensa que estaba dentro del rectorado, que estábamos dispuestos a aguantar allí, a mostrar solidaridad con Pablo y a esperar a que viniera la policía para resistir pacíficamente y que nos fueran sacando uno a uno ahí hasta el final encontrarse con Pablo y detenerlo ante todas las cámaras, obviamente”.

“Para mí la imagen es esa. Un cantante de hip hop al que se lo llevan por las letras de sus canciones, mientras que tenemos al rey Juan Carlos impune en otro país escondido –cuenta Lorena–. Quizá tenga unas formas u otras, pero solo son letras de canciones, sus letras no han evocado ningún tipo de violencia ni de conflicto social. Me parece de traca, de un nivel antidemocrático espectacular”. 

La defensa a ultranza de sus ideas lo hizo popular cuando su proceso judicial comenzó. “Estoy aquí por decir la verdad”, proclamó en el juzgado. ¿Qué tiene de especial para ser el catalizador del descontento? No son solo los tweets ni las letras, aunque ver una lista de mensajes, por graves y agresivos que fueran, siendo recitados por un juez, sea un motivo de debate sobre lo que consideramos normalidad democrática. 

Sin duda, la detención de Hasél, aunque cocinada a fuego lento durante años, ha acelerado el metrónomo de la historia en nuestro país. A pesar de que el caso no vaya a más, ya ha germinado la semilla del debate acerca de la libertad de expresión, dando lugar al fruto de la reflexión, como la del estudiante de la universidad ilerdense, que piensa que “la libertad de expresión muchas veces es el único modo que tenemos para seguir diciendo aquello que pensamos sobre la realidad que nos envuelve y sobre la realidad política a la que nos condenan”.

El fenómeno Hasél ha atravesado la sociedad española alimentado por protestas en el lugar y el sitio indicado. Barcelona estos días fue una prolongación del fuego de Urquinaona y los disturbios de octubre de 2019. Hasél aludía a la ortodoxia de los clásicos, como Lenin: “Hay décadas en las que no pasa nada y hay semanas en las que pasan décadas”. Sin embargo, acotar la libertad de expresión y la monarquía a la figura de Pablo Hasél es una mera anécdota. Y, sobre todo, limitar el debate a Cataluña, que parece una inercia cada vez más constante al tratar cualquier tema que sobrepasa la delgada línea de la democracia europea, sería como llamar América a Estados Unidos. España entera clama la revisión de una larga lista de leyes a las que ahora se suma la libertad de expresión, que se ha valido de un rapero como instrumento para sacar a flote una herida que ya estaba hecha, pero a la que le han echado sal.

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