Silencio, se graba Los Artigas
Laura Hevia//
Pisar un set de grabación te enseña un mundo donde la luz y el sonido son tus grandes aliados. Te enseña que el café ayuda y que actuar no solo es ponerse delante de una cámara. Solo así se logra crear una familia capaz de colarse en las casas de muchos aragoneses con la única misión de arrancar sonrisas. Ellos son Los Artigas.
Hay problemas en la vía, tenemos que retroceder hasta el último cambio de agujas – se escucha al interventor del tren.
Se respira nerviosismo. El revisor camina dando explicaciones, excusas que, aunque comprendo, en ese momento no me sirven. Debería estar a las ocho y media en el plató, quedan 45 minutos y lo peor es que no sé cómo llegar.
«Te vas a perder», he escuchado reiteradamente durante los últimos días. Y es que Delrío Comunicación Audiovisual S.L produce su ficción en una nave del polígono industrial Alcalde Caballero. Entre concesionarios, talleres y alguna empresa de mensajería o de decoración, entre otros, se encuentra la casa de Los Artigas.
Pese a la falta de confianza, consigo llegar. Me encuentro con una zona industrial activa, con movimiento y bastante luminosa; ya sé que es de día, pero podría haber sido mucho más gris y lúgubre.
Aún en la puerta, llamo al productor Óscar Racero.
– Enseguida bajo a buscarte
Y un instante después, estoy dentro.
Para cada función, un espacio
La nave es más grande de lo que parece por fuera, o al menos de lo que había imaginado. La primera puerta que cruzo una vez dentro da a un espacio amplio, con una mesa de comedor y lo que parece una cocina. Vamos a por café.
-Puedes dejar aquí tus cosas.
Me quito el abrigo y apoyo la mochila sobre la caja de — lo que deduzco — es la funda de un altavoz. Entonces, me doy cuenta, es la cocina del programa culinario que se emite por Aragón TV: estoy en La Pera Limonera.
Sigo a Óscar a la planta de arriba. Lleva un termo de café en cada mano. Por lo que sabré después, les espera una larga jornada laboral. Doce horas de rodaje no se sobrellevan sin litros de cafeína.
Me señala una sala, es el plató. Pero allí entraré después.
-Aquí trabaja maquillaje. Puedes quedarte un rato, luego vengo a buscarte
Es una habitación pequeña, bien iluminada. Dos espejos enormes ocupan una de las paredes. En su reflejo se ve el trabajo de la maquilladora. Brocha en mano acicala a Rosa Lasierra para que deje de ser ella misma y se transforme en Conchita, la vecina de Los Artigas. Es la estrella invitada de este programa y lleva a sus espaldas más de 25 años de experiencia como actriz, en su mayor parte en teatro.
-¿Cuesta mucho el proceso de caracterización? — le pregunto a la estilista.
-Depende de lo que requiera el personaje. Pero ten en cuenta que si una escena precisa de una apariencia de cara lavada, nunca llevan la cara lavada.
Usa hasta tres tonos diferentes de base: evitar brillos, disminuir líneas de expresión o tapar ojeras es el principio de todo. El vestuario viene después.
Le doy tiempo para terminar de prepararse y me asomo al plató. Solo está iluminada la parte que simula el salón, el resto aun es penumbra. Salto algún que otro cable y observo como los técnicos se pelean con ellos. Montan y desmontan, ponen y quitan. Hoy disponen de tres cámaras y tienen que funcionar a la perfección.
-Has venido en un día revoltoso, hay que mover mucho las cámaras.
La primera escena de la mañana tiene por cuadro la supuesta entrada de la casa de Los Artigas, allí una vecina algo entrometida protagoniza todo un asalto a su intimidad. La dificultad de esta toma inicial no reside en el texto ni en la interpretación, es más una cuestión de espacio. Para confeccionar la entrada han hecho uso de la propia del plató. ¿El problema? Conjugar la amplitud del trípode con los escasos metros cuadrados.
Una de las primeras cosas que aprendo es que para ser técnico de sonido no se puede tener vértigo. Viven en las alturas, con micrófonos de pértiga que se asemejan a lanzas de batalla. Es un trabajo mecánico, pero no puedo dejar de mirar.
Óscar reaparece y me pide que le siga. Subimos a la siguiente planta; estamos en el cerebro de la productora. Se compone de despachos para elaborar — adaptar y/o aragonizar — guiones, una habitación monopolizada por pantallas y regletas que controlan la imagen y el sonido, otro cuarto que llamaremos el de la señal, donde casi un centenar de cables monitorizan lo que ocurre escaleras abajo. Llegamos a una sala mucho más grande que las anteriores, sectorizada y acristalada. Son las primeras ventanas reales que veo.
La esquina izquierda es el área de producción, la derecha es propiedad de aquellos que hacen que todas y cada una de las escenas encajen: es la magia de la postproducción.
Prevenidos, estamos grabando
A mi regreso al plató, los técnicos tienen casi todo listo. Me preguntan que si al otro lado de la pantalla se asemeja a una casa real. Y la verdad es que sí. La distribución que se muestra en la ficción dista de parecerse a la que presencio. Las paredes son móviles y los dormitorios se apelmazan en un lateral. La cocina tiene todos los detalles: desde botes de especias hasta la lista de la compra y las citas del médico pegadas a la nevera. Hay vasos recién fregados y libros de recetas — que, por cierto, son de La Pera Limonera —. Entre los post-it, uno me llama especialmente la atención; «Sergio imbécil». Y aunque sé que es parte de la decoración y que así se llama el hijo de Los Artigas, no puedo evitar sonreír.
Por la puerta del salón entra la vecina Conchita, o Rosa Lasierra. Ya está maquillada y vestida. Me ve entre los técnicos y se dirige a mí: «¿Te gusta mi bata?». Sonrío de nuevo. Se trata de la clásica bata estampada que todo el mundo ha visto a alguien llevar alguna vez. Con Rosa, o Conchita, llega Yolanda Blanco. Es la ayudante de dirección, su misión es guiar a los actores antes y durante el rodaje. Ella conoce bien el mundo de la interpretación, puesto que a lo largo de su carrera también ha participado en obras de teatro y programas de televisión.
Ambas se acercan a la cocina mientras se regulan las luces. Yolanda me ofrece café. Ante mi negativa, Rosa me ofrece una manzana del frutero. Es de plástico.
-No parece muy madura. — bromea.
Llega el momento del primer ensayo del día. Ya está todo a punto y es hora de comenzar. Antes de cada grabación, por norma, suelen repetir la escena varias veces en busca de afianzar el texto, los movimientos y la posición frente a la cámara. Rosa ya está preparada.
Prevenidos. Acción.
Si la escena sale bien, podrán pasar a grabarla. Esto es solo un simulacro. Yolanda y el realizador están conformes. Silencio en la sala, vamos a grabar.
Prevenidos. Grabando.
-Capítulo 9. Escena 9A. Toma 1. — se escucha el sonido inconfundible de la claqueta.
La escena no se prolonga más de 20 segundos. «Es buena», se oye por el altavoz. Y el ruido vuelve a la sala.
Rafa Blanca — conocido por su papel en la serie En el fondo norte y por formar parte de la compañía de teatro El Gato Negro y el grupo de improvisación Club DeSastre — y Ana García Arnaiz — actriz polivalente que formó parte del reparto de la también sitcom Oregón TV — entran en el plató. Ya van ataviados con el que es el vestuario propio de Los Artigas, así que más bien son Toño y Pili los que han aparecido en su salón. La encargada de caracterización corre hacia el padre de familia nada más entrar. Parece que está demasiado despierto, así que procede a alborotarle el pelo; ahora Toño sí que se acaba de levantar.
Se cuida hasta el último detalle, y no solo en lo que a caracterización e interpretación se refiere; la decoración también sostiene el peso de la credibilidad.
-El único departamento como tal que nos falta es el de attrezzo, así que lo hacemos un poco entre todos. Parece banal, pero no nos podemos permitir que el salón tenga siempre los cojines en la misma posición o las mismas revistas sobre la mesa. — asegura Racero.
Veo ensayar a los tres actores bajo las directrices de Yolanda. La escena comenzará cuando Toño y Pili entren al salón por la puerta del pasillo, aunque en realidad esa puerta dé a la mismísima pared. Para que luego digan que la televisión no miente.
Antes de que comiencen a grabar me escabullo a la planta de arriba. Esta serie no es nada sin sus cámaras ocultas y quiero conocer el proceso. Me acerco al área de producción donde está Óscar.
-A día de hoy, tenemos bromas grabadas para llenar hasta el capítulo siete. Escogemos los sitios que nos permiten colocar la unidad móvil más fácilmente y estudiamos bien las posiciones que vamos a adoptar. La mayoría nos siguen la broma y poco a poco son más los que nos ceden los derechos. ¡Cada vez que una broma se acaba tenemos que correr tras ellos para que nos firmen el permiso!
– ¿Pero este formato es original de Delrío Producciones?
-Los Artigas es una adaptación de la serie de Los González. Nuestra productora le compró la idea a La Competencia. La historia es la misma: un hombre se queda en paro y decide que YouTube es la nueva gallina de los huevos de oro. El resultado es una comedia de situación de unos 25 minutos de duración que intercala sketches con cámaras ocultas. Rehacemos cosas y adaptamos otras, pero lo más complicado es pensar bromas nuevas y originales.
Antes de que pueda levantarme, viene una mujer que me resulta familiar. La había visto antes en el plató, con algo parecido a un mandil y buscando una plancha. Creí que era una extra. Pero no, realmente es la encargada de la limpieza, aunque más bien es la polivalencia en persona.
-Óscar, puedo ir con el becario a comprar el catering si lo necesitáis
-Habla con él, pero en principio no hace falta — mientras ella se aleja para seguir con su trabajo, me dice el productor — Ella es Fátima, nos ayuda muchísimo.
Antes de irme, pregunto cuánto se tarda en gestar un capítulo, desde la idea al fundido en negro sobre el que se insertan los agradecimientos. Al final, es un proceso costoso y que requiere de mucha coordinación. Estas son sus cuentas; se necesitan unos tres días para preparar el guion y el plan de producción, dos más de grabación — son jornadas largas de hasta doce horas —. A la suma, se añade una semana de edición y otros dos o tres días para insertar risas y elementos corporativos. El resultado es un ciclo de casi tres semanas para poner a punto un solo capítulo. Aunque aún falta un elemento clave, es Aragón Televisión quien debe darle el visto bueno.
Me despido de Óscar y del resto hasta la tarde. Recojo mis cosas, que aún están en la cocina de La Pera Limonera y busco la salida. No la encuentro. Aparece Fátima en mi ayuda. Gracias.
Luces y sombras
Agradezco que siga habiendo movimiento en el polígono, pese a que la jornada laboral de muchos casi esté por terminar. Esquivo algún que otro coche que se cree el dueño del lugar y me dispongo a entrar, sé que no es una hazaña digna de aplauso, pero podría haberse tratado de toda una prueba de obstáculos. Traspasar una entrada de dimensiones reducidas con dos bolsas, sin arrollar a nadie y sin tirar ni la cámara ni el foco que están instalados justo allí no es tarea fácil.
He llegado en el ensayo de una escena. Al igual que la primera de esta mañana, se ubica en un espacio común de la comunidad. Esta vez, en lo que sería la entrada del edificio, concretamente, donde se colocan los buzones.
Toño y Conchita repiten su texto en alto, Yolanda les indica mientras sostiene un guion subrayado en amarillo, y yo subo al rellano de las escaleras para observar sin molestar demasiado. Me acomodo junto a un técnico de sonido que sostiene una pértiga entre las barras de la barandilla. Intenta encontrar el mejor ángulo para percibir el sonido. Su compañero, justo enfrente, está subido en una plataforma elevadora. Una vez más incidiré, para ser técnico no has de tener vértigo.
Casi como si se tratasen de dos espadachines bandean los micrófonos en busca de la mejor posición. Es imprescindible que la captación del sonido sea óptima, pero de igual forma no se pueden permitir que la posición de las pértigas proyecte sombras sobre la pared.
Hay un foco cerca de donde me encuentro. Al parecer desprende demasiada luz y están intentando suavizarla colocando sobre él un tipo de papel rugoso. Mientras tanto, los encargados del sonido intentan ponerse de acuerdo.
-Ante la duda, apunta a los pies. Siempre tendemos a dirigirnos demasiado arriba y al final acabamos cogiendo el sonido de la coronilla – le grita el uno al otro.
Casi parece que están pescando.
Se repite el proceso. Pequeños ensayos hasta llegar al general. Es una escena que da rienda suelta a los dobles sentidos, una escena que busca la carcajada. Pero no la de los actores, ellos tienen que sonar creíbles y espontáneos. La improvisación no tiene cabida, pero sí que observo que con cada repetición se añaden o eliminan palabras y elementos para favorecer la naturalidad.

¿Guion? Listo. ¿Escenografía? Perfecta. Toca grabar.
Tras el sonido de la claqueta, hay silencio. Y entonces, Rafa comienza a actuar. En escenas como esta es importante no invadir el espacio del otro actor, pese a que exista interacción. La clave, según ha explicado Yolanda, es que todo paso que se dé hacia delante, se retroceda después, es decir, si un actor le habla al oído al otro, luego debe volver a su posición inicial para favorecer la postproducción y la posibilidad de planos cortos.
Se requiere de una segunda toma. Ha habido fallos en el guion.
Rafa se acerca a Yolanda.
– Estaba pensando que si yo se supone que salgo de casa… ¿no llevo nada conmigo? Una chaqueta, la cámara o algo.
El equipo reflexiona. Luego, duda.
-Buscad fotos o revisar los vídeos, ¡hay que comprobar esto! — grita Yolanda.
La ayudante de producción sube a por la cámara y la chaqueta por si son necesarios mientras los de realización recurren a las imágenes del último día de grabación.
-Lo que pasa es que no tenemos un script como tal — me comenta la ayudante mientras pasa por mi lado.
Al final Rafa está en lo cierto. Cuando Toño salió de casa llevaba su chaqueta color camel bajo el brazo. Han evitado un fallo de raccord.
Ahora sí, sin ningún cabo suelto, proceden a grabar la toma dos. Hay algún problema con el sonido, la entrada de la nave rebota demasiado las voces y produce eco. Además, los comentarios del realizador se cuelan escaleras abajo.
Si el silencio no es absoluto no se puede comenzar. El técnico de sonido, el de la pértiga sobre la barandilla, ve que la puerta que se dibuja a mis espaldas está abierta.
-¿La puedes cerrar por favor?
Intento no pillar ningún cable y la entorno. Quizá esto compense todo lo que he estorbado a lo largo del día. O bueno, seguramente no.