Las raíces del sadismo

Ana Gimeno Beltrán //

El dominio, la humillación y el maltrato a los demás forman parte de la naturaleza humana. Nos guste o no, continuamente vivimos situaciones en las que alguien es dañado física o psicológicamente y algunas veces incluso nosotros mismos las provocamos, como si fuéramos verdugos ¿Cuántas veces hemos disfrutado viendo cómo reprueban en el trabajo a un compañero? ¿Cuántas hemos esbozado una sonrisa cruel al ver la caída y el dolor de alguien? Parece que tuviéramos una crueldad latente, que emergiera en momentos determinados. 

Pero ¿por qué? ¿Por qué a veces disfrutamos viendo el dolor de otro o incluso provocando ese sufrimiento? ¿Por qué personajes claramente sádicos y crueles acaban consiguiendo popularidad hasta ganar la admiración del público? ¿Cuál es el origen de este sadismo y en qué beneficia al abusador? 

El placer ante el sufrimiento ajeno es habitual y forma parte de nuestra vida cotidiana. Y como todo, tiene un sentido, aunque normalmente no somos conscientes de cuál. Pero ¿es simplemente disfrutar a costa del dolor de otra persona o significa algo más? Se trata de un comportamiento más complejo de lo que parece.

¿Placer sádico o sensación de control?

Las personas tienen dificultades para entender cómo alguien puede disfrutar causando daño a los demás porque no piensan qué beneficio se puede obtener de ello. Pero lo importante no suele ser tanto el sufrimiento causado como la idea de controlar al otro. La sensación de ser capaces de dominar una vida totalmente ajena, de privarla de su libertad situándonos por encima, sintiendo que tenemos valor.

Sartre en su libro El ser y la nada dice que el sádico intenta trascender al prójimo colocándose por encima de los limites naturales del otro, llegando al punto de manipular y moldear la libertad ajena. Para lograrlo, recurre a menudo al dolor porque es solo esa sensación la que puede hacer perder al otro incluso su capacidad reflexiva, imposibilitando así su libertad. De esta forma, acaban controlando una vida ajena, como si fueran dioses.

Ilustración Marta Villarte
Ilustración Marta Villarte

Esa necesidad de control sobre otro se ve especialmente en las relaciones amorosas del abusador. Se dice que el amor es egoísta, pero el sádico va más allá. Ve a la otra persona cómo algo próximo a un objeto o una posesión, como resultado, intenta acabar con cualquier tercer elemento que favorezca la independencia de la persona sometida. Esta insana forma de relacionarse en el amor se traslada a las relaciones sociales. Lo que puede provocar una necesidad de imponerse a aquellas personas indefensas mediante humillaciones u otro tipo de maltratos psicológicos. Esto es porque los sádicos, según Fromm, admiran el poder y desprecian a los que carecen de él.

Normalmente tienden a castigar con dureza excesiva a subordinados, mentir para herir a los demás, conseguir que otros cumplan con su voluntad mediante la intimidación o humillar a una persona en público. Según el departamento de psicología de la salud de la Universidad de Alicante, el cumplimiento de estos comportamientos de forma repetida junto a otros como la fascinación por la violencia y las armas puede significar un trastorno sádico de la personalidad.

Sin embargo, esto no quiere decir que las personas con estas tendencias se identifiquen a primera vista. Un ejemplo, es al asesino Ted Bundy, quien llevaba una segunda vida al margen de su lado más sádico y criminal.

Este hombre, nacido como Theodore Robert Cowel, fue un asesino estadounidense que reconoció haber asesinado y agredido a 30 mujeres entre 1974 y 1979. Mientras cometía los asesinatos estaba estudiando derecho, tenía una pareja estable, comenzó a acercarse al partido republicano e incluso participó en trabajos comunitarios.

La capacidad de manejar algo nos hace sentir importantes y reafirmar nuestra confianza, como si nos dieran una palmadita en la espalda. Esto se hace especialmente necesario cuando no nos sentimos capaces de controlar nuestra propia vida.

De la inseguridad al abuso

El origen de estos comportamientos reside en la dimensión más interna del ser humano, en su inconsciente. De forma que es posible que ni siquiera los propios abusadores pueden explicar su comportamiento.

La lógica nos dice que una persona que se siente con derecho a causar sufrimiento a los demás será orgullosa y prepotente. Tendemos a pensar que una persona insegura no enfrentaría a otra o intentaría humillarla, pero esto no es así. 

Estudios sobre maltrato y delincuencia parecen indicar que las personas con una baja autoestima son más propensas a dañar física y psicológicamente a los demás. Uno de estos estudios recoge una investigación realizada en la Universidad del País Vasco por Javier Fernández Montalvo y Enrique Echeburúa, en este trabajo se observa la relación entre la percepción de un estatus social bajo y recursos limitados con la baja autoestima, de la que pueden derivar casos de maltrato. De hecho 29 de los 42 maltratadores investigados aparentaban tener problemas de autoestima.

Esta misma idea se muestra en un estudio realizado en la Universidad de Ecuador, en el que se ve que los criminales maltratadores a menudo carecen de confianza y tienen sentimientos de inseguridad o impotencia. Esto lleva a pensar que una persona tendrá mayor tendencia a dañar a los demás si no se siente satisfecha consigo misma. Ya que ese sentimiento de incapacidad de manejar nuestra vida cotidiana o no cumplir con las expectativas autoimpuestas nos lleva a sentirnos inútiles. Aparentemente, el 100% de los maltratadores estudiados (68) tenían problemas de dependencia, inseguridad, una continua búsqueda de aprobación y temor a la desaprobación social. Estas son señales de inmadurez emocional, que están relacionadas con una baja autoestima. 

Con una personalidad así, a menudo es posible sentirse sometido a bastante estrés en las relaciones sociales por una sensación de inferioridad frente a los demás, de hecho, el 44% de los criminales estudiados tenían un déficit de competencias sociales. Por ello, dañar o humillar a una tercera persona puede servir como modo de reafirmar una falsa confianza basada en el menosprecio a la persona humillada. Algo que también se consigue manipulando a la víctima.

Ilustración Marta Villarte
Ilustración Marta Villarte
La víctima como espejo

Esta humillación ajena produce una fugaz sensación de disfrute en el momento en que te sientes por encima del otro, te sientes importante. Pero lo irónico del caso es que la persona abusada funciona como un espejo del propio abusador. Esa intermitente satisfacción no es más que una fachada, un escenario perfecto para crear una realidad paralela, que el propio sádico ignora como falsa. 

Representando su propia obra el personaje principal infringe dolor y causa sufrimiento, sin ser consciente de que busca recibir el mismo trato que la víctima con la que se identifica.

De acuerdo con Freud, que habla del sadismo y del masoquismo en su libro Tres ensayos para una teoría sexual, el masoquismo funciona como un sadismo vuelto hacia uno mismo. Esto quiere decir que el sádico se representa en la figura del masoquista, que trasladado a las relaciones sociales implica un reflejo en la figura de la persona maltratada. Así pues, utiliza a los demás para liberarse de los sentimientos negativos que le produce su baja autoestima.

Una autoestima que se ve continuamente mermada por la propia conciencia, que funciona como esa voz en la cabeza que nos hace sentirnos culpables por una acción realizada, ya sea porque la norma social dice que es incorrecta o por nuestra experiencia educativa. Gracias a nuestra vida familiar y experiencias personales desarrollamos un código de conducta que continuamente guía nuestras acciones de forma inconsciente y juzga nuestro comportamiento. 

El hecho de no cumplir con las expectativas de ese código genera un sentimiento de culpabilidad y, por tanto, de necesidad de castigo. Un castigo justo a ojos propios, que se impone a la persona que refleja al abusador aliviando esa culpabilidad. Algunas figuras del audiovisual, como el Joker reflejan este comportamiento. En la película de 2019 este carismático payaso representa a una persona insatisfecha con su vida, incapaz de cumplir sus sueños y llena de inseguridades personales que acaba degenerando en un sádico- sociópata sediento de venganza.

Ilustración Marta Villarte
Ilustración Marta Villarte

Así pues, el sadismo en las relaciones sociales funciona como una vía de escape a ese cóctel emocional generado por la insatisfacción personal, la impotencia y la culpabilidad. No obstante, no parece una solución real a los problemas de autoestima, simplemente es una evasión esporádica, que permite un instante de satisfacción que busca compensar serios problemas internos.

Pero ¿Cuál es la manera de solucionar esos problemas? Es absurdo pensar que causando sufrimiento a otra persona puedes sentirte mejor contigo mismo de forma permanente, resolver esto requiere un largo camino de crecimiento personal, que difícilmente se puede conseguir con el sadismo. Pues estos comportamientos se pueden convertir en costumbre estancándonos en el mismo punto personal eternamente.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *