Periodismo narrativo o crónica literaria: del dato al relato
María Angulo Egea//
La crisis económica europea y la de los medios de comunicación han sacado a la palestra nuevamente, la relevancia de contar, de interpretar los datos y los hechos en Periodismo. “Los datos dicen, pero nunca explican”, apuntaba la cronista argentina Leila Guerriero en su extenso reportaje Los suicidas del fin del mundo.
La crónica literaria, simbiosis productiva de Periodismo y Literatura, es un bicho raro. Ornitorrinco de la prosa, lo denomina el escritor mexicano Juan Villoro. Pone de relieve las limitaciones del periodismo convencional: su obsesión por las cifras, los datos, las estadísticas, las declaraciones de los poderosos; su apego a las informaciones enlatadas, difundidas por gabinetes de prensa, elaboradas por agencias y prácticamente copiadas y pegadas en los medios. De ahí su dificultad para presentar noticias y reportajes fiables, honestos y comprensibles.
Se trata de ponerle rostro, nombre y cuerpo a los afectados por la crisis, y detenerse a explicar los hechos y las circunstancias. Acotar e interpretar las cifras, cuando éstas se vuelven incontrolables. Hablar de 5 millones de parados, de 500 desahucios diarios o de la salvaje precariedad laboral no puede hacerse desde una relación de cifras. Crónicas en primera persona como A la puta calle de la periodista Cristina Fallarás o Yo, precario de Javier López Menacho son dos buenos ejemplos de cómo hacer periodismo en España con las herramientas normalmente atribuidas a la literatura. Herramientas que ya reivindicaron para la Periodística en los años sesenta los norteamericanos, con su New Journalism, en medios como The New Yorker o Rolling Stone; y los latinoamericanos, con su Crónica o Periodismo narrativo y la Fundación Gabriel García Márquez de Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), además de un sinfín de revistas.
Un periodismo narrativo que, lejos de la brevedad de los 140 caracteres y su capacidad para transmitir noticias, explora una tercera vía. Una tercera opción interpretativa que viene a suceder, o cuando menos a complementar, al periodismo como mero transmisor de noticias; y al periodismo como soporte de opiniones. Ahora, desde la narración, se aborda la honesta transmisión de historias, de emociones.
Se trata de buen periodismo. De salir a la calle y dejar la silla frente al ordenador; de documentarse y hacer trabajo de campo. De abandonar la redacción (si es que existe ya tal cosa) para ir a buscar las historias y las fuentes. Buscar a las personas que casi nunca son personajes; sino más bien ciudadanos de a pie, con sus luchas diarias y sus conflictos vitales. Personas, en fin, que nos permiten dar cuenta de la realidad; de la crisis, en este caso, y de la violencia que se está generando. Otro gran trabajo dentro de esta temática es el de la periodista de El País, Mariangela Paone, que viajó varias veces a Grecia a lo largo de un año y, en las brechas abiertas por las grandes estadísticas macroeconómicas, fue tejiendo su relato de la realidad griega: Las cuatro estaciones de Atenas (Crónicas desde un país ahogado por su rescate) (Libros del K.O, 2014). Porque el periodismo narrativo también está en los libros.
Reporterismo y narración para explicar las causas y entender los porqués. Al menos para llegar mucho más allá de responsabilizar, cuando no “culpabilizar” al otro; ese ser individual e imprudente que jugó una carta equivocada cuando estaba clarísimo que esto iba a estallar.
Este “nuevo periodismo” (que insistimos en que no es nuevo) se nutre de los recursos de la retórica y la poética clásicas, que permiten narrar bien las historias. Se emplean estrategias literarias. Unas, interesantes para la construcción de territorios y para la recreación de escenarios; otras, a evitar, porque se apoyan en mecanismos melodramáticos, que se han arraigado con fuerza en los imaginarios colectivos gracias, sobre todo, a la televisión. También se incorporan metodologías de las ciencias sociales para testimoniar y denunciar procedimientos y vivencias que se ocultan tras determinadas actitudes. Digamos que la forma se alía con el fondo. Las estrategias literarias, lejos de distanciarnos, permiten a este tipo de periodismo contar con rigor los conflictos sociales, dar cuenta de los problemas, denunciar lo que no funciona, lo que se hizo mal, atender a lo marginal, lo que está fuera del punto de mira de la atención masiva. En palabras del escritor argentino Martín Caparrós al cierre del encuentro de “Nuevos Cronistas de Indias” (Ciudad de México, octubre 2012): “La crónica será marginal o no será”.
La crónica es generosa. Da cabida a distintas voces, miradas, temas, texturas, formatos (en breve tendremos el cómic de Jorge Carrión y Sagar “Los vagabundos de la chatarra”, que sigue la estela de Joe Sacco, Guy Delisle, Guibert y Lefevre). La crónica siempre suma, nunca resta. Pero sí limita protagonismos y excesos. El foco puesto en el “otro”; el riguroso proceso de inmersión del periodista; la cantidad de tiempo empleado; el yo del cronista señalado de antemano como reportero y narrador (a veces también testigo), como responsable de lo allí contado, sin subterfugios; los asuntos sociales, de condición humana, tratados en profundidad. Todos ellos aspectos que garantizan la honestidad de estas piezas, su excelencia periodística. La crónica es un viaje de conocimiento, a veces iniciático, y muchas interior. Un género híbrido que nos abre puertas y nos aporta herramientas para poder dar cuenta de los diferentes aspectos que comprenden esta crisis brutal.
En el ámbito anglosajón vienen apostando por el que llaman Slow Journalism, un periodismo de formato largo (longform) y directamente imbricado y elaborado desde los nuevos formatos que las tecnologías digitales permiten, como nos cuenta Pau Llop en “El auge del Longform Journalism. Cuéntamelo despacio, que tengo prisa”.
Y en Latinoamérica creen firmemente en este tipo de periodismo narrativo, de crónicas literarias, “de largo aliento” las denominan allá, y cuentan con un amplio número de soportes. No los grandes medios, ni los periódicos más tradicionales, claro está, pero sí revistas. Muchas de ellas ya concebidas para la era digital, como Anfibia o Cometa, y otras veteranas, que combinan el formato digital con el impreso, como las revistas Gatopardo, El Malpensante o Etiqueta Negra.
En España, en esta incierta etapa entre el “dijismo” y el “opinionismo”, este periodismo narrativo ha tenido alguna acogida en los suplementos dominicales. Vivió mejores momentos cuando estaba en funcionamiento la revista Lateral (Barcelona, 1994-2006). Y en la actualidad, medios como FronteraD, Jot Down, Fiatlux, El Estado Mental, Panenka o Líbero (con una interesante aportación al “fútbol que se lee”), entre otros, se hacen un hueco con esta apuesta periodístico literaria. Los investigadores Jorge Miguel Rodríguez y José María Albalad vienen ocupándose de las “nuevas ventanas del periodismo narrativo en español”, del recorrido que va del “big bang del boom” hasta los modelos editoriales emergentes en la actualidad (en Textual & Visual Media, 5, 2013). Recientemente se ha incorporado al mundo de la crónica Altäir Magazine, que “nace con una idea vertebradora: ser un gran contenedor global y en español de cultura viajera y periodismo inmersivo, accesible desde cualquier dispositivo digital conectado a la red, fijo o móvil”. Es un buen momento para experimentar. No hay nada que perder.
Autora:
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![]() Profesora de Periodismo en la Universidad de Zaragoza, especialista en Periodismo literario, Periodismo cultural e Historia del periodismo. Ha coordinado varios libros, entre ellos Crónica y mirada, para Libros del KO, en 2014. Ha colaborado en FronteraD, Jot Down, Altäir Magazine, El Estado Mental y escribe sobre Periodismo literario en su sección quincenal “Carne de Crónica” en El Periódico de Aragón.
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Reblogueó esto en strikethrough blogy comentado:
«nuevo» periodismo sobre la crisis.
Reblogueó esto en Marco Avilésy comentado:
María Angulo Egea debe ser la persona que más sabe de crónicas y periodismo narrativo en Hispanoamérica. Lo bueno es que comparte el conocimiento.
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