Gervasio Sánchez, el objetivo de los conflictos
Irene Lozano//
Su vocación le ha llevado a documentar los horrores más extremos en todos los continentes. Ha caminado entre cientos de muertos en Ruanda, ha escuchado testimonios sobrecogedores de niños soldado en Sierra Leona y ha fotografiado los efectos de las minas antipersona en distintos países del mundo.
Lleva más de 30 años cubriendo conflictos armados, pero rechaza de plano que le llamen “corresponsal de guerra” porque cree que es faltar el respeto a las víctimas, a los que se quedan en el terreno. Tampoco permite que nadie le llame periodista “comprometido” porque opina que el periodismo, por definición, lo es. A Gervasio Sánchez no le gustan los adjetivos, aunque tampoco los necesita: su trabajo le define.
Descubrió su gusto por el periodismo trabajando con su abuelo materno, con tan solo 10 años. Era cartero en Hospitalet del Infante (Tarragona) y Gervasio le ayudaba con los sellos: “He matado decenas de miles de veces al señor Franco en forma de sello”, explica entre risas. Las cartas que llegaban desde todos los lugares del mundo despertaron en él la curiosidad por viajar y, como tantos otros, vio en el periodismo la mejor opción para realizar su sueño.
Desde los 15 años trabajó de sol a sol como camarero en un restaurante de playa. Sacrificó 17 veranos de su adolescencia para poder pagarse la carrera de Periodismo y hacer sus “primeros pinitos” en el reporterismo de guerra. Se financió sus primeros viajes con la intención de vender a los periódicos sus historias, pero reconoce que “del primer viaje que hice no recuperé ni un centavo”. Nunca hizo un curso de fotografía, aprendió “de cero”, porque “los veranos los pasaba trabajando como un cabrón”. Pero siempre tuvo claros sus principios: no quería trabajar en grandes medios para no tener que depender de nadie. Siempre quiso ser freelance y, de hecho, nunca ha formado parte de la plantilla de ningún periódico.
Periodista de la tribu
Gervasio es un periodista “de la tribu” –como le gustaba llamarlos a Leguineche-, de esos apasionados que, aunque repudian la guerra con todas sus fuerzas, sienten la necesidad de estar presentes en ella. Un periodista que sabe que, para acercarse a la verdad de un conflicto, hay que estar al lado de las víctimas.
Todos sus colegas le definen como “incansable” y algo obstinado. Su amigo inseparable, Alfonso Armada, admira su “capacidad de sobreponerse al agotamiento”. Además, siempre ha tenido las ideas muy claras: “Con él es bastante inútil discutir porque sabes previamente que se va a salir con la suya. Lo mejor es dejarle que haga lo que le dé la gana”, bromea José Luis Trasobares, presidente de la Asociación de Periodistas de Aragón.
Como todos los de la tribu, es un periodista sin pelos en la lengua, y así lo demuestra en todas sus apariciones públicas.
La fotografía de Sofía Elface tumbada junto a su hija Alia en Mozambique parece de lo más tierna hasta que te das cuenta de que las piernas de Sofía han sido sustituidas por dos prótesis de plástico a causa de las minas antipersona. Esta fotografía, que forma parte del proyecto Vidas minadas, le valió el premio Ortega y Gasset de Periodismo en 2008. En su discurso, Gervasio Sánchez fue contundente: reprochó al Gobierno haber duplicado la venta de armas y afirmó que soñaba con que “un presidente de un gobierno español tenga las agallas suficientes para poner fin al silencioso mercadeo de armas que convierte a nuestro país, nos guste o no, en un exportador de la muerte”.
Su espíritu crítico se refleja también en su trabajo. Sus fotografías son una llamada de atención, un grito a las injusticias en las que nadie más repara; “un puñetazo en la mesa”, según su colega y compañero de profesión, Ramón Lobo, por las que ha recibido también el Premio Julio Anguita Parrado (2011) y el Premio Nacional de Fotografía (2009). Al recibir el galardón de 2009, otorgado por primera vez a un fotoperiodista, lo primero que hizo fue recordar a sus amigos muertos en conflicto: “Recibir un premio, publicar un libro, cualquier cosa, es parte del camino que yo he podido hacer y que ellos no”.
Y quizás sea la fidelidad y el compromiso que siente con sus amigos lo que llevó al padre de Javier Espinosa -recientemente liberado de su secuestro en Siria-, a pedirle que se convirtiera en el portavoz de la familia.
Bosnia: un antes y un después
Gervasio Sánchez entró en Sarajevo en junio de 1992, por la “Avenida de los Francotiradores”. La cobertura de la guerra de Bosnia es una de las experiencias que más ha marcado su vida: “los bombardeos que hacía la aviación serbia eran con ganas; allí había gente que se estaba divirtiendo matando, asesinando a los civiles”, explica.
Sus fotografías sobre la guerra de Bosnia, tomadas con 33 años, le permitieron publicar su primer libro fotográfico: El cerco de Sarajevo (1994). Esas fotos que enviaba a España para ilustrar sus crónicas, años después, formaron parte de un proyecto mayor: Sarajevo, 1992-2008. En este libro, Gervasio toma las mismas fotografías que realizó durante el cerco de Sarajevo, pero 16 años después: desde las mismas posiciones, pero con un territorio en paz. Una manera de mostrar la evolución de una ciudad cimentada sobre heridas, sobre los recuerdos de un periodista que se obliga a sí mismo a volver para encontrar su propio equilibrio: “Cuanto más vuelvo a Sarajevo más me limpio de mis responsabilidades, no solo como ciudadano sino también como periodista. Allí estábamos los mejores fotógrafos y periodistas del mundo, hicimos una gran cobertura, y aun así no fuimos capaces de parar la guerra”, se lamenta.

Durante el cerco de Sarajevo conoció a su amigo íntimo, el reportero Alfonso Armada. Lo primero que pensó de él es que parecía un “intelectual en un lugar equivocado”. Sin embargo, Armada recuerda su primer encuentro como “un flechazo” ya que, según señala, “cuando uno establece una amistad en circunstancias especialmente dramáticas como una guerra, los lazos son más profundos”. Y parece que es verdad. La confianza que ambos construyeron a raíz de ese conflicto es tal que Gervasio Sánchez afirma que si se tuviese que ir con alguien al fin del mundo, incluso al infierno, sería con Alfonso Armada.
El lado más crítico de Gervasio no quedó enterrado junto a las ruinas de Sarajevo. Nunca se ha cansado de reprochar a los políticos y diplomáticos europeos “la pasividad, el pasotismo y el cinismo” con el que se enfrentaron a la guerra de Bosnia. Pero sus dardos también apuntan a la ciudadanía: “En 2003 salimos en España a gritar contra la guerra de Irak pero, ¿Cuánta gente salió en los 90 a gritar contra la guerra del Kosovo o de Bosnia?”.
Siempre que vuelve a Sarajevo, Gervasio Sánchez hace una visita al cementerio. Pone flores en la tumba de una de las protagonistas de sus fotografías, Nalena Skorupan. Un bebé de 81 días que había sido herido por una granada cuando le tomó la fotografía y que murió al día siguiente. Gervasio explica con pesar que tuvieron que enterrar al bebé de noche, porque los radicales que sitiaban la ciudad aprovechaban las reuniones de gente en los funerales para bombardear los cementerios.

Otro de sus protagonistas indiscutibles es Adis Smajic, uno de sus “hijos adoptivos”. Cuando lo conoció, en marzo del 96, Adis era un chiquillo de 13 años que había perdido un ojo y una mano intentando retirar una mina del suelo para que otros niños no se hicieran daño. Ahora, después de varias operaciones en las que el cirujano no ha dejado de extraer restos de metralla de su cara, Adis es feliz junto a su mujer, Naida Vreto, y su recién estrenada paternidad. Gervasio tiene fotografías de todas sus operaciones. Lo ha visto crecer, enamorarse y coger a su hijo por primera vez en brazos. Porque Gervasio vuelve cuando el resto de periodistas se va, le interesa “lo que queda de la guerra”.
Su amiga Picos Laguna, entonces al frente de la sección de Internacional de Heraldo de Aragón, dice de él que cuando “conoce a una persona no la suelta jamás de la mano”.
La guerra de Bosnia le cambió tanto a nivel personal que, desde entonces, su trabajo también evolucionó. Empezó a hacer fotografías en blanco y negro, preocupándose menos por los muertos y la sangre y más por mostrar el sufrimiento y el impacto de la guerra sobre los civiles: “Si no estás dispuesto a sentir el dolor de las víctimas jamás podrás trasmitir con decencia. Necesito revolcarme en el dolor para poder trasmitirlo con toda su fuerza”, explicaba Gervasio Sánchez en una entrevista concedida a Heraldo de Aragón.
Un zoom a largo plazo
Su amigo Ramón Lobo recalca que envidia a Gervasio por su capacidad de elegir temas y seguirlos. Vuelve con las victimas una y otra vez “hasta conseguir ventanas de esperanza”, asegura Lobo.
Esto se refleja en dos de sus proyectos fundamentales: Vidas minadas y Desaparecidos. Según el fotógrafo, volver a los mismos lugares años después de terminar el conflicto se había convertido en una obsesión: “Cuando estaba en Zaragoza solo quería volver y ver cómo cerraban sus heridas”, afirma.

Vidas minadas comenzó en 1995, en Angola, por encargo de una revista del corazón. Pero para Gervasio no fue suficiente y decidió centrar el objetivo de su cámara en este tipo de mutilaciones. Siete países de cuatro continentes distintos sirvieron para ilustrar los efectos de las minas antipersona sobre la población civil. Un drama que no acaba “cuando los diplomáticos pitan el final del partido”, explica Gervasio, “acaba cuando los civiles se recuperan de las secuelas”. El objetivo de Vidas minadas era claro: concienciar. No busca la lágrima fácil, solo pretende “provocar remordimiento”. Este trabajo, publicado en 1997, fue “un alegato contra el cinismo y la desidia de la clase política”, explica en su blog. Siguiendo a los protagonistas de sus primeras fotografías, publicó Vidas minadas 5 años después (2002), y otro ejemplar más en 2007. Las mismas personas superando su dolor; aprendiendo a vivir, si han tenido suerte, con una prótesis en sus miembros mutilados. Intentando ser felices. Además, ya está preparando un nuevo libro para 2022, cuando los protagonistas de las primeras fotografías hayan crecido, algunos casi, envejecido.
Gervasio Sánchez reconoce que Desaparecidos ha sido el proyecto más duro al que se ha enfrentado. “Podría decir que parte de mi vida también ha desaparecido durante su realización”, afirma en el libro. Aunque no de forma continuada, ha dedicado 12 años de su vida a fotografiar el drama de la desaparición forzosa en 10 países del mundo. En todos sus viajes, que comenzaron cuando todavía era un estudiante, se centró en fotografiar la desaparición forzosa. No hay sangre, no hay muertos. Solo familiares angustiados que dedican el resto de su vida a encontrar los huesos de su allegado. En Desaparecidos (publicado en 2011), el periodista hace una cronología de los espacios por los que pasaron esas personas: centros de detención, listas de nombres, exhumaciones… También tienen cabida los objetos que dejaron atrás, a los que sus familiares se aferran como único recuerdo.
En Víctimas del olvido (2011), los protagonistas son los “que han sufrido más tiempo: los familiares” que, junto a las fotografías de sus desaparecidos, no reclaman venganza, solo justicia. Y es que, si por algo se caracteriza la trayectoria de Gervasio Sánchez, es por dignificar a las víctimas.

Los niños: claros protagonistas
El impacto de la guerra sobre los niños ha sido otro de los aspectos transversales de su trayectoria. Niños desaparecidos, niños afectados por las minas antipersona…y niños soldado.
Su cobertura de la guerra en Sierra Leona, a donde llegó en 1999, le llevó a documentar el tremendo horror de estos muchachos, separados de sus familias y obligados a convertirse en soldados de la guerrilla más salvaje y cruenta que podamos imaginar. Su libro Sierra Leona, guerra paz (2005) pone nombre y apellido a decenas de niños soldado, víctimas de un conflicto que no iba con ellos. Su contacto con el misionero Chema Caballero le permitió escribir, en 2004, Salvar a los niños soldados. Una novela basada en los diarios de Caballero, director de un proyecto de rehabilitación que busca la reinserción de estos chavales. Testimonios de violaciones, torturas e incluso de canibalismo obligado contra sus propios amigos o vecinos abren los ojos al mundo de una realidad tan dura, que cuesta creer. Una vez más, Gervasio da la voz de alarma al mundo para que nos quede claro que la guerra no es un juego de niños.
Chema se convirtió, más que en una fuente, en un amigo. Afirma que a Gervasio, “o le quieres o le odias” porque su personalidad es demasiado fuerte. Pero él solo tiene palabras de agradecimiento: “Terminó la guerra, llegó la paz, y nadie volvió a hablar de Sierra Leona. Solo Gervasio volvió”, explica el misionero.
Viajes al entorno familiar
Choco Maldonado, su mujer, explica que Gerva (como ella le llama) siente la necesidad de volver con ella y con su hijo Diego a los lugares en los que ha sufrido, para cerrar con su familia esos “ciclos de dolor”. Además, Gervasio ha permitido que Diego le acompañe en alguno de sus viajes porque piensa que “es la mejor vacuna contra la intolerancia”. Su hijo dice que en los viajes “es muy nervioso” y que a veces resulta “un poquito pesado”.
– Gervasio [a Diego]: Luego está ese viaje que yo quiero hacer contigo a Irán
– Choco: A países en guerra no te llevas a mi hijo
– Gervasio: ¡Pero si Irán no está en guerra todavía!
– Choco: Que no, que no vamos a ir a Irán y además me cabreo
De su mujer, Gervasio valora muchísimo la generosidad y la paciencia que ha tenido, “sacrificando su vida personal y laboral” para que él pudiera hacer su trabajo. Poder compaginar así la familia y el periodismo ha sido siempre motivo de envidia entre sus compañeros de profesión. Pero tanto su mujer como él tuvieron que dejar atrás muchas cosas para poder estar juntos. El fotógrafo, cordobés de nacimiento, vino a vivir a Aragón “por imperativo del amor”, reconoce. Desde 1998 es “hijo adoptivo” de la ciudad de Zaragoza, pero su acento andaluz sigue delatando sus raíces.
Recuerda con especial cariño sus primeras colaboraciones en Heraldo de Aragón, un medio que, según dice “siempre me ha tratado con respeto, a mí y a mis historias” y que jamás ha eliminado ni una de las líneas que escribía. El ahora director del periódico, Mikel Iturbe, llegó a pedirle disculpas en un coloquio que realizaron en la Filmoteca de Zaragoza, por todas las veces en las que Gervasio quería contar una historia y él le hablaba de espacio y caracteres: “me siento orgulloso de pertenecer al círculo de gente que tiene el privilegio de trabajar contigo”.
Y al final, en eso coinciden sus familiares y amigos: todos están orgullos. Porque, aunque no se deje llamar comprometido, el trabajo de Gervasio Sánchez se define a la perfección con el adjetivo “humano”. No presume de sus logros, ni se lamenta de sus fracasos. Sabe siempre dónde y al lado de quién tiene que estar. Y no defrauda a nadie. Sus amigos hablan de él con sumo cariño; su hijo, con admiración. Y los seguidores de su trabajo hacen filas interminables en Zaragoza para ver Imprescindibles, un documental sobre su vida que emitió TVE el pasado mes de abril. Una vida cargada de miedo, pero también de esperanza; de horror, pero también de optimismo. Porque para él, “no hay nada más bello en el mundo que ver a una víctima de la guerra perseguir la felicidad”.
Autora
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![]() Llevo a mis espaldas 23 años de indecisiones. Pensaba que quería ser abogada, pero me equivoqué rellenando la solicitud. Podría ser protagonista de Crepúsculo, pero me apasiona escribir sobre temas sociales y me ficharon antes en Zero Grados. Intento entender qué es eso del Transmedia. También pongo un poco de orden al contenido de este caos.
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Llegué aquí por un trabajo del colegio,y me he deprimido un poco.
No te nos deprimas, hombre! La vida de Gervasio es muy intensa pero feliz