La ruina contemporánea: un caso concreto, Babcock & Wilcox
Texto y fotografías: Alba Gracia Vera//
Brillar tras el olvido tiene más mérito. El brillo de una casa recién construida, con la fachada recién pintada y la nueva verja limitando el jardín no vale mucho. Sin embargo, la armonía creada por el binomio del abandono y el tiempo, en relación con el azar, vale mucho más. Una ventana rota por algún chavalillo del barrio que se quiso hacer el valiente, un brazo de hiedra que atraviesa el agujero y saluda como si estrechando la mano a una habitación polvorienta se tratara. Huecos en paredes, techos y suelos donde piratas del nuevo siglo han encontrado su preciado oro rojizo. Grietas quejosas de no vivir con nadie y humedades que lloran la pérdida. Y como rey de la casa el silencio. Definitivamente, hay algo en los sitios abandonados que crea paz y melancolía, atrae, embelesa.
Tal vez sea ese mismo sentimiento de tranquilidad, de saber que la vida de un edificio ya se ha agotado, junto al poder imaginativo de preguntarnos sobre sus años dorados. Algo que no hemos vivido, que ya encontramos muerto, y sin embargo, para el que creamos mil historias. ¿Quién caminó por sus habitaciones? ¿Qué se hablaba entre sus muros? ¿Cómo vivían sus inquilinos? ¿Por qué se abandonaría? Nos gusta fantasear con un escenario ya roto y vacío. Si los románticos adoraban las ruinas, alguna buena razón tendrían.
El estudio de la ruina contemporánea: la arqueología industrial y nuevos proyectos de salida a las ruinas
Generalmente cuando hablas de ruinas se proyectan en tu mente un puñado de imágenes con columnas romanas, arcos raídos y algún coliseo a medio caer. Ese tipo de ruinas que directamente asocias a los libros. No obstante, hay un tipo de ruina mucho más cercana que nos produce inquietud: la ruina contemporánea, la ruina industrial. Es la que se estudia en una rama concreta de la Historia: la arqueología industrial. En palabras de la historiadora y profesora de la Universidad de Zaragoza, Pilar Biel: “Los restos industriales son la memoria material que nos queda de la cultura del trabajo de la primera y de la segunda revolución industrial. Sin ellos, no quedan vestigios que hablen de esa forma de trabajo, de relaciones laborales, de modos de vida y de modelo de sociedad». Así pues, se trata de la cultura más cercana a la actualidad y, que tal vez por ello, más despreciemos situándola en un limbo que si bien no es actual, tampoco llega a lo antiguo. Pecaríamos si lo llamáramos viejo y nos deshiciésemos de él. Actualmente hay un Plan Nacional de Patrimonio Industrial que lucha por la conservación de elementos que jugaron un papel importante en la industrialización y en la vida de las ciudades en siglos pasados y que hoy en día se encuentran en peligro por diferentes motivos.
Muchos de estos edificios han sido declarados Bien de Interés Cultural (BIC), están en situación de protección e incluso han sido intervenidos por el Estado, reformados y rehabilitados. Ahora muchos de ellos cumplen funciones sociales o artísticas. Tal es el caso de la Fábrica de creación Fabra i Coats en Barcelona, el Centro Social Autogestiona La Tabacalera en Madrid o el Azkuna Zentroa en Bilbao.

La ruina como arte
Sin embargo, ¿qué ocurre con esos edificios que no reúnen las condiciones para aprovecharse de ningún tipo de amparo ni ayuda?
Internet está plagado de fotografías de sitios deshabitados, destrozados y angustiosamente tranquilos. Desde hospitales psiquiátricos y de tuberculosos hasta cementerios de trenes o pueblos fantasma. Los razones del abandonado responden en gran parte a la crisis y motivos económicos, no tanto como a desastres naturales o incluso nucleares —véase el famoso caso de la ciudad de Chernobyl, abandonada por completo tras la explosión de un reactor de su central nuclear—. El atractivo ya no es solo para espiritistas en busca de psicofonías o aventureros en busca de adrenalina. La ruina moderna e industrial, como estampa, es recurso de muchos profesionales de la imagen. El fotógrafo americano Erich Holubow (Abandoned. America’s Vanishing Landscape) explica: “Me siento atraído por este tema desde un sentido fotográfico debido a las fuertes emociones por la tragedia , la injusticia y los residuos que te suscita ver tan hermosa decandencia.” La obra de Erich es un meticuloso trabajo de fotografía y compilación de lugares abandonados increíbles en EEUU. Un aura casi mágica cubre su fotografía, pudiendo ya no solo inmortalizar el momento, sino arrebatarle el tiempo por completo a la escena y el lugar. Iglesias, teatros, hospitales, estadios, fábricas o torres, todos ellos olvidados, han pasado por su objetivo para, con otra cara más agrietada y descascarillada, ser recordados de nuevo.
La ruina olvidada. Caso concreto: Babcock & Wilcox en Sestao
La crisis de estos últimos años ha propiciado el abandono de multitud de edificios, y con ello, la aparición de un nuevo tipo de exploración cuyo objetivo es examinar y conocer de primera mano núcleos urbanos, zonas industriales, o sitio deshabitados. Es lo que se llama exploración urbana. Si se busca un poco en internet, daremos con multitud de resultados y blogs que hablan del tema, incluyendo unos trabajados directorios de sitios de interés. Fruto de esto y de la web de la Asociación Vasca de Patrimonio y Obra Pública (AVPIOP) surge la idea de una visita a una de las fábricas que dio renombre internacional a Bilbao durante las primeras décadas del s. XX: la Babcock & Wilcox de Sestao.
Tras varios palos de ciego por la zona, averiguamos cómo se puede llegar a la ansiada fábrica. Nos esperamos una visita fantasmagórica. Un chirrido metálico estridente que nos dé la bienvenida, óxido permanente y musgo que nos acompañe allá donde pisamos. Alguna gotera que cumpliera el papel de metrónomo de nuestros pasos. Acertados agujeros en el techo que nos iluminen algún objeto relevante. Pero no encontramos nada de ello.
A cambio nos topamos con la realidad.
Nos invade un sentimiento de relativa derrota. No estamos descontentos pero no es lo que esperábamos. Si uno se interesa por la historia de la fábrica se dará cuenta que no fue una fábrica mediocre. Sus comienzos se remontan a 1918, cuya factoría fue la mayor nave de hormigón armado construida en España y tuvo una plantilla que alcanzó los 5.250 empleados.
Hoy ni siquiera hay techo que nos destaque nada. No hay ventanas, apenas muros. Nos encontramos una gran extensión de suelo más que encharcado, digna de ser el hábitat del Monstruo del Pantano o de alguna simpática familia de cocodrilos. Pero Bilbao no es Hollywood ni ninguna leyenda urbana sobre las alcantarillas de Nueva York. Tenemos la seguridad de que no hay bicho viviente entre esas aguas. Lo poco que se mueve son cables y trozos de chatarra flotando entre neveras destartaladas, lavadoras sin puerta ni tambor y alguna maleta rota que ya disfrutó su último viaje. El agua, suficientemente sucia como para apenas ver donde pisamos, se nos presenta con una capa de aceite que brilla de forma holográfica y baila conforme vamos rompiendo su calma. Estamos solos en ese pequeño mar que solo agitamos nosotros y la incesante lluvia.
Un sentimiento de intranquilidad nos recorre. Queremos apresurarnos, salir de ahí. Hemos tenido suficiente y la prisa nos juega una mala pasada: pisamos en falso, clavamos el pie en profundo y la bota derecha se nos inunda de esa asquerosa agua metálica y grasa. Damos un par de vueltas más y sin que nada ni nadie nos agarre el pie y nos arrastre a algún tipo de escondrijo, salimos del cenagoso escenario.
Teníamos un apetito voraz, como aquel Gigante de Hierro de la película de animación. Nuestra cabeza quería comer chatarra y hierros y vigas crujiendo quejosas del óxido. A cambio solo hemos encontrado agua para dar de beber una mente sedienta de cuentos y miedos interiores.
Babcock & Wilcox fue símbolo de la industrialización vizcaína y vasca, sin embargo las autoridades han permanecido impasibles, dejando libre albedrío al tiempo, la falta de civismo y los sabotajes. Los tejados se han ido cayendo frente a los ojos de ciudadanos que, en un último esfuerzo, apelaron a la Asociación Vasca de Patrimonio Industrial; conforme se iban cayendo los últimos pedazos, montones de escombros, basuras y restos se apilaron alrededor de los talleres de la fábrica que por último, fue desmantelada y despojada de lo poco que seguía en pie. Tal vez fuera por la mala situación alejada del núcleo bilbaíno que no permitía un aprovechamiento tan bueno como otros edificios en zonas más céntricas y concurridas o por el total desinterés por el lugar y su historia. Sea como fuere, de las fotos que teníamos de referencia —con fecha del 2014— a lo que nos encontramos, parecía que hubiera pasado una veintena de años en lugar de un par. Todo indica a que el único destino que le depara a la vieja Babcock & Wilcox, en su casi siglo de antigüedad, es la venta de su suelo al mayor postor, quedando su valor histórico en el viento.
Simplemente genial. Has conseguido alegrarme con el ejemplo del Azkuna Zentroa y al mismo tiempo emocionarme con el estado de dejadez y el futuro incierto del Babcock & Wilcox de Sestao. Muy buen artículo, felicidades.