Zaguanes y zalamerías

Marta Cebrián Marco, Arantza Jaso Moreno, Elena Jiménez Martín//

Un recorrido por el revoltijo de portales del Paseo de Sagasta de Zaragoza y alrededores. 

Es difícil no saber dónde se ubica el Paseo de Sagasta de Zaragoza, incluso para unas foráneas. Estamos en el lado de los números pares, donde el sol hace que nos olvidemos del cierzo irritante y de los 9ºC de un miércoles por la tarde demasiado cerca de la primavera. Esta avenida es el puente entre Paseo de Cuéllar y la Plaza Paraíso que conecta con Independencia, otro punto de referencia para el ajetreo y el ocio.

Exterior e interior del portal 18 de Paseo Sagasta
Exterior e interior del portal 18 de Paseo Sagasta

El número 18 se yergue imponente pero apaciguador, detrás de dos palmeras indianas que acompañan la luz brillante y el cielo más despejado en días. El jardín delantero y las verjas adivinan una construcción del siglo XIX, fuera de lugar entre el albedrío de compras y prisas del centro. 

El techo del zaguán, sin ornamentaciones, refugia unas escaleras de mármol, que también enmarca los pasamanos y las paredes. El ascensor, con su armadura de hierro polvorienta, marca el centro de la estancia. Esta lustrosa presentación es el relleno de un sándwich entre una tienda de muebles de oficina y una clínica oftalmológica.

“¿Estáis aquí por el oculista?”. Un conserje enjuto de ojos cómplices ha aparecido de un habitáculo 2×2 con televisión y sin ventilación. Casi sin preguntar, nos cuenta que las puertas laterales mejor conservadas son de caoba importada de Cuba y que pertenecían a los propietarios más ricos; las de pino, más feas, escudaban las viviendas del servicio. Añade que el piso principal lo habitaban los más pudientes, pero, que antes de convertirse en el bloque plurifamiliar que es ahora, formaba parte de la hilera de chalets del Sagasta de hace dos siglos. Nombre que, por cierto, puede deberse al ex-político liberal Práxedes Mateo Sagasta (1825-1903).  

Nuestro interlocutor nos guía hacia las bocacalles circundantes, donde la magnitud de los portales se reduce a la proporción habitual. El rosa impregna las paredes interiores del número 4 de Miguel de Cervantes, en sintonía con la fachada exterior de la misma tonalidad. El granate del ascensor completa el decorado de casa de muñecas de Tarta de Fresa en el que no hay estridencias. La pastelada peliculera culmina con la invitación a entrar de un vecino alemán, sudoroso y guapo. 

Exterior e interior del número 4 de Miguel de Cervantes
Exterior e interior del número 4 de Miguel de Cervantes

Interior del número 8 de Miguel de CervantesLa entrada del número 8 reúne las características para constituirse como sala de espera. De esas desangeladas y, al mismo tiempo, acogedoras, donde ponen jazz y r&b pero solo en versión instrumental. En realidad, hay un comercio por el que esperar: un taller de cerámica en el 2º piso anunciado a través de un cartel tallado con el mismo material. El voyeurismo arquitectónico se va acentuando. Las paredes se erigen diferenciadas por su acabado: la de la izquierda, en ladrillo, y la de la derecha, como un mural non finito; ambas en tonos ocre. La madera -ligera, cálida y resistente- se emplea en puertas y barandas. La intención hospitalaria que se refuerza con la presencia del macetero de ramas secas se enfrenta a la luz fría que proyectan los metales desde el techo. ¿A quién se le ocurriría emplear unos flexos para la iluminación de un portal? ¿Pretendían reivindicar acaso el feísmo urbanístico?

Interior del número 8 de Miguel de Cervantes
Interior del número 8 de Miguel de Cervantes

Entre todas las geometrías de balcones y la proliferación de ventanas, cada pocos centímetros de fachada, el edificio Cervantes, el número 19, nos fuerza a girar hacia la izquierda. Su chaflán hacia Arzobispo Domenech contrasta con los de Sagasta, ausente de toda curvatura. El telefonillo nos flashea inquisitivo. Tras varios intentos fallidos, una voz femenina nos permite acceder al interior. Le parece lógico nuestro interés injustificado por el zaguán de su casa. Es un recibidor minimalista propio del posmodernismo simple y limpio. Líneas rectas, negras y beiges y un banco cercado por piedras que invitan a pensar en un spa en el que sudar y levitar de relajación a partes iguales.

Interior y detalle del Edificio Cervantes, número 19 de Arzobispo Domenech
Interior y detalle del Edificio Cervantes, número 19 de Arzobispo Domenech

De vuelta al Paseo de Sagasta nos acercamos a la fachada del verde azulado número 21. El timbre codificado: 001, 014, 026, 008, 019, 010… No conseguimos desactivar el paquete bomba. Con la suerte segura que conlleva la persistencia, conseguimos que un conserje nos dé acceso libre por todo el edificio. En el vestíbulo, varias columnas corintias sostienen paredes blancas de contornos rojos. Rampa de acceso y escaleras de alabastro. Todo el imperialismo de antaño concentrado en pocos metros cuadrados. 

Exterior y portal del número 21 del Paseo Sagasta
Exterior y portal del número 21 del Paseo Sagasta

Una renovación que se produjo en el 2012, fusión de clasicismo y modernidad, incorporó, junto al ascensor de época, otro actual, metálico y acristalado. A falta de un paseo por siglos pasados -ya ansiado tras el encuentro inutilizable de varios montacargas similares-, probamos la experiencia vanguardista que se nos ofrece con el nuevo elevador. 5 pisos son suficientes para llegar a una terraza en penumbra en la que nos imaginamos en primavera, con chill out, bikini y mojito en mano. Las hamacas y arbustos desperdigados por el terreno ayudan a la recreación. Sin embargo, lo único que nos queda es subirnos bien la cremallera del abrigo. Desde las alturas todo es más bello, pero también más gélido. 

Las plantas en la bajada a pie chocan por su estética. Los pasadizos de cristal, la monocromía del blanco y el granate, los muros de ladrillo macizo y el refuerzo de acero vuelven a recordar a los estudios minúsculos y románticos de series americanas en los que solo cabe una persona, a lo sumo dos. Idealista será quien lo confirme más adelante. 

El número 11. La Casa Juncosa. Un edificio majestuoso presidido por un portón de madera que, construido en 1903 por el arquitecto José de Yarza, se conserva como Patrimonio Cultural de la ciudad. Una rendija avisa de que la puerta está entreabierta. Un techo encumbrado, decoración floral y vegetal de piedra labrada, una exuberante lámpara central que cuelga del techo y… ¡un ascensor antiguo que por fin funciona! La atracción consiste en subir y bajar, sin apreciar más detalle que el trayecto. Cuando el tiempo se agota y la maquinaria se para: “¿Sois amigas de Carmen?”. Una vecina, la madre de Carmen, queda sorprendida por nuestra presencia en un edificio que debería haber estado cerrado. Amazon ha vuelto a hacer de las suyas. Así que, ante la vergüenza del que se cuela en un sitio que no le corresponde, damos gracias por la casualidad y continuamos con las visitas. 

Detalles del exterior e interior del número 11 de Paseo de Sagasta
Detalles del exterior e interior del número 11 de Paseo de Sagasta

La última de nuestras paradas es el número 5 del Paseo de Sagasta, por ser tarde y haber refrescado. El cristal casi tintado se impone ante el descuido o la casualidad de que la puerta esté abierta.  Entramos.  El conserje desconfía, pero tiene la lengua suelta. Tanto tiempo sentado da mucho que hablar; debe de ser por el sedentarismo y la soledad. 

– Si algo caracteriza a esta casa es la privacidad de todos y de todo. – comenta nuestro cancerbero ocasional con aires de misterio y una sonrisa ausente de mascarilla.

– Parece un hotel. – señalamos, algo indiferentes.

-Hay servicio de limpieza, comedor, lavandería y conserjería las 24 horas, pero a todos los efectos es como una comunidad de propietarios. Fue inaugurado en el 81 y lo único que no está habilitado es la barra del bar… 

No prestamos demasiada atención a las explicaciones del conserje y los crujidos del roble americano que pisamos acompañan la visita apresurada. La entrada es inmensa. Se presenta como un vestíbulo sobrio a dos alturas, tan grande y vacío que parece un dúplex sin muebles donde reverberarían hasta los susurros. Intuimos que sus residentes prefieren las reuniones a la ostentación, marca de la casa del “nuevo rico”.

-Arquitectónicamente este sitio no tiene tanto interés, es más funcional… – concluye, ahora más confiado. 

Arquitectónicamente, puede que no, pero la economía del lugar genera un cosquilleo que nos impulsa a cambiar la biografía de nuestras cuentas de Tinder: “El candidato tiene más probabilidades si vive o conoce a alguien que viva en el número 5 de Sagasta”.

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