Roja y delgadita

Gloria Serrano//

Como sucede en política, que dependiendo de dónde se sitúe uno ve las cosas de una u otra forma, igual sucedió ayer en la Plaza de Cibeles de Madrid. De frente, la emblemática fuente en honor a la diosa frigia y el arroyo inacabable de vehículos los ocultaban casi por completo, permitiendo que paseantes y turistas hicieran todas las fotografías que quisieran, sin preocuparse porque apareciera alguno de ellos -o todos- detrás del imprescindible recuerdo madrileño. Sin embargo, mirando hacia el costado derecho, en dirección hacia el Paseo del Prado y justo al centro del Palacio de Comunicaciones, su presencia se hacía evidente. Ahí estaban. Cierto policía calculó entre 300 y 500 personas: hombres y mujeres, unos jóvenes, otros de edad madura; también ancianos y niños, niños a los que una pancarta entretuvo mejor que cualquier canguro.

Comenzaron a concentrarse poco antes de las siete de la tarde y quince minutos después, el grupo era lo suficientemente nutrido para que, sin decir palabra, emitieran un rotundo “aquí estamos”. La pregunta era por demás obvia, parecía absurdo, un desatino, pero había que hacerla: ¿Qué hacen aquí? ¿Qué los motivó a venir? Tres chicos dijeron que venían del Pilar, que uno de los titiriteros frecuentaba el barrio y la cercanía con el hecho los hizo sumarse a la convocatoria que corrió por las redes sociales y alcanzó pronto las páginas de los diarios de circulación nacional. Muchos llevaban carteles con frases claras y concisas; otros una manta. Un grupo pequeño sostenía algunos ejemplares del periódico Militante, “voz marxista de los trabajadores y la juventud”, que ofrecía a los asistentes a cambio de un euro con cincuenta céntimos.

Adentrándose en el enjambre humano, dando la vuelta, preguntando aquí y allá, la respuesta fue siempre la misma, un sentir que aquel otro joven, de cabellos rubios escurridizos y mirada galopante, resumió así: “Soy biólogo y también me dedico a la cultura, pero, vaya, venimos como ciudadanos porque es alucinante lo que pasó. ¿Sabes? hay una línea roja, delgadita, que no se puede pasar porque, si permitimos que lo hagan, se pierde todo lo ganado hasta ahora”. Quizás la periodista Olga Rodríguez pensó en la misma línea roja, delgadita, al escribir la frase: “(…) hoy son ellos y mañana podemos ser nosotros” en el texto publicado el martes en eldiario.es. Quizás, también, esa línea roja, delgadita, hizo que un hombre decidiera acudir en compañía de sus pequeños y, otro más que caminaba por ahí, expresara que le parece fatal lo ocurrido a los titiriteros.

Titiriteros1

“Titiriteros”, una palabra que no se pronuncia con tanta fluidez como libertad o democracia, que se atora al repetirla y por eso obliga a una pausa, a decirla despacito, para no tartamudear. Titiriteros son Raúl García y Alfonso Lázaro, los dos artistas detenidos y encarcelados tras representar la obra La Bruja y Don Cristóbal en el Carnaval de Madrid; un teatro de marionetas que, supuestamente, hizo apología del terrorismo y atacó los derechos y libertades públicas. Titiriteros son ellos, que pertenecen a la compañía Títeres desde abajo y que el día de ayer, miércoles 10 de febrero, salieron libres sin que los cargos en su contra hayan sido retirados. La protesta en la Cibeles transcurrió en orden, con aire de camaradería, entre charlas y tabaco, y entre consignas de las que se gritan alto, con la emoción de un corazón palpitante, como suele hacerse en estos casos, y que alcanzaron los oídos de transeúntes, prensa y policía, quienes las escucharon de la misma forma en que se percibe, al salir de El Corte Inglés de Callao, por la calle de El Carmen, el sonar de un violín o la voz añeja de algún necesitado. No exactamente, sino como un murmullo, así, sin más.

Y así, sin más, poco antes de las ocho de la noche, los manifestantes comenzaron a abandonar el lugar. “Ahora a cenar, a bañarnos y a descansar”, le indicaba amable una mujer a su hija mientras cruzaban a buen ritmo por el Paseo del Prado rumbo a la calle Alcalá. Nada particular o grandilocuente, solo un poco de lo que a menudo hace un ciudadano como tantos otros: caminar por la ciudad, cenar, cuidar de sus hijos y, a veces, ser guardián, velar, proteger que nadie traspase esa línea frágilmente colocada, controvertida en ocasiones, roja y delgadita.

Viñeta de Kiko J. Sánchez
Viñeta de Kiko J. Sánchez

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