Gen-Z: con miedo al camarero pero no al policía

Anatomía de la Generación Z.

Los de las pieles finas,

los adictos a las tecnologías,

los de la aberración de género,

las causas perdidas,

los irrespetuosos,

los que están siempre tristes,

los que necesitan “una buena mili para curarles la tontería”,

los soñadores con las alas cortadas,

los del alquiler a 500 euros y las prácticas no remuneradas,

las nuevas promesas.

Alba Fernández//

La Generación Z viene cargada de atributos. Y es normal. Según el Centro de Investigaciones Pew, es ya la generación más diversa hasta el momento, en especial en el ámbito racial y de género. Este abanico de perfiles confunde y atribula a las generaciones precedentes. Resulta complejo definirnos y ordenarnos en categorías.

Aunque la diversidad es ya de por sí lo que más nos une como generación, existen una serie de características definitorias que convierte a los nacidos de 1997 en adelante en miembros de la Generación Z.

Tabla comparativa de generaciones. Fuente: Alba Fernández

Mide tus palabras o estás cancelada

Tal vez, si eres parte de los mayores de la generación, recuerdas un tiempo en el que no había un ordenador en tu casa o en el que para hablar con tus amigos tenías que esperar a verlos en clase al día siguiente. Sin embargo, un rasgo intrínseco de los “gen-zers” es que pasamos nuestra pre-adolescencia enganchados a Internet, rodeados de dispositivos electrónicos y explicándole a nuestros profes cómo poner el vídeo de YouTube en pantalla completa.

Por supuesto, con la expansión de Internet llegaron las redes sociales y sus riesgos. Os ahorraré toda la chapa sobre el peligro de las estafas y los timos on-line, más que nada porque si hay alguien que esté dispuesto a enviarle dinero a un príncipe nigeriano que les ha contactado por Facebook, esos son los baby boomers. Paso a hablaros de la moda más actual: la cultura de cancelación.

Se llama cultura de cancelación a humillar y retirar el apoyo en las redes sociales a una figura pública que ha dicho o hecho algo considerado “inadmisible”. Duro, ¿eh? Sí, pero no malinterpretemos. Esta puede ser una práctica muy útil si se utiliza de manera correcta. Recordemos cuando todo Twitter fingió que la saga de Harry Potter era una obra anónima, como si del Lazarillo de Tormes se tratase, porque su autora hizo una serie de comentarios tránsfobos.

Aunque la cultura de cancelación puede servir para hacer el bien, también puede acabar creando estándares imposibles para las famosas. Un claro ejemplo es el de la tiktoker Charli D’Amelio. Charli tiene 16 años y cien millones de seguidores en TikTok. No es una exageración. Cien millones, con sus ocho ceros. Desde finales de 2020, Internet ha estado tratando de “cancelarla” debido a un vídeo en el que aparecen su hermana y ella probando caracoles por primera vez y comentando lo asquerosos que están. Está claro que es un gesto de mal gusto pero, ¿os acordáis de cómo erais a los 16? Lo de que se llame “la edad del pavo” no es casual.

Ilustración por Alba Fernández

Con cámaras y micrófonos documentando cada paso que dan y cada opinión que formulan, las nuevas estrellas adolescentes no tienen permitido cometer ni un solo error. Una chica de 16 años critica los caracoles en salsa y recibe millones de comentarios de odio, un hombre de 36 es acusado de violación y recibe… ¿un Balón de Oro? Incluso la cultura de cancelación tiene doble rasero sexista.

No es nada nuevo. Internet siempre ha disfrutado de poner en pedestales a mujeres, cuanto más jóvenes mejor, y cuando se aburre de ellas, destrozarlas. Y si no lo crees, googlea el caso Free Britney Spears, La Generación Z no es ninguna excepción. Aunque estemos intentando despojarnos de ese desprecio irracional hacia las mujeres, siglos de misoginia no se arreglan en un puñado de años.

Belleza inclusiva (siempre que te parezcas a Kylie Jenner)

Internet y las redes sociales no solo han plagado la Gen-Z de estándares de conducta, sino que también han remodelado los de belleza.

Somos bombardeadas por imágenes y vídeos de chicas con cinturas diminutas, pechos firmes y labios gruesos que juran y perjuran no haberse realizado ningún procedimiento quirúrgico. Influencers que aclaman que “todos los cuerpos son hermosos” mientras recomiendan en sus perfiles tés sabor limón para bajar de peso. Comentarios que dicen “eres tan valiente” infestan las fotos de chicas gordas en bikini. La hipocresía enmascarada de celebración de la diversidad.

Hace solo unas semanas, Kendall Jenner fue trending topic por tener “la vulva perfecta”  tras subir una foto en bikini a su Instagram en la cual, en palabras de un usuario de Twitter, “ni si quiera puedes apreciar sus labios, es perfecta, parece una puta Polly Pocket”. Según la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica Estética, en los últimos cinco años ha habido un aumento del 73,3% en el número de labioplastias. ¿Cómo podemos ser la generación en la que todos los cuerpos son válidos si ni siquiera podemos aceptar nuestras propias vaginas?

Aunque las cosas no parecen estar tan mal como en los tiempos de Tumblr, allá por el 2013 cuando estaba de moda medirse los muslos y comer algodón  (y no de azúcar), esa sensación de mejora no es más que una ilusión. TikTok e Instagram, entre otras aplicaciones, han tenido que implementar medidas preventivas, como el bloqueo de hashtags relacionados con trastornos alimenticios, porque se estaban creando redes de jóvenes que se alentaban entre ellos a bajar lo máximo posible de peso.

La realidad es que los estándares de belleza nunca han estado tan altos y las redes sociales y sus filtros solo aumentan la disforia con la que la Generación Z está creciendo. No, Kylie Jenner no ha conseguido una cintura de 61 centímetros durmiendo con un corsé y alimentándose con tortitas de arroz que tienen el mismo sabor que un folio de papel. La idea de que todas podemos conseguir un cuerpo “90-60-90”, con el abdomen plano y los glúteos bien arriba, es uno de los bulos más extendidos en esta generación. Es el equivalente actual al del príncipe nigeriano que necesita tu ayuda. La única diferencia es que ahora, en lugar de robarnos dinero, nos roban la autoestima.

Ilustración por Alba Fernández

Horror ante la muerte ajena, indiferencia ante la propia

Cánones de belleza y de conducta, celebrities cada vez más cercanas a tu edad con vidas perfectas, amor propio basado en likes y la perpetua desconfianza en los comentarios positivos porque siempre hay segundas intenciones. Todo esto ha de tener unas consecuencias.

Según el último Barómetro Juvenil de Vida y Salud de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción, el porcentaje de jóvenes con problemas relacionados con la salud mental en 2019 se sitúa en 48,9% y ha aumentado 20 puntos en relación con las cifras de 2017 (28,4%). Esto supone casi la mitad de la población joven. La ansiedad y la depresión se han convertido en las pandemias de “los años más felices de nuestras vidas”, posicionando al suicidio como tercera causa de muerte en adolescentes.

Estamos tristes, de eso no hay duda. A veces es porque no tenemos los cuerpos que vemos en nuestros teléfonos o porque nuestra experiencia en el instituto no se parece en nada a la que vimos en High School Musical. Otras veces es una tristeza que hemos “cotidianizado” tanto que ni siquiera podemos identificar de dónde proviene. Esta aflicción, más a menudo que no, parece camuflar (o, tal vez, originar) otro sentimiento amargo, la ira.

En el libro Generación Z: Todo lo que necesitas saber sobre los jóvenes que han dejado viejos a los millennials (Plataforma Editorial, 2017), se incluye la irreverencia como ingrediente fundamental para “la fórmula secreta” de la Generación Z. Aunque en el texto se hace hincapié en que no es maliciosa, a las palabras no las podemos despojar de sus connotaciones. Irreverencia es un sinónimo de falta de respeto, de desobediencia y desacato. Pero, ¿cómo vamos a ser respetuosos cuando cada día aparecen en nuestros feeds y time lines noticias sobre violadores y maltratadores que salen ilesos de los juzgados? ¿Cómo vamos a ser obedientes con la autoridad cuando son ellos los que matan a los ciudadanos por su color de piel? ¿Cómo no vamos a mostrar odio hacia nuestros jefes y superiores si cuatro años de carrera y dos de máster se pagan a 600 euros al mes trabajando en jornada partida? No hay cabida para la reverencia.

Si te paras a pensarlo, este conflicto de sentimientos es todo un fenómeno. La ansiedad que inunda nuestra generación crea un nudo en nuestras gargantas cada vez que queremos pedir extra kétchup en el McDonald’s. Pero es la ira que arde en nuestros pechos la que nos permite insolentarnos con un policía. Aún a sabiendas de que esto puede tener repercusiones físicas que la rutina de ejercicios de Patry Jordan  no podrá arreglar.

Ilustración por Alba Fernández

Altavoz y autocensura. Odas a las estrías y dietas restrictivas. Complejo de salvador y de suicida. Alardeamos de llevar la diversidad por bandera pero cada vez empieza a ser más obvio que si hay una característica que nos define como Generación Z, esa es la contradicción.

Parece que no paramos de dar bandazos de un extremo a otro, sin poder escoger de qué lado estamos. Quizá esta confusión venga por lo de que “aún somos muy jóvenes y no hemos vivido lo suficiente”. Igual es la pandemia y las crisis económicas con las que estamos creciendo. Será porque “estamos siempre pegados a una pantalla” o por eso de que somos los primeros nativos digitales rodeados de oriundos analógicos. O a lo mejor es que las redes sociales nos han lavado el cerebro y lo que nos hace falta es “una buena mili”.

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