TP (Autorizado para todos los públicos)

Dani Calavera//

En una de las recientes noches de cuarentena que estamos pasando, mi novia y yo nos vimos, del tirón, las dos primeras entregas de La Familia Addams dirigidas por Barry Sonnenfeld en 1991 y 1993, respectivamente. No es que no las recordara, no es que no estén rondando en mi cabeza desde que las vi de niño. De hecho, han sido ambas una importante influencia en mi educación artística y social. El caso es que llevo buscando desde hace mucho tiempo una razón para hablar sobre ellas. Necesitaba una buena excusa, y creo que la he encontrado, quizá gracias a la cantidad de tiempo que ahora todos tenemos.

Conforme avanzaba la noche, también avanzaban los gags de ambos films, sus escenas más divertidas e inspiradas, su espíritu puramente cartoon personificados por unos excelentes actores (Angelica Huston y Raúl Julia están perfectos, como la pequeña Christina Ricci). Más allá de lo que opine sobre ellas artísticamente, de lo que me ocuparé más adelante, en cuanto a la técnica me parecen poseedoras ambas de un ritmo único, acordes en planificación y fotografía con el tono del relato y, lo más importante, realizadas con un montaje y soluciones en cada secuencia dignas, frenéticas, sin tiempo casi para el parpadeo. Como debe ser una buena comedia exagerada, cuantas más veces la veas, más detalles podrás vislumbrar, más golpes de efecto o acciones en segundo plano que habían pasado desapercibidas en un primer visionado.

En otras palabras, estas películas son dos muy buenas comedias negras, excelentemente dirigidas.

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Y ahora, la principal virtud de estos dos films, sin la cual ninguno de los atributos técnicos anteriormente citados funcionaría: su maravilloso guion. No hace mucho, apenas 30 años atrás, el humor negro, los chistes a costa de los más desfavorecidos y también de los más favorecidos por la sociedad (e ahí la clave, cobrábamos todos, los de abajo y los de arriba), eran, no sólo permitidos, también aplaudidos. «La masa» no los juzgaba. Todo lo contrario a lo que sucede ahora. ¿Creéis que estas dos películas podrían rodarse ahora? Os ahorraré el razonamiento, la respuesta es directa, contundente y descorazonadora: NO. ¿Por qué? Desde la aparición de las redes sociales, absolutamente cualquier coma, punto o dos puntos, es sometido a votación por la agencia de censura más grande del mundo, la antes citada «La masa».

«- Pero, ¿Por qué no contárselo a la gente? Son listos, pueden asumirlo.

– El individuo es listo, sí. Pero la masa es un animal estúpido e irracional. Tú lo sabes. «

MEN IN BLACK, Barry Sonnenfeld. 1997.

Estos dos films están llenos, hasta los topes, de escenas, diálogos y gags impensables hoy día. Por más detalles inocentes que tenga, por ejemplo, la genial masacre final en el campamento de la secuela, «La masa» no vería con buenos ojos su desarrollo ni tampoco su conclusión porque, al fin y al cabo, los villanos se parecen de forma alarmante a todo lo que representa. Estas películas serían impensables hoy día… Y eso es repugnante. Repugnante al saber que se acercan, y vivimos, tiempos muy oscuros. Tiempos de intolerancia, recriminación al libre pensamiento y juicios irracionales en favor de la opinión popular contra todo aquello que se salga de la norma establecida. Las grandes productoras de cine lo saben. Y lo aprovechan. Un buen ejemplo es la versión animada de estas películas, basadas a su vez en la serie original de televisión, que usando como reclamo el «ser diferente está de moda» utiliza esa idea para mostrarnos el reflejo más «emo incomprendido» sacrificando el punk más liberador, corrección política disfrazada de «rebeldía millennial» que, no os confundáis, es exactamente lo mismo. Jueces de causas nobles, aunque no las entiendan ni las hayan vivido, las siguen únicamente porque están de moda. Eso no es rebeldía, es alineación.

No hace falta tampoco irse lejos, ni mucho menos. La imparable maquinaria que lleva a cabo Disney a través de todas sus subcontratas, como Marvel, también hacen uso de este sistema y reclamo del aplauso fácil, no del público, sino de «ese» público al que quiere encandilar. No juzgo, ni mucho menos, a la compañía como empresa, porque como tal, son auténticos genios, y es irreprochable todo el contenido de entretenimiento de primer nivel que llevan a cabo. Sin embargo, no puedo evitar darme buena cuenta de que también son proveedores alimenticios de «La masa», mal que les pese.

Alguien no es valiente por vestir como quiera, sencillamente, que se vista como quiera. Alguien no es valiente por seguir una causa que siguen millones. Sencillamente, que la siga. Alguien no es valiente por colgar un selfie en el que asegura «sentirse bien consigo mismo porque es como es». Sencillamente, que lo sienta. Prácticamente todo el cine comercial que estamos consumiendo hoy día, lleva grabado a fuego estos discursos como «valientes» y no como lo que realmente son: hechos que nadie debe juzgar ni para bien, ni para mal, porque no son asunto nuestro, sencillamente. Si, hemos llegado a la causa de este artículo. Mientras escribo estas palabras, me pregunto a cuántos podrían ofender. Y que piense esto mientras escribo, es un gravísimo problema. Mientras veía los films citados, riéndome a carcajadas y disfrutando, se apoderaba de mí esa sensación tan odiosa que os he contado. Ya no van a hacerse, no van a volver a hacerse, al menos de momento. Y son maravillosos porque no pensaban en «La masa» sólo pensaban en el público… Sencillamente. Menos mal que existen y que van dirigidos a todos los públicos, son necesarios, imprescindibles.

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No cometáis el error de pensar que estas frases son testimonios de una nostalgia romántica que añora un pasado que cree mejor, en absoluto. Estas frases quieren arrojar algo de luz, aunque sean sólo dos o tres velas las que pueda encender, sobre una oscuridad pasmosa y peligrosa, que se cierne peligrosamente sobre las futuras generaciones.

No saldré del cine más comercial, para ejemplificar lo que quiero decir porque, como digo, la clave está en él. A principios de los 90, época de los dos films de los Addams, aún no existía esta suciedad. Fue en el 95 cuando se estrenó una película de acción con toques de ciencia ficción, que pasó sin mucho éxito crítico, pero sí de público, del año 1995: Demolition Man. Esta película, sin quererlo, vaticinó un futuro por aquel entonces distópico que, guardando una distancia muy larga, no se aleja del espíritu que hoy día vivimos. En este «San Ángeles» del siglo XXI, no se pueden decir tacos, están multados, no se puede fumar, porque es malo, no se puede beber, porque es malo y no se pueden tener relaciones sexuales con contacto físico porque transmiten enfermedades que pueden ser mortales, así que, el acto físico del deseo y el amor, es malo. Todo lo que la sociedad crea que daña al recipiente de nuestras mentes, nuestro cuerpo, es malo y será perseguido y castigado. Está prohibido. ¿Tenéis esta frase en la cabeza? Bien… Dadle la vuelta. O mejor, ya lo hago yo, tranquilos: Todo lo que la sociedad crea que daña a nuestras mentes, cuyos recipientes son nuestros cuerpos, es malo y será perseguido y castigado. Está prohibido. No añadiré nada más.

Demolition_Man-865034305-large A finales de los 80 y principios de los 90, prácticamente en todos los films autorizados para todos los públicos se blasfemaba, se peleaba y se escapaba de cualquier tipo de autoridad. Se hacían chistes racistas, verdes, machistas, feministas, de todo. ¿Ha salido una mala generación? Creo sinceramente que, como siempre, ha salido de todo. Y seguirá pasando por mucho que se empeñe «La masa», porque todo, absolutamente todo, está en la educación, no en el consumo comercial. Está en los valores, no en los productos. Está en la realidad, no en la ficción.

En 1992, Robert Zemeckis estrenó La muerte os sienta tan bien. Una comedia negra sobre la obsesión de la belleza imperecedera y la eterna juventud. Con muerte, asesinatos, maltrato físico y psicológico a ambos géneros, violencia verbal y física… Calificada para todos los públicos. ¡Para todos los públicos! Podéis comprobarlo. Y de esto sólo hace 28 años, los mismos que puede tener ahora un millennial, ese que, con gorro de lana en un verano de 40 grados, opinión altiva por el mero hecho de salir de su boca y mirada perdida en el horizonte, queriendo ser un outsider incomprendido en su perfil de Instagram, critica que una futura generación pueda ser contaminada por una ficción que no cree adecuada para ellos. Películas como todas las anteriormente citadas.

Afortunadamente, no todo el mundo es así, también están los que saben que la opción más sabia que existe es pasar olímpicamente de estupideces que, realmente, han estado ahí siempre. Sin embargo, da muchísimo miedo que los futuros responsables del consumo cinematográfico, futuros censores y controladores, o más aún, futuros artistas, sacrifiquen un relato valiente, divertido, libre, en pos de una corrección que ellos creen salvadora de emociones, cuando en realidad no va más allá de la dictadura social. No me andaré con ambages. Que un niño vea estos films no es malo, todo lo contrario, es bueno. El resto, queda en manos de la educación que sus padres, tíos o hermanos mayores les den. ¡Y he de aquí el rayo de esperanza, hermanos y hermanas! Esos padres, tíos o hermanos, somos nosotros.

¿Conclusión? Es muy sencilla. Si a un niño lo educas bien, sabrá que no debe matar a nadie. Si a un niño lo educas bien, sabrá que no tiene por qué hacer daño a nadie. Si a un niño lo educas bien, sabrá que no tiene que tirar bebés recién nacidos por la ventana ni empuñar un arma. Si a un niño lo educas bien, sabrá que por muchos chistes que oiga o vea, todo el mundo merece el mismo respeto, independientemente de su raza, género, condición sexual o clase social. Si a un niño lo educas bien, sabrá que la ficción con humor negro o violencia, no es mala, sólo es eso, ficción. Y la ficción, temible masa, no es real.

Padres, tíos y hermanos del mundo, luchemos porque así sea y demostremos que ese futuro distópico del 95 no es real. Y por Dios, que nunca lo sea. Aprovechad estos días de confinamiento para poner a los más pequeños los dos films de Barry Sonnenfeld. Y antes de que saquéis las antorchas y sentenciéis a la hoguera al autor de este artículo, recordad: esto sólo es una opinión, la última palabra, es vuestra.

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