Te lo dije
¿Pospone su tarea hasta límites insospechados? ¿Navega por Internet más de dos horas al día? ¿Evita sus responsabilidades? ¿Debería estar haciendo otra cosa y está leyendo esta columna? Si la respuesta a todas estas preguntas es afirmativa, no lo dude, es usted un procrastinador.
Son las 3 de la mañana. Me encuentro delante de la pantalla del ordenador en mi habitación de Colonia, Alemania. Mañana a las 12 tengo que estar pasando el control de seguridad del aeropuerto de Charleroi de Bruselas, Bélgica. A las 12 y media sale mi vuelo, ese que me llevará de vuelta a mi querida España, esta España mía, esta España nuestra. Me he tomado al pie de la letra la frase de Mark Twain, “Nunca pospongas hasta mañana lo que puede hacerse pasado mañana también”, y ahora me encuentro al borde del infarto de miocardio, con la vena de la sien a punto de explotar y un latido en el párpado izquierdo cuanto menos preocupante. Gracias, Mark. No tengo el billete de tren que me tiene que llevar a Bruselas al día siguiente, la maravillosa página web de los ferrocarriles belgas está colapsada y mi maleta es un amasijo de ropa tendido encima de la cama. Son las 3 de la mañana y el te lo dije de mi madre resuena muy fuerte en mi cabeza; es como si no nos separasen 1.800 kilómetros y se encontrase a unos centímetros de mi oreja, reventándome los tímpanos.
Es el fantasma del viajero, un arte para algunos y un desastre para el resto, el ladrón del tiempo para los ingleses y un filón para los creadores de todas las listas de Internet. Un fantasma formado por 15 letras. Esa palabra que queda mejor con una sola R, que según la RAE significa Diferir, Posponer y que es la pesadilla de todo aquel que decide embarcarse en un viaje-con o sin billete de vuelta-. El humorista y crítico americano Robert Benchley decía que “cualquiera puede hacer cualquier trabajo, siempre y cuando no sea el que se supone que tiene que hacer en ese momento”. Ahí está la base, el encanto de la procrastinación. Porque existe. Y está de moda. El ser humano ha sido creado para procrastinar. Desde que nacemos, con ese primer llanto que rompe el aire y no es otra cosa que una protesta, somos unos procrastinadores natos. Posponer la cita con el dentista, meterse en la ducha diez minutos antes de tener que salir de casa, entregar trabajos a las 23:59 rezando para que no falle el wifi- y falla, siempre-, hacer las maletas tarde y mal o pasar la mañana navegando por Internet en vez de preparar el temido Trabajo Fin de Grado. Que levante la mano-y deje de mirar listas de Playground- aquel que no ha vivido alguna de las situaciones anteriores.
Pero, ¿por qué procrastinamos? Para algunos, es vagancia, para otros, miedo a asumir la realidad que se nos viene encima, y para los científicos, un mecanismo neurológico de recompensa emocional. Nos quejamos de que nos falta tiempo, de que necesitamos más horas, pedimos más días para acabar las tareas. Atrasamos las deadlines hasta el infinito- He pospuesto escribir esta columna una semana,¿procrastinar al escribir sobre procrastinación se considera una victoria?-, lloramos, pataleamos y miramos el reloj cada 20 minutos. Quizás la respuesta sea mucho más fácil; las 24 horas del día no son suficientes para todos los vídeos de gatitos que atesora Internet.
Aquellos que sufrimos de este mal optamos por un comportamiento acrásico, término que viene del griego antiguo akrasía y que se traduciría como falta de voluntad. La acrasía nos lleva a actuar contra nuestro comportamiento racional. Sabemos y somos conscientes del perjuicio que nos causa posponer y aun así buscamos una alternativa, una tarea secundaria a menudo más placentera. Pero no teman, procrastinadores y acrásicos. Hay soluciones más allá de cortar la conexión a Internet. El filósofo de la Universidad de Stanford John Perry escribió en 1995 un ensayo titulado La Procrastinación Estructurada, que defiende la productividad dentro de la procrastinación. Según afirma el filósofo, al posponer cosas importantes hacemos otras, por lo que podemos llegar a ser productivos.
Nos han convencido de que la procrastinación es algo malo, una epidemia a erradicar, el mal del siglo XXI. ¿Cuántos males coexisten en lo que llevamos de siglo? ¿47.374, 47.473? “Si quieres triunfar en la vida, no pierdas el tiempo”, dicen algunos. No divagues, no te tomes tu tiempo, gestiónalo así. Haz listas, muchas listas, dietarios y marca tus horarios con rigidez espartana. Frente a todos ellos, yo reivindico, como ya hizo Paul Lafargue, El derecho a la Pereza. El derecho a posponer, procrastinar, a ver vídeos y leer listas. El derecho a divagar, a ser creativo y a tomarte tu tiempo. El derecho a dejarte sin comprar los billetes del día siguiente. La vida sin procrastinación sería muy aburrida y los te lo dije de las madres desaparecerían. Y eso sí que sería una pena.
Autora:
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![]() 22 años en el DNI,17 para los porteros de los bares.Me gusta cundir, hablo mucho, soy un imán para catástrofes y anécdota andante. Cualquier día publico un libro y me hago famosa, mientras tanto escribo sobre las vidas de los demás. Colecciono recuerdos a través de postales y cuando tengo dinero viajo para ampliarlos.
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