“Sin nosotros, los alumnos no podrían estudiar”

Sandra Benedí, Laura Mata, Claudia Pacheco, Lucía Sáez y Juan Sánchez//

Personal de limpieza, guardas de seguridad, conserjes, funcionarios… Todos ellos están presentes en el día a día de los universitarios y docentes, desempeñando una labor imprescindible para el buen funcionamiento del Campus San Francisco de la Universidad de Zaragoza. En este curso académico, más de 1.500 personas conforman el Personal de Administración y PAS. No obstante, en ocasiones, su trabajo pasa desapercibido entre la comunidad universitaria. “Sin nosotros, los alumnos no podrían estudiar ni hacer prácticas”, defiende una limpiadora del campus.

A todo el mundo le gusta sentirse seguro en su centro de estudios, disfrutar de unas instalaciones limpias o encontrar personal atento que pueda ayudarle a resolver cualquier problema. Todo ello es posible gracias a esta parte de la plantilla de empleados de la Universidad de Zaragoza.

El último mono
Coche de seguridad de la empresa Garda durante su turno de vigilancia en el Campus San Francisco
Coche de seguridad de la empresa Garda durante su turno de vigilancia en el Campus San Francisco

Un guarda de seguridad del Campus San Francisco, que prefiere no decir su nombre, comenta que es muy gratificante cuando los estudiantes le saludan y le dicen: “Me siento tranquilo porque estás aquí”. Un agradecimiento que, sin embargo, no se da por parte de sus superiores: “No agradecen nada, aquí cumples con tu trabajo y ya está”, sentencia el vigilante de 62 años.

Garda es la empresa encargada de mantener el orden en el campus universitario. Sus trabajadores velan por la seguridad de todas las personas que acuden a estas instalaciones. En concreto, el día a día de este trabajador consiste en vigilar mientras pasea por la zona de la entrada al campus hasta la Facultad de Geológicas. Calle arriba, calle abajo… “En esta zona tengo que vigilar que los jóvenes del Instituto Corona de Aragón no fumen porros ni hagan botellón”, explica el empleado.

Ser guarda de seguridad es un trabajo colaborativo. Sus compañeros se encargan de controlar el acceso al campus, vigilar la zona del estanque y dar vueltas con un coche para cubrir todos los espacios. En total, en lo que es el espacio del campus, apenas hay varios guardias de seguridad que, según este trabajador, no son suficientes para desempeñar correctamente su función. “Aquí faltarían más vigilantes —afirma de forma tajante—. Al menos tres o cuatro más serían necesarios”. 

Los hurtos son el principal asunto que preocupa a los profesionales que trabajan en la seguridad. Hasta hace dos años, el robo de bicicletas era lo más común. Sin embargo, los han conseguido reducir y, en el último curso académico, lo que más robaron fueron teléfonos móviles y ordenadores. El guarda cuenta que donde se producen más robos es en la zona de la Facultad de Derecho, entre otras cosas, porque solo hay un guardia que se ocupe de vigilar todo el espacio entre Interfacultades y Derecho.

La presencia de más vigilantes es algo que reclaman los actuales trabajadores. Consideran que esta sería la única manera de evitar los robos. El empleado lamenta ser “el último mono aquí” y, aunque han comentado algo a sus superiores, parecen no prestar atención a sus demandas. 

El servicio de seguridad en la Universidad de Zaragoza no solo está presente durante el día, sino que por la noche realiza también una labor fundamental. En el horario nocturno está prohibido entrar al Campus San Francisco con bolsas y botellas. “Las noches son tranquilas, solo hay que vigilar los botellones y nada más”, explica el vigilante. Normalmente, los jóvenes que intentan beber por la noche, al ver que un guardia de seguridad se acerca y les informa, lo respetan y se van sin mayor problema. Pero no siempre es así. El guarda recuerda que una vez hubo un individuo consumiendo alcohol y fumando porros que no se quería ir y que estuvo a punto de pegarse con ellos: “Al final llamamos a la policía y se lo llevaron”.

La Universidad de Zaragoza tiene la obligación de preservar el orden en sus instalaciones. Por eso, la seguridad es una parte fundamental de esta institución. No obstante, el personal de la empresa subcontratada para prestar este servicio cree que su trabajo no está bien remunerado. Según comenta el vigilante, si no hiciera horas extra —más allá de sus 40 horas semanales—, no tendría un buen salario. Algo común en el sector de la seguridad privada. Una trabajadora de seguridad del campus confirma esta realidad y añade que este no es su lugar habitual de trabajo, sino que solo viene una vez a la semana para “ganar un sobresueldo”.

Las trabajadores temporales o interinos cubren plazas esenciales
Conserjería Edificio Interfacultades del Campus San Francisco, Universidad de Zaragoza
Conserjería Edificio Interfacultades del Campus San Francisco, Universidad de Zaragoza

Abrir el edificio, solucionar incidencias y revisar las aulas para que estén listas cuando lleguen alumnos y profesores. Estas son algunas de las labores de Rubén Pastor, funcionario encargado de la conserjería en el Edificio Interfacultades. Sus tareas están marcadas por un condicionante que a veces no permite desempeñar un buen trabajo: la falta de recursos. “Muchas veces tenemos que realizar apaños que no son los más deseados, incluso, que agravan los problemas”, asegura Pastor acerca de incidencias comunes con los equipos informáticos —antiguos y con dificultad para encontrar recambios—, el aire acondicionado en verano o la calefacción en invierno. 

Los recursos materiales no son un problema para trabajadoras como Ana María Casaupé, conserje en la Facultad de Geológicas de la Universidad de Zaragoza. “A veces reclamamos algún curso… nos dan formación, pero muchas veces son cursos que no nos interesan. Tendrían que dar más a menudo formación que nos sirviera para desempeñar nuestro trabajo”, lamenta Casaupé.

Aún así, los trabajadores coinciden en las ventajas de trabajar en la Universidad de Zaragoza: festivos, jornada laboral estable, días de asuntos propios… Sin embargo, nada asegura la estabilidad laboral para los funcionarios interinos –aquellos que no tienen la suerte de haber conseguido una plaza fija por medio de oposiciones o concurso de méritos–.

Esta “falsa” sensación de estabilidad es la otra cara de la moneda… Rubén Pastor, a sus 45 años, no tiene un puesto asegurado en la universidad. De hecho, puede que su plaza salga a oposición en la convocatoria de 2023. El problema de la alta tasa de interinos entre el funcionariado de la Universidad de Zaragoza se ha arrastrado durante años, sobre todo en el departamento de Servicios Generales. Esto ha destapado un problema a la hora de cubrir las vacantes, una clara dificultad para retener a trabajadores cuando han cumplido el periodo formativo y son competentes en su área o la desmotivación derivada de la incertidumbre de conseguir plaza fija en la nueva convocatoria. 

Es imposible aprobar unas oposiciones mientras trabajas, ¿con qué ganas llegas a casa y te pones a estudiar después de 7 horas delante de una pantalla?”, asegura otro funcionario de 54 años perteneciente al personal administrativo, el cual no quiere identificarse debido a la responsabilidad que desempeña en su puesto. El planteamiento de estas oposiciones es uno de los aspectos que más inquieta a los trabajadores interinos de la Universidad de Zaragoza. 

Las bases publicadas en el BOA daban cierta preferencia a los funcionarios con mayor antigüedad frente al conocimiento. “No incluir un mínimo examen para unas competencias básicas es algo que me parece horroroso”, manifiesta este trabajador. Esto abre una cuestión algo molesta para parte del funcionariado interino de la Universidad de Zaragoza: algunos trabajadores conseguirán plaza sin haberse presentado nunca a unas oposiciones de la universidad, bien porque han entrado desde una bolsa de trabajo –por ejemplo, las del INAEM– o bien porque han saltado desde otras administraciones públicas como la DGA.

Los interinos, como Rubén Pastor son la fuerza de trabajo de la Universidad de Zaragoza. Trabajadores temporales o interinos cubren plazas esenciales, algo que no parece que se vaya a solucionar, al menos en 2023.

En lo que sí coinciden la mayoría de los trabajadores es en el buen ambiente laboral y las condiciones laborales. “Siempre quieres cobrar más”, asegura Rubén con una sonrisa, mientras que Ana María valora aspectos más allá de lo económico. “Trabajamos 7 horas al día, 6 con jornada reducida en verano para algunas secciones”, según el funcionario que no quiere dar su nombre, es una remuneración en consonancia.

“Nos sentimos un poco invisibles”
Baños Edificio Interfacultades, Campus San Francisco, Universidad de Zaragoza
Baños Edificio Interfacultades, Campus San Francisco, Universidad de Zaragoza

Maria Pilar Fanlo, de 45 años, es limpiadora de la Universidad de Zaragoza desde hace más de dos décadas. Comenzó su trayectoria en la Facultad de Veterinaria, ubicada en la calle Miguel Servet. En la actualidad, presta sus servicios en las instalaciones del Campus San Francisco. Aunque reconoce haber recibido siempre un trato cordial y respetuoso por parte de los estudiantes y de los docentes, considera que el trabajo del personal de la limpieza no se reconoce lo suficiente: “Podrían valorar nuestro trabajo un poco más y decirnos ‘Huele bien’ o ‘Hemos entrado y está limpio’ para saber que lo hacemos bien. En ese sentido, sí que nos sentimos un poco invisibles”.

Sin embargo, parte de la plantilla tiene una opinión distinta. Mariame, de 40 años, y otra trabajadora, de 47 años, que ha preferido salvaguardar su identidad, piensan que la comunidad universitaria sí está agradecida con la labor que ejercen.

El día a día del personal de la limpieza de la Universidad de Zaragoza comienza a las seis de la mañana: “Lo primero que hacemos son las aulas, ya que las clases comienzan sobre las ocho de la mañana. Luego seguimos con los baños, los despachos y los laboratorios. Por último, los pasillos y las zonas comunes, las cuales son también muy importantes”, relata María Pilar Fanlo. Una rutina que, durante la pandemia de la COVID-19, se vio intensificada por las condiciones de desinfección que exigía la nueva normalidad. Fanlo expresa alivio ante la normalización de la situación, pero sostiene haber sido un periodo duro para este colectivo, ante la necesidad de incrementar las condiciones higiénicas del centro universitario.

Las limpiadoras que más años han trabajado en la universidad, reconocen haber vivido diversas anécdotas en el desempeño de sus labores. “Estuve varios años limpiando en el Colegio Mayor Universitario Pedro Cerbuna y ahí pasan muchas cosas. Los estudiantes se hacían bromas entre ellos: tazas del váter arrancadas y lanzadas por la ventana, señales de tráfico en las puertas, habitaciones de las cuales desaparecen los muebles…”, comenta entre risas la trabajadora de 47 años.

Por su parte, Fanlo asegura “haber visto de todo” durante sus jornadas laborales en la universidad: “Un día salió agua de un radiador y el pasillo se llenó de agua. Los estudiantes no podían pasar. Yo estaba sola en la Facultad de Veterinaria y justo había comenzado a trabajar ahí. Tuve que recoger el agua como podía; por un lado, con el aspirador y, por otro, con el recogedor y la fregona. En otra ocasión, un laboratorio inundó de agua los baños de la planta de arriba. ¡Olía fatal!”.

En lo que respecta a los salarios, las tres trabajadoras concuerdan en que su trabajo no está bien remunerado: “Llevo 25 años aquí y, por ocho horas diarias de lunes a viernes, cobro mil euros”, se queja la limpiadora anónima. No obstante, la empleada también reconoce la labor de la institución universitaria dentro del sector de la limpieza: “El trabajo está mal pagado en relación a cómo está la vida, pero fuera de la universidad, el personal de la limpieza está todavía peor a como estamos aquí”.

Aseos sucios, altercados constantes y mala atención al público serían algunas de las consecuencias que sufriría el campus universitario sin la presencia de todas estas personas. No obstante, a pesar de la importancia de su trabajo, los salarios son bajos y su papel en la universidad tiene poco reconocimiento. Un pequeño gesto de agradecimiento puede marcar la diferencia en su día a día.


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