De la Rumanía de Ceaușescu a la Albania de Hoxha
Texto: Sofía Villa//
Rigor periodístico y narración literaria, fórmula de la reportera polaca Margo Rejmer al adentrarse en el pasado de la Albania y Rumanía comunista
¿Qué clase de libertad conoce el animal que ha vivido siempre en una jaula? Y, este animal, ¿sueña con salir de ella? Estas son algunas de las preguntas que se cuestionó Margo Rejmer (Varsovia, 1985) al aproximarse a la historia del comunismo albanés y rumano. Como cualquier régimen totalitario, el poder se ejercía bajo los cimientos de la represión, la tortura y el miedo, ejerciendo un dominio total sobre las personas. Rejmer se asoma a un abismo de dolor y tragedia de una forma inequívoca: escuchando a quienes importan.
2009. La periodista y escritora polaca Margo Rejmer viaja por primera vez a Bucarest. Todavía no lo sabe, pero sus pies están pisando el suelo de un país que, lejos de ser un lugar de paso o un mero destino turístico, le marcará para siempre. Lo mismo le sucederá más adelante en Albania. En ese entonces tampoco es consciente de que ella, a su vez, dejará una huella imborrable en la mente y en el corazón de multitud de rumanos y albaneses.
“Regresé a Polonia, pero no pude sacar Rumanía de mi cabeza”. Desde un primer momento, Rejmer se sintió impresionada, conmovida, absorta por este país. Su arquitectura comunista, con amplios pero asfixiantes espacios y con indomables construcciones, le sugirió una irónica mezcla entre decadencia y grandeza, olvido y nostalgia, progreso y estancamiento.
“En todas partes se pueden encontrar rastros de ánimos y aspiraciones ocultos bajo la capa de tierra y parches combinados con la crueldad arquitectónica del comunismo, vastos espacios y muros de bloques laberínticos”
Bucarest le recordó a Polonia; o Polonia le recordó a Bucarest. Aparte de que ambas culturas se extienden entre Occidente y Oriente, encontró una relevante semejanza en un particular sentimiento compartido por los dos países: “Los mitos y obsesiones rumanas son un eco de los males polacos, que son las ambiciones y decepciones de un país periférico que siempre aspiraba al centro occidental y se sentía descuidado”.
En Albania, por el contrario, tuvo que “aprender de cero”: el idioma, las costumbres, los códigos culturales, los detalles de las relaciones entre una mujer y un hombre… Vivió en Tirana durante cinco años. Después de seis meses, no coleccionó ninguna “historia interesante”, ya que la gente era “amable” pero privada: “Nadie quería abrirse para discutir los temas doloridos”. Así, decidió perfeccionar su albanés, lo que le permitió descubrir la forma adecuada de formular preguntas para obtener respuestas significativas.
Siguiendo la estela de Svetlana Alexievich, la presencia de la autora en los relatos es mínima. Otras de sus influencias son Herta Muller y, en especial, el periodista Kapuścińsk, cuyo estilo es un claro modelo para Rejmer. La escritora se nutre del periodismo narrativo sembrado en su país natal por este maestro y lo conjuga con un lirismo desbordante. Su inmersión en el tema, con una especial empatía y delicadeza, le permitió obtener testimonios reales, potentes. Pero no se quedó allí: esta recopilación la transformó en un relato con una voluntad de estilo y una prosa extraordinaria.

“Pensar como ellos”
Bucarest. Polvo y sangre (La Caja Books, 2019) y Barro más dulce que la miel: Voces de la Albania comunista (La Caja Books, 2020) son el resultado no solo de una exhaustiva búsqueda de documentos y recopilación de materiales, sino de sumergirse completamente en la cultura, la tradición y la forma de ver y comprender el mundo de ambos países. Así es como entiende esta periodista escribir reportajes, como un “proceso de inmersión profunda en la otra cultura, no solo para entender lo que piensan las personas que te rodean, sino también para pensar como ellos”.
“Siempre trato de mezclarme con la realidad y mostrarle a la gente que, más que un escritor o un periodista, soy una persona común, llena de curiosidad, que trata de comprender el pasado”
No fue fácil que la gente que vivió este período de la historia (o sus familiares si las víctimas habían fallecido) compartiera con ella lo que realmente había vivido y sentido. A menudo le decían que nunca entendería el comunismo, que era demasiado joven y no conocía el carácter albanés. Si los albaneses no entienden lo que sucedió, ¿cómo podría entenderlo alguien de fuera? De hecho, muchas personas le prometieron durante semanas una conversación que finalmente nunca tuvo lugar.
Fue la conversación con el artista albanés Gentian Shkurti la que más le aleccionó en este sentido: “Me dijo sin rodeos que iba a estar en Albania durante poco tiempo y me atrevía a preguntarle a la gente sobre el sufrimiento que había experimentado durante décadas. Su familia había sido aplastada por el sistema y aparezco de la nada y le pregunto si puedo hablar con su padre, que todavía susurra porque tiene miedo de que alguien lo escuche. Estaba entrando en el terreno fangoso del sufrimiento de otra persona”.
Para ganarse la confianza de los entrevistados, Rejmer se reunía con ellos con frecuencia durante meses para encontrar “el momento adecuado en el que revelara la esencia de su historia”. Por ejemplo, uno de los hombres que entrevistó la invitó a cenar y, cuando llegó a su casa, resultó que tenía que cocinar ella. Rejmer cocinó con su esposa y le preguntó sobre la vida cotidiana de las mujeres albanesas. “Escuché de ella que el tipo de vida que tengo, que consiste en viajar, hablar con hombres tomando un café, vivir sola en diferentes ciudades, es una vida que ninguna mujer albanesa podría contemplar, porque sería considerada inmoral. No hubiera escuchado todas estas cosas si hubiera ido a una entrevista de una hora”, admite la escritora.
Midiendo las palabras
Hablar era una temeridad; expresar una opinión contraria al régimen, un suicidio. En Albania, las personas podían ser encarceladas por quejarse, contar chistes o comentar que los tomates extranjeros eran mejor que los del propio país. Las autoridades controlaban de forma implacable las acciones, conversaciones y estados de ánimo de los ciudadanos. No había ningún resquicio de libertad. En palabras de Rejmer, “el estalinismo albanés fue un ejemplo de autoritarismo supremo, despiadado hacia el individuo”. Se quedó “fascinada” por la medida en que Albania estaba aislada: “A veces la realidad parecía sacada de la literatura de Kafka u Orwell”.

Pero no solo se dominaba a las personas a la hora de hablar, sino también a la hora de pensar. En Barro más dulce que la miel, la traductora Janina Çina asegura que, si pensabas “mal”, tarde o temprano lo expresarías en voz alta. No podías confiar en tu familia, en tu mejor amigo o en tu marido, pues cualquiera podía delatarte. Las paredes tenían ojos, oídos y lengua. Como se explica en el libro, más de uno encontró micrófonos bajo la mesa y cables al otro lado de la ventana que llegaban hasta la oreja de la autoridad.
“Una sola palabra y las manos esposadas, un puñado de años clavados en la espalda, golpes de porra negra con el fin de enderezarte o de partirte el espinazo, tanto el que te mantiene en posición vertical como el que te sostiene el alma”
Memoria no colectiva
Mientras unos sienten resentimiento, odio o deseo de venganza, otros se mueven entre la resignación y el perdón. Algunos están completamente en paz con el pasado, han contado sus experiencias en numerosas ocasiones y su dolor ha sido calmado. Sin embargo, otros entrevistados mencionan el arrepentimiento por la vida perdida, la juventud arruinada y el castigo sin razón.
Rejmer explica que tanto Albania como Rumania “están destrozadas por dos narraciones del pasado completamente diferentes”. Por un lado, la historia se describe como un calvario, un continuo sufrimiento, un infierno, un holocausto. Por otro, existe el pensamiento de que «al menos entonces había escuelas, la gente trabajaba, tenía dignidad». Dos perspectivas contradictorias. A menudo la escritora se encontró con personas que afirmaban que las víctimas exageran su sufrimiento para obtener una compensación financiera y que nadie realmente sufrió tanto como dicen y, si lo hicieron, fue nimiamente y porque lo merecían.
“El único paraíso accesible estaba en la Tierra y se llamaba Albania”
Enver Hoxha y Nicolae Ceaușescu, los dictadores albanés y rumano respectivamente, son recordados de dos maneras completamente diferentes. “Escuché que Hoxha era lo que era, pero que al menos amaba a su gente, era un verdadero patriota, le daba a la gente una vida digna”, cuenta Rejmer. Pensamientos similares resuenan en Rumania. Cuando en 1999 se preguntó a los rumanos en una encuesta quién causó el mayor daño a su país en el siglo XX, Ceausescu ganó. Cuando la misma encuesta preguntó quién hizo más bien a Rumania, Ceausescu fue el primero.
Unos hablan de libertad en el presente, otros de que no hay futuro. “¿De qué nos sirve la libertad? –se pregunta un entrevistado en el libro– Podemos quejarnos cuanto queramos, pero nadie nos escucha. La libertad no vale nada cuando no hay dignidad”. Otro personaje clama: “¿Quién necesita libertad cuando no tiene nada que llevarse a la boca?”.
Sin culpables
Un sentimiento mayoritariamente compartido por quienes se sienten víctimas del régimen es la decepción ante la ausencia de castigo para los culpables. El dictador rumano y su mujer fueron asesinados. Una parte de la población celebró este hecho, se sintió partícipe de esa muerte. Otros no vieron ni un atisbo de optimismo en ello, pues creían en un cambio que no llegó. Según comenta en el libro el historiador Lucian Boia, “la revolución fue la primera retransmitida en directo, pero el mensaje estaba totalmente manipulado”.
En Albania, por su parte, se comentó llevar a juicio a ex fiscales, jueces y funcionarios de la Sigurimi, pero nunca se inició el proceso. Se sustituyó el sistema, pero no se dio un verdadero cambio porque no hubo oposición. Muchas personas aseguran que aquellos que movieron los hilos hace décadas o sus hijos todavía están en el poder. “Es por eso que muchas víctimas del sistema tienen miedo constante y, por lo tanto, no tienen voluntad política para llevar a cabo una investigación de antecedentes. Solo las víctimas del régimen y sus familiares tienen acceso a los archivos de Sigurimi. Existe la creencia de que después de tantos años la aclaración ya no tiene sentido porque los archivos clave han desaparecido, quemado o vendido hace mucho tiempo”, detalla Rejmer.
¿Cómo se establece una historia, un pasado, un relato, cuando las versiones son tan diferentes? ¿Cómo alguien que ha hecho tanto daño a unos puede ser considerado un héroe para otros? Se podría decir que estos últimos viven en paz, pero los primeros, ¿cómo olvidan o superan el dolor si nadie les ha pedido perdón ni ha sido castigado por ello? Cuando pasea por Bucarest, Rejmer no ve rostros sino ojos en los que se refleja “estéril el pasado, indiferente el presente y cansado el futuro”.